sábado, 15 de octubre de 2022

Reflexiones sobre el silencio...

Tras años de vida laboral, conversaciones aquí y allá, reuniones, fiestas y todo tipo de encuentros sociales, he llegado a la conclusión – obvia por otra parte – de que la gente NO escucha. Las conversaciones se convierten en una cacofonía de lugares comunes bastante aburrida, sólo se oyen distintos tonos de voz, pero nada aprovechable.

Esto es un condicionante muy pernicioso para el avance de la humanidad. Llevado a la reflexión personal, y aplicado a mi vida diaria, afirmo que desarrollar ideas maduras y brillantes en una reunión de trabajo es una tarea titánica. Cada persona cuenta lo que le parece sin tener en cuenta la opinión de los demás, las ideas se sacan de contexto y – llegado un momento, cuando ya ni alzar la voz sirve – la frustración y el griterío frustran cualquier intento de exponer tus conclusiones.

Pensaréis que lo invento, pero este pensamiento me ha venido a la cabeza porque hoy, paseando por Madrid, ha llamado mi atención una mujer que iba hablando con sus perros, les urgía a hacer sus necesidades porque tenía una reunión importantísima. No era una loca, ni mucho menos, les contaba con todo lujo de detalles los puntos que iba a tratar, la estrategia de inversión – bastante sesuda y fundamentada – que proponía para acabar el año con beneficios, y hasta llevaba unos papeles para hacer un ensayo previo. Esta mujer es un genio, una visionaria sin precedentes, ya se ha dado cuenta, con algo menos de 30 años, que los únicos que van a escucharla son sus perros.

Esto viene de lejos, aunque la modernidad ha empeorado la situación, grandes pensadores cuyas ideas han cambiado el curso de la historia eran personajes solitarios, encerrados en sus ideas y en sí mismos. Si Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Kant, Fleming, Pasteur, Alba Edison, Ramón y Cajal… (nombres aleatorios que me vienen a la cabeza) hubieran trabajado en equipo, ahora mismo estaríamos ya dirigiéndonos al agujero negro que hay en medio del universo y no se hubiese inventado ni la rueda.

El cine y los cursos empresariales de autoestima y alto rendimiento han sido muy perniciosos para el fomento de la cacofonía improductiva. He asistido a decenas de cursos en los que se habla del trabajo en equipo, de compartir con los demás el conocimiento y el progreso, de las sinergias para generar ideas…, todo es basura. De verdad, creedme, no exagero. Las frases grandilocuentes me sacan de quicio, el ejemplo más obvio es: ‘sólo fracasa el que no intenta nada’, otra también patética, muy ad hoc para el tema que estoy desarrollando, ‘haz oír tu voz’. ¿Cómo? ¿Comprando un megáfono? Ya ni los venden.

Otra reflexión sobre los gritos sin eco e improductivos es que, si alguien se toma la molestia de escucharte, sin duda alguna sacará tu comentario de contexto y lo usará en contra tuya cuando menos lo esperes. Esto se basa en la expansión del método estalinista de ‘espionaje simpático’. Stalin (gran aficionado a las películas del oeste americanas) tenía una dacha, casa de campo, a las afueras de Moscú. Cada noche invitaba a miembros del Partido Comunista a ver las películas y a hablar con él de forma distendida. Los efluvios del alcohol hacían que se dijesen cosas inconvenientes, el propio Stalin preguntaba por los chascarrillos a pie de calle, como un abuelete simpaticón. Tomaba nota mental de todo, y llegado el momento, usaba toda esa información para purgar a los mencionados en esas charlas, de los que nunca más se volvía a saber. Su propia esposa, Nadezhda Alilúyeva, describió comportamientos de sus compañeros de universidad, que – la duda ofende – acabaron desapareciendo sin dejar rastro. Se suicidó del remordimiento.

Esto, que parece exagerado, es el método que se usa en la actualidad para eliminar elementos perniciosos en el mundo laboral. Típicas reuniones de brainstorming en las que se anima a los empleados a desahogarse con la excusa de que conociendo la realidad se crece (hay frases importadas de las charlas de Steve Jobs en Ted que sirven para dar fuelle a los encuentros). Si algún joven que comienza ahora a trabajar (no importa en qué) me está leyendo, mi consejo es que no caiga en la trampa de hablar, porque será eliminado, sus comentarios serán usados en su contra cuando menos lo espere y su futuro será – a partir de ese momento – incierto. Lo sé por propia experiencia.

Debéis repetir públicamente los mantras dictados por la dirección y, cuando los demás comiencen a hablar sin escuchar al resto, coged el móvil y leed en Wikipedia la vida de Aristóteles, la cría de caballos en fincas de regadío en Extremadura o cualquier otro tema que despierte vuestro interés. Yo suelo leer el ¡Hola!, porque me distraigo y no requiere mucha concentración.

Los temas de mayor calado lo dejo para momentos de silencio e intimidad, que no son demasiados.

Toda esta introducción viene a cuento porque, tras recobrar el control de nuestras vidas tras la pandemia del Covid19, he comenzado a viajar, a ir a eventos sociales y a tomar contacto con muchas situaciones no vividas en los últimos dos años y medio. Y en este nuevo comienzo, tras el esfuerzo ímprobo por crear mi propio espacio y no dejarme arrastrar por la sinrazón, he dejado de escuchar, o mejor, escucho y leo sólo lo que me interesa.

Esta actitud, que a los ojos de los demás se definiría como indiferencia, me convierte en alguien peligroso con el que es difícil lidiar. Para los mediocres obedientes, la mayor amenaza no es la subversión (que se puede sofocar) es la indiferencia. Contra el indiferente nada se puede hacer.

En mis silencios, cuando asisto a reuniones absurdas que no solventan nada digno de mención, me observan con terror, porque ya no tienen argumentos ni palabras mías que usar contra mí fuera de contexto para apartarme.


Y, debo decirlo, soy absolutamente feliz. Me importa un bledo la cotización de la acción de la empresa en el Ibex-35, si los tipos de interés suben, si la mantequilla es cancerígena, o si los caballos de Extremadura enferman de peste. Me siento como una de las heroínas de las novelas de Jane Austen, por ejemplo Emma. Una joven que se divierte haciendo de casamentera (en mi caso esto se traduce en la adicción a la lectura de la revista ¡Hola!) y escribiendo diarios absurdos por la noche, mientras el resto de sus vecinos se pelean por cosas ridículas. No sé si las mujeres hemos hecho bien en entrar en el juego por la supervivencia, sé que es políticamente incorrecto decir esto, pero somos terribles cuando decidimos combatir con las armas que los hombres llevan usando milenios. Como ya he dicho en este blog, nos irá mejor cuando creemos nuestro mundo a nuestra imagen y semejanza. Tal vez, en ese nuevo escenario por venir, se escuchen las ideas de los demás y se aprenda a crecer en silencio.

Hoy no he hablado de arte ni de literatura, he hecho – como la mujer que hablaba con sus perros – un ejercicio de reflexión con la esperanza de que alguien me escuche.

