jueves, 14 de marzo de 2024

Eventos en el Museo Thyssen de Madrid, del siglo XIV al arte conceptual de Stephany Comilang

El  mundo va mal, verdaderamente la cosa no pinta bien. Hay guerras, locos al poder y ciudadanos de todo el mundo ciegos ante el abismo. 

Me viene a la cabeza un cuadro que había en el dormitorio de mis abuelos, del que años después compré una réplica exactamente igual en el Rastro de Madrid, con la misma estética años treinta del siglo XX. Se trata de tres niños que juegan a la gallinita ciega, el que tiene los ojos tapados se encamina sin remedio a una sima. Pero su ángel de la guarda le protege con sus alas desplegadas, al verlo te invade un gran sosiego, porque sabes que el niño no caerá al pozo.


¿Saben los otros niños que el pozo está ahí y aun así dejan que siga el juego? No parecen tener cara perversa, pero los más grandes demonios se disfrazan con piel de cordero. ¿Tenemos verdaderamente un ángel de la guarda que nos protege durante un tiempo y luego - harto de lo imbéciles que somos - nos deja caer a la sima? Estas y otras preguntas me vienen a la cabeza cuando miro el cuadro, porque como toda historia que surge de la religión (sea la que sea), tiene un trasfondo real, con moraleja incluida.

No es difícil encontrar los paralelismos del cuadro con la situación del mundo en 2024. Hay unos locos, malos de necesidad y mediocres, que corren a su aire, mientras el común de los mortales, cegado voluntariamente por sabe dios qué ideas y circunstancias, camina derecho hacia el abismo. El elemento novedoso es que el ángel de la guarda, dios, o cualquier espíritu que nos proteja, puede hacer acto de presencia o no. Temo que sea esto último, porque de otra forma es difícil entender muchos de los acontecimientos que estamos viviendo, por no decir todos.

La imagen del sufrimiento humano ya no nos hace mella. La venda que nos cubre los ojos está tejida con nuestra falta de ecuanimidad y compasión. Con cuatro ideas chusqueras, modelamos nuestro mini-universo. No tenemos remedio.

Me gustaría encontrar un lugar en la Tierra al que retirarme para no asistir como protagonista al horror que nos espera. La IA, Inteligencia Artificial, no me interesa lo más mínimo, creo que entre sus objetivos está la amputación de las alas de nuestros ángeles de la guarda. En sustitución de estos últimos, habrá unas máquinas programadas con sabe dios qué fines. En las últimas décadas, astutamente, han dirigido nuestros pasos para que ahora, en 2024, no seamos capaces de pasar una tarde solos en casa, ni dar un paseo en silencio, ni meditar, ni explorar sobre nosotros mismos, en definitiva, hemos dejado de escucharnos. De eso se trata, hoy me he dado cuenta con asombrosa clarividencia. Lo intuía, ahora ya sé - sin ningún género de dudas - que de forma sistemática y concienzuda, nos han convertido en robots sin voluntad. De ahí las reflexiones que siguen.

¿El arte es 'bonito'? Sí, lo es. Pero delante de un cuadro de Ugolino di Nerio, nunca diría que el cuadro es bonito. Porque no lo es.

Ugolino di Nerio (Ugolino da Siena)
hacia 1330 - 1335
Temple y oro sobre tabla.
135 x 89 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid 

El cuadro está en un estado de conservación bueno, pero no óptimo. La Virgen y san Juan tienen exactamente la misma cara, cosa extrañísima, porque a quien debería parecerse María es a su hijo, no a Juan. A Cristo le sale un reguero de sangre, que más parece una cascada que un líquido procedente de un cuerpo humano (por muy divino que sea). Los ángeles son bastante pequeños, torpes y parecen moscas. No creo, viendo su compostura, que si fuésemos a caer en una sima oscura, tuvieran fuerzas para sujetarnos. Como ángeles de la guarda no valen. El fondo dorado es presuntuoso y no viene a cuento. Y la proporción entre los humanos y la cruz deja muchísimo que desear. Esto último podemos disculparlo porque la tabla fue mutilada hace siglos.

Pero cada vez que voy al Museo Thyssen dedico mucho tiempo a este cuadro, me proporciona sosiego y me da qué pensar. Precisamente porque no es bonito. Hoy, delante de la tabla, el 100% de los visitantes del museo se detenía escasamente dos segundos, pronunciaba la tan temida frase "¡Qué bonito!". Eso tras hacer cola para comprar la entrada, dejar los abrigos y dirigirse a la segunda planta andando, acarreando sus ideas enlatadas sobre arte. 

Afortunadamente - como ya he mencionado - no se detienen más de dos segundos delante del cuadro, mucho mejor, porque tanta sandez como dicen me ofende y me perturba. Algunos de ellos, especialmente los que no son creyentes, se mofan de forma vulgar sobre una manifestación del arte que son incapaces de comprender y que va mucho más allá de la mera manifestación de la crucifixión y la tortura de un judío en el siglo I.

Tenemos la increíble suerte, fruto del azar, de poder contemplar cuadros como esté en Madrid. Acto seguido una cascada de preguntas asaetean mi silencio ¿Cómo es posible que un cuadro pintado en el siglo XIV en Siena haya acabado aquí? ¿Qué peripecias ha vivido la obra? ¿Quién ordenó pintarlo? ¿Qué apariencia física tenía el propio Ugolino? ¿Era un hombre piadoso? Probablemente no. ¿Conoció a Giotto en Florencia? ¿Cómo era este último? ¿Existía rivalidad y envidia entre los artistas en el siglo XIV? Hay que recordar que Masaccio fue envenenado unos cien años después de que se pintase esta tabla, presuntamente por envidiosos de su virtuosismo. 

Me gustaría poder comparar este cuadro con cualquiera de los que se estuvieran pintando en Bizancio sobre la misma temática en esa época, faltaban más de cien años para la Caída de Constantinopla. ¿Había intercambio de artistas entre los dos 'mundos' cristianos? Nos han enseñado tan poco sobre el arte bizantino que no puedo dejar de sentir algo de desconsuelo, avivado por los gritos de los visitantes del museo y su frase... Qué bonito!"

Miro con desprecio a todos los idiotas que me rodean, no puedo evitarlo. No son capaces de callar ni delante de un cuadro como este, no son capaces de pensar en nada de forma autónoma. ¿Cómo es posible? Me cuesta muchísimo abstraerme del ruido de fondo que me acompaña toda la visita. ¿Qué aprovechamiento tendrá la IA, más allá de convertirnos en robots al servicio de desaprensivos? 

Un cuadro del siglo XIV me invita a reflexionar y a hacerme mil preguntas, una tabla de hace siete siglos, diminuta ante la inmensidad de la historia trascurrida desde entonces. El pintor, dotado de los escasos medios de la época, me abre un mundo de meditación y de paz. Pero como el objetivo de mi visita al museo es la inauguración de la exposición de Stephanie Comilang, abandono el nirvana y dirijo mis pasos al Salón de Actos, para profundizar más sobre el contenido de 'En busca de la vida'. La crítica que sigue es demoledora, por si alguien quiere dejar de leerme en este punto.


Este montaje, happening, ocurrencia… etc., de Stephany Comilang, consigue que el concepto 'bonito' se vea rodeado de una pátina de absurdez en la que ya da igual que chillen alrededor o aparezca el mismísimo arcángel San Gabriel en forma de ángelito de la guarda para sosegar los espíritus rebeldes, eco-feministas y en contra del genocidio español en América, ese que nunca existió, pero que parece ser – según la propia artista ha comprobado – y también la comisaria de la exposición, Chus Martínez, está en boca de toda la humanidad.

Stephany ha creado la primera parte de una proyección artística que hunde sus raíces en las migraciones humanas forzosas, en este grupo únicamente se incluyen las que se originan por órdenes de los malvados españoles y su Galeón de Manila. La propia artista explicó que se desplaza a los lugares donde tales hechos se producen para escuchar las voces – no es broma, que nadie tome esto a risa – que inspiran sus obras. En este caso, son las mariposas, insectos de los que confesó no saber nada, las que hacen de alter-ego de los pobres filipinos que aún siguen siendo maltratados por los españoles, imagino que en forma de langostas asesinas que comen bichos de todo tipo, porque españoles en Filipinas hay pocos y – desde luego – no maltratan a nadie en 2024.

