domingo, 21 de abril de 2024

Me gusta Chagall. Reflexiones de los tiempos por venir...

Me gusta Chagall, mucho. No formó parte de ninguna de las vanguardias del siglo XX y creó un estilo propio y ecléctico. Fue, en definitiva, un verso suelto.

116.8 × 89.4 cm
Marc Chagall (1923)

El circo de la vida, el sinsentido, la muerte, la destrucción, la ceguera, los colores de la destrucción, del desamparo y, por encima de todo, la aproximación a Dios. ¿Puede alguien ser creyente después de haber vivido en los peores años del siglo XX? ¿Qué papel juega Dios en la ceguera humana, en su barbarie? ¿Sabe que va a suceder y no hace nada? ¿Nos deja destruirnos sin más, sin respuestas? 

A través de los cuadros de Chagall dios nos mira, no es Jesús, es cualquier deidad, impotente, desarmada, triste, teñida de rojo, mirando a los hombres con desconsuelo.

168  x 103 cm
Marc Chagall (1937-48)
Musée National Marc Chagall, Niza. Depósito del Centre Pompidou.

Como judío que fue, la religión jugó un papel importante en su vida y en su obra. Pero no soñó con un mundo mejor, porque tal quimera es imposible, ni puso a Yaveh a construir un ideario para su alma. Tengo la sensación, cuando contemplo cuadros suyos, de que estaba imbuido de una espiritualidad que hunde sus cimientos en una reflexión alejada de las corrientes que buscan arrastrarte hacia la normalidad más insulsa, hacia el fanatismo y la mediocridad. Por eso Chagall no perteneció a ninguno de los movimientos vanguardistas del siglo XX, porque no podía aceptar un manual de instrucciones, ni directrices fijas para pintar un mundo que no tiene explicación, por más que intentemos encontrarla. 

¿Qué puede hacer Dios por nosotros? Nada. Hace tiempo que mira hacia otro lado y - las pocas veces que nos observa - decide desviar la vista hacia otros circos, hacia otros mundos donde los hombres no se devoren como hienas. 

El siglo XX nos ha demostrado que los manuales utópicos son una auténtica basura, sus idearios inspiran muerte y odio, tecnicismos de lo siniestro. Comunismo y fascismo fueron letales, por citar los que siempre están en boca de todos, pero hubo más. Chagall los conoció casi todos.

Eso sí, como le sucede a todo artista longevo - vivió casi cien años - su obra, además de pasar por diferentes etapas y estilos, está llena de grandes piezas y - también - de mediocres aportaciones. Esta es otra de las sensaciones que tuve al visitar la exposición de la Fundación Mapfre, 'Chagall. Un grito de libertad'. Que os recomiendo visitar.

Hay demasiada gente y no es fácil reflexionar sobre los muchos cuadros que hay, he visto muchas exposiciones monográficas de este pintor, pero esta es de las más ambiciosas. Como parte del circo de entretenimiento en el que se han convertido las ciudades, se hace necesario añadir una frase grandilocuente a cada evento, en este caso 'un grito de libertad'. Pero Chagall no buscaba libertad, buscaba entendimiento y respuestas mientras contemplaba las cenizas de un mundo en llamas. Los circos de sus lienzos son un grito de desesperación, no de libertad. ¡Qué manía de cacarear eslóganes que nos hacen creer en un mundo mejor dirigidos por anormales sin estrategia! 

Os animo - inspirados por Chagall - a que creéis vuestro propio ideario vital, vuestro decálogo de ideas realistas, vuestra espiritualidad y vuestro universo propio. Otra estrategia no es posible para soportar los tiempos convulsos que tenemos por delante.

Leed y pensad.
M.

jueves, 14 de marzo de 2024

Eventos en el Museo Thyssen de Madrid, del siglo XIV al arte conceptual de Stephany Comilang

El  mundo va mal, verdaderamente la cosa no pinta bien. Hay guerras, locos al poder y ciudadanos de todo el mundo ciegos ante el abismo. 