Leed mucho.
M.

domingo, 2 de octubre de 2022

Sociópatas y Primitivos Flamencos.

He decidido crear una liga en defensa de los sociópatas. Una minoría en exclusión que no está siendo protegida (con esto quiero decir subvencionada) por ningún Organismo Público. Sé que es muy complicado, puesto que para mover a los beodos sociales es necesario el consenso de la ceguera, y los sociópatas suelen ser personas críticas, versos sueltos que discrepan contra la mayoría de los que creen a pies juntillas en las frases huecas de lo políticamente correcto.

El otro día, tras asistir a una fiesta multitudinaria en la que compartí conversaciones en diferentes corrillos sobre temas comunes tales como niños adolescentes inadaptados, distintos tipos de Covid19 y fecha de contagio, ventajas del teletrabajo, etc., acabé tan exhausta que, en el camino de vuelta a casa, alguien me dijo: 'Mentalízate, a la gente no le interesan los Primitivos Flamencos’' Y ahí está ¡voilà! la frase clave, la explicación sin necesidad de más palabras.

La falta de interés sobre cualquier tema me produce una perplejidad cercana a la desazón. Con una lengua universal, con miles de libros publicados sobre cualquier disciplina, no parece que sienta nadie interés por nada. Y, lo que es peor, si en tu día a día, sobre todo en el ámbito laboral, dejas entrever que tus intereses son otros, te conviertes en un apestado, en un sociópata, en alguien – para qué negarlo – peligroso. Por esta razón Pol Pot mandó a los Campos de la Muerte a los camboyanos que llevaban gafas.

El comunismo, eso hay que reconocérselo, captó al vuelo que los pensamientos individuales son grietas en el sistema que hay que eliminar. Como dijo Stalin, matar a una persona es un crimen, si es a muchas es una estadística.

Al ir sumando ideas de psicópatas a lo largo de la historia (las malas, se entiende) el caldo de cultivo es terrible, porque se uniformizan los pensamientos y se elimina la disidencia. Uno de los ejemplos más claros de estas intenciones es el Arte (Flamenco), y para explicar mi punto de vista, me valdré de mis reflexiones y notas de las últimas semanas.

La evolución de las técnicas pictóricas, a mi juicio, no es tanto la mejora en los materiales y los soportes, como los avances en el estudio de la perspectiva. Al inventarse la fotografía, el tema dejó de tener misterio, y decidieron romperla, el Cubismo es un ejemplo. Pero antes, hubo miles de años de observación y empeño en plasmar lo más fielmente posible la realidad, una realidad grandiosa (La Puerta de Istar) pero finita. Para los antiguos, el concepto de infinito era aterrador. Para Pitágoras el mal era una forma de lo ilimitado y el bien de lo limitado.

Hasta llegar al siglo XV dC, contar historias fácilmente reconocibles, en entornos finitos/cerrados era una prioridad que anulaba cualquier otra intencionalidad. Pero la acumulación de riqueza, sobre todo en Flandes e Italia, hizo que los artistas comenzaran – sin dejar de incluir escenas religiosas – a experimentar. Sus vidas no eran efímeras, tenían medios económicos abundantes que les permitía dedicar tiempo a crear e innovar.

El pensamiento europeo hunde sus raíces en la filosofía griega. Replanteada y reformulada mil veces de la mano de todo tipo de sabios (las sabias, que las hubo, no pintaban nada), habían comenzado a plantearse lo que el ojo ve, o no ve, la realidad de lo que nos rodea, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande. Que no dejan de ser incompatibles entre sí. Ahora gracias al microscopio de gran aumento y – en el otro extremo - al Telescopio James Webb aceptamos ambos conceptos con total naturalidad, porque para nosotros es algo ‘tangible, real’. Pero no se trata de tocarlo, se trata de concebirlo, de dar forma a las ideas, y eso es un largo proceso que lleva miles de años. La perspectiva entra dentro de esta evolución del pensamiento abstracto.

Imaginemos que somos artistas (no artesanos) del siglo XV, y nos sentamos – pincel en mano – delante de un lienzo, un soporte de madera que ha sido cuidadosamente elegido y tratado. Ya por sí mismo, el soporte era un objeto de lujo carísimo, que pocos se podían permitir. Uno de estos privilegiados era Giovanni Arnolfini (1400-1472), comerciante italiano afincado en Brujas, que encargó un retrato para él y su esposa a Jan van Eyck, pintor al que se atribuye la mejora y difusión de la técnica del óleo. Años después esta pintura fue comprada por Felipe IV, pero los ingleses la robaron durante la Guerra de la Independencia y actualmente se expone en la National Gallery de Londres.

Jan van Eyck (1434)
Óleo sobre tabla (82x60 cms)
National Gallery (Londres)

Enseguida somos conscientes de que la voluntad del pintor es hacernos partícipes de una escena íntima, nos asomamos – gracias a la perspectiva desarrollada en diferentes planos – a un pequeño mundo de riqueza inagotable, completo en sí mismo, irremplazablemente único. La cualidad de cada persona pertenece a las cosas que le rodean de forma particular y que se pueden tocar y percibir con los sentidos, a los estados de ánimo propios, a una experiencia interior.

Jan van Eyck consigue, superponiendo planos y escenas, que veamos a esta pareja como una inspiración para nuestra quietud y – aunque han pasado casi 600 años – nos mimetizamos con su rubor, con su matrimonio por conveniencia, con su hogar lleno de comodidades, cálido e inspirador.

Por eso, como parte de un ritual de meditación íntima, me acerco al Museo del Prado cada semana, y escojo uno de los cuadros que compartieron espacio en el Alcázar de Madrid con este de ‘Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa’ (1434) y, sin darme cuenta, salto desde un mundo enloquecido donde nadie – efectivamente – muestra interés por los Primitivos Flamencos, a otro en el que todo obedece a un orden estudiado, meditado y tranquilo.

Sé que hace 600 años el mundo era un lugar turbulento, donde unos pocos oprimían a unos muchos. Pero de todas esas historias que nos han contado, ya no sé cuáles son verdad y cuales pertenecen al mundo de las ideas, pero no las de Platón, sino las que quieren que tengamos para someter a nuestra inteligencia a una pobreza simplista.

En esta superposición de planos en perspectiva, de la mirada a través de ventanas y trampantojos, del continuo simbolismo que nos lleva a un infinito que se intuye, pero no se concibe, nutro mi filosofía vital sociópata, la que anhela ser reconocida como un grupo social en riesgo de exclusión.

Digo esto último porque la modernidad nos ha brindado los medios para dejar de sumar perspectivas, para dejar de imaginar y estudiar la obra de arte en base a ideas sublimes. Al crear obras de arte – cualquiera que sea el soporte – ya no hacemos uso del bagaje intelectual de siglos. Hemos roto con todo y convertido el Arte – que influye muchísimo en el pensamiento social – en una herramienta de propaganda, de necesaria mimetización con las ideas (casi siempre políticas) del artista, en muchas ocasiones un iluminado que proyecta el pensamiento vacuo de los agentes que nos dirigen.