Para dar forma a esta idea tan novedosa, y de la que habrá una segunda parte que – también lo confesó - aún no sabe cómo dar forma, se valió del ya mencionado Galeón de Manila, que abrió Asia al mundo, entre otras cosas, y que tuvo su origen en el descubrimiento por parte de Legazpi y Urdaneta de la ruta marítima que permitía ir de California a Filipinas, algo que supuso un antes y un después en la historia de la navegación, y del Palacio de Cristal del Retiro. Ambas cosas, las voces que escucha han debido chivárselo, están unidas. La explicación es un tanto compleja, parece ser que el Palacio se construyó con la sangre de los filipinos que perecieron en su construcción, semejante a los excesos de la colonización española en aquellas tierras. De nuevo intuyo que han debido ser las voces (en inglés) las que le han proporcionado esta información, porque no hay por donde cogerla, por más que uno se ponga a ello con la mejor voluntad. Los filipinos que le hablan en forma de mariposas migratorias hablan tagalo, por lo que ella – como abanderada de la denuncia de la injusticia hacia los filipinos – no ha debido enterarse bien, no sabe ni una palabra de tagalo, ni de ninguna de las 170 lenguas que se hablan en las islas. Por ahí deben ir los tiros, no debió ajustar bien el programa de traducción simultánea que le permite avanzar con sus creaciones y del que se valió – de nuevo confesado por ella misma – para incluir en la proyección gritos de desesperación en mandarín, tagalo y español. El inglés y japonés no se contemplan, debe ser que todas las atrocidades que cometieron los ejércitos americanos y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, que incluyen la destrucción (no quedó ni una piedra) de Manila, no merece gritos de desesperación y protesta alguno. Algo se me está escapando.

De las reflexiones contemplando a Ugolino di Nerio, paso a la perplejidad más absoluta ante el abismo de basura que define el arte conceptual que se exhibe en los museos. Como muestra, la cantidad de idioteces que dijeron en la presentación tanto por parte de la comisaria, como por la propia artista, y que sólo puede explicarse por el erróneo concepto de ambas sobre lo que es una mesa de debate, donde las personas que hablan - supuestamente - tienen ideas opuestas para poder generar una charla constructiva. En este caso específico las dos se retroalimentaban de una forma lamentable. Chus Martínez (la comisaria) no sabía ni quien era Urdaneta, y eso que recalcó varias veces que sus investigaciones sobre la historia de Filipinas le habían ocupado horas y horas de lectura. Cuando pronunció su nombre dijo 'ufegjjgng', tal cual, una especie de sonido gutural extraño, para ocultar su desconocimiento absoluto sobre tan ilustre personaje. 

Astutamente, hay que reconocerlo, y para dejar a los asistentes en un plano de inferioridad intelectual, dijo que iba a hablar en inglés y que, si alguien precisaba ayuda por esto, se lo dijera.... Mmmmmm, mmmmm.... Vamos a ver, si la charla se ofrecía con traducción simultánea. ¿A qué viene ese comentario tan absurdo producto de una mente trastornada por la modernidad? Las lecturas sobre Urdaneta, Legazpi y las mariposas han debido dejarla turulata. Nada de esto - repito - debe tomarse a broma, porque ocurrió tal cual. 

La transición de voz humana a mariposa, tampoco quedó muy clara. En el turno de preguntas, alguien pidió a Stephany que hablara sobre las mariposas, y de qué manera le habían inspirado... Demoledor comentario, no sabía nada de estos insectos, con escuchar las voces de los humanos sufrientes había tenido suficiente. Nuestra amiga Chus, tan posmoderna ella, tan inteligente, tan superior intelectualmente, comenzó a agitarse, cual niña pequeña pidiendo la palabra en clase: '¡yo lo sé, yo lo sé!"... También había ensanchado su pozo de saber - ya insondable - con la lectura sobre el comportamiento de estos lepidópteros. Vuelan siguiendo la ruta de unas corrientes de aire específicas, y cada color tiene que ver con un determinado momento climático... ¡Joder! Espero que para afirmar esto sólo haya acudido a Wikipedia, que lo describe ya en los primeros párrafos, porque si verdaderamente se ha leído un libro para decir esta obviedad, el asunto es más grave de lo que pensaba.

Me inclino a pensar que de Wikipedia no ha pasado, pero claro, como también se ofreció a ayudar con la traducción simultánea y nadie se levantó para decirle que no hacía falta, se fue creciendo en su superioridad intelectual y ya no había forma de parar su egolatría. El pobre Urdaneta siguió sin nombre, eso sí, como fue un religioso agustino inofensivo y con gran importancia estratégica, no debió captar su interés, pese al tiempo dedicado a investigar.

El tema de las voces, no obstante, tiene su interés. Según Chus, en Estados Unidos, los españoles somos conocidos entre los latinos que allí habitan como 'colonizers'. He estado decenas de veces en Norteamérica y era la primera vez que oía esto. Creo que, como se suelen comunicar con sufrientes de siglos pasados, las voces de los vivos no deben entenderlas bien. Las segundas generaciones de hispanoamericanos es posible - tras someterse al adoctrinamiento WASP - que lo piensen, pero desde luego los nacidos fuera de los Estados Unidos no dicen semejante estupidez. Chus, con su magno saber, no apreció este matiz tan evidente durante su estancia en Nueva York. También me sorprende que se pliegue a las ideas WASP, que es lo más trasnochado y anquilosado que hay. 

Tras su charla retroalimentada, la idea que flotaba en el aire es que el odio de los filipinos a España y viceversa es un hecho incontestable. Menos mal que echó por tierra tal sandez, afirmando que no nos conocíamos porque no nos habían dejado, y que cuando así había sido, nada de lo que ellas afirmaban era verdad. Me pregunto si Stephany sabrá quién fue Zóbel

Prefiero a Ugolino millones de veces antes que a estas iluminadas que venden ideas más que materia artística. Ideas que son imprescindibles para entender el montaje. Aun sabiendo que hay voces y mariposas de por medio, es complicado tener una noción aceptable de lo que tienes delante. La modernidad pone en nuestras manos medios infinitos para avanzar, un avance que nos obliga a someternos a un pensamiento fijo y desasosegante. Ugolino con sus pinceles y una tabla nos permite intuir que hay en otros planos de existencia, Stephany nos anuncia el mundo que se nos viene encima, el abismo que el niño con los ojos tapados no ve. Sólo queda esperar que el ángel de la guarda esté cerca y que sus alas no hayan sido manipuladas con Inteligencia Artificial.

Leed mucho y pensad por vosotros mismos.
M.

domingo, 21 de enero de 2024

Sigo con la sociopatía. Creo que ya no tiene remedio.

Algunas de las estrategias de outsider que últimamente practico como sistema de trascendencia individual, consisten en reírme sin reparos de cada uno de los seres humanos que me rodean. Es divertidísimo. Al pasarme la vida en museos, viendo retablos medievales, con vírgenes de caras imposibles y Jesusitos medio lelos y asexuados, he perdido el sentido de la realidad de forma alarmante. Me importa un pito todo, tal cual.

Sólo soy feliz cuando estoy rodeada de cuadros con santitos, sus caras son como imanes que me atraen. Las conversaciones sobre hijos adolescentes rebeldes, atascos en las radiales de Madrid y discusiones sobre cómo mejorar los procesos de atención al cliente, me resultan soporíferos. Es tal el aburrimiento que me causan que he pasado al nivel superior de sociopatía, el de 'no' asimilación, oigo todo como un ruido de fondo sin repercusión alguna para mi organismo.

Si alguien me preguntase cómo he logrado que todo me resbale de una forma tan clamorosa, no podría darle respuesta. Ha sido un proceso de meditación e introspección que ha durado años y que me ha costado muchas lágrimas y sinsabores. 

Ahora mismo, y como parte de un proceso ascendente, me encuentro dando forma a la autoinmunidad total, trasladando esta actitud no sólo a los seres humanos que me rodean, sino a toda la humanidad, momento en el que me convertiré oficialmente una sociópata de manual. Viviré en una nube de gozo y autocomplacencia, todo lo haré bien siguiendo los criterios que me habré impuesto a mí misma.