Me viene a la cabeza un cuadro que había en el dormitorio de mis abuelos, del que años después compré una réplica exactamente igual en el Rastro de Madrid, con la misma estética años treinta del siglo XX. Se trata de tres niños que juegan a la gallinita ciega, el que tiene los ojos tapados se encamina sin remedio a una sima. Pero su ángel de la guarda le protege con sus alas desplegadas, al verlo te invade un gran sosiego, porque sabes que el niño no caerá al pozo.


¿Saben los otros niños que el pozo está ahí y aun así dejan que siga el juego? No parecen tener cara perversa, pero los más grandes demonios se disfrazan con piel de cordero. ¿Tenemos verdaderamente un ángel de la guarda que nos protege durante un tiempo y luego - harto de lo imbéciles que somos - nos deja caer a la sima? Estas y otras preguntas me vienen a la cabeza cuando miro el cuadro, porque como toda historia que surge de la religión (sea la que sea), tiene un trasfondo real, con moraleja incluida.

No es difícil encontrar los paralelismos del cuadro con la situación del mundo en 2024. Hay unos locos, malos de necesidad y mediocres, que corren a su aire, mientras el común de los mortales, cegado voluntariamente por sabe dios qué ideas y circunstancias, camina derecho hacia el abismo. El elemento novedoso es que el ángel de la guarda, dios, o cualquier espíritu que nos proteja, puede hacer acto de presencia o no. Temo que sea esto último, porque de otra forma es difícil entender muchos de los acontecimientos que estamos viviendo, por no decir todos.

La imagen del sufrimiento humano ya no nos hace mella. La venda que nos cubre los ojos está tejida con nuestra falta de ecuanimidad y compasión. Con cuatro ideas chusqueras, modelamos nuestro mini-universo. No tenemos remedio.

Me gustaría encontrar un lugar en la Tierra al que retirarme para no asistir como protagonista al horror que nos espera. La IA, Inteligencia Artificial, no me interesa lo más mínimo, creo que entre sus objetivos está la amputación de las alas de nuestros ángeles de la guarda. En sustitución de estos últimos, habrá unas máquinas programadas con sabe dios qué fines. En las últimas décadas, astutamente, han dirigido nuestros pasos para que ahora, en 2024, no seamos capaces de pasar una tarde solos en casa, ni dar un paseo en silencio, ni meditar, ni explorar sobre nosotros mismos, en definitiva, hemos dejado de escucharnos. De eso se trata, hoy me he dado cuenta con asombrosa clarividencia. Lo intuía, ahora ya sé - sin ningún género de dudas - que de forma sistemática y concienzuda, nos han convertido en robots sin voluntad. De ahí las reflexiones que siguen.

¿El arte es 'bonito'? Sí, lo es. Pero delante de un cuadro de Ugolino di Nerio, nunca diría que el cuadro es bonito. Porque no lo es.

Ugolino di Nerio (Ugolino da Siena)
hacia 1330 - 1335
Temple y oro sobre tabla.
135 x 89 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid 

El cuadro está en un estado de conservación bueno, pero no óptimo. La Virgen y san Juan tienen exactamente la misma cara, cosa extrañísima, porque a quien debería parecerse María es a su hijo, no a Juan. A Cristo le sale un reguero de sangre, que más parece una cascada que un líquido procedente de un cuerpo humano (por muy divino que sea). Los ángeles son bastante pequeños, torpes y parecen moscas. No creo, viendo su compostura, que si fuésemos a caer en una sima oscura, tuvieran fuerzas para sujetarnos. Como ángeles de la guarda no valen. El fondo dorado es presuntuoso y no viene a cuento. Y la proporción entre los humanos y la cruz deja muchísimo que desear. Esto último podemos disculparlo porque la tabla fue mutilada hace siglos.

Pero cada vez que voy al Museo Thyssen dedico mucho tiempo a este cuadro, me proporciona sosiego y me da qué pensar. Precisamente porque no es bonito. Hoy, delante de la tabla, el 100% de los visitantes del museo se detenía escasamente dos segundos, pronunciaba la tan temida frase "¡Qué bonito!". Eso tras hacer cola para comprar la entrada, dejar los abrigos y dirigirse a la segunda planta andando, acarreando sus ideas enlatadas sobre arte. 