No es un requisito, al observar ‘La Anunciación’ de Robert Campin, saber nada del pintor, de su entorno, de sus ideas… Es imprescindible cuando te enfrentas a cualquiera de las obras que se exponen en Arco y en la mayoría del Museo Reina Sofía. Porque la ruptura con la perspectiva, con la búsqueda de la perfección que obsesionó a los antiguos, ha dado paso a un sentimiento simplista que busca convencernos de la individualidad de las ideas, no de su universalidad.

La Anunciación
Robert Campin (1420-25)
Óleo sobre tabla (76x70 cms)
Museo Nacional del Prado (Madrid)

En su quinta vía para demostrar la existencia de Dios, Tomás de Aquino afirmaba que cada ente sigue un orden, tiene una esencia fundamentada en la suma aprendizajes, de causas finales. Esto sólo es posible si hay un ser inteligentísimo, Dios.

Tal vez sea esta la razón, equiparable a llevar gafas en la Camboya de Pol Pot, por la que - de una forma sutil - nos están despojando de nuestra espiritualidad y trascendencia. Sembrando el caos mental que dará paso a la creación de un nuevo mundo, que – para qué negarlo – equivale a la idea de infinito aterrador que tenían Pitágoras y Aristóteles.

De ahí que no resulte extraño ver a turistas en el Museo del Prado disfrazados del Capitán Cook, con sombrero de explorador incluido y botas de montaña. Porque poco a poco, y de forma imperceptible, nos estamos asomando a un mundo lleno de peligros, y es necesario estar vestidos para la ocasión.

Leed mucho,
M.

domingo, 18 de septiembre de 2022

La Reina muere un jueves... Y un club del crimen inglés se llama así.

Ha muerto la Reina Isabel II del Reino Unido y de la Commonwealth (riqueza común o res-pública, en español) y de repente, como suele ser habitual, nos han inundado de noticias, semblanzas y - sobre todo mentiras - acerca de su vida y milagros. ¿Qué nos importa a nosotros - como nación - esta mujer? ¿Qué ha hecho por España y el mundo hispano, al que despreciaba, por cierto? ¿Cuáles son sus grandes logros geoestratégicos? Entiendo que como reina de un país del primer mundo, hay que anunciar su fallecimiento, pero poco más.

El mundo angloparlante nos ha vendido sus basuras de tal modo que ya no somos capaces de distinguir la paja del trigo. Habiendo poco de esto último. Los periodistas, como suele ser habitual, han hecho el trabajo de campo con su incultura y su falta de independencia informativa.

A raíz de la muerte de Isabel II, artículos de opinión grandilocuentes con el encabezamiento: “la personificación de un Reino Unido global”, han subrayado la senda que debemos seguir para despojarnos de toda conciencia de cultura y progreso propios. Reyes que nos odian y han hecho todo lo posible por humillarnos cuando han podido, son colocados en el centro del Olimpo, y los nuestros son objeto de todo tipo de injurias. La idea es: la monarquía es excelente en el Reino Unido, algo que dota de solidez y rotundidad al país, debemos seguir comprando todas sus ideas y su visión del mundo sin fisuras. ¿Por qué? ¿Por qué los mismos periodistas que han intrigado sin tapujos contra la monarquía en España, lanzan odas de admiración hacia una mujer que siempre nos miró con indisimulado desprecio? Me cuesta mucho trabajo entenderlo, no queriendo entrar en ningún caso en el debate Monarquía/República.

Me da apuro desmontar estas ideas valiéndome de las irrefutables pruebas del devenir histórico. El primer imperio global, en el que se hablaba una lengua franca, tenía unas bases culturales comunes y una ley común que garantizaba el bienestar de sus ciudadanos, fue Roma. Cuando los romanos fundaban ciudades imponentes, con teatros, bibliotecas, templos y edificios de todo uso, las Islas Británicas eran un lugar infecto, lleno de pueblos bárbaros que lo único que sabían era tirar piedras a los animales y que aún se vestían con pieles. Tanto es así que – siendo una isla remota y desconocida – a los romanos les costó poco poner orden (importante en este punto no tomar como referencia las películas que, tanto ingleses como franceses, han rodado a este respecto). A este primer imperio global le deben los ingleses prácticamente todo lo que son porque, como he dicho al principio, les enseñaron – para que dejasen de dar palos a las cabras – la filosofía griega, la escritura y de paso los convirtieron al cristianismo, algo de lo que se sienten muy orgullosos aun hoy. Recordemos que el Rey Arturo era un cristiano convencido. Su fe, según la versión de Hollywood, era de las buenas, como necesario paso a entender que el/la rey/reina del Reino Unido es la cabeza de la Iglesia Anglicana. Ya veis que nos dan puntada sin hilo, por eso les va bien.

Huelga decir que han reinterpretado la historia a su manera, o mejor sería decir, han inventado el racismo y el desprecio a los países del sur a su manera, ignorando sus propias raíces. No hay nada más penoso que un inglés en Italia o España, comportándose como si estuviera visitando una remota tribu amazónica donde no llega el progreso, y tamizando cada gesto del habitante local como si fuese algo curioso y extraño. Esto último en el caso de que estén sobrios, porque si están ebrios, es mejor no opinar.

Hubiera sido mejor que no se hubieran incorporado a la historia de Europa, nos hubiera beneficiado a todos. Como son hábiles estrategas, enseguida se dieron cuenta de que, para tener una posición dominante, lo más sencillo era desestabilizar el continente, lo han hecho durante siglos, observando desde su isla cómo nos desangrábamos por las tonterías más nimias.

Sin duda el punto de inflexión clave fue su separación de la Iglesia Católica de la mano de Enrique VIII. Este tipo, un vicioso y un asesino (tal cual) además de glotón, megalómano y tirano, se enfadó – con algo de razón – porque desde Roma no le dejaban hacer lo que él quería, siendo los Papas un espejo de corrupción y desenfreno. Asesorado por hombres más ambiciosos que él (a todos les cortó el cuello, por cierto), ideo un divorcio por intereses irreconciliables con Roma, y sentó las bases de la Iglesia Anglicana, que es lo mismo que la católica, no cambiaron prácticamente nada, sólo que el mandamás es el rey o reina del Reino Unido. Así, tan tranquilamente. Muchas fisuras he visto yo siempre en este plan, pero lleva funcionando cinco siglos.

Hans Holbein el Joven (1537)

Óleo sobre tabla (28 x 20 cm)

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Al morir este ególatra, le sucedió su hija María. Ella era, además de horripilante, poco lista. No quiso ser cabeza de la Iglesia Anglicana y se empecinó en obedecer al Papa. Tarde, porque la máquina de la propaganda estaba en marcha y ya no se podía parar. Tuvo a bien quemar a algún hereje que otro, lo que le valió el título de ‘Bloody Mary’, siendo sus decisiones el combustible que lleva alimentando las mentiras que emanan de estas islas desde hace 500 años, que no es poco. Después de María, de un plumazo, y para eliminar cualquier mención de otras mujeres mucho más relevantes en la historia (como Isabel la Católica), crearon la fábula de su propia Isabel (hija de Ana Bolena y del zampón Enrique VIII).