No estoy loca, ni ingresada en un psiquiátrico, aunque el lugar donde trabajo debe asemejarse bastante. El cacareo improductivo es la seña de identidad de una empresa que aboga por el ecologismo, la realización personal, la innovación y el compromiso hacia los demás, todo una basura asquerosa, además de una mentira repugnante.

Por eso de vez en cuando tengo que airearme, salir de Madrid y pasear por otras ciudades inventando identidades y situaciones que me ayuden a sobrellevar tanta imbecilidad. Mi última escapada ha sido Londres.

Pese a que últimamente estoy un poco distanciada/desencantada del mundo anglosajón, debo confesar que hay algo que me resulta fascinante de esta ciudad, algo que - por ejemplo - no siento cuando visito París o Nueva York,  por citar dos ejemplos. La capital del Reino Unido me provoca ensoñaciones de vestidos largos, caballeros educados y cultos y, por encima de todo, de crímenes resueltos por detectives fascinantes. Por eso en este viaje, por segunda vez, y sabiendo perfectamente quién es el asesino, he vuelto a ver 'La Ratonera' de Agatha Christie. ¡Ay dios mío! ¡Qué maravilla! Mientras los actores hablaban sobre el escenario, me imaginaba a mi misma vestida con una falda de lana a cuadros, un sombrero de fieltro y medias de color carne. Nadie como los británicos para dar forma a escenarios de misterio, nadie como Agatha Christie... 


Toda fijación, sobre todo en lo que a lectura se refiere, tiene su origen en momentos de soledad, de introspección y de búsqueda de respuestas. Cuando yo era una niña de trece años caí bastante enferma y tuve que permanecer un año postrada en la cama. El mundo de entonces es incomparable al actual, con internet, series, juegos y, en definitiva, 
infinitas ventanas abiertas a cualquier escenario. Lo único que podía hacer entonces era permanecer tumbada medio dormida, ver la televisión (sólo dos canales) y leer/estudiar. Parte de mi carácter solitario nace de este periodo en el que me di cuenta, aun siendo una niña, que es perfectamente posible vivir sin cruzar palabra con nadie durante largas horas. 

Mi tía solía venir todas la mañanas - mis padres trabajaban - y me traía libros de todo tipo, pero sobre todo novelas de Agatha Christie. La primera que leí fue 'La señora McGuinty ha muerto', la segunda, 'Se anuncia un asesinato'. Todavía me acuerdo. No hace falta decir que desde entonces hasta ahora, este tipo de literatura me ha servido para dar forma a mis ideas y me ha ayudado a resolver mis propios misterios. Creedme cuando digo que los patrones de comportamiento de los personajes de estas novelas son asombrosamente reales y ayudan a anticipar acontecimientos en las situaciones más sorprendentes.

De entrada, los dos protagonistas principales de las novelas - Hércules Poirot y Miss Marple - son sociópatas de manual, de otra forma no podrían observar con tanta atención lo que sucede alrededor y llegar a conclusiones tan asombrosas.  Otra de sus características es que son capaces de aislar los hechos claves de resto de diálogos y fechorías que -  aunque escandalosas - no sirven para desembrollar la trama. Pensemos en el mundo real, los malos están agazapados pergeñando planes para engañar a aquellos que sólo escucharán de manera superficial los discursos - ya de por si vacuos - preparados expresamente para ellos. 

Volvamos a las novelas, aparece un muerto, nadie está cerca en el momento del crimen y, si alguien pasa por allí, se ve esposado y condenado a la horca (en la época en la que escribía Agatha Christie aun se aplicaba la pena de muerte en el Reino Unido). El comisario encargado del caso es el ciudadano común, el funcionario ramplón que abunda desgraciadamente en todos los países donde la carga de impuestos es intolerable. A este policía le importa un bledo que el/la esposado/a sea el/la verdadero/a culpable, cuanto menos tenga que trabajar, mejor. Si el caso tiene repercusión mediática y él (no hay mujeres comisarias en ninguna de estas novelas) sale como el tipo inteligente que ha resuelto el crimen, mejor que mejor. Poco trabajo, gran rédito. La máxima de todo funcionario que se precie y - por extensión - de todo mediocre.

Al rescate del encarcelado y carne de horca, aparecen Poirot o Miss Marple. Me centraré en estos dos personajes, aunque hay otros más que - por no complicar la trama - dejaré aparcados. Poirot es claramente sociópata por voluntad propia, policía belga en el pasado, vive en Londres de forma holgada gracias a los honorarios que obtiene resolviendo asesinatos y otros misterios. No se sabe mucho de su vida anterior, pero está claro que disfruta estando solo, cocinando, leyendo o inventando juegos y suposiciones que le ayudan a resolver los casos. 

Miss Marple, por el contrario, es sociópata por circunstancias ajenas a su voluntad. Aparentemente tuvo un novio que murió en la Primera Guerra Mundial, resueltas de lo cual acaba siendo una solterona con muchos amigos, pero que siempre está sola. Eso sí, como observadora no tiene rival en la humanidad.

Otra moraleja, aquellos que no se dejan notar, son la clave de todo progreso. 

Cuando Arthur Conan Doyle dio forma al personaje de Sherlock Holmes (otro sociópata) encontró que la concepción del mundo de Aristóteles era la más adecuada para llegar a conclusiones 'elementales' sólo para él. De lo general a lo particular, del pantano de ideas, a la verdad. Umberto Eco se basó en esta idea y en las novelas de Sherlock Holmes para crear a Guillermo de Baskerville, el apellido de este fraile franciscano fue tomado del título de la novela 'El sabueso de Baskerville'.

A la hora de resolver los casos, Poirot sí se parece algo a Holmes, Marple definitivamente, no. En este momento me surge la pregunta - elemental por otra parte - de si detectives como estos tendrían cabida en un mundo como el nuestro. Empiezo a pensar que no. Es fácil aislar los acontecimientos importantes con cuatro periódicos, algunos libros y comentarios de aquí y de allá. Ahora, la cantidad de información que generamos - basura en un 99% - es tan brutal, que no los veo capaces de resolver nada, por otra parte - gracias a Dios - no existe la pena de muerte en Europa y los asesinos, por horribles que sean sus crímenes, a los pocos años están en la calle con una pensión del Estado, con ansias de venganza. ¿Quién va a querer resolver crímenes con estas premisas? Nadie, ni el más desinteresado e intrépido de los hombres.

Por otro lado, y volviendo a Londres, la ciudad que dibujaron Christie y Doyle tampoco existe ya. Nadie vive en el centro de la ciudad, los pisos son tan caros, y el nivel de vida tan exuberante, que sólo cuatro privilegiados pueden optar a una de esas casitas bajas tan monas, con entrada de servicio independiente. Y precisamente los que las habitan tienen poco/nada de ingleses, no llevan faldas de tweed, ni juegan al bridge. Pasean coches de lujo pintados de color plata y son todo menos refinados gentleman ingleses que leen el periódico en su club. 

El resto de personas que pululan por las calles de Londres son seres de diferentes tribus urbanas, ruidosos y comilones que no saben ni de dónde vienen, ni a dónde van. Hablan un inglés penoso y - desde luego - no valdrían ni para actores de quinta en cualquiera de las representaciones o películas de las novelas de Agatha Christie.

Otro tema que hubiera sido tremendamente perturbador para Agatha es el de los extranjeros. Para esta respetable señora, no puedo estar más en desacuerdo, toda persona que no fuera inglesa era ya - sólo por existir - sospechosa de todo punto. Los habitantes del sur de Europa le caían especialmente mal. En 2024 no habría sabido ni cómo abordar el argumento de sus novelas. Los viajes, los yates, las aventuras en las que los ingleses relucían como el oro, han pasado de ser un lujo al alcance de muy pocos, a algo que cualquiera se puede permitir. No sé si esto es bueno al 100%, visitando en el Museo Británico alguno de los tesoros que el marido de Agatha robó en Iraq, me di cuenta que otro de los horrores que ha traído el progreso, es la aglomeración de seres anodinos en los museos (de este tema también he hablado aquí).

Nada queda tampoco de aquel mundo en el que los ingleses observaban desde su isla cómo sus enemigos se suicidaban irremisiblemente, convirtiéndose ellos en los amos del mundo. Ahora su familia real es una especie de collage extraño, y su relación con Europa distante y destructiva para ellos. No sé si esto último se deja sentir en Londres, pero en cierta forma hay algo de 'ajeno' en todo lo que se vive allí. La ciudad tiene algo de caduco, se impulsa con una modernidad autocomplaciente y poco real. La ropa de Margaret Thatcher hizo más por la imagen inglesa, que los trajes de Zara que luce Kate Middleton

A estas conclusiones sólo se llega siendo sociópata, paseando por las calles de Londres y viendo 'La Ratonera'. Algo que os recomiendo. 