Afortunadamente - como ya he mencionado - no se detienen más de dos segundos delante del cuadro, mucho mejor, porque tanta sandez como dicen me ofende y me perturba. Algunos de ellos, especialmente los que no son creyentes, se mofan de forma vulgar sobre una manifestación del arte que son incapaces de comprender y que va mucho más allá de la mera manifestación de la crucifixión y la tortura de un judío en el siglo I.

Tenemos la increíble suerte, fruto del azar, de poder contemplar cuadros como esté en Madrid. Acto seguido una cascada de preguntas asaetean mi silencio ¿Cómo es posible que un cuadro pintado en el siglo XIV en Siena haya acabado aquí? ¿Qué peripecias ha vivido la obra? ¿Quién ordenó pintarlo? ¿Qué apariencia física tenía el propio Ugolino? ¿Era un hombre piadoso? Probablemente no. ¿Conoció a Giotto en Florencia? ¿Cómo era este último? ¿Existía rivalidad y envidia entre los artistas en el siglo XIV? Hay que recordar que Masaccio fue envenenado unos cien años después de que se pintase esta tabla, presuntamente por envidiosos de su virtuosismo. 

Me gustaría poder comparar este cuadro con cualquiera de los que se estuvieran pintando en Bizancio sobre la misma temática en esa época, faltaban más de cien años para la Caída de Constantinopla. ¿Había intercambio de artistas entre los dos 'mundos' cristianos? Nos han enseñado tan poco sobre el arte bizantino que no puedo dejar de sentir algo de desconsuelo, avivado por los gritos de los visitantes del museo y su frase... Qué bonito!"

Miro con desprecio a todos los idiotas que me rodean, no puedo evitarlo. No son capaces de callar ni delante de un cuadro como este, no son capaces de pensar en nada de forma autónoma. ¿Cómo es posible? Me cuesta muchísimo abstraerme del ruido de fondo que me acompaña toda la visita. ¿Qué aprovechamiento tendrá la IA, más allá de convertirnos en robots al servicio de desaprensivos? 

Un cuadro del siglo XIV me invita a reflexionar y a hacerme mil preguntas, una tabla de hace siete siglos, diminuta ante la inmensidad de la historia trascurrida desde entonces. El pintor, dotado de los escasos medios de la época, me abre un mundo de meditación y de paz. Pero como el objetivo de mi visita al museo es la inauguración de la exposición de Stephanie Comilang, abandono el nirvana y dirijo mis pasos al Salón de Actos, para profundizar más sobre el contenido de 'En busca de la vida'. La crítica que sigue es demoledora, por si alguien quiere dejar de leerme en este punto.


Este montaje, happening, ocurrencia… etc., de Stephany Comilang, consigue que el concepto 'bonito' se vea rodeado de una pátina de absurdez en la que ya da igual que chillen alrededor o aparezca el mismísimo arcángel San Gabriel en forma de ángelito de la guarda para sosegar los espíritus rebeldes, eco-feministas y en contra del genocidio español en América, ese que nunca existió, pero que parece ser – según la propia artista ha comprobado – y también la comisaria de la exposición, Chus Martínez, está en boca de toda la humanidad.

Stephany ha creado la primera parte de una proyección artística que hunde sus raíces en las migraciones humanas forzosas, en este grupo únicamente se incluyen las que se originan por órdenes de los malvados españoles y su Galeón de Manila. La propia artista explicó que se desplaza a los lugares donde tales hechos se producen para escuchar las voces – no es broma, que nadie tome esto a risa – que inspiran sus obras. En este caso, son las mariposas, insectos de los que confesó no saber nada, las que hacen de alter-ego de los pobres filipinos que aún siguen siendo maltratados por los españoles, imagino que en forma de langostas asesinas que comen bichos de todo tipo, porque españoles en Filipinas hay pocos y – desde luego – no maltratan a nadie en 2024.