La implantación del anglicanismo en el Reino Unido fue muy traumática, esparció miseria y muerte. Estos giros de la historia están sustentados por intereses económicos de gran calado y la aparición en escena de actores de quinta fila, pero con un saco de ambiciones. La confiscación de tierras a católicos, quema indiscriminada personas y otros despropósitos condujeron a una guerra civil que acabó con la victoria de Oliver Cromwell, un puritano bastante turbio que es poco recordado en el mundo de Hollywood, sería poco recomendable que saliese a la luz alguna de las muchas barbaridades que cometió - la represión en Irlanda fue brutal -. Murió enfermo, pero dio igual, porque lo desenterraron y ejecutaron dos años después de muerto, sí, terrible, pero era común en la época, también en las Islas Británicas. ¿Habéis visto alguna película sobre esto? No creo.

El cambio nunca fue claro y tan estable como les hubiera gustado, así que había que inventar historias grandilocuentes que perdurasen en el tiempo, por ello a principios del siglo XVII culparon y ajusticiaron a un pobre individuo llamado Guy Fawkes (católico, claro) de intentar volar el parlamento de Londres, el aniversario todavía se celebra el 5 de noviembre a lo largo y ancho del país. Las famosas máscaras de ‘Vendetta’ hacen referencia a este pobre individuo, que tuvo un final espantoso. Recordad que sólo la Inquisición Española cometió atrocidades, quemando a diestro y siniestro en cualquier lugar, te descuidabas y aparecía una hoguera. Era espantosa la fiebre pirómana que tenían los monarcas españoles  – siempre siguiendo el rigor de Hollywood –.

La esquizofrenia de esta gente llegó al extremo de promulgar una ley en la que directamente prohibían casarse al heredero/a al trono con una persona católica. Sentido tiene, si el rey/reina es la cabeza de Iglesia, no sería lógico que tuviese ideas aviesas. Pierde su razón de ser porque la prohibición solo afecta a los católicos, no a judíos, musulmanes, sintoístas, budistas, iglesia de la cienciología…, etc. Tampoco aplica a palomas mensajeras ni monos de Birmania. Esto que suena a risa, es para reír, ha tenido consecuencias horripilantes (disfrazadas, claro) en épocas recientes. Carlos (actual rey) no obtuvo el permiso para casarse con Camila, porque esta última era católica y se negó a renunciar a sus convicciones, hubiera sido una traición a su familia, vejada durante siglos por la Corona Británica. El matrimonio con la anglicana Diana fue un desastre sin precedentes que hizo tambalearse a la monarquía. Hubo que cambiar los estatutos de admisión cuando se planteó abiertamente el matrimonio de Carlos y Camila, en este momento poco importaba ya este espinoso tema, había inmundicias peores dentro de la casa, como el gusto del príncipe Andres por menores de edad y otra serie de escándalos sexuales que hacen que Jack el Destripador parezca Santa Teresita del niño Jesús.

No es un caso raro en la historia de la familia real británica, un nieto de la Reina Victoria, Alberto Víctor de Clarence, se vio envuelto en todo tipo de escándalos, y hasta se llegó a creer que era el ya mencionado Jack el Destripador.

La época victoriana está teñida de sombras también. Un capitalismo salvaje, que esclavizaba a niños, y que - valiéndose de un puritanismo apolillado – fomentó un clasismo religioso completamente opresor. Dickens lo relató sin tapujos en sus libros (imprescindible leer Oliver Twist) y otros escritores de renombre se apartaron de las filas anglicanas ante semejante tufo retrógrado, Oscar Wilde lo pagó caro, Chesterton se supo defender mejor. Los propios hijos de la reina acabaron tarados. Tuvo nueve, todos locos como cencerros.

El siglo XX, por ir acabando, fue de pesadilla. Se les vio el plumero cuando no permitieron que el heredero al trono, Eduardo, se casara con una americana divorciada (dos veces), por lo que tuvo que renunciar a la corona, llegando al trono - sin esperarlo - el padre de la recién fallecida Isabel. Un tartamudo inseguro con una esposa alcohólica. Tal cual.

En los años ochenta Diana pasó a formar parte de la familia real británica, una pobre mujer. Siempre me ha resultado muy antipática. No entiendo cómo alguien a quien se permite vivir en un palacio en el centro de Londres, con una generosa pensión vitalicia y sabiéndose madre del futuro rey, puede llegar a decir tal cantidad de idioteces. Que esta mujer sea presentada como una luz que alumbra a la humanidad, es la prueba inequívoca de que (a) los ingleses son unos genios deformando la realidad más chusquera e insustancial (b) no vamos por la senda correcta si nos apoyamos en personajillos como este para nuestro crecimiento personal.

Pero se han creído tan imprescindibles, tan tocados por los dioses, que en 2016 convocaron un referéndum para abandonar la Unión Europea – el Brexit – un error tan garrafal que ni ellos mismos saben por donde tirar para dar forma a un engendro financiero con una cara bastante repulsiva. Como sucedió en el siglo XVI, cuando se alejaron de las directrices de Roma, intereses económicos, evasión de impuestos, dinero negro y ¡cómo no! la aparición de nuevos agentes económicos ávidos de poder y fama, han manipulado a los británicos de a pie, que llegaron a creer que – tras el Brexit – iban a dormir cada noche rodeados de lujos, sin trabajar (Europa nos roba, era la consigna) y publicando novelas de quinta con reseñas grandilocuentes para seguir esparciendo sus medias verdades por el continente. 

Y hablando de publicar novelas, como me pagan en otros medios por hacer críticas literarias, y al hilo de todo lo que he escrito – reconozco mi irreverencia – tengo que hablar ahora de literatura inglesa, del tipo de basura que esparcen con críticas grandilocuentes. Como la Isabel II murió un jueves, hablaré de un club de lectura que se llama así, 'El club del crimen de los jueves' de Richard Osman.



Novela inglesa en estado puro, con el mantra que tanto vende ahora, el crimen por resolver. Como el mercado literario está saturado de crímenes, no sé cómo queda algún ser humano vivo sobre la tierra, la idea es que los encargados de investigar y dar con la clave para atrapar al malo sean raros, insospechados y - a ser posible - despojos sociales en los que nadie repara,  pero inteligentísimos. La idea está ya más que vista, pero insisten y buscan nuevos detectives para seguir publicando, si el escritor - como es el caso - escribe en inglés, el éxito está asegurado. En fin, si Agatha Christie levantara la cabeza... 

Publicada en septiembre de 2020 en su lengua original, y con críticas muy positivas (ya lo sabíamos, hasta lo infumable es genial si está escrito en inglés, son expertos en cambiar la esencia de las cosas, como he querido dejar claro en los párrafos anteriores), nos presenta una nueva modalidad de detectives, unos ancianos que viven en una residencia de la tercera edad. Elizabeth Best, Ron Ritchie, Joyce Meadowcroft e Ibrahim Arif, con pasados diferentes y -  según el reclamo para vender esta basura - que nunca se hubieran reunido, de no ser por estos terribles crímenes sin resolver. Hay varios muertos y varios asesinos. 

