domingo, 30 de agosto de 2020

Detectives modernos, reinvención del pasado y la herencia de Eszter.

Es verano, y - como ya he dicho en alguna ocasión - prolifera el oportunismo literario. Miles de novelillas emergen a la superficie, no hay otro momento del año en el que se lea más, al menos en teoría. Famosillos de tres al cuarto aparecen leyendo en la playa, o en la cubierta de algún barco, mientras dejan volar su imaginación hacia lugares lejanos, donde héroes atormentados y con vidas oscuras, desentrañan misterios de toda índole, especialmente resuelven asesinatos. Es un no parar, si sumáramos los muertos de las novelas de misterio y los de las series de televisión de la misma temática, nos quedaríamos sin habitantes en la Tierra, y el coronavirus dejaría de ser noticia. 

Repasemos, así que me vengan a la cabeza sin profundizar mucho, tenemos detectives en Mongolia, en plena Edad Media en el Reino Unido, en medio del frio sueco hay una proliferación que no es normal, me da por pensar que todos los suecos son detectives. Tenemos también investigadores perspicaces en la Rusia zarista, en la Grecia moderna, en Estambul, en la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial, en Francia también hay muchísimos pululando por las calles, tanto profesionales como aficionados, en Sicilia... Por citar algunos fuera de España.

En España la proliferación raya lo preocupante, cito sólo tres. Tenemos la serie de 'El legado de los huesos' de Dolores Redondo, una basura pura y verdadera, sólo leí el primero y no me quedaron ganas de continuar perdiendo el tiempo. Juan Gómez-Jurado, bastante mejor que Dolores, con más pulso, perspicacia y sin el lastre del adoctrinamiento político. Y por último la sensación literaria del mundo detectivil, Carmen Mola, la protagonista de esta serie de novelas (tres hasta la fecha) es una policía madrileña, bastante castiza, que observa con escepticismo la violencia y la maldad humana. Sólo he leído el primer libro, 'La novia gitana', y me gustó bastante. Algo macabro y exagerado, eso sí.

Todos, españoles y foráneos, están a años luz del mejor detective de todos los tiempos, que reúne todas las cualidades posibles para calificar a una mente como brillante, deductiva, perspicaz, aguda, arriesgada, transgresora, y políticamente incorrecta, sí, hablo de Sherlock Holmes. Soy una fan rendida, creo que he leído sus aventuras al menos una decena de veces, es elemental para separar la paja del trigo en el mundo del misterio haber leído estos libros. 

Todos los escritores de folletines detectiviles sueñan con encontrar la fórmula mágica Sherlockiana, pero este hito no ha sido conseguido por nadie hasta la fecha, con la excepción quizás de Hércules Poirot

Hércules Poirot
(Creado por Agatha Christie)

A esta mezcla obsesiva de crear detectives como forma - muy honorable - de ganarse la vida, le han salido competidores que luchan encarnizadamente por ocupar el lugar más alto entre los más vendidos, escritores que aparecen como las setas en otoño, creadores de un tipo de literatura que denominaré 'reinvención del pasado más cercano'. Este fenómeno es especialmente notable en España (desconozco cómo será en otros lugares). Consiste en reescribir la vida cotidiana de los últimos 60-70 años, dotándola de elementos estrafalarios que nunca han existido - por lo general - en las vidas de la gente corriente, bajo el paraguas de las teorías conspiratorias con las que nos bombardean cada día, tales como la falta de libertad de expresión y la pobreza espiritual del pasado... Esto es venta segura. Os animo a que lo intentéis si queréis ganar unas perrillas. 

En los países donde no hubo comunismo, la reinvención se hace de forma novelada, se crea - con beneplácito del público y crítica - un universo híbrido donde todo es opresivo y oscuro hasta que llegó la 'democracia', esa panacea que convierte a todos los personajes de un mundo anterior en algo ridículo. La inocencia previa también se convierte en algo turbio. Esta reinvención no existe en los países que estuvieron bajo el yugo comunista, lo que se publica son ensayos escritos por historiadores que revelan con toda crudeza la extorsión y el miedo. Novelar tal magnitud de muerte y miseria de forma poco realista sería hipócrita. Un habitante de la Unión Soviética, de Rumanía o Hungría durante los años cuarenta del siglo XX, no era naif, ni estaba ciego, ni era ridículo mientras participaba en desfiles sonrojantes exaltando a Stalin, era simplemente una pieza de la historia. O - como el mismo Stalin dijo - 'un muerto es un asesinato, miles es estadística -. Gran frase, qué duda cabe. 