Para dar forma a esta idea tan novedosa, y de la que habrá una segunda parte que – también lo confesó - aún no sabe cómo dar forma, se valió del ya mencionado Galeón de Manila, que abrió Asia al mundo, entre otras cosas, y que tuvo su origen en el descubrimiento por parte de Legazpi y Urdaneta de la ruta marítima que permitía ir de California a Filipinas, algo que supuso un antes y un después en la historia de la navegación, y del Palacio de Cristal del Retiro. Ambas cosas, las voces que escucha han debido chivárselo, están unidas. La explicación es un tanto compleja, parece ser que el Palacio se construyó con la sangre de los filipinos que perecieron en su construcción, semejante a los excesos de la colonización española en aquellas tierras. De nuevo intuyo que han debido ser las voces (en inglés) las que le han proporcionado esta información, porque no hay por donde cogerla, por más que uno se ponga a ello con la mejor voluntad. Los filipinos que le hablan en forma de mariposas migratorias hablan tagalo, por lo que ella – como abanderada de la denuncia de la injusticia hacia los filipinos – no ha debido enterarse bien, no sabe ni una palabra de tagalo, ni de ninguna de las 170 lenguas que se hablan en las islas. Por ahí deben ir los tiros, no debió ajustar bien el programa de traducción simultánea que le permite avanzar con sus creaciones y del que se valió – de nuevo confesado por ella misma – para incluir en la proyección gritos de desesperación en mandarín, tagalo y español. El inglés y japonés no se contemplan, debe ser que todas las atrocidades que cometieron los ejércitos americanos y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, que incluyen la destrucción (no quedó ni una piedra) de Manila, no merece gritos de desesperación y protesta alguno. Algo se me está escapando.

De las reflexiones contemplando a Ugolino di Nerio, paso a la perplejidad más absoluta ante el abismo de basura que define el arte conceptual que se exhibe en los museos. Como muestra, la cantidad de idioteces que dijeron en la presentación tanto por parte de la comisaria, como por la propia artista, y que sólo puede explicarse por el erróneo concepto de ambas sobre lo que es una mesa de debate, donde las personas que hablan - supuestamente - tienen ideas opuestas para poder generar una charla constructiva. En este caso específico las dos se retroalimentaban de una forma lamentable. Chus Martínez (la comisaria) no sabía ni quien era Urdaneta, y eso que recalcó varias veces que sus investigaciones sobre la historia de Filipinas le habían ocupado horas y horas de lectura. Cuando pronunció su nombre dijo 'ufegjjgng', tal cual, una especie de sonido gutural extraño, para ocultar su desconocimiento absoluto sobre tan ilustre personaje. 

Astutamente, hay que reconocerlo, y para dejar a los asistentes en un plano de inferioridad intelectual, dijo que iba a hablar en inglés y que, si alguien precisaba ayuda por esto, se lo dijera.... Mmmmmm, mmmmm.... Vamos a ver, si la charla se ofrecía con traducción simultánea. ¿A qué viene ese comentario tan absurdo producto de una mente trastornada por la modernidad? Las lecturas sobre Urdaneta, Legazpi y las mariposas han debido dejarla turulata. Nada de esto - repito - debe tomarse a broma, porque ocurrió tal cual. 

La transición de voz humana a mariposa, tampoco quedó muy clara. En el turno de preguntas, alguien pidió a Stephany que hablara sobre las mariposas, y de qué manera le habían inspirado... Demoledor comentario, no sabía nada de estos insectos, con escuchar las voces de los humanos sufrientes había tenido suficiente. Nuestra amiga Chus, tan posmoderna ella, tan inteligente, tan superior intelectualmente, comenzó a agitarse, cual niña pequeña pidiendo la palabra en clase: '¡yo lo sé, yo lo sé!"... También había ensanchado su pozo de saber - ya insondable - con la lectura sobre el comportamiento de estos lepidópteros. Vuelan siguiendo la ruta de unas corrientes de aire específicas, y cada color tiene que ver con un determinado momento climático... ¡Joder! Espero que para afirmar esto sólo haya acudido a Wikipedia, que lo describe ya en los primeros párrafos, porque si verdaderamente se ha leído un libro para decir esta obviedad, el asunto es más grave de lo que pensaba.

Me inclino a pensar que de Wikipedia no ha pasado, pero claro, como también se ofreció a ayudar con la traducción simultánea y nadie se levantó para decirle que no hacía falta, se fue creciendo en su superioridad intelectual y ya no había forma de parar su egolatría. El pobre Urdaneta siguió sin nombre, eso sí, como fue un religioso agustino inofensivo y con gran importancia estratégica, no debió captar su interés, pese al tiempo dedicado a investigar.