La trama es tan pobre, tal mal construida, tan mal resuelta y con tantos flecos sueltos y sin explicar, que no sabría por dónde empezar a destriparla. Una de las ancianas fue agente del MI5, algo que intuyes vagamente por la forma en la que obtiene información, dejando en ridículo a la policía, otro es un ex-líder sindicalista con un hijo boxeador, pero que ya no boxea. El grupo lo completa un psiquiatra y una enfermera, ambos jubilados, claro. 

Cada vez que acaba un capítulo, recurre al ya manido recurso de introducir una frase que te deja en ascuas... 'Pero sabía más, mucho más...' Las siguientes páginas hablan ya de otra cosa, para dejar al lector con la intriga. En realidad no pasa nada, el crimen y cómo se resuelve, son completamente inverosímiles. Creo que en las novelas de Corín Tellado, los personajes son más rotundos, más acordes con la trama. 

La pareja de policías que colabora con los ancianos, al principio de mala gana, luego ya con más cariño, son livianos, como muñecos de pega con las taras habituales en este tipo de libros. Él separado, solitario, inteligente pero apartado en el escalafón del cuerpo. Ella, ejerciendo en un apartado pueblo, porque en Londres - donde tenía una carrera prometedora - tuvo una experiencia amorosa que acabó mal. Él busca pareja, ella no lo tiene claro. Él acaba liado con la madre de ella, en un capítulo tan raro y farragoso que no sabes bien ni cómo ni por qué ha saltado la chispa del amor. 

Al final, el crimen más grave queda sin resolver... ¿?¿?¿? Los lectores sí saben quien es el asesino, uno de los ancianos también lo intuye, pero la policía y el club de detectives ni se lo imaginan. 

No hace falta decir, que aparecen monjas católicas retrógradas, una novicia acabará ahorcándose por ello. No han incluido hogueras, porque el deceso se produjo en el siglo XX, y no habría forma de dar soporte histórico al recurso del fuego purificador.

Leyendo este libro, y asistiendo en directo al bombardeo mediático por la muerte de Isabel II, tengo la íntima esperanza de que todas las mentiras y medias verdades -  algunas descritas en los párrafos anteriores - que nos han contado durante siglos, se vean desmontadas y sometidas al debate público que merecen.

Mientras tanto, leed mucho y sacad vuestras propias conclusiones.
M.

domingo, 28 de agosto de 2022

Una bestia maligna pululando por Madrid en 1834.

Lecturas de verano, sin sustancia, pero fáciles y comprensibles para disfrutar bajo la hamaca de la playa o la piscina. Hay cientos de recomendaciones en webs varias de todo tipo, pero yo - como había leído las primeras novelas de Carmen Mola y me gustaron bastante - me decanté por 'La Bestia', Premio Planeta 2021.

Como este no es un blog de suspense, ni pretende tener al lector en vilo, diré ya que el libro es una basura inmunda. De esta forma, aquellos de mis lectores a los que les haya gustado, no tendrán necesidad de asistir al despelleje del libro infecto y podrán abandonar desde ya la lectura de los siguientes párrafos.

Primera pregunta que cabe hacerse: ¿Cómo es posible que este libro haya ganado el Premio Planeta, galardón comercial, pero con prestigio? Respuesta: Entra dentro de los sucesos paranormales a los que la humanidad lleva asistiendo desde hace milenios, comparables sólo al milagro de San Miniato, que vivió llevando su cabeza en la mano durante varios días, o a los avistamiento de ovnis en el desierto de Arizona. Debemos achacar este galardón a algún momento de iluminación inducida por las drogas en algún miembro del jurado, o puede que en todos.

Segunda pregunta: ¿Cómo críticos de literarios de renombre pueden afirmar que es una novela histórica rigurosa si está plagada de falsarios y medias verdades? Respuesta: Muy fácil, tienen que comer y dar de comer a sus familias. Aquí no hay hecho paranormal alguno. Por lo que no me detendré. 

Tercera pregunta: Después de miles de novelas históricas publicadas, ¿Cómo siguen construyendo el ideario de los protagonistas siguiendo un esquema mental del siglo XXI? Es un error de principiantes. Las mujeres españolas de la primera mitad del siglo XIX no sabían ni lo que era el feminismo, las de las clases altas puede que algo se les pasara por la cabeza, pero no al nivel que describe el libro, eso seguro que no. Por dar un dato objetivo, 97 años después de los acontecimientos que narra la novela en las elecciones de 1931, el voto femenino se cuestionó desde el principio porque las mujeres eran mucho más influenciables por las doctrinas de los sacerdotes, y - sobre todo los políticos de izquierdas - no querían que influyesen en los resultados finales. Es decir, que la media de la mujer española ni pensaba que algún día podría llegar a ocupar un puesto de responsabilidad en parte alguna y era claramente un producto de la herencia ortodoxa católica fomentada desde la monarquía. 

Esto último enlaza con la cuarta pregunta: ¿Alguien en su sano juicio puede distorsionar tanto a los personajes para llegar a pintar a un sacerdote carlista como el defensor de la libertad y la emancipación de la mujer? Es de sobre sabido, que las Guerras Carlistas comenzaron porque Fernando VII, para hundir a España ya definitivamente, y con el fin de que su hija Isabel fuese reina, modificó las reglas del juego (ley sálica) que - hasta ese momento - daban papel protagonista al hombre. Su hermano Carlos María Isidro, era el heredero 'legal' del trono, y luchó contra viento y marea por él, con consignas ultraconservadoras, en las que la mujer no tenía protagonismo alguno. 

El binomio Isabel II + Guerras Carlistas = desastre sin precedentes, catarsis abismal. Llegamos al siglo XX exhaustos, pobres y analfabetos. A lo que hay que añadir - consecuencia de las sabias decisiones de los iluminados al mando - la génesis de los nacionalismos excluyentes como el vasco, que tuvo su origen en estas guerras. Antes, las Provincias Vascongadas habían sido devotas defensoras de la Corona de Castilla, las más grandes hazañas llevadas a cabo en los siglos de los descubrimientos fueron lideradas por vascos, tales como Elcano, Urdaneta o Legazpi. Ahí lo dejo. 

Una peculiaridad de los españoles es que, a la hora de analizar los acontecimientos de cualquiera de las guerras civiles habidas a lo largo de los siglos (ha habido muchas desgraciadamente), siempre hemos ensalzado a los perdedores, dotándolos de cualidades superlativas que - de haber sido ciertas y tangibles - no les habrían llevado a perder sus guerras. Citaré tres ejemplos, la Primera Guerra Civil Castellana del siglo XIV entre Pedro I y su hermanastro Enrique II de Trastámara, las Guerras Carlistas antes mencionadas, y la Guerra Civil del siglo XX.


