domingo, 1 de enero de 2023

¿Hacia dónde vamos?

Hace unas semanas, en el avión de vuelta desde Venecia, tras mi visita a la Biennale-2022 (que destriparé más adelante), mientras ponía en orden mis notas sobre toda la basura artística que se acumulaba en Los Jardines y El Arsenal, captó mi atención la portada de la revista ‘The Economistque tenía encima de su mesilla la persona sentada a mi lado.


Automáticamente me sentí ofendida, porque a Italia le tengo un cariño a prueba de fuego y – desde luego – a prueba de imbecilidades y ofensas que no vienen a cuento.

Para poner en contexto la portada, hay que aclarar que el Reino Unido, tras el error del Brexit, se asoma a un abismo oscuro de consecuencias económicas tenebrosas. Ha iniciado una rotación gubernamental de tintes bananeros cuya culpa reside sólo en ellos mismos, en su prepotencia y en su clasismo isleño del norte de Europa. La estrategia histórica de los británicos ha sido desestabilizar el continente para recoger ganancias en río revuelto. Esta vez no les ha salido bien, y están desnortados. Por ello atacan a otros en una torticera maniobra de distracción que recuerda al NO-DO de Franco: ‘Nosotros estamos mal, pero lo que hay fuera es peor’. Típico de los mediocres sin ideas propias.

El mensaje es claro, Giorgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de la República Italiana, se parapeta con comida italiana, pizza y pasta, vestida de legionario romano, dando una imagen efímera, jocosa y de poca modernidad. ‘Ya nos parecemos a Italia, donde lo único que se salva es la comida’, nos dicen los ingleses de forma subliminal y chusquera, para no tener que sacar el polvo de debajo de su propia alfombra. Aquí el grito feminista – como no conviene – se obvia. Al menos los italianos han exportado su comida por todo el globo, la inglesa no hay quien se la coma.

Meloni está lista para protagonizar una película de romanos basada en las ideas peregrinas de Hollywood, es importante resaltar que en este disfraz se esconde la intención de llenar de estiércol el glorioso pasado de la Península Itálica en el que, aun hoy, se sustenta nuestra civilización. Hasta mediado el siglo XVI el Reino Unido era un lugar absolutamente infecto, del que no se sabía nada, e importaba poco este desconocimiento, Flandes y el sur de Europa llenaban de prosperidad y progreso al mundo conocido.

Pero es clave para los británicos insistir en la idea que todo lo subdesarrollado, lo chusquero, lo falto de rigor…, viene del sur. Algo comienza a resquebrajarse en el idílico mundo británico. Me extraña que no hayan dibujado un torero, una bailarina de flamenco analfabeta o a algún morenito echándose la siesta.

Lástima que – antes de publicar esta portada – no se pasaran por la Biennale de Venecia, porque enseguida hubieran comprendido que presentar a Meloni, o a cualquier mujer, como una luchadora eco-feminista, y no como una gladiadora de hace veinte siglos, tenía - ¡qué duda cabe! - mucho más impacto. Los británicos se han dispersado imbuidos en la noción ‘pueblo exótico del sur’ que tanto gusta a los tristes habitantes del norte de Europa.

Porque la Biennale se ha centrado precisamente en la exaltación de la mujer mediante machacantes mensajes que se repiten una y otra vez en todos los pabellones. Ecofeminismo, machos malos y crueles, pueblos indígenas machacados por conquistadores (siempre precolombinos, recordemos que la expedición de Colón la financió la Corona de Castilla, y que en la historia de la humanidad sólo existe UNA CONQUISTA, la de los españoles en América), de océanos a los que tiramos plásticos y, de refilón, también cíborgs. Un concepto de la mente humana encajado en ideas conceptuales sobre lo perversos que somos como especie, que no deja espacio para respirar. Además de la repetición constante de los mantras post antropocentrismo, no existe obra de arte, nada te inspira, no sientes volar tu imaginación, nada te conmueve, necesariamente debes comprar la guía y leer la intención que movió a Raphaela Vogel a representar la disfunción escrotal, a Delcy Morelos a llenar de bloques de tierra con abono una nave entera, o a Melanie Bonajo a colocar personas desnudas – unas encima de otras durante horas – para dejar claro que nos hemos convertido en borregos… ¡Puf!

