domingo, 20 de agosto de 2023

La individualidad, así como la verdad, NO nos hará libres.

Semana complicada, secuestrada por mi trabajo y por la turbiedad mediocre implícita al cargo que ocupo. Si afirmo que la humanidad está perdida es consecuencia de lo que vivo cada día en el entorno de una multinacional donde todo son medias verdades, luces (pocas), sombras (casi todo) y maldad cutre e improductiva como denominador común de todas las decisiones.

Durante años, para engañarme creyendo que otros mundos son posibles, he ido creando un universo paralelo de cuadros y libros que han ayudado pintar un cuento de hadas en el cual no hay cabida para la vida real, cada vez que me he desnudado ante los demás, cada vez que he reflexionado de forma sincera y honesta, me han dado hostias con tal intensidad que, sólo tras un largo periodo de meditación, eliminación de las malas energías e inmersión en los libros, he conseguido recuperar algo de mi equilibrio. 

No hace falta comentar que, para mis superiores, son una persona 'conflictiva', entiéndase como tal aquella que no comulga con los principios básicos de la secta y tiene ideas propias. Esta semana, mi odio y desprecio a todos aquellos que me dan órdenes alcanzó unos niveles preocupantes, y - aun controlándome - dije cosas que, en un mundo tomado por saqueadores y adeptos, es mejor no sacar a la luz. Mi discurso se sustentaba en un solo concepto, coherencia.

Me sorprende muchísimo, ahora que todo queda grabado y registrado en redes sociales y otros soportes digitales, cómo se dan bandazos ideológicos dependiendo de la ocasión sin sonrojo ni vergüenza alguna, virtud de los objetivos cambiantes y sin fundamento que requiera la situación. La clave del éxito de esta estrategia está en que los saqueadores se reconocen nada más verse. Pergeñar un plan que sólo a ellos beneficie a costa de agitar las voluntades mediante el mantra de 'la necesidad está por encima del talento', es pan comido, porque llevamos años de adoctrinamiento chusquero, de asimilación de frases huecas y de empobrecimiento intelectual preocupante.

¿Cómo saber qué siente un outsider que ha sido ridiculizado públicamente en multitud de ocasiones, cuando es demandado para que ponga sus conocimientos al servicio de saqueadores y sinvergüenzas? Bien, pues para saberlo, es necesario trabajar con mediocres e imbéciles (mi caso), o leerse las mil trescientas páginas de la novela de Ayn Rand 'La rebelión de Atlas'. Recomiendo la segunda opción, la primera es muy traumática.


Ayn Rand. 'La rebelión de Atlas' (Título original: 'Atlas Shrugged') (1957)
Traducción: Domingo García. Revisión: Javier Cuesta.

El término 'saqueador' ('looter' en inglés) que he estado usando, ha sido tomado de esta novela.

Comenzaré exactamente igual que la novela, con esta pregunta: "¿Quién es John Galt?". Remontémonos a Enero de 2021, cuando simpatizantes de Donald Trump asaltaron el Capitolio de Estados Unidos, denunciando fraude electoral. Algunos de ellos portaban pancartas con la frase 'Who is John Galt?' Complicada pregunta. En ese momento, imaginé que John era un individuo afín a Trump que había sufrido algún tipo de silenciamiento político. Hasta que hace unos meses, un amigo, conociendo mis ideas sobre la podredumbre de los dirigentes y sus decisiones basadas en el cortoplacismo y la ignorancia de los procesos, me hizo llegar este libro a casa. 

Me lo envió como si fuera un 'admirador anónimo' o un 'paquete bomba'. Era para mí, porque mi nombre completo y dirección estaban escritos en la etiqueta, pero era raro, primero porque yo no conocía a la escritora, y segundo porque jamás he pedido nada por Amazon, me parece una aberración. Hay que comprar los libros en las librerías a pie de calle. 

Poco después me llegó un mensaje del remitente con el siguiente texto: "Te ha llegado un libro de Ayn Rand, deja todo lo que estés haciendo, y ponte a leerlo ahora mismo". Tarea ardua porque - como he dicho - tiene 1300 páginas, algunas muy sesudas.

Y de repente, primera página, primera frase, "¿Quién es John Galt?" Y automáticamente me di cuenta que tenía en mis manos la clave para descubrir muchos misterios, cual si fuera la última pista para descubrir al asesino en una novela de misterio. Pero la resolución del delito no iba a cambiar nada en parte alguna. Todo seguiría igual, nadie iría a la cárcel y los saqueadores seguirían campando a sus anchas. Pero la luz con la que vería e interpretaría cada acontecimiento sería la de los ojos de Ayn Rand, que supo plasmar en palabras algo que cualquier persona con un mínimo de perspicacia ve, pero no sabe como darle forma y explicar de manera tan lúcida y magistral.

¡Bienvenidos al mundo de los saqueadores y los mediocres! 

Sin ánimo de alarmar a nadie, el mundo se dirige hacia derroteros muy peligrosos. Cuatro pringados están dilapidando la riqueza acumulada durante generaciones de esforzado trabajo. Muchos de los que vivimos de una manera desahogada, tenemos que representar un papel laboral que nos asquea, y de forma ingenua y honesta seguimos pensando que los buenos se hacen con el premio. Preferimos pensar que, cuando nos sustraen parte de nuestro esfuerzo sin que podamos rechistar, justificado el latrocinio con frases grandilocuentes que dan a entender que la riqueza hay que repartirla, conseguiremos que las clases menos favorecidas, los enfermos, las personas desgraciadas y aquellos a los que la vida trata mal, accederán a unas condiciones mejores. Pero es mentira.