Estatua de Pedro I 
Museo Arqueológico Nacional (MAN) - Madrid.

Yo también simpatizo en estos tres casos con los perdedores, pero por seguir con el argumento de 'La Bestia', diré que el ideal romántico con el que se revistió a los carlistas (Valle-Inclán, quizás sea uno de los rostros más conocidos de esta corriente) ha calado profundamente. Los ideales del carlismo no son muy conocidos, por lo que el mito se puede agrandar todo lo que se quiera, y la estela de Isabel II ha sido tan nefasta que cualquier sustituto posible se convierte en un ser beatífico y celestial.

De esto, a afirmar que los carlistas eran defensores de los derechos de la mujer, media un abismo.

Sigamos con las preguntas. Cuarta: ¿Por qué Carmen Mola, seudónimo de tres periodistas con experiencia y mundo, cae en otro de los errores de los best-sellers previsibles, a saber, la Iglesia y los ricos tienen la culpa de las calamidades que asolan al mundo? Todo hecho descrito en sus páginas, por insignificante sea, es consecuencia de la lucha de clases y un ataque directo a los Borbones, particularmente hacia la futura reina Isabel. Desenfoque total, el otro aspirante al trono también era Borbón, no veo dónde está la diferencia si era la misma saga familiar y los valores de Carlos María eran más tradicionalistas y rígidos. Eso sí, cuando una noble defiende a la reina (mujer) todo se vuelve turbio y escabroso, el desenlace de este lance - además de mal contado - es previsible y sin sustancia.

Antes de abordar la quinta pregunta, por si no lo habéis leído aun, haré un pequeño resumen de la trama. Madrid 1834, una epidemia de cólera asola la ciudad. Ante ese desolador panorama - y subidos ya al carro de la literatura post-Covid19 - la gente común, en un 99% pobre y sin recursos, sobrevive en una ciudad que es putrefacción pura, no hay ni una sola frase en la que alguna calle de la capital salga bien parada, sólo se describe miseria, hambre, abusos por parte de personas de elevada posición social (no se salva ninguno de la quema) y asesinatos, niñas que aparecen descuartizadas por algo o alguien a quien llaman La Bestia. Para resolver el misterio, una niña pobre con el pelo rojo que se ve obligada a prostituirse (inciso, estad tranquilos, porque luego se incorpora a la vida social como si tal cosa, algo impensable en aquella época). Otro de los protagonistas es un periodista que - la cabra tira al monte - es íntegro, comprometido y su vida le importa un bledo con tal de salvar niñas de las garras del monstruo. Lo da todo, hasta que conoce a una mujer rica y - claro - se ciega, el dinero es lo que tiene. Esta mujer también juega un papel importante, al igual que un policía tuerto y una madame, que - como no podía ser de otra manera, y ya puestos a tirar del filón de la obviedad - es listísima y hábil en el madrileño mundo de la peste y el abuso nobiliario-eclesial. Lástima que se acabe contagiando. Ya adelanto también que todo el que enferma, muere. No se salva nadie. Si leéis el libro y alguien de repente se encuentra mal, avanzad rápido esas páginas - no perdéis nada, es basura pura - porque no sobrevive.

En medio de todo este caos de pobreza y enfermedad, aparece un sacerdote disfrazado de franciscano, pero que no lo es. Es uno de los enviados por la providencia (el dios cristiano no existe, es malísimo) para salvar a las niñas, que parecen no importar a nadie. Este falso sacerdote es carlista, amigo de Tomás de Zumalacárregui y con un pasado algo violento, del que se arrepiente y es perdonado por todos, puesto que no pertenece a la ortodoxia católica que tiene a Madrid en un puño. Convencido absolutista, de repente, cuando ve a las niñas pobres y desamparadas, se convierte en un trasunto de Irene Montero y - como en esa época llevar armas era normal - da mamporros a diestro y siniestro, en este caso justificados totalmente porque es un absolutista que despreciaba el feminismo pero ha visto la luz. ¡Qué bien! ¡Gracias a dios que existieron personajes así! 

Quinta pregunta: ¿Por qué hay decenas de historiadores publicando libros para desterrar la idea de la Leyenda Negra, que nos muestra como retrasados mentales y fanáticos, empobrecidos ante una Europa resplandeciente; y escritores como Carmen Mola insisten en explotar el filón del imaginario de hombres en alpargatas y analfabetos sólo con el objetivo de vender libros? Esto no tiene perdón. Que Goya pintara una España de pandereta es perdonable, porque fue un genio. Pero estas páginas están mal escritas, dan mala publicidad y encima para nada. No lo entiendo.

Sexta y última pregunta, no me quedan fuerzas para seguir despellejando. ¿Tanta prisa tenían por terminar el libro para que les dieran el premio, que no se han molestado en disfrazar qué parte ha escrito cada uno de los tres? Hay detalles tan obvios de falta de continuidad en la narración, que hasta un lector habitual de Pronto se daría cuenta. Se describe a un personaje de la trama, con todo lujo de detalles, entrando en claves ocultas, cerrando capítulos con una acción que parece tendrá muchísima importancia en el argumento, y de repente, se muere o simplemente desaparece, y - lo que es peor - ya ni se le nombra. Al final, por solidaridad, mueren todos, es de suponer que uno de ellos escribió los primeros capítulos, liquidando ya a algunos protagonistas sin contemplaciones, otro los siguientes y así sucesivamente. Al final, por solidaridad, todos los personajes del libro pasan a mejor vida. 

La niña protagonista, de repente se rapa el pelo rojo, hay un capítulo entero en el que habla de este rasgo distintivo, recuerdos, sueños...  El desaguisado doméstico no tiene después mayor trascendencia, uno de los detalles que - como he comentado en el párrafo anterior - empobrecen aun más la trama.

Llegamos al final, creo que es de las críticas más crueles que he escrito nunca. Ya había avisado a los que me emplean y preguntan de lo que pensaba del libro, aun así he sido más dura de lo que pensaba. Por decir algo bueno, la labor de documentación de las calles y los barrios de Madrid es espléndida. Si - mientras pasáis las páginas - queréis profundizar sobre ello, como guía es muy buena.

Se acabó, leed mucho.
M.

sábado, 20 de agosto de 2022

Buscando la felicidad.

En torno a la vida real que uno ha tenido están las sombras de las otras vidas posibles que no llegó a vivir: casi siempre por casualidad, no por empeño consciente, porque uno manda sobre su biografía mucho menos de lo que piensa. La vida verdadera es única, y las vidas posibles se despliegan en abanico en los márgenes de su línea recta.

Así comienza el libro 'Rondas del Prado' de Antonio Múñoz Molina, que reúne sus reflexiones sobre los cuadros del Museo, como parte de las conferencias de la Catedra del Prado 2019.

A la hora de reflexionar sobre las otras vidas posibles, las no vividas, hay muchos escenarios. Están los principescos y noveleros, que - no hay que engañarse - nos acompañan prácticamente hasta el final de nuestros días. ¿Quién no sueña con ser una princesa con un caballero galante y siempre joven rendido a sus pies? A este joven no le importa la clase social, ni el aspecto físico, simplemente vive desarmado y rendido al amor de su princesa.