Y es en este momento cuando me pregunto si Italia no merece la portada de ‘The Ecomist’, al difuminar - de forma intencionada - su propio esplendor en aras de una posmodernidad mal entendida.

Al ponernos delante de una obra de arte debemos considerar, en primer lugar, el soporte o materia prima y, en segundo, la capacidad que tiene para conmovernos. Si para cada espantajo que se pone delante de nuestros ojos necesitamos que el artista, o alguna víctima que se ha leído el catálogo, nos explique de qué va el trozo de plástico de colorcitos que está delante, el núcleo, la razón de ser de la obra, se desvanece, el hilo que nos une a ella no existe, se dispersa con el soplido de ideas impostadas que pasan por la comunión sin fisuras con las ideas del artista. De otra forma, sin compartir sus ideas o compartiéndolas, si consideramos que la obra no aborda la raíz del mensaje, directamente nos echaremos a reír, no hay otra reacción posible. 

Si a la entrada de la Biennale, emulando estatuas romanas, nos encontramos unos delfines de plástico como los que hay en las ferias de pueblo para atraer la atención de los niños, con el objetivo de advertirnos que el mar está contaminado, que hay un nuevo futuro donde ya nadie habla latín, porque los romanos - producto de la época histórica que les tocó vivir - arrasaron pueblos, sometiéndolos a la esclavitud, y que para colmo tenían apartadas a las mujeres… Apaga y vámonos. No es necesario seguir visitando los pabellones nacionales, porque todo queda ya dicho.

Decía que Italia, en el ejercicio universalmente aceptado de entretener al pueblo a toda costa, de convertir cada reducto compartido en un parque de atracciones inmenso, se ha hecho merecedora en cierta forma de la portada de ‘The Economist’. No entiendo bien – y sé que hay que ceder el testigo al futuro y a la posmodernidad – la razón de semejante aglomeración de despropósitos en Venecia, siendo esta ciudad un faro hacia el que han mirado todos los artistas durante siglos.

¿Es necesario que Italia denuncie las injusticias que se cometen contra el pueblo lapón, la dictadura de Pinochet, la acumulación de plásticos en el fondo del mar…? Llamadme anticuada, pero más me parece una plataforma de denuncia política que una exposición internacional de arte. No es arte, es simple y llanamente propaganda.

El propio pabellón de España, paredes blancas de pladur indicando que sobre el arte realmente no hay nada decidido y, acompañando tan torticero mensaje, con unos planos de Venecia que ayudan a entender el imaginario de Ignasi Aballí, es una sandez. Paseando por el pabellón de paredes blancas enseguida entiendes la razón de la elección de este artista y no otro, porque el arte se ha plegado a unas ideas rígidas y no al contrario. Me parece mucho más libre un pintor ligado al academicismo veneciano del siglo XVI (como Tiziano), que un artista actual obligado a plasmar lo que dicta el imaginario biempensante para poder comer. En términos de libertad creativa, Tiziano gozó de muchísima más. Una vez convertido en celebridad hizo lo que le vino en gana, Aballí debe seguir pegando pladures de diferentes colores para seguir moviéndose en los circuitos del arte internacional.

Nos han grabado a fuego el mensaje ‘el pasado es retrógrado’, que - al observar un cuadro de Tiépolo - automáticamente asumimos que era un pobre artista al servicio de los poderosos. Y eso es precisamente lo que son los artistas ahora, comebollos al servicio de los poderes públicos y de los medios de comunicación de masas.

Pensemos en Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 1948), galardonada con el León de Oro por toda su carrera, en 2022, ‘pionera de la propuesta de descolonización indígena y ecofeminista’. También obtuvo el Premio Velázquez de Artes Plásticas en 2019, por denunciar de forma furibunda – entre otros hechos - la colonización española en Chile, recordemos que sólo ha existido una CONQUISTA, el resto - desde el origen de los tiempos -  no llevaron consigo muerte, esclavitud y miseria. ‘La virgen puta’, obra expuesta en la Biennale, es un título evocador y nada previsible que engloba una mezcla de conceptos muy acorde con la empanada mental que enturbia cualquier intento de esclarecimiento de la verdad, pasada, presente o futura. Olvida Vicuña que cuatro desgraciados que se abrían paso por selvas sudamericanas con cuchillos mal afilados, no hubieran logrado nada si los dioses de los habitantes de aquellas tierras hubieran sido más comprensivos y menos virulentos con sus sufridos fieles.