El viaje a Londres me ha inspirado más escritos... 
Continuará.
Leed mucho.
M.

domingo, 31 de diciembre de 2023

El año 2023 termina, bueno... ¡Adiós!

El año 2023 se despide, adiós. Creo que ha pasado sin pena ni gloria en lo que se refiere a hitos humanos. Al no haber Covid - en marzo dieron por concluida la pandemia, aunque seguía y sigue habiendo enfermos - los científicos se han relajado, no había que producir una vacuna en tiempo récord, y los hombres - como animales que somos - sólo nos activamos cuando tenemos la espada de Damocles sobres nuestras frágiles cabecitas. 

Damocles, un personaje inventado con objetivos moralizantes alrededor del siglo  IV aC., me trae a la memoria a mi aburrido profesor de filosofía de COU, un ex-sacerdote que repetía con monótona cadencia las ideas de Platón y Aristóteles sin ningún tipo de entusiasmo ni convicción, pero que - de vez en cuando - nos abría los ojos ante la realidad más evidente, imagino que como parte de su mentalidad de orientador de fieles. Un día, tras afirmar de forma categórica que cada parte de nuestro 'mundo de las ideas' está configurado con el esquema mental de estos dos filósofos griegos, nos hizo notar que nada de esto hubiera sido posible sin la existencia de esclavos. Para que hubiera hombres que se dedicasen a pensar, tenía - necesariamente - que haber guerras espantosas que permitiesen la captura de esclavos que trabajasen.

Pensaréis, ¿Qué tiene que ver esto con el final del año 2023? Pues todo queridos lectores. Veinticuatro siglos han pasado desde la invención de la historia de Damocles y la espada que pendía sobre su cabeza, dos mil cuatrocientos años de guerras, de destrucción, de esclavitud en todas sus formas, pero sobre todo de ceguera. No puedo entender cómo señales obvias y terroríficas se ignoran de forma sistemática disfrazando nuestro ideario de frases sin sentido, dando a entender que el hombre se encamina hacia el paraíso de las ideas (las de Platón o sabe dios las de quien), del buenismo y el progreso libertador. Hace veinticuatro siglos tal vez fueran más bárbaros, pero no eran tan hipócritas.

Busto de Platón.
Museos Capitolinos (Roma)

Estaba leyendo un libro sobre la historia del cristianismo de Paul Johnson y,  mientras reflexionaba sobre cómo se gestó la Iglesia durante los cuatro primeros siglos de su existencia y sobre la figura de Agustín de Hipona, me ha venido a la cabeza la historia de la esclavitud y de Platón, y de que cualquier tiempo pasado fue mejor/peor/igual. Por eso despedir el 2023 no me genera ningún sentimiento de tristeza, excepto el vértigo de ver pasar el tiempo.

Dado que este no es un espacio de análisis político ni estratégico (¡Dios me libre!) usaré los acontecimientos vividos en este año que acaba simplemente como punto de partida para desarrollar mis ideas.

Como queda más que patente en todo lo que he ido escribiendo este año, me espanta el cientifismo y la economía. Pero, por encima de todo, me asquean sobremanera las frases huecas e hipócritas que guían nuestros pasos. Todo este coctel molotov de cientifismo dirigido por élites de incultos es - para  mí - muy inquietante. Pensemos en aquellos que desarrollan estrategias para masacrar a inocentes en las decenas de guerras que hay esparcidas por el mundo. Puedo imaginarlos dibujando flechas sobre mapas y manteniendo sesudas reuniones de alto nivel, detallando con frialdad cómo se acercarán a su objetivo dejando un rastro de miseria y horror, en el que el anonimato de los inocentes tapará el remordimiento y la vergüenza. Esas personas, sin duda, creen estar trabajando por el progreso de la humanidad.

Parte de ese ideario de estupidez lo conforma el gregarismo al que vamos abocados sin remisión. El 2023 ha sido un ejemplo impagable de este preocupante fenómeno. No somos capaces de entretenernos solitos, necesitamos constantemente un plan orquestado por otros para 'quemar el tiempo'. Pondré un ejemplo personal. Con el objetivo de crear un ambiente más acogedor y moderno, la empresa donde trabajo ha acometido una reforma integral en sus instalaciones, creando un espacio que pretende dar apariencia de coleguismo y modernidad que - la verdad - han conseguido. Una de las novedades implantadas es que ningún empleado tiene sitio fijo, puedes llegar y sentarte donde te apetezca. Previo paso por una reluciente máquina de café de Starbucks, te sientes protagonista de una serie de Netflix, se incluye el portátil de última generación. 

Huelga decir que el 99,99% de la plantilla sigue trabajando en la misma zona que ocupaba antes de la reforma, y se sienta con las mismas personas. Excepto yo, de ahí que no se llegue al 100% de empleados gregarios. Eso sí, ejercer de sociópata me ha traído en este 2023 terribles sinsabores que no voy a relatar por no echar más sal en la herida, ya de por sí muy infectada por la desafección al gulag empresarial. 

Por lo tanto otra de las enseñanzas de este año que acaba, el gregarismo sectario acabará con nosotros. La saña con la que se lucha contra el sociópata es la prueba de ello.

Siempre acabo mis escritos con 'Leed mucho', para mí como persona poco dada a cultivar el mencionado sectarismo, un ser humano se con construye leyendo, viajando y observando de forma tranquila y no invasiva. Por ello, conceder protagonismo y generar polémica tomando como base un campeonato de fútbol femenino, dando pábulo a unas mujeres tatuadas, incultas y mercenarias me genera desazón y - por encima de todo - desconcierto.

En mi mundo de libros y museos, donde las mujeres aparecen retratadas desde hace siglos con preciosos vestidos de princesas, la vulgaridad del fútbol y la lucha que proclama, no exenta de violencia y xenofobia, me desespera. A mi me gustaría que, cuando se hablase de feminismo, de la lucha que durante siglos hemos librado las mujeres, se mencionase a Teodora, a Juana I de Castilla o a Isabel Clara Eugenia, por citar a algunas de las mujeres que más admiro. Pero ésta, como otras, es una batalla que he perdido. Me he dado cuenta que no sólo la batalla, la guerra en su conjunto está más que ganada por los que creen que poner al frente de la trasmisión de las campanadas de Nochevieja a una futbolista ultrajada y a una cantante con serios problemas mentales (que ella misma ha reconocido) es un gran avance para el feminismo. Ninguna de las dos se ha leído un libro en su vida, añado.

El 2023 me ha servido para dejar de luchar en guerras que ya considero perdidas, por lo que me he vuelto más silenciosa y reservada al sentirme aislada en la mayoría de los foros y encuentros en los que tengo que tomar parte activa. He aprendido a decir lo que los demás quieren oír, y no lo que realmente pienso. Porque la verdad nos hace libres, pero de forma íntima. Soy una mezcla de pensadora y esclava. Tengo que trabajar duramente en algo en lo que no creo, consintiendo - desde la indefensión - que otros/as pronuncien discursos y creen un 'mundo de las ideas' que - al contrario del platoniano - nos destruirá, nos ocultará la verdad y no seremos más libres. 

Podría seguir, pero parar de escribir ahora es mi forma de dar paso a un nuevo año (bisiesto). Leed  mucho, viajad, visitad museos o cultivad cualquier cosa que sintáis que os hace libres.

Feliz año nuevo.
M.

lunes, 25 de diciembre de 2023

El otoño de...

Hay libros que pasan sin pena ni gloria, son flor de un día, una luz efímera confundida entre las palabras escritas a lo largo de miles de años. Irene Vallejo narra, en su ensayo 'El Infinito en un junco', los parlamentos habidos entre eruditos cuando se plantearon dejar huella de sus palabras en soportes que pervivieran en el tiempo, sus dudas sobre la relajación de la memoria al poder recurrir a los textos escritos. Desde entonces, en cientos de soportes, tras millones de historias y acontecimientos, la palabra escrita nos ha dado la llave de la libertad, pero también nos ha hecho esclavos.