El tema de las voces, no obstante, tiene su interés. Según Chus, en Estados Unidos, los españoles somos conocidos entre los latinos que allí habitan como 'colonizers'. He estado decenas de veces en Norteamérica y era la primera vez que oía esto. Creo que, como se suelen comunicar con sufrientes de siglos pasados, las voces de los vivos no deben entenderlas bien. Las segundas generaciones de hispanoamericanos es posible - tras someterse al adoctrinamiento WASP - que lo piensen, pero desde luego los nacidos fuera de los Estados Unidos no dicen semejante estupidez. Chus, con su magno saber, no apreció este matiz tan evidente durante su estancia en Nueva York. También me sorprende que se pliegue a las ideas WASP, que es lo más trasnochado y anquilosado que hay. 

Tras su charla retroalimentada, la idea que flotaba en el aire es que el odio de los filipinos a España y viceversa es un hecho incontestable. Menos mal que echó por tierra tal sandez, afirmando que no nos conocíamos porque no nos habían dejado, y que cuando así había sido, nada de lo que ellas afirmaban era verdad. Me pregunto si Stephany sabrá quién fue Zóbel

Prefiero a Ugolino millones de veces antes que a estas iluminadas que venden ideas más que materia artística. Ideas que son imprescindibles para entender el montaje. Aun sabiendo que hay voces y mariposas de por medio, es complicado tener una noción aceptable de lo que tienes delante. La modernidad pone en nuestras manos medios infinitos para avanzar, un avance que nos obliga a someternos a un pensamiento fijo y desasosegante. Ugolino con sus pinceles y una tabla nos permite intuir que hay en otros planos de existencia, Stephany nos anuncia el mundo que se nos viene encima, el abismo que el niño con los ojos tapados no ve. Sólo queda esperar que el ángel de la guarda esté cerca y que sus alas no hayan sido manipuladas con Inteligencia Artificial.

Leed mucho y pensad por vosotros mismos.
M.

domingo, 21 de enero de 2024

Sigo con la sociopatía. Creo que ya no tiene remedio.

Algunas de las estrategias de outsider que últimamente practico como sistema de trascendencia individual, consisten en reírme sin reparos de cada uno de los seres humanos que me rodean. Es divertidísimo. Al pasarme la vida en museos, viendo retablos medievales, con vírgenes de caras imposibles y Jesusitos medio lelos y asexuados, he perdido el sentido de la realidad de forma alarmante. Me importa un pito todo, tal cual.

Sólo soy feliz cuando estoy rodeada de cuadros con santitos, sus caras son como imanes que me atraen. Las conversaciones sobre hijos adolescentes rebeldes, atascos en las radiales de Madrid y discusiones sobre cómo mejorar los procesos de atención al cliente, me resultan soporíferos. Es tal el aburrimiento que me causan que he pasado al nivel superior de sociopatía, el de 'no' asimilación, oigo todo como un ruido de fondo sin repercusión alguna para mi organismo.

Si alguien me preguntase cómo he logrado que todo me resbale de una forma tan clamorosa, no podría darle respuesta. Ha sido un proceso de meditación e introspección que ha durado años y que me ha costado muchas lágrimas y sinsabores. 

Ahora mismo, y como parte de un proceso ascendente, me encuentro dando forma a la autoinmunidad total, trasladando esta actitud no sólo a los seres humanos que me rodean, sino a toda la humanidad, momento en el que me convertiré oficialmente una sociópata de manual. Viviré en una nube de gozo y autocomplacencia, todo lo haré bien siguiendo los criterios que me habré impuesto a mí misma.

No estoy loca, ni ingresada en un psiquiátrico, aunque el lugar donde trabajo debe asemejarse bastante. El cacareo improductivo es la seña de identidad de una empresa que aboga por el ecologismo, la realización personal, la innovación y el compromiso hacia los demás, todo una basura asquerosa, además de una mentira repugnante.

Por eso de vez en cuando tengo que airearme, salir de Madrid y pasear por otras ciudades inventando identidades y situaciones que me ayuden a sobrellevar tanta imbecilidad. Mi última escapada ha sido Londres.