Otro escenario es el de la riqueza, una vida regalada llena de lujos que no se sabe cómo ni de dónde vienen. Galas, cenas, focos, cero preocupaciones..., este escenario irreal es más improbable - aunque pueda parecer lo contrario - que el anterior. El número de personas que disfrutan de esta vida de lujo y embrujo, está medido, y no son demasiadas, teniendo en cuenta somos más de 7.700 millones habitantes en la Tierra.

Pero no creo equivocarme al afirmar que el escenario que más nos viene a la cabeza, el que más nos atormenta, sobre todo al ir acumulando años y desencantos en nuestra mochila vital, es aquel en el que la rutina laboral engulle aquello que nos apasiona. En el atolondramiento de la juventud, tomamos decisiones que nos conducen a prisiones sin salida, a trabajos penosos que nos arrastran sin remedio a una vida que nos hace sentirnos profundamente miserables y vulnerables.

Un joven de 18 años sorprendió al mundo académico porque eligió ser feliz. El titular de la prensa reflejaba una idea sorprendente. Ser feliz es estudiar humanidades, entonces ¿por qué han desaparecido de los planes educativos? ¿Es uno de los objetivos del progreso privarnos de la felicidad? Por si no habéis pinchado en el enlace, resumo brevemente la noticia, Gabriel sacó la nota más alta en la EvAU de Madrid en junio de 2022, y eligió estudiar filología clásica. Esta elección generó ríos de tinta virtual, hasta tal punto, que El País le dedicó su editorial del domingo. Si sabemos que no vamos a ser felices ¿por qué elegimos sumergirnos en las disciplinas que nos dicta el mundo tecnológico en el que vivimos? ¿Por qué un niño de 18 años ha inquietado a los dioses del progreso? Porque ha elegido ser feliz, él no tendrá que buscar entre las sombras de su pasado las otras vidas posibles que no llegó a vivir.

Aunque la frase suene un poco melodramática, me siento sola en esta lucha. En un pasado no muy lejano, cuando veía una exposición que me había impactado, o leído un libro que me había hecho reflexionar, compartía lo que sentía con la gente que me rodeaba. No cabía en mi cabeza que alguien no entendiera que lo que diferencia al hombre del resto de seres vivos es su capacidad para 'inventar y alimentar' su alma y su espiritualidad. Pero me equivocaba dramáticamente, el 99% de ellos carecía de interés completamente, habían sido educados siguiendo los dictados progreso, donde todo lo necesario para vivir se reduce a una fórmula matemática, una necesidad cubierta y una felicidad efímera.

Uno de los estragos más evidentes del progreso intelectual sobre una base científica (el que vivimos nosotros), es creer a pies juntillas que los hombres de la antigüedad eran imbéciles, lelos del todo, y que aceptaban todo lo que se les contaba con una candidez que les hacía ser lo que eran, poco avanzados científicamente. El cine ha sido clave en esta idea. Si miramos un cuadro pintado en 1475 por un seguidor de Hugo van der Goes, lo primero que se nos viene a la cabeza es que ese orden familiar, esos santos protectores que aparecen de repente en la escena, son algo artificioso, fruto de una mente cegada por una fe inmovilista que prolongó innecesariamente la oscuridad medieval.


Calvario con santos y donantes
Hacia 1475. Óleo sobre tabla, 125,5 x 140,5 cm
Hugo van der Goes. Museo Nacional del Prado (Madrid)

Olvidamos, para empezar, que las épocas de oscuridad son consecuencia de los actos humanos. Ambición y destrucción ha habido siempre, por lo que los protagonistas de este cuadro no eran tan cándidos y crédulos como puede parecer. Eran igual que nosotros, pero con los medios del siglo XV. Obviamente no podían manipular un virus en un microscopio, ni lanzar cíber ataques con el objetivo de perjudicar a empresas y países, no se espiaban desde drones y tardaban años (no horas) en ir de Europa a Asia. Los siglos XV y XVI fueron extremadamente violentos en Europa, casualmente los historiadores los identifican con el comienzo de la modernidad. 

Creo que este cuadro tiene la clave para explicar lo que nos diferencia de los hombres de hace seis siglos, lo he contemplado tantas veces que creo que la fascinación que ejerce este cuadro sobre mí se debe precisamente a la revelación de este misterio. Si observamos detenidamente el papel de cada personaje, terrenal o celestial, en la escena, enseguida somos conscientes de que todos asumen su misión sin queja alguna, con una serenidad inquietante. No tienen más remedio, las mujeres no pintan nada y los hombres siguen las convenciones de la época, el hermano mayor heredará todo, el siguiente se dedicará a labores eclesiásticas (que tenga fe o no, da igual) y el tercero, está relegado sabe dios a qué misión, probablemente la guerra o buscarse la vida como buenamente pueda. El padre de familia debió sentirse muy afortunado, porque pudo dar forma al ideal familiar de la época, de ahí que encargara este cuadro donde aparece rodeados de santos y del propio Jesús en el momento de morir. 

La serenidad que transmiten no es consecuencia de sus creencias religiosas, ni de su ignorancia, era el resultado de un modelo social guiado por la filosofía, la religión y el arte. Probablemente fueran aun menos crédulos que nosotros, pero no tenían otro asidero para sus desventuras, y eso les hizo avanzar a su manera, y sus cimientos son el germen de nuestro mundo del siglo XXI, aunque lo hayamos olvidado.

En el siglo XXI pensar así es una amenaza, de ahí el ataque furibundo hacia Gabriel cuando decidió ser feliz. Alguien que no cree en la ciencia es un outsider, alguien peligrosísimo, porque la búsqueda del alma hoy y hace cinco mil años refuerza el libre albedrío y la individualidad, y eso es precisamente lo que hay que cortar de raíz.

Pensemos en el concepto de metaverso, la realidad virtual paralela donde podemos ser lo que no somos en el mundo real. Llegaremos, por sofisticados medios en desarrollo, a otros lugares que habrán diseñado a medida de nuestros deseos, de una forma sutil habremos perdido toda nuestra capacidad de soñar, habremos renunciado a nuestra individualidad. ¿Qué será de los libros? ¿Del arte? ¿De la filosofía? No tendrán cabida porque, ya a edades tempranas, el EdTech (Tecnología Educativa en español), habrá minado toda capacidad de soñar en algo que no sea en botones y fórmulas científicas que solucionen todos los problemas habidos y por haber.

Es tan intimidante que las purgas de Stalin o Pol Pot serán una anécdota en la historia de la humanidad. Saco a relucir estos dos lamentables episodios contemporáneos porque la línea de progreso que han trazado para nosotros, sin márgenes posibles, tiene algo de las bases conceptuales del comunismo, donde todos los hombres han de ser iguales. No caben clases sociales, religión, progreso..., individualidad. Leyendo ideas de gurús de EdTech como Svenia Busson o Jeff Selingo, me vienen a la cabeza humanoides hablando inglés, pronunciando frases grandilocuentes y vacuas, donde sólo se modifica el orden de los sintagmas, permaneciendo inalterables los mantras de base.

