sábado, 12 de enero de 2019

Museo del Prado. Un lugar en mi memoria... (I)

Iba pensando esta tarde, cuando regresaba a casa desde el Museo del Prado, cómo iba a enfocar esta entrada del blog, no sé cómo capturar en mi cabeza la idea para darle forma después. Es sencillo hablar de libros y de temas más o menos profundos que forman parte de tu vida durante instantes que pueden ser intensos, pero que a la larga son una página que olvidas. El Museo del Prado, por el contrario, forma parte del imaginario de mi vida, ha dado forma a mis lecturas, a mis paseos por Madrid, a mi itinerario vital, ha sido el germen de mis descubrimientos artísticos, me ha narrado la historia de España con pasión y sin palabras, ha calmado sinsabores y ha llenado horas y horas que - pasando como un suspiro - me han abrazado el alma. 

Todo esto es el Prado para mí, por eso me cuesta tanto contar algo que me acuna a cada instante y me llama a sus pasillos y a sus salas cada vez que el resto de lo que me rodea se convierte en irrespirable. Me siento delante de un cuadro, de los que yo he escogido a lo largo de decenas de visitas, y no necesito más, no oigo nada, sólo dejo que el cuadro y su historia entren en mis pensamientos para configurar mi propia obra vital.

Ahora que se cumplen 200 años desde que el museo abrió sus puertas, creo justificado rendirle mi propio homenaje.

Me gustaría empezar agradeciendo a los Habsburgo - algo que nadie ha hecho, por más artículos que leo - su afán coleccionista, sin ellos, sin los denostados (admirados por mí) Austrias españoles, el Museo jamás hubiera existido. Los cuadros más valiosos - no hablo de dinero - pertenecen a las colecciones reales que aportaron ellos. Felipe II era un enamorado de El Bosco, a él debemos cada uno de los cuadros suyos que se exhiben en Madrid. Nadie lo ha mencionado. Ni a Felipe IV, un verdadero y apasionado coleccionista, entendido en arte, protector y amigo de Velázquez, el que es sin duda y sin discusión el MEJOR (con mayúsculas) y más audaz artista de todos los tiempos. Un idiota incompetente, es decir, la imagen que nos han mostrado de Felipe IV, no hubiera protegido bajo sus alas a Velázquez. Esta es la razón por la que, cada vez que entro en el Museo, brindo mi particular respeto a ellos, a los padres del Museo. 

Por ello, la primera parada es el retrato de Felipe II de Sofonisba Anguissola, inclinación de cabeza y ¡GRACIAS! 


Por si alguien lo ha olvidado o no se lo han enseñado, España ayudó a configurar el mundo tal y como lo conocemos ahora, en el siglo XXI. El Prado es el reflejo de esa grandeza y también de nuestra caída, del brillo que proyectamos y del oprobio al que nos sometieron. Pero aquí, entre sus cuadros, quedó escrito todo y hay que aprender a leerlo. Os animo a ello, ya desde este momento. Yo ahora, como una humilde visitante que deambula cada semana por sus salas, os muestro una parte de esta historia, que hay que mimar y mirar con cariño, hay que aprenderla y razonarla. No estamos ante un conjunto de cuadros inconexos, ante obras de exaltación religiosa y fanática, ante historietas de guerras que quedan lejos. No, no. Tenemos que temblar al ver el cuadro de 'La Anunciación' de Fra Angélico, por su pureza y preciosismo. Admirar la obra de El Bosco sin pestañear, vislumbrando su genio y su imaginación desde el privilegiado palco que nos brinda el tiempo. Y tenemos que llorar al ver 'Los fusilamientos del tres de mayo' de Francisco de Goya, porque quien olvida a sus héroes se extingue en su ignorancia.

Comencemos a pasear por el Museo repasando la Historia de España. Los cuadros de los que hablaré a mi manera, aparecen en orden cronológico, puede que nos sean los mejores, pero sí los más significativos para mí.

Comenzamos en
la Sala Várez Fisa. Recomendable porque no suele haber mucha gente y puedes pasar horas sentado delante de una de las joyas del Museo, de la que hablé ya en este blog. 
'Virgen de Tobed con los donantes Enrique II de Castilla, su mujer, Juana Manuel, y dos de sus hijos, Juan y Juana' (1359-62) de Jaume Serra. 



Prestemos atención al momento, se comienza a gestar lo que será el semblante de la monarquía española en los siguientes lustros. Hasta ese momento, los reyes de la Península asumían un papel mediador entre señores feudales más o menos poderosos, con un objetivo, expulsar a los musulmanes de esta parte de Europa. El Rey siempre tenía que apoyarse en la nobleza y el clero. Era un protector de sus súbditos, no un tipo déspota que come pollo con las manos y que supura crueldad (tal y como se muestra en las películas de temática medieval). En esta época (mediados del siglo XIV) en la Península había reinos cristianos poderosísimos, Castilla, Aragón y Navarra, que se ayudaban cuando podían y se hacían la puñeta las más de las veces. Este cuadro es una muestra de ello, Enrique II de Castilla (1333-1379), en el momento de encargar el cuadro, se encuentra refugiado en el Reino de Aragón, lleva años librando una encarnizada lucha con su medio hermano, Pedro I el Cruel (1334-1369), y no es el rey de Castilla, pero él se ve como tal, y su aliado el rey de Aragón alienta sus esperanzas. Finalmente asesinará a su hermano, convirtiéndose en el primer Trastámara de la historia castellana. 