Piedra de Rosetta.
196 aC.
Museo Británico (Londres)

¿Dónde está la verdad? ¿Cómo podemos comenzar a buscarla? Preguntas chusqueras y manidas que no tienen respuesta. No hay verdad porque nunca hemos querido verla, ni buscarla. Nos engañamos a nosotros mismos con el objetivo de alejarnos de la realidad que a cada uno - de forma individual - nos toca vivir. Juzgamos con ligereza las acciones de nuestros antepasados sin darnos cuenta de que - con sus medios y a su manera - actuaban exactamente igual que nosotros.

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Las guerras, que siempre han existido y existirán, son una prueba de lo que digo. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI con todos los medios que poseemos a nuestro alcance sigamos luchando por un trozo de tierra, por el poder y la gloria de otros? Ideas de supremacía, de búsqueda de una realidad inalcanzable siguen ocupando nuestros desvelos. ¿Cómo es posible que la brecha abierta entre la utopía del bienestar humano y el clima de violencia que nos rodea sea cada vez más grande? Es posible porque hemos olvidado que tenemos una vena espiritual y estamos convencidos que la ciencia dará respuesta a todo.

Los hombres de ciencia sospechan algo sobre ese mundo, pero lo ignoran casi todo.
Los sabios interpretan los sueños, y los dioses se ríen.
H.P. Lovecraft

Cuando leo las noticias, todas perturbadoras, tengo la certeza de que vivimos el fin de una era, el comienzo de un mundo nuevo. Históricamente los cambios han venido precedidos por acontecimientos cataclísmicos e irreversibles. Ejemplos típicos son la Caída del Imperio Romano y la de Constantinopla. Hay muchos más, las dos Guerras Mundiales del siglo XX han sido puntos de inflexión muy traumáticos. Todos rezamos para que nuestro paso por este mundo trascurra sin sobresaltos, nos parece que esas personas que caminan con sus pertenencias sin rumbo tras ver sus hogares saltar por los aires son algo que sucede lejos y que en nada nos afecta. 

Toda civilización, momento histórico, acontecimiento, persona..., tiene un otoño, su canto de cisne, el momento en el que brilla de forma intensa y - de repente - se desvanece. Barrido por el viento ('Gone with the wind') quedó el sur de los Estados Unidos tras la Guerra de Secesión, barrida quedó Europa tras enterrar en los Campos de Flandes a generaciones enteras de jóvenes tras la Primera Guerra Mundial. ¿Cómo se deshará de nosotros la historia? Tengo curiosidad y miedo al mismo tiempo. Porque nuestro declive se puede sentir sin hacer mucho esfuerzo perceptivo.

Solemos anteponer la palabra 'otoño' a todo aquello que se marchita, y - es curioso - porque la mayoría de mis recuerdos, los felices y los tristes, asociados a mi niñez trascurren en otoño o invierno. Quizás sea consecuencia de la acumulación de años a mis espaldas, o porque leo demasiado y comienzo a deformar la realidad tangible. 

Como apunta Irene Vallejo, el título del libro - sin que nos demos cuenta - es el alma misma de la historia que cuenta. Al incluir la palabra 'Otoño' en su ensayo sobre la Edad Media, Johan Huizinga construyó una visión sobre la extravagancia de la Corte de Borgoña, su lujo y su mecenazgo de las artes iluminó una Europa que daba paso al Renacimiento. Tras poner en valor muchas de las ideas que movían las voluntades de sus protagonistas - los Duques de Borgoña - su mundo fue barrido por el viento dando paso a la Edad Moderna, más avanzada pero menos deslumbrante.

Mengs afirmó que Velázquez pintaba sólo con la voluntad. No necesitaba más para sentarse delante de un lienzo, porque el resto venía solo. Felipe IV quizás intuía - como los Duques de Borgoña en el siglo XV - que estaba viviendo ese esplendor que precede a la extinción de una época,  ese otoño deslumbrante que conduce a una decadencia larga que deja muchos daños colaterales. 

Lo que cabe preguntarse llegados a este punto, es qué imperio es el que está cayendo,  porque por mucho que nos disguste la idea, en cada momento de la historia hay un poder hegemónico y su caída conduce a siglos de incertidumbre. Ahora mismo ese poder se encuentra en Estados Unidos y el mundo protestante de habla inglesa, ellos son el colchón intelectual en el que descansamos. Bien es cierto que la globalización difumina fronteras, pero el motor del mundo es ese y éste será el que caiga y con él, todos nosotros siguiendo una secuencia lógica e innegable, lo que se conoce como efecto dominó.

Si hay repuesto, la caída de un imperio no plantea más problema que los ajustes del cambio. Lo terrorífico es que no hay repuesto. Estados Unidos, su evidente decadencia que se siente en Europa, deslumbra - como antes lo hicieron otros - proyectando sin saberlo su particular declive. En su caso es una mezcla de muchas variables que explotarán dejando una honda expansiva terrible. Ética calvinista del trabajo sin alma, anulación de la espiritualidad humana, cultura del espectáculo sin sustrato alguno, exaltación de ideas tópicas que no tienen fundamento pero si agarraderas para que el ciudadano medio crea tener algo de cultura. 

Hay miles de ejemplos de lo que digo, podría citar dos muy extremos, uno es la gala del MET de 2018, donde los invitados (muchos católicos, imagino) tuvieron que inspirarse para elegir su vestuario en esta sugerente frase: 'Heavenly Bodies: Fashion and the Catholic Imagination'. De ahí a ver a seres esperpénticos vestidos de monjas o curas lascivos hay un paso. No hablaré de la Leyenda Negra, lo que me preocupa es que el reclamo del que se vale uno de los museos más importantes del mundo es la imagen de cuatro payasos vestidos de forma estrafalaria, con grandes lagunas intelectuales, la mayoría beodos funcionales y con serios problemas de adicciones a todo tipo de sustancias.

Lana del Rey en la Gala MET-2018

El siguiente interrogante es qué tipo de visitantes desea atraer el Metropolitan de Nueva York (MET), desde luego los interesados en arte barroco - por ejemplo - no están en este grupo de potenciales, tampoco los que se paran durante horas delante del Tríptico de Mérode, analizando el simbolismo de una obra llena de espiritualidad y trascendencia, porque esta idea está tan adulterada que realmente, si alguno de estos espantajos se pusiera delante del cuadro, no sabría ni por donde empezar. Los dueños del mundo, prefieren que el MET sea conocido por este tipo de bailes, que su cultura tenga como referencia a drogadictos tarados y no a estudiosos del arte o de cualquier disciplina. No deja de ser verdad que en la Corte Borgoñona del siglo XV, la idea era la misma, deslumbrar para tapar vergüenzas, pero sobre ese otoño de decadencia aun reposan nuestros ojos, sobre las galas del MET, dentro de 500 años no reposará mas que la losa del olvido.

Tríptico de la anunciación ("Tríptico de Mérode")
64,5 cm × 117 cm - h. 1425-30
Museo Metropolitan (Nueva York)

La caída del Imperio protestante de la ética del trabajo inspirado por Calvino, repito, acarreará consecuencias imprevisibles de las que espero no ser testigo, porque la inexistencia de repuesto generará una verdadera honda expansiva de atrocidades sin fin. 

Sobre esto he meditado y medito mucho. Tras visitar Florencia hace unas semanas, la ciudad más bonita del mundo, venía a mi memoria la sensación que me causó ver su catedral la primera vez que fui, llegar a la plaza, ver las puertas del Baptisterio de Ghiberti, la cúpula de la Catedral, el conjunto de obras de arte que se custodian en la ciudad. No es un tópico, pero nada volvió a ser igual. Cuando visito otras ciudades, incluida Nueva York, me entusiasmo, pero no me conmuevo. Porque esto último sólo se logra a base de espiritualidad, de desprenderse de utilitarismo protestante, de ceder protagonismo al alma y a los sentimientos. Italia dio forma al ser humano de la modernidad. No niego que Venecia, Florencia y Génova fueran ciudades beligerantes, siempre metidas en guerras y pendencias, que obtuvieron su riqueza del comercio, pero eran conscientes de la trascendencia y su impronta en los siglos por venir. ¿Estados Unidos sabe que dejar de lado esta faceta humana es un error terrible?