De repente, en este mundo ideal de aprendizaje y progreso, aparece un joven que afirma sin miedo que en su tiempo libre, se sienta a leer libros de Tomás de Aquino, Platón, Ovidio..., que su vida se inspira en textos que dieron fuelle a nuestro mundo, como 'La Iliada' o 'El Quijote', y sólo cabe proceder desprestigiando de forma colectiva y manipulada a semejante peligro público. Y, en última instancia, mostrarlo como un rara avis, valiente pero exótico.

Ahora cabe preguntarse sobre nuestra biografía. ¿Hemos influido tan poco en nosotros mismos como afirma Múñoz Molina? ¿Cuál es nuestro metaverso deseado, la realidad virtual que crearán para nosotros? ¿Podremos reflexionar sobre un cuadro del siglo XV? 

¿Dónde están nuestra alma y nuestros sueños?
Leed mucho.
M.

domingo, 15 de mayo de 2022

Reflexiones, muchas y sin mucho sentido

La única ventaja de ir apilando años, con la pesada responsabilidad de tener que esconderlos bajo la alfombra para no tener que afrontar con mediana dignidad el paso del tiempo, es la madurez y la calma. La sensación de que si soplasen vientos fuertes, ya no te derribarían de la misma forma. La juventud tiene un componente de fragilidad muy inquietante. Lo que escribo a continuación es fruto de la calma indiferente y desapasionada, de la certeza de que muchas de mis historias ya están escritas.

Estos últimos años han sido extraños, esperpénticos diría yo. Para rematar nuestras incertidumbres, ha estallado una guerra en el este de Europa. Hemos asistido en primera fila a tal cúmulo de despropósitos que ya ni nos importan. Vivimos y punto. Y - como ya he dicho muchas veces - no hemos aprendido nada. Tal vez por no sufrir, por no querer ver, por ignorancia, por egoísmo o por desinformación, nos dejamos arrastrar por la corriente de lo cotidiano creyendo firmemente que la vida sigue igual.

Pero ya no es igual, porque de manera sigilosa nuestra realidad (¿metaverso?) ya no nos pertenece, está perfectamente manipulada y engrasada por máquinas y personas que nos espían y dirigen desde que ponemos un pie fuera de la cama y encendemos nuestro teléfono móvil.

Pensemos en nuestra situación en 2020, nos encerraron en nuestra casa porque no sabían qué hacer con nosotros. No era preocupante que nos muriésemos, lo que les aterraba era no controlar el momento de nuestro final. Hace dos años no podíamos visitar a nuestras familias, ni tampoco refugiarnos en otra casa de nuestra propiedad, trasladándonos sin salir de coche, de puerta a puerta. 

Hemos asumido de forma natural que todo es susceptible de ser tamizado y polemizado por nuestros gobernantes, hasta para elegir la canción de Eurovisión, algo intrascendente para la humanidad, los ministros opinan. Todo es un gran teatro, un foro de opinión donde la mayoría grita, pero nadie escucha.

No podemos decidir en qué idioma queremos educar a nuestros hijos, no es el médico - quien sabe de medicina - el encargado de valorar quién debe disfrutar de una baja médica, es alguien desde su despacho, con absoluta frivolidad y desconocimiento, el que hace un ranking de causas que permiten quedarse en casa disfrutando de la generosidad del resto de los ciudadanos, que asisten impotentes al saqueo de sus bolsillos.

¿En qué momento renunciamos a nuestra individualidad? ¿En qué momento dejamos que el conocimiento pasara a un segundo plano, para que sólo las ideas grandilocuentes, teledirigidas por el Gran Hermano, sean las que deciden el rumbo de cada pequeño detalle de nuestra cotidianeidad? 



Es importante, en este juego del esperpento, tener un enemigo. Tiene que haber algún ladino acechando. Ahora es Putin, gracias a él, a sus maldades, Ucrania es el bueno, el que gana Eurovisión, el adalid de la democracia y las libertades. Un país que, en enero de 2022, gozaba de una renta per cápita bajísima, con miseria acechando en cada rincón, consecuencia de la corrupción generalizada y del chantaje impune y chulesco a Rusia y a la Unión Europea de forma simultánea. Seguimos el guion, punto por punto, de la novela de George Orwell, donde los malos van cambiando y la historia se reescribe una y otra vez, porque mientras perseguimos al malo de trapo, el malo de carne y hueso campa a sus anchas. 

Putin es un loco, un megalómano criado en los principios de la KGB y el comunismo exterminador. Ha perdido el norte y, al verse acorralado y con sus planes desbaratados, es extremadamente peligroso. Pero, ¿Qué sabemos en realidad de él? Nada. Su imagen se ha modelado en base a unas directrices perfectamente estudiadas para dar forma al tirano al que todos insultan, tenemos nuestros 'dos minutos de odio' asegurados cada día. Mientras, nuestros gobernantes campan a sus anchas, hacen y deshacen bajo la perfecta protección de una pesada cortina de humo.

'Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza"

En 1949, George Orwell lo vio claro como el agua. Por eso vaticinó un año 1984 escalofriante. Él, que había vislumbrado el poder de la manipulación de las masas en la Guerra Civil Española, tuvo claro que - en realidad - los anhelos de los miserables no importan nada, son elementos decorativos de un gran escenario donde el desobediente es reeducado o - como sucede en nuestras democracias - apartado como si fuese un apestado.

Podréis pensar que apartarse del escenario, dejar de ser tramoyista, actor, iluminador..., es la solución. Ese - como también apuntó Orwell - es un tremendo error de percepción. Los discordantes son útiles al sistema, los desobedientes, no. Los primeros dan sólidas bases a las trapacerías del Gran Hermano, justifican su impunidad. Pero el desafecto se vuelve invulnerable y eso es, simplemente, inadmisible.

Lo que Orwell no tuvo en cuenta, el power point y excell aun no se habían inventado, fue la importancia de la publicación constante de cifras, estadísticas falseadas y encuestas de calidad que ayudan a dar coherencia a un discurso que nadie cree, pero que aprendemos a interiorizar a fuerza de costumbre. Sé de lo que hablo, trabajo en una empresa que cotiza en el Ibex-35. 

Estos meses pasados, desde que comenzó la guerra de Ucrania, he visto con estupor cómo todos nos lanzábamos a una lucha ciega contra Putin, sin pensar que detrás de cada ruso que va a la guerra también hay una familia y una historia. Olvidando otras guerras, muchas, demasiadas, que hay en el mundo. Tal vez no queremos enfrentarnos a nuestros propios miedos, y elaborar un discurso manido sobre los ataques a la democracia nos ayude a conjurar el miedo a la habitación 101.

Tal vez, simplemente, estemos tan perdidos en el Universo como lo estuvimos siempre.

Leed 1984.

M.