Las novelas no pueden mostrar un mundo novelado de buenos y malos, porque todos estaban en el mismo saco, no había otro. El lado de 'la verdad'. Hubo escritores que se atrevieron a denunciar un mundo hostil y terrorífico, Vasili Grossman o Boris Pasternak, pero fueron silenciados y hostigados.

En España, repito, el caso que más conozco, los escritores republicanos que desde el exilio criticaron abiertamente a Franco no se conocen, casi no se enseñan en las escuelas, ni sus maravillosos libros están visibles en las librerías. Hablo de Ramón J. Sender, Arturo Barea o Antonio Machado, por citar a los más conocidos. Se habla de ellos, se les exalta cuando conviene políticamente, pero pocos han leído sus libros. Conocemos la dictadura y la Guerra Civil de la mano de manipuladores profesionales, tanto de un bando como de otro. Franco no era un visionario, era un tipo miserable, cerril y oscuro. Pero ese mundo, esas personas que fueron jóvenes durante aquellos años, no son las que aparecen en series de televisión y libros escritos en el siglo XXI. Al igual que un fraile benedictino de la Edad Media, no puede resolver asesinatos usando razonamientos del siglo XX, pero vende - y mucho -.

Victima también en cierta forma de la reinvención de la historia fue Sándor Marai. Húngaro de nacimiento, y protagonista en carnes propias de todos los horrores del siglo XX. Al ser una persona ecuánime, crítica con todo y todos, conocedor de la mezquindad humana, le fue mal, y acabó suicidándose en 1989. Los comentarios inteligentes en un entorno hostil son castigados severamente. Criticó con igual dureza el fascismo de Hitler y el comunismo al que se vio arrastrada Hungría tras la Segunda Guerra Mundial. Mal, mal. Esto no se puede hacer. Hay que seguir las directrices del adoctrinamiento y presentar al mundo como quieren que lo veamos. En su libro 'Confesiones de un burgués', esboza sus ideas con sorprendente pragmatismo, un tour por una Europa que da los pasos para sus catarsis sucesivas. Un gravísimo error, porque no pudo vivir en Hungría y sus libros fueron estigmatizados durante cuarenta años. Que se prohibiera en su país natal, es comprensible, al fin y al cabo el comunismo estaba creando a un hombre nuevo, a una sociedad nueva. Marai era un retratista del enemigo burgués, no interesaba. Pero lo del resto de Europa no tiene excusa, bueno sí, en ese momento no era adecuado para el mensaje y el adoctrinamiento que se perseguía a nivel global, a saber, que la sociedad de los países comunistas, previa a la implantación de sus ideas, era horripilante, decadente, caduca, que hacía al hombre infeliz y lo llenaba de oprobio. A mi en el colegio me contaban esto, lo recuerdo perfectamente. 

Los personajes de Marai son reales, sofisticados algunos, cultos otros, también mezquinos, decadentes..., pero los conocemos y nos sumergimos en sus vidas gracias a una aguda percepción y una habilidad narrativa única. La verdad no interesa. O sí, porque ahora el mensaje es otro, ahora la consigna es: "LA DEMOCRACIA solucionará todos nuestros problemas". Las dictaduras (ahora cuidadosamente casi no se diferencian, no vaya a ser) y los modelos sociales del siglo XX son lo peor. Con estas premisas, Marai se convierte en la pieza perfecta, porque su descripción social ecuánime - hábilmente presentada y convenientemente manipulada - respalda la visión torticera de que el hombre del siglo pasado es algo ajeno a nosotros, un idiota perdido.

Estos días de verano he leído 'La Herencia de Eszter', tan húngaro, tan delicioso. No entiendo como un libro así pudo estar prohibido, pero claro, el comunismo vio y sigue viendo enemigos donde no los hay. Si se estigmatizaba a un escritor conllevaba la lapidación completa de su obra. 


Para mí, la moraleja del libro está en que si queremos acabar perdidos y sin rumbo, no necesitamos ayuda de nadie. Ya nos bastamos a nosotros mismos. Estzer es una mujer de 45 años, que vive en la casa familiar, único bien que posee tras la ruina de la familia veinte años atrás. El culpable es un amigo/novio de su pasado, Lajos, oportunista y manipulador, que condujo a todos los miembros del clan familiar al desastre. Ahora vuelve para rapiñar lo poco que queda, porque hay personas que sólo saben vivir del engaño y del hurto. Hace cien años este tipo de individuos sólo podían mantener su ritmo de vida engañando a otros, ahora el abanico de posibilidades se ha ampliado. No hay más que ver la proliferación de oportunistas en el ámbito público (disfrazados de visionarios políticos) que hay. Ellos nunca se identificarían con Lajos, porque - recordemos - el siglo pasado es algo a reescribir.