Pese a que últimamente estoy un poco distanciada/desencantada del mundo anglosajón, debo confesar que hay algo que me resulta fascinante de esta ciudad, algo que - por ejemplo - no siento cuando visito París o Nueva York,  por citar dos ejemplos. La capital del Reino Unido me provoca ensoñaciones de vestidos largos, caballeros educados y cultos y, por encima de todo, de crímenes resueltos por detectives fascinantes. Por eso en este viaje, por segunda vez, y sabiendo perfectamente quién es el asesino, he vuelto a ver 'La Ratonera' de Agatha Christie. ¡Ay dios mío! ¡Qué maravilla! Mientras los actores hablaban sobre el escenario, me imaginaba a mi misma vestida con una falda de lana a cuadros, un sombrero de fieltro y medias de color carne. Nadie como los británicos para dar forma a escenarios de misterio, nadie como Agatha Christie... 


Toda fijación, sobre todo en lo que a lectura se refiere, tiene su origen en momentos de soledad, de introspección y de búsqueda de respuestas. Cuando yo era una niña de trece años caí bastante enferma y tuve que permanecer un año postrada en la cama. El mundo de entonces es incomparable al actual, con internet, series, juegos y, en definitiva, 
infinitas ventanas abiertas a cualquier escenario. Lo único que podía hacer entonces era permanecer tumbada medio dormida, ver la televisión (sólo dos canales) y leer/estudiar. Parte de mi carácter solitario nace de este periodo en el que me di cuenta, aun siendo una niña, que es perfectamente posible vivir sin cruzar palabra con nadie durante largas horas. 

Mi tía solía venir todas la mañanas - mis padres trabajaban - y me traía libros de todo tipo, pero sobre todo novelas de Agatha Christie. La primera que leí fue 'La señora McGuinty ha muerto', la segunda, 'Se anuncia un asesinato'. Todavía me acuerdo. No hace falta decir que desde entonces hasta ahora, este tipo de literatura me ha servido para dar forma a mis ideas y me ha ayudado a resolver mis propios misterios. Creedme cuando digo que los patrones de comportamiento de los personajes de estas novelas son asombrosamente reales y ayudan a anticipar acontecimientos en las situaciones más sorprendentes.

De entrada, los dos protagonistas principales de las novelas - Hércules Poirot y Miss Marple - son sociópatas de manual, de otra forma no podrían observar con tanta atención lo que sucede alrededor y llegar a conclusiones tan asombrosas.  Otra de sus características es que son capaces de aislar los hechos claves de resto de diálogos y fechorías que -  aunque escandalosas - no sirven para desembrollar la trama. Pensemos en el mundo real, los malos están agazapados pergeñando planes para engañar a aquellos que sólo escucharán de manera superficial los discursos - ya de por si vacuos - preparados expresamente para ellos. 

Volvamos a las novelas, aparece un muerto, nadie está cerca en el momento del crimen y, si alguien pasa por allí, se ve esposado y condenado a la horca (en la época en la que escribía Agatha Christie aun se aplicaba la pena de muerte en el Reino Unido). El comisario encargado del caso es el ciudadano común, el funcionario ramplón que abunda desgraciadamente en todos los países donde la carga de impuestos es intolerable. A este policía le importa un bledo que el/la esposado/a sea el/la verdadero/a culpable, cuanto menos tenga que trabajar, mejor. Si el caso tiene repercusión mediática y él (no hay mujeres comisarias en ninguna de estas novelas) sale como el tipo inteligente que ha resuelto el crimen, mejor que mejor. Poco trabajo, gran rédito. La máxima de todo funcionario que se precie y - por extensión - de todo mediocre.

Al rescate del encarcelado y carne de horca, aparecen Poirot o Miss Marple. Me centraré en estos dos personajes, aunque hay otros más que - por no complicar la trama - dejaré aparcados. Poirot es claramente sociópata por voluntad propia, policía belga en el pasado, vive en Londres de forma holgada gracias a los honorarios que obtiene resolviendo asesinatos y otros misterios. No se sabe mucho de su vida anterior, pero está claro que disfruta estando solo, cocinando, leyendo o inventando juegos y suposiciones que le ayudan a resolver los casos. 

