domingo, 18 de octubre de 2015

El Plantador de Tabaco. John Barth

Podéis verlo también en 'Guay del Paraguay'

Hago un llamamiento a aquellos que hayan vivido la época en la que sólo había dos canales de televisión, ‘La 1’ y ‘La 2’. Más sencillez conceptual, imposible. Bien, como recodaréis todas las emisiones seguían una regularidad cartesiana, y los sábados, a eso de las cuatro de la tarde, nos obsequiaban con una película de aventuras, una cada semana. Películas estupendas de las que no ha debido quedar ningún rastro en Televisión Española, porque ya no se ven. Tranquilos, no voy a poner de manifiesto que, ahora con cientos de canales, la televisión es una basura. Upppsss, lo he escrito. Pues ya no lo borro.

De entre aquellas películas había algunas que nos acercaban a la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII. Vale, no eran piezas de culto, pero lo cierto es que, además de añadir a nuestro vocabulario palabras como ‘casaca’ (siempre me ha encantado esta palabra), nos dieron a conocer a unos héroes que se abrían camino cruzando los mares y poniendo un pie en América, de una forma novelada un tanto absurda, no lo niego, pero cercana y entretenida.

Piratas crueles, piratas justicieros, amores velados, islas abandonadas en medio del océano, señores con peluca que no eran más que vulgares estafadores, y ladrones de medio pelo que resultaban ser generosos y gentiles. Aventuras y más aventuras. Puede que el mundo fuese así, plagado de coincidencias, enredos, justas venganzas, y siempre triunfando la verdad y el bien. O que nuestra inocencia de entonces nos hiciera quedarnos sólo con esto y no viésemos el descarnado teatro que realmente se representaba.

Ese teatro y esas aventuras se narran en 'El Plantador de Tabaco' de John Barth. La inocencia del protagonista, Ebenezer (Eben) Cooke, Poeta Laureado de Maryland, os va a deleitar de principio a fin. Gracias a este libro conoceréis la filosofía de Newton, la vida en Londres a finales del siglo XVII, las ciudades sin ley de Maryland y - me atrevo a decir - del resto de los incipientes Estados Unidos, luchas de religión y entre indios y europeos, costumbres caballerescas y lengua inglesa.



Hablando de caballeros, ¿recordáis cuando nos hablaban del Quijote en el Colegio? Nos enseñaban que su importancia radicaba en su genial trama y en que Cervantes había dado forma a la novela moderna, tal y como hoy la conocemos. Pues bien, este libro es un claro ejemplo del primer matiz. Eben es, al igual que Alonso Quijano, un anti-héroe. Los desvalidos y repudiados por la ley, son gentes de bien, llenas de generosidad. Modelos a seguir, 'quijotes' estrafalarios. Las 'putas', palabra que Barth usa sin rubor, son el eje conductor de gran parte de la trama. En el segundo capítulo del Quijote, cuando éste sale por primera vez de su tierra, sólo unas mujeres de mala vida son capaces de sentir conmiseración hacia él. Mientras que sacerdotes y caballeros apalean al pobre anciano sin piedad. Creo que el autor tenía este pasaje en su cabeza cuando escribía 'El Plantador de Tabaco'. Eben sale por primera vez en su vida de Inglaterra con rumbo hacia Maryland para ser engañado y despojado de sus bienes e inocencia una y otra vez.

Al igual que en el caso de Alonso Quijano, las únicas armas de Eben son sus sueños y sus fantasías. No es tonto, sólo un soñador que ve el mundo tal y como lo veíamos nosotros en las películas de los sábados por la tarde.

No puedo acabar sin alabar la traducción de Eduardo Lago. Matrícula de honor. Para mí el traductor es tan importante como el escritor. En este caso me atrevería a afirmar que la traducción es mejor que el texto original. Impregna cada párrafo de sensibilidad y conocimiento. Palabros, arcaísmos y tecnicismos están magistralmente utilizados. Para llorar de emoción al leerlo.

Os animo a leer el libro y a intimar con Eben Cooke. Retrocederéis en el tiempo de una forma maravillosa.

Madrid, Octubre 2015.

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