Para repartir los bienes de forma equitativa y justa, hace falta una gestión eficaz y realista, y tal premisa no se cumple. Porque antes de llegar a esa utopía hay que alimentar las ambiciones personales de los saqueadores.

Precisamente sobre esto gira la trama de esta monumental novela, sobre como - cuando las personas que saben gestionar se cansan de hacerlo - el mundo sustentado por las nubes de mentiras grandilocuentes pronunciadas por saqueadores, se derrumba como un castillo de naipes.

Esto va a pasar, tarde o temprano en nuestra sociedad, tal y como la conocemos.

Vamos con el libro. Estados Unidos, años cincuenta del siglo XX. Las élites que controlan y dirigen grandes entramados financieros, están a punto de enfrentarse a cambios que ni sospechan. Todos ellos, los protagonistas de la novela, Dagny Taggart, Hank Rearden, Ragnar Danneskjöld y sobre todo, Francisco D'Anconia y John Galt, lucharán con unas y dientes para que el esfuerzo de generaciones, y - sobre todo - para que su inteligencia y perspicacia no caiga en manos de los saqueadores. Estos últimos han llegado a la cúspide del poder gracias a coincidencias absurdas, consecuencia de la carambola y la 'patada hacia delante'. Los que trabajáis en grandes empresas, sabréis de qué estoy hablando.

Todas las medidas - fruto de la imprevisión, pero sobre todo de la maldad y el egoísmo - conducirán al colapso económico y a la muerte de muchas personas totalmente inocentes. A lo largo de las páginas acompañamos a los protagonistas en su lucha sin cuartel, escuchamos su gritos de desesperación ante la inminencia de la catástrofe. Cuando todo está perdido, se nos concederá el privilegio de desmenuzar el discurso de John Galt, el brillante científico que prefiere trabajar de obrero, antes que vender su inteligencia a los saqueadores.


Os dejo aquí algunas frases, podría incluir muchas más, porque el discurso es largo, tanto que algunas veces cae en una rueda de repeticiones, ahondando en las mismas ideas una y otra vez, sin aportar nada nuevo.

La felicidad es el estado exitoso de la vida, el sufrimiento es el agente de la muerte. La felicidad es el estado de conciencia que proviene del logro de los propios valores. Una moral que se atreva a decirte que encuentres la felicidad en la renuncia a tu propia felicidad, que valores la pérdida de tus propios valores, es una insolente negación de la moral. Una doctrina que te proponga como ideal el papel de un animal expiatorio que sólo quiere ser inmolado en los altares de otros, te está dando a la muerte como parámetro. Por gracia de la realidad y de la naturaleza de la vida, el ser humano es un fin en sí mismo, existe para sí mismo, y el logro de su propia felicidad es su más alto propósito moral.
(...)
Un proceso racional es un proceso moral. Puedes cometer un error en cualquier paso, sin nada que te proteja excepto tu propio rigor, o puedes tratar de hacer trampa, de falsear la evidencia y evadir el esfuerzo de la búsqueda; pero si la devoción hacia la verdad es la marca de la moral, entonces no existe una forma de devoción más grande, noble y heroica que el acto de un hombre que asume la responsabilidad de pensar.
(...)
La independencia es el reconocimiento del hecho de que la responsabilidad de juzgar es de uno y nada puede ayudar a eludirla; de que ningún sustituto puede pensar por uno, como ningún suplente puede vivir nuestra vida; que la forma más vil de autodegradación y autodestrucción es la subordinación de nuestra mente a la mente de otro, la aceptación de sus aseveraciones como hechos, sus dichos como verdad, sus edictos como intermediarios entre nuestra conciencia y nuestra existencia
(...)
Orgullo es el reconocimiento de que uno es su mayor valor y que, como todos los valores del hombre, debe ser ganado; que de todos los logros alcanzables, el que hace posibles a todos los demás es la creación de nuestro propio carácter; de que nuestro carácter, nuestras acciones, nuestros deseos, nuestras emociones son producto de las premisas sostenidas por nuestra mente.
(...)
Pero ni la vida ni la felicidad pueden lograrse mediante la persecución de caprichos irracionales. El hombre es libre de intentar sobrevivir de cualquier manera, pero perecerá a menos que viva de acuerdo con su naturaleza. Igualmente, el hombre es libre de buscar su felicidad en cualquier fraude insensato, pero todo lo que encontrará será tortura y frustración a menos que busque la felicidad apropiada para él. El propósito de la moral es enseñarnos, no a sufrir y morir, sino a disfrutar y vivir.
(...)
Vencerás cuando estés listo para pronunciar el juramento que yo hice al comienzo de mi batalla. Y para aquellos que quieran conocer la fecha de mi retorno, voy a repetirlo ahora, para que lo escuche el mundo entero: ‘Juro por mi vida, y mi amor por ella, que jamás viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí'

Estas afirmaciones son la síntesis del Objetivismo, doctrina filosófica que creó y defendió Ayn Rand, y que pretendía demostrar en última instancia que el propósito moral de la vida es la búsqueda de la propia felicidad o el interés propio racional. Línea de pensamiento con la que yo comulgo al 100%, y así me ha ido. Como persona contraria al gregarismo militante, defensora de la individualidad no invasiva, me doy cuenta - tarde - de que la lucha es estéril. Los malos siempre ganan. Esta es la conclusión a la que debe llegarse y vivir asumiéndolo como mejor se pueda en cada caso.

Vivid lo mejor que podáis porque - pondría la mano en el fuego - vienen tiempos duros, sustentados en la podredumbre intelectual más vil y engañosa. Los mediocres han elaborado un sistema de ideas que no admiten réplica, sólo hay que esperar a la debacle final, para poder comenzar de nuevo. 

Leed mucho. 
M.