En realidad, la Biennale no es más que una muestra de lo que son las ciudades y, por extensión, los museos de todo el mundo, un gran parque de atracciones ruidoso y sin alma, en el que sobrevuelan ideas peregrinas que nadie contrasta, pero que cumplen perfectamente su cometido, entretener a los mortales porque no son capaces de encontrar ellos mismos la forma de hacerlo. No son capaces de disfrutar del SILENCIO.

Pensemos en el retrato de 'La Familia de Carlos IV’ que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid. Cientos de personas hacen cola diariamente para ver el cuadro. La recua de seres retratados en él deben ser calificados de nefastos, sin ningún género de duda, no hay por donde cogerlos, no se salva ni uno, si acaso la pobre Infanta María Josefa, por inofensiva. Pero el cuadro es de Goya, y eso justifica cualquier mínima crítica a cualquier aspecto de la obra. Unánimemente se ha decidido que Goya es bueno en cada uno de los aspectos su vida. Pero en realidad tenía un carácter insoportable, participó activamente en el expolio de obras de arte españolas durante la invasión francesa, apoyó el regreso de Fernando VII y era afín a las ideas absolutistas de las tropas invasoras (Francia era partidaria del absolutismo más rancio que imaginarse pueda, ser afrancesado – como Goya – no significaba ser liberal ni remotamente). Estas son algunas de las muchas perlas que adornaban al personaje, además de ser un maltratador de mujeres. Una de las razones por las que se llevaba fatal con su cuñado, Francisco Bayeu, también pintor, eran los constantes maltratos de Goya hacia su mujer, hermana de Bayeu.

Pero estoy de acuerdo en que la obra de arte es soberbia y – precisamente por ello – la vida de Goya no resulta relevante. Pero – sin embargo – tenemos escondido el cuadro de la ‘Familia Real de Juan Carlos I’ pintado por Antonio López, porque se ha decidido que el inconmensurable talento del pintor resulta irrelevante. Lo que cuenta es el mensaje caduco y obsoleto que da la monarquía. No puede despertarnos simpatías, no vale ni como obra de denuncia. Directamente alguien, pagado por no sabemos quién, ha decidido que el cuadro se esconde.

¿Dónde queda entonces nuestra libertad para decidir qué es lo que queremos ver u oír? ¿Hacia dónde vamos?

¿Somos más libres que hace cien años? No lo tengo tan claro como mucha gente,  que - por meter un sobrecito en una urna cada cuatro años -  considera que goza de una libertad ilimitada y vive en un mundo de pájaros y flores. Paseando por la Biennale más bien me sentí imbuida en los principios de la Revolución Cultural de Mao, para entenderla se había publicado unos años antes el Libro Rojo, guía imprescindible para entender todos los despropósitos habidos y por haber. Sin este libelo de las ideas de Mao, no se ponía nada en contexto, sin el folleto de cada performance que se escenifica en Venecia, tampoco se entiende nada. 

Si una obra de arte consiste en apilar seres humanos desnudos unos encima de otros..., ¿puedo comprarla? Dentro de doscientos años, ¿serán los mismos humanos momificados o bien otros de otra época? Esto último restará poder al mensaje. 

¿Es Italia un faro de inspiración para el mundo del arte como lo fue en el pasado, o un intento fallido de reflejar una realidad tortuosa y vacua que no conduce a ninguna parte? ¿Merece - por tanto - la portada del Economist? ¿Al igual que Roma fue el germen del mundo que ahora conocemos, será Venecia el origen de lo que está por venir? Ciertamente espero que no.

¿Hacia dónde vamos?
Feliz año nuevo 2023.
Leed mucho.
M.