Soy consciente que tales ideas generan risa a esta sociedad cuyos cimientos sólo descansan sobre la solución inmediata que proporciona nuestro avance científico. Pero estos logros, estas ideas intangibles han dejado una huella y dan de comer - aun hoy - a mi millones de personas. Egipto vive de las pirámides, Madrid de la colección de pintura de Felipe IV y todos vivimos de Florencia. ¿Interesará la gala del MET dentro de 500 años? Sinceramente lo dudo, no creo ni que haya testimonio de su existencia.

"Todos somos peregrinos que buscan Italia"
Viaje a Italia (1786-88)
J.W. Goethe.


Leed mucho y viajad a Italia un par de veces al año.
M.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

El paraíso nórdico...

Mediados de octubre, momento perfecto para una escapada (término muy de moda) al norte de Europa. El paraíso nórdico, donde todo es ecológico, civilizado, armonioso, feliz... No hay fisura alguna en esta sociedad en la que sus habitantes gozan de una alta renta per cápita y sus reyes - en consecuencia - organizan fiestas ostentosas, como si estuviésemos en la Edad Media. Los protagonistas tienen cara de borrachos y beodos, pero como son los abanderados de la civilización occidental, se les perdona.

¡Da gusto ser sueco, danés o noruego! Lástima que su idioma sea una especie de aullido gutural y que carezca de proyección alguna. Todos hablan inglés, menos mal.

El destino soñado para esta escapada otoñal ha sido Copenhague, capital del diminuto estado de Dinamarca, ciudad de cuento de hadas, con casitas bajas y de colores, cero delincuencia (o eso dicen) y llena de iglesias luteranas sin adornos, para presumir de austeridad. Adjetivos estos que no guardan relación con su monarquía, ni con su historia de vikingos saqueadores y asesinos. Pero como vivimos en un mundo de filtros donde nada es lo que parece, sumamos esto al resto de mentiras que creemos sin rechistar. 

No hay que dejarse engañar por este escenario de felicidad perpetua, todos escondemos polvo y miserias bajo la alfombra. Nuestro pecado (sur de Europa) es airear nuestros trapos sucios sin complejos, en el norte todo se disfraza de un artificio deslumbrante, acompañado de un montaje de marketing ilusorio, con un repertorio de slogans y atrezos de quinientos años de antigüedad. No podemos competir con ellos de forma alguna en lo que a mentir se refiere, de ahí nuestro complejo de inferioridad. 

Me propongo ahora desmontar todas sus mentiras desde este humilde púlpito. Allá vamos.

Aunque parezca increíble, hace mil quinientos años, cuando cayó el Imperio Romano de Occidente (476), el norte de Europa era un lugar inhóspito, habitado por salvajes que malvivían en zonas frías y pantanosas. Eran salvajes en estado puro, sin leyes, sin ciudades medianamente salubres y que subsistían a base del pillaje y la violencia sin control. Miles de años antes, en Sumeria, en Persia o Grecia ya se habían construido edificios notables, ciudades majestuosas y sistemas de gobierno que permitían una cierta estabilidad social. Nada de eso se vislumbraba en los mares del norte de Europa. De hecho ninguna civilización expansiva y colonizadora, como la propia Roma, se planteó nunca adentrarse en aquellas tierras en las que no había nada realmente aprovechable.

Daneses a punto de invadir Inglaterra
Miscelánea sobre la vida de San Edmundosiglo XII.
Fuente: Wikipedia (Vikingos)

Primera idea que debe quedarnos en la cabeza, ninguna civilización nórdica ha igualado al Imperio Romano. Debemos incluir en la lista de los que palidecen ante las gestas romanas al Reino Unido. La caída de Roma (476 dC), la de Constantinopla (1453) y finalmente la del Imperio Español en la Batalla de Trafalgar (1805), supusieron la estocada y enterramiento del Mediterráneo como centro de poder. El norte comenzó, con su despiadada ética calvinista del trabajo como guía, a dirigir nuestros designios con frialdad cuadriculada. Y esto, a la larga, nos liquidará y nos convertirá en máquinas sin sentimientos. O mejor dicho, en máquinas que reciclan lo que previamente han generado sin control con el único objetivo de ganar dinero y trabajar horas y horas en la pura deshumanización. Esto, queridos, es el mundo nórdico. Bienvenidos y a disfrutarlo mucho.

Otro de los mantras que ellos se repiten sin cesar, para tapar sus vergüenzas, es la barbarie del Imperio Español en América. Bueno, supongo que las barbaridades más atroces se empiezan a contar cuando los españoles cruzamos el Atlántico, antes, cuando los vikingos daneses sembraban de caos los mares del norte, no cuentan. ¿Dónde debemos poner la línea temporal que etiqueta a un pueblo como violento y sanguinario? ¿En qué hitos de la historia la violencia humana se considera como tal, y en cuáles es algo sin importancia, cosilla a no tener en cuenta? Porque los suecos, por ejemplo, durante la Guerra de los Treinta años, no dejaban títere con cabeza allá por donde pasaban. Los holandeses en Batavia (actual Yakarta) llevaron a cabo auténticas masacres, que les permitieron empezar de cero y crear la 'Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales'. Ya en épocas más actuales, Suecia y Noruega albergaban en su territorio a auténticos entusiastas de Hitler, esta última hasta tuvo un régimen colaboracionista que contó con cierto apoyo popular. Comento esto último porque no hay que olvidar las terribles imágenes de seres humanos eliminados de la faz de la tierra virtud de las ideas emanadas del luteranismo y del calvinismo más clasista y xenófobo.

Para apoyar esta última y rotunda afirmación, animo a mis lectores a que busquen algún texto, frase o palabra - por mínima que sea - escrita en la Europa católica del sur hasta el siglo XIX, que supure xenofobia y odio en estado puro, como las que se conservan de pensadores del norte de Europa. Aquí debo incluir a Alemania y sus sucesivas emanaciones panfletarias que condujeron al continente a dos guerras espantosas, cuyas consecuencias aun estamos pagando.

Voy a bajar el ritmo, porque me veo en alguna cárcel del paraíso nórdico, con platos y cubiertos de cartón, para no contaminar.

Os preguntaréis, es normal, de dónde procede gran parte de esta imagen civilizada y eficiente que tenemos de estos cuadriculados del norte, es muy obvio, de Hollywood. Sé que da risa, pero es la puritita verdad. La idea que proyecta el cine y las series es la siguiente: cada vez que aparece - por ejemplo - un vikingo es aguerrido y valiente, pero virtud de sus ideas cristianas previas a la Reforma, es oscuro, víctima de la ceguera y el oscurantismo propios de la Edad Media. En ideas no está muy avanzado. Una vez que vio la luz, tras la Reforma Protestante, ya es un producto perfecto de la raza humana. Que nosotros lo creamos, no es peligroso en absoluto, pero si ellos lo interiorizan - como ha sucedido - debe ser tenido en la más alta consideración, al convertirse en nazis y xenófobos en estado puro. Una máquina perfecta engrasada - como ya he dicho - por las ideas calvinistas que anteponen el trabajo al espíritu, esas ideas que nos hacen creer que las máquinas - carentes de conciencia y sentimientos - solucionarán todos los retos habidos y por haber. Da un poco de miedo lo que está por venir, porque les hemos cedido el timón, y - de momento - no tiene vuelta atrás.

La verdad innegable es que estos pobres iluminados empezaron a enderezarse un poco cuando en el año 960 el rey Harald Blåtand Gormsson (más conocido como Bluetooth, y al que este sistema de enlace de dispositivos debe su nombrese convirtió al cristianismo y obligó a sus súbditos a hacer lo mismo. Tuvieron que seguir viviendo del pillaje, allí no había nada, pero al menos sus barrabasadas se atemperaron algo.

Con estas reflexiones previas, buen tiempo y ganas de contrastar estas ideas con la realidad, comenzó mi viaje a Dinamarca... ¡La tierra de los vikingos! Astutamente los daneses nos han hecho creer que todos los países nórdicos participaron de la orgía de violencia, pero no, los vikingos auténticos fueron ellos. Conste que a mí, como amante rendida de la Edad Media, me parecen dignos de estudio, hasta he asistido a algunas conferencias sobre ellos.