Miss Marple, por el contrario, es sociópata por circunstancias ajenas a su voluntad. Aparentemente tuvo un novio que murió en la Primera Guerra Mundial, resueltas de lo cual acaba siendo una solterona con muchos amigos, pero que siempre está sola. Eso sí, como observadora no tiene rival en la humanidad.

Otra moraleja, aquellos que no se dejan notar, son la clave de todo progreso. 

Cuando Arthur Conan Doyle dio forma al personaje de Sherlock Holmes (otro sociópata) encontró que la concepción del mundo de Aristóteles era la más adecuada para llegar a conclusiones 'elementales' sólo para él. De lo general a lo particular, del pantano de ideas, a la verdad. Umberto Eco se basó en esta idea y en las novelas de Sherlock Holmes para crear a Guillermo de Baskerville, el apellido de este fraile franciscano fue tomado del título de la novela 'El sabueso de Baskerville'.

A la hora de resolver los casos, Poirot sí se parece algo a Holmes, Marple definitivamente, no. En este momento me surge la pregunta - elemental por otra parte - de si detectives como estos tendrían cabida en un mundo como el nuestro. Empiezo a pensar que no. Es fácil aislar los acontecimientos importantes con cuatro periódicos, algunos libros y comentarios de aquí y de allá. Ahora, la cantidad de información que generamos - basura en un 99% - es tan brutal, que no los veo capaces de resolver nada, por otra parte - gracias a Dios - no existe la pena de muerte en Europa y los asesinos, por horribles que sean sus crímenes, a los pocos años están en la calle con una pensión del Estado, con ansias de venganza. ¿Quién va a querer resolver crímenes con estas premisas? Nadie, ni el más desinteresado e intrépido de los hombres.

Por otro lado, y volviendo a Londres, la ciudad que dibujaron Christie y Doyle tampoco existe ya. Nadie vive en el centro de la ciudad, los pisos son tan caros, y el nivel de vida tan exuberante, que sólo cuatro privilegiados pueden optar a una de esas casitas bajas tan monas, con entrada de servicio independiente. Y precisamente los que las habitan tienen poco/nada de ingleses, no llevan faldas de tweed, ni juegan al bridge. Pasean coches de lujo pintados de color plata y son todo menos refinados gentleman ingleses que leen el periódico en su club. 

El resto de personas que pululan por las calles de Londres son seres de diferentes tribus urbanas, ruidosos y comilones que no saben ni de dónde vienen, ni a dónde van. Hablan un inglés penoso y - desde luego - no valdrían ni para actores de quinta en cualquiera de las representaciones o películas de las novelas de Agatha Christie.

Otro tema que hubiera sido tremendamente perturbador para Agatha es el de los extranjeros. Para esta respetable señora, no puedo estar más en desacuerdo, toda persona que no fuera inglesa era ya - sólo por existir - sospechosa de todo punto. Los habitantes del sur de Europa le caían especialmente mal. En 2024 no habría sabido ni cómo abordar el argumento de sus novelas. Los viajes, los yates, las aventuras en las que los ingleses relucían como el oro, han pasado de ser un lujo al alcance de muy pocos, a algo que cualquiera se puede permitir. No sé si esto es bueno al 100%, visitando en el Museo Británico alguno de los tesoros que el marido de Agatha robó en Iraq, me di cuenta que otro de los horrores que ha traído el progreso, es la aglomeración de seres anodinos en los museos (de este tema también he hablado aquí).

Nada queda tampoco de aquel mundo en el que los ingleses observaban desde su isla cómo sus enemigos se suicidaban irremisiblemente, convirtiéndose ellos en los amos del mundo. Ahora su familia real es una especie de collage extraño, y su relación con Europa distante y destructiva para ellos. No sé si esto último se deja sentir en Londres, pero en cierta forma hay algo de 'ajeno' en todo lo que se vive allí. La ciudad tiene algo de caduco, se impulsa con una modernidad autocomplaciente y poco real. La ropa de Margaret Thatcher hizo más por la imagen inglesa, que los trajes de Zara que luce Kate Middleton

A estas conclusiones sólo se llega siendo sociópata, paseando por las calles de Londres y viendo 'La Ratonera'. Algo que os recomiendo. 

El viaje a Londres me ha inspirado más escritos... 
Continuará.
Leed mucho.
M.