En este lienzo se plasma el cambio de estrategia de los reyes hispanos, más focalizados desde el siglo XIV en buscar alianzas con otros reyes/estados, concibiendo un concepto más universal de sus reinos. También refleja una península artísticamente partida en dos, Aragón, Cataluña y Valencia desarrollan y perfeccionan a su manera el gótico italiano (este cuadro, pintado en Zaragoza, es un ejemplo claro), mientras que Castilla, se inclina más hacia Flandes. Y así seguirá, alcanzando su punto álgido con la obsesión de Felipe II por El Bosco y Rogier Van der Weyden. 

Este es, por si todo lo anteriormente no fuese fascinante de por sí, el retrato real más antiguo del Museo. Comienza la trepidante historia de un reino periférico de Europa que se prepara para cambiar la historia de la humanidad. Todo gracias a una mezcla de audacia y austeridad típicamente castellanas.

Sin cambiar de dinastía, y para ilustrar la pasión de Castilla por el arte flamenco, no tiene misterio, la industria textil de Flandes se nutría de la lana castellana, nos trasladamos a 1509 para conocer al protegido de Isabel I, Juan de Flandes (1465-1509). 


La Crucifixión. Juan de Flandes. 1509-1518


Juan de Flandes formaba parte del séquito que vino para concertar el enlace entre Felipe - hijo de Maximiliano I - y Juana - hija de los Reyes Católicos - en 1496. De Juana he hablado sobradamente en este blog, de Juan de Flandes, aprovecho para hacerlo ahora. Poco se sabe de él, firmaba con otro nombre en su tierra natal, pero en Castilla, bajo el ala protectora de la reina, se rebautizó con este nombre. Tenía un carácter retorcido, lo que le acarreó más de un problema, pero en líneas generales se adaptó bien a las costumbres castellanas. Esta obra la tomo como referencia ilustrativa de los últimos coletazos de la Casa Trastámara en Castilla.

El estudio de los colores, plasmados en las vestimentas, el simbolismo de cada uno de los detalles, tales como la calavera (símbolo del Gólgota y de la resurrección) o esas piedras preciosas que se esparcen - aparentemente sin motivo - por el cuadro, son el reflejo de esos lazos flamencos que - menos en el arte - traerá nefastas consecuencias para Castilla. Pero los destinos de los humanos están guiados por el mismo diablo.

Nos movemos ahora a la primera planta del Museo para dar la bienvenida a la Casa de Austria, de la mano del primero de sus reyes Carlos I. Un hombre que hablando mal español y teniendo poca afinidad con estas tierras (al menos al principio de su reinado), no tuvo reparo en dilapidar las rentas castellanas y aquellas que venían de América, para ser Emperador del Sacro Imperio, y de paso dar mamporros a los herejes Luteranos, por pelmas, y al Papa de Roma por felón y traidor. De los nervios se pusieron los alemanes cuando vieron que podrían ser gobernados por un individuo de raíces del sur de Europa, pobres, qué tristeza arrastran. Tan contento y convencido de esto va nuestro Carlos I, subido en su corcel y pintado por Tiziano, su pintor de cámara. 




No voy a hablar de la Batalla de Mühlberg, pero sí del cuadro y lo que significa para mí. Esta batalla contra los luteranos, acontecida en 1547, la ganó el Emperador, convenientemente endeudado gracias al creciente poder económico de España. Le duró poco la euforia porque al poco tiempo los vencidos ya estaban dándole todo el tormento que imaginarse pueda. La pregunta que me hago es, ¿qué se nos había perdido a nosotros allí? Este rasgo de autodestrucción inútil es típicamente nuestro. La fatalidad más absurda y las batallas quijotescas más esperpénticas ¿Fue Carlos I quién abrió el tarro de las esencias con su ambición o lo aprendió en Castilla? No lo sé. No logro dar con una respuesta satisfactoria. Bueno, a la pregunta de qué se nos había perdido allí, sí, esa es fácil, NADA.

El siguiente paso es hablar sobre Felipe II. Para plasmar mi opinión sobre él es necesario hablar en profundidad de las dos obras que más curiosos atraen al Museo, "El Jardín de las Delicias" del El Bosco y "El Descendimiento" de Rogier van der Weyden. Lo dejo para el siguiente artículo, porque necesito espacio físico y mental para expresar mis sentimientos. Pero sí me voy a valer de El Bosco para concluir con una reflexión. 

El Museo del Prado muestra un imaginario reflejo del pensamiento en los tiempos de ejecución de las obras. Es realmente sencillo, no hay que buscar más allá. No existen complejos misterios irresolubles, ni los artistas son herramientas de lo inteligible, son seres humanos producto de sus circunstancias. La expresión última de lo que les rodeaba. Nos han enseñado siempre que el Barroco fue destructivo, porque acabó en cierta forma con el Humanismo Italiano, que la Edad Media fue oscura y fanática, no aportando a la historia más que religiosidad encorsetada, plagada de injusticias sociales. Pero, me pregunto si nuestra sociedad ¿¿libre?? será capaz de legar al mundo un cuadro como "El Jardín de las Delicias". ¿Cómo mostraremos a nuestros descendientes los mundos imaginarios? Tal vez debamos observar con más atención los lienzos del Prado para aprender a soñar y a imaginar escenas imposibles, pero llenas de vida. Porque el más ambicioso objetivo para este año 2019 es denostar los tópicos y rodearnos de arte.

Leed mucho y visitad el Museo del Prado.
M.