Primera situación sorprendente al llegar a Copenhague, control de pasaportes, aguerridos policías rubios imbuidos de xenofobia maltratan a los confiados latinos que creen que todo es baile, diversión y generosidad. 'Hay que poner freno a estos sureños que vienen a aprovecharse de nuestro nivel de vida', piensan. No pueden desprenderse de sus perjuicios, tanto amor a Calvino es lo que tiene. Una vez salvado este escollo, como la ciudad es pequeña y bien organizada, en dos segundos te encuentras disfrutando de sus calles vacías a las ocho de la tarde. Como los indigentes (que los hay) no pueden entrar en bares a beber, lo hacen en la calle, ofreciendo un espectáculo semejante al que ofrecen sus compatriotas en Benidorm, pero sin sol ni ruido. 

Pronto a dormir, sin olvidar solicitar - vía app - que limpien la habitación del hotel (carísimo, como todo allí) al día siguiente. Esta sandez es parte de una política de sostenibilidad que consiste en contratar a menos gente y tratarla peor. Somos esclavos de la naturaleza y el calentamiento global, mejor dicho, vivimos esclavizados por ideales que otros ponen en marcha y repiten como un mantra, convencidos que el hombre es un corcho en medio del mar y que se debe sacrificar para salvar a las anchoas. Mientras, los dueños de los conglomerados financieros viven a todo trapo. Esto me recuerda a las sectas, en las que el líder hace lo que le da la gana y los imbéciles que le siguen malviven y son sometidos a todo tipo de abusos en aras al advenimiento de un futuro ideal, lleno de pajaritos y mariposas que sobrevuelan. 

Pienso también en gente mayor incapaz de entrar en una app para pedir que limpien su cuarto, y que tiene que enfrentarse con un empleado que - de forma machaconamente cuadriculada - le dice que no puede hacer esa gestión desde su ordenador de pantalla de diseño. 

En el desayuno todo sigue la misma pauta, la comida - ofrecida en abundancia - se recicla, y en medio del comedor hay un contador de kilos de residuos comestibles ahorrados. ¿Quién pesa esa comida? ¿No tienen empleados para hacer las camas en los cuartos, pero sí para pesar comida tirada y/o aprovechada? Porque el dispositivo se va moviendo, y va ofreciendo cantidades en aumento. ¿Lo hacen con una tecnología semejante a la que usan los ricos para escaparse a otros planetas? Esto requiere un análisis que yo no puedo hacer, no soy persona de ciencia, pero es obvio que hay avances tecnológicos que no nos han contado, como que hay vida en otros planetas y que se habla de tú a tú con sus habitantes y de que existen unas básculas que pesan los residuos de forma virtual, mágica o sabe dios. Pero en el paraíso nórdico nada se discute, porque todo es posible.

Hay una gran ventaja, no obstante, y es que, como hasta bien entrado el siglo XVIII no pintaban nada, sus museos reflejan eso, el vacío de la nada. Lo cual en cierto modo es una bendición, no están masificados y puedes pasear por sus salas en silencio. Comparar la Galería Nacional de Arte de Dinamarca con el Prado o la National Gallery da risa. Pero bueno, el museo tiene su aquel. 

La reflexión que me viene a la cabeza es... ¿Por qué no hay masas de gente para admirar el Renacimiento o el Barroco danés, y sólo inspiran a la humanidad pesando residuos de comida o repitiendo que son ecológicos y responsables? ¿Por seguimos agolpándonos en los Museos Vaticanos para mirar al cielo y ver la majestuosidad de la Capilla Sixtina? ¿Tenemos que seguir mirando a Roma para buscar lo sublime que esconde el ser humano? Sí, porque la otra opción es convertirnos en máquinas que no piensan, escenario al que nos encaminamos a velocidad vertiginosa.

¡Bienvenidos al paraíso nórdico, la antorcha que guía a la humanidad!
Viajad y pensad por vosotros mismos.
M.

domingo, 10 de septiembre de 2023

Dando tumbos por museos...

De todos los lugares del mundo, uno de mis favoritos es - como ha quedado patente en este espacio - el Museo Nacional del Prado, en Madrid.

Que nadie entre en pánico, porque no voy a hablar del Museo ni de su colección. Para eso están los conservadores y eruditos en arte. Yo soy una pobre aficionada que se deja llevar más por sentimientos que por conocimientos. O - dicho de otra forma - justifico mis ideas mirando cuadros de una forma un tanto cogida por los pelos. Pero el arte, algo que hemos olvidado con tanto iluminado suelto, es eso, el encuentro con uno mismo bajo la alargada sombra de obras esbozadas hace cientos de años. Reivindico aquí el espiritualismo como forma para crecer, una vez más.

Ayer, en el Prado, guiada por mi instinto y mecida por la música de Boccherini, logré evadirme de tal forma, que llegué a creerme protagonista de la historia alto medieval castellana mientras observaba 'La Lamentación ante Cristo muerto',  del Maestro del Tríptico del Zarzoso. Huelga decir que era una princesa o noble, ser pobre nunca ha molado, ni entonces ni ahora. De ahí tanta guerra y desavenencia, para quedarse con los lucros y logros de otros, mientras una comparsa de imbéciles - los que pegan tiros y se dejan matar - creen formar parte de una gesta gloriosa.

Maestro del Tríptico del Zarzoso (1460)
Técnica mixta sobre tabla, 148 x 97 cm
Museo Nacional de Prado (Madrid)

Momentazo en el que el cuadro tira de mis neuronas y ya ni veo ni oigo nada alrededor. Tal fue mi abstracción, que el vigilante de sala me preguntó algo alarmado - nunca se sabe si el visitante tiene buenas intenciones o quiere pegarse para protestar porque los grillos se mueren de sed en Marte - qué veía en el cuadro. En un chispazo de inspiración le dije que estaba escribiendo un libro sobre los Reyes de la Casa Trastámara. Una trola como una montaña, pero que lo dejó gratamente asombrado e inflado de orgullo por hablar con una especialista (falsa, pero él no lo sabía) en esta estirpe real que goza de todas mis simpatías y a la se ha ignorado en la Galería de la Colecciones Reales

Sin ánimo alguno de protagonismo, afirmo que hice una labor social inmensa contando esta mentira. Raudo y veloz corrió a comentárselo a otra compañera que andaba por allí, y ambos me miraron con arrobo y admiración. Juro que si alguna vez escribo el libro - por ahora lo veo difícil, por no decir imposible - pienso dedicárselo. Son unos héroes, aguantan con paciencia la mala educación de turistas disfrazados de Capitán Cook empeñados en hacerse fotos con su móvil, lo que les obliga a gritar constantemente la frase 'no foto', preguntándose - como me pregunto yo - para qué querrán esos engendros fotográficos, cuando pueden descargarse cómodamente las imágenes en la web del Museo. Por eso, mi disfraz de erudita en historia debió brindarles un momento de desahogo y subidón tras lidiar hora tras hora contra tanto beodo suelto como hay.

Lo de mentir e inventar un alter ego me está dando muchísimas alegrías. Ayer no fue la primera vez en la que - con toda naturalidad - inventaba una profesión sobre la marcha. El éxito - al igual que sucede con los disfraces de Mortadelo - está en lo inverosímil de la invención, de ahí que nadie dude. Hace unas semanas, en Berlín, en la exposición sobre Hugo Van de Goes de la Gemäldegalerie, tuve que improvisar otra profesión. Enseñé - con el único objetivo de entrar gratis - mi carnet de amigo de Museo del Prado. Muy interesados me preguntaron qué acreditaba ese carnet y - sin inmutarme ni pestañear un segundo - les dije que estaba haciendo un estudio sobre la influencia de la Pintura Flamenca en España. Enseguida pusieron todo su empeño y diligencia no sólo para dejarme entrar sin pagar, sino también para hacer mi estancia lo más agradable posible.

El único inconveniente de estas mientes es que - como constatas una fe ciega en los engañados - llegas a creerte realmente lo que no eres ni de lejos, y tomar contacto con la realidad es durísimo. Tanto que, al entrar y toparme con el 'Retablo de Monforte', no podía para de llorar. Los Trastámara tendrán que esperar, y los Primitivos Flamencos, también. 