Eszter entrega a Lajos la casa, no por amor, ni por deseo de iniciar una nueva vida, sino porque todo le da igual. Otro rasgo distintivo de los personajes de Marai, es que la madurez los envuelve de indiferencia. Nunca sabré si esto es un distintivo de inteligencia o de cobardía. Hay veces que creo que mirar al mundo sin apasionamiento es un rasgo de perspicacia y madurez, otras que es una forma simple de abandonar la lucha sin víctimas colaterales. Leyendo la novela no se extrae ninguna conclusión, pero sí te sientes identificado/a de alguna manera, en muchos ámbito de nuestra vida hemos abandonado la lucha y nos da igual. Imagino que esto no podía ser aceptado en la Hungría comunista, que el hombre abandonara la lucha por agotamiento, eso era un sentimiento burgués incompatible con el nuevo hombre. 

La pregunta que me hago ahora es: ¿Cómo es el hombre del siglo XXI? o mejor, ¿Qué enseñanzas del siglo XX no han sido adulteradas y manipuladas para hacer al hombre de este siglo lo que otros quieren que seamos?

A ninguna de estas preguntas puedo dar respuesta. Sólo sé que cuanto más leo y observo, más perdida estoy.

Pero por favor, leed mucho.
M.

domingo, 16 de agosto de 2020

Los primitivos flamencos..., y Bretton Woods.

Agosto de 2020, os recomiendo que toméis un blog de notas, y os dediquéis a pasear y meditar sobre cualquier cosa que se os pase por la cabeza. Si os gustan los pájaros, pues pájaros. Si sois más de mecánica, id viendo los diseños de los coches y cómo han cambiando los gustos a lo largo de las décadas... También podéis observar personas sentadas en parques, en terrazas... Hay un vasto espectro de posibilidades. El siguiente paso es dar forma a un blog, como hago yo, y dedicaros a escribir ideas que sólo guardan conexión en vuestra cabeza. Es un ejercicio totalmente recomendable.

A mi me vienen las ideas de la forma más casual y sin sentido. Puedo estar en lo alto de la Torre Eiffel y tener la mente en blanco. Pero al ver un chicle pegado en el asiento del autobús comienzo a recibir un torrente de ideas que relaciono de la forma más extraña. Aunque mi mayor inspiración se encuentra en los cuadros, me pasaría la vida mirando determinadas obras de arte, no cesan de generar ideas en mi cabeza que procuro enlazar con avatares diarios, aunque la pintura tenga más de 500 años. El Bosco es fascinante para este tipo de ejercicios inspiratorios, pero hoy me valdré de Pieter Brueghel el Viejo y de su cuadro, 'El triunfo de la muerte', expuesto en el Museo Nacional de Prado (Madrid).

'El Triunfo de la muerte'
Peter Brueghel el Viejo.
1562 - 1563. Óleo sobre tabla, 117 x 162 cm
Museo Nacional del Prado (Madrid)

En mi forma de expresar ideas, completamente caótica, suelo hacer pocos esquemas. Esta vez no, he estudiado, leído y escuchado decenas de conferencias para centrar el tema que estoy tratando. No me ha costado demasiado, la pintura flamenca es una de mis debilidades, comencé a escaparme al Museo del Prado siempre que podía para ver las pinturas de El Bosco y Patinir. Velázquez, y sobre todo Goya, han sido un añadido posterior a mis paseos por el museo. 

El estudio del contexto histórico ha sido una consecuencia lógica de la contemplación de los cuadros. Cómo la Corona de Castilla jugó un papel clave en la historia de Europa - sin pretenderlo - y nos convirtió en protagonistas de la Leyenda Negra. Como recompensa de tanta infamia, la soberbia colección de pintura flamenca en el Prado. 

Creo que, como fuente de inspiración, la pintura flamenca es y será, un pozo sin fondo. En este mundo donde la ciencia lo explica casi todo, y donde dios ya casi no existe, volvemos la mirada a temas pseudo-ocultos, como este cuadro. Hay una dimensión desconocida