La justificación de mis mientes es el interés que pongo en estos temas. Ya en la misma cafetería de la Gemäldegalerie, comencé a buscar información sobre la exposición. ¡Chasco! Nada había, podéis comprobarlo. Un vídeo que dura 45 segundos y que tiene dos comentarios. Alemania es rica, poderosa, el motor de Europa, el hada madrina que con sus alitas de hierro nos dicta qué hacer en cada coyuntura. Pero sólo dedica unos segundos a Hugo van der Goes. Sé que el 99,99% de la población mundial no está de acuerdo conmigo, de ahí mi complejo de outsider, pero a mi esto me da qué pensar, muchísimo.

Ortega y Gasset en su libro 'La España invertebrada' (1921) afirmaba que los españoles íbamos a la cola de Europa porque los godos que llegaron a la Península durante las Invasiones Bárbaras del siglo V dC, eran medio lelos y llegaron aquí ya sin fuelle alguno. Los buenos e inteligentes - según Ortega - se habían quedado en los países del norte, que eran una auténtica charca infame por aquel entonces. Porque la riqueza de Europa estaba en los puertos del Mediterráneo, eso no debía saberlo, o lo ignoró sabe dios con qué fines, porque las élites españolas casi nunca han perseguido el bien común. Pero no sólo él se lo creyó, también el resto de los españoles y - qué duda cabe - nuestros vecinos europeos. Bueno, ellos ya lo tenían interiorizado desde hace tiempo.

Ni aun viendo vídeos sobre el nazismo, nos convencemos que algunas cosas se hacen mejor aquí. Una cosa sí que debo reconocerles, son extremadamente confiados. Para ellos mentir es un pecado mortal de necesidad, también tergiversar las cosas y razonar de forma poco clara. De ahí ese tópico que les encasilla como 'cuadriculados'.

Pero sigamos con el arte, la semana pasada recurrí también a la mentira para colarme en otro museo (el MoMA de Nueva York). La última vez que estuve en Estados Unidos, otoño 2019, pude acceder gratis algunas tardes a la semana gracias al patrocinio de una empresa de ropa japonesa. No me importa pagar para ver cuadros de Rubens, pero sí para ver basura conceptual moderna, que es lo que enseñan en esta tipología de museos. Siento como si me robaran cuando - al acceder a las salas - me encuentro con alambres, pantalones vaqueros pintados, botellas de plástico encima de montañitas de arena, etc... Soy consciente de que los artistas deben comer, pero como los criterios para considerar qué obras son las que deben estar expuestas son muy opacos a nivel global, prefiero no participar en este juego de la modernidad que me desagrada profundamente. 

Como decía, colarme en el MoMA era imprescindible para reconducir y dar forma a mis quebrantados principios, tras la visita a la exposición 'Gego: Measuring Infinity' en el Museo Guggenheim de Nueva York. Una basura tan esperpéntica que sólo me inspiró desasosiego. El museo, diseñado por Frank Lloyd Wright, una obra maestra de la arquitectura, se concibe como un espacio espiral desde arriba, en el que las salas mismas se integran es esa concepción limpia y geométrica del espacio. Sólo por disfrutar de esta obra maestra, me dije a mí misma, merece la pena pagar los 30 dólares de la entrada.

Museo Guggenheim (1071 5th Av. - Nueva York)

Estaba equivocada, porque algún conservador del museo tuvo a bien estropear tan fantástica perspectiva colgando unos alambres y otras infamias que - por lo que parece - son obras de arte. Ni con la mejor voluntad, y yo la tenía, eso puede considerarse algo más que basura pura y dura. La artista, una mujer judía nacida en Alemania en 1912 y nacionalizada venezolana (Gertrud Goldschmidt - Gego), desarrolló un conjunto de ideas sobre el movimiento (los alambres), cuya serie más famosa es 'Reticuláreas'. Reúne en su persona todo aquello que a los directores de museos de arte moderno del siglo XXI les entusiasma, mujer, judía escapada de los nazis, que habitó en un país considerado bananero para los neoyorquinos, esto último es fundamental para darle el toque de exotismo que toda exposición subvencionada requiere. 

Hubo un momento en el que estaba tan enfadada y desorientada, que me senté en un banco apartado del recorrido en espiral, en un recoveco escondido, con el fin de convencerme de que efectivamente Gego merece el lugar que la historia del arte le ha otorgado. Y entonces vi, tirados de cualquier forma, despojos de los alambres y otros materiales que no habían sabido cómo y dónde colocar. Tirados sin ninguna medida de seguridad que preservase este legado de valor incalculable. Podría haber cogido un trozo de tela, un plástico o un alambre para colgar los cuadros de mi casa y - cuando llegase alguna visita - comentarle con orgullo que el soporte de cobre o tela que sujeta el cuadro vale mucho más que toda mi casa junta. Idea turbadora y preocupante.

Sin lugar a duda tenía que ponerme otro de los disfraces de Mortadelo y colarme en el MoMA, corría el riesgo - si abonaba la entrada - de sufrir algún tipo de choque emocional, y a seis mil kilómetros de casa es mejor no tentar la suerte. Esta vez fue más complejo, me hice pasar por investigadora y estudiosa del arte residente en Nueva York. Lo sé, hay que tener mucha imaginación para inventar una miente tan elaborada. Pero - como ya he dicho antes - es tan inverosímil que nadie puede dudar de semejante disfraz. Entré en la web del museo, marqué que vivía en la ciudad, escribí una dirección (de un restaurante en Queens) e indiqué el departamento de la Universidad de Columbia para el que trabajaba, y voilà, la entrada enviada a mi correo electrónico. Tuve un momento de pavor, por si me pedían algún documento acreditativo al entrar, pero no fue el caso. 


Disfraces de Mortadelo


La vista del MoMA fue más tranquilizadora, aunque algo decepcionante. La última vez (en 2019) que paseé por sus abarrotadas salas, pude al menos refrescar mis oxidados conocimientos sobre las Vanguardias del siglo XX, y todos los movimientos artísticos que revolucionaron el arte para orientarlo hacia una nueva concepción en la que el artista imprimía su percepción de lo que le rodeaba, lo tangible y lo espiritual, mezclando estilos y materiales, rompiendo perspectivas y dejando vía libre - al margen del academicismo - a nuevos artistas por nacer. Picasso, Kirchner, Chagall o Monet me entusiasman, me hacen confiar en que el ser humano aun alberga la posibilidad de crecer como una suma de vivencias y experiencias dignas de ser contadas y compartidas, por muy tormentosas que sean.

Pablo Picasso (1907)
Óleo sobre lienzo 243,9 x 233,7 cms.
Museo de Arte Moderno (MoMA) Nueva York

Pero todo era un espejismo, en un momento dado choqué con la realidad del momento presente, porque - tras abandonar el academicismo - hemos aceptado otra forma de tutelaje artístico, la del Estado, la de la cultura de masas regida por un estricto guion del que no conviene desviarse ni un milímetro. El MoMA, pese al poder económico y cultural de Estados Unidos no podía ser una excepción y ha terminado por sucumbir, reorganizó el museo en verano de 2020. Transformando la espiritualidad del arte en un parque de atracciones de colorines donde ir a pasar los fines de semana, incluyendo conciertos y bailes (todos de países exóticos) en su patio central, con el objetivo de llenar las conversaciones de café durante la semana laboral.

Cuadros de Kandinsky, por ejemplo, han desaparecido en su gran mayoría. Joan Miró (que me espanta, debo admitir) ha sido relegado a una esquina, Dalí tampoco es que reluzca mucho. Para evitar hacer una lista del 'Salón de los Rechazados', baste decir que el MoMA posee la que es sin duda la colección más importante de las vanguardias de todo el siglo XX. ¿Por qué los 'esconden'? ¿Para enseñarnos a ser ecológicos? ¿Son los museos lugares para trascender con el arte o para el adoctrinamiento?

Y ayer, cuando me sumergí en la piedad y delicadeza de 'La Lamentación ante Cristo muerto', del Maestro del Tríptico del Zarzoso, encontré la solución a mis preguntas. El arte de hace quinientos años nos comunicaba con nuestro espíritu, y - en última instancia - con Dios. Nos aupaba hacia una trascendencia imperceptible pero real. Ahora, somos, sin embargo, nosotros mismos, nuestros problemas, nuestra interpretación de la realidad..., los que aparecemos en las obras de arte. El MoMA como muestra de una preocupante tendencia, nos muestra las miserias de las que somos capaces como una forma de adoctrinamiento a gran escala, y - sinceramente - no creo que sea bueno.

Leed mucho, viajad y pensad por vosotros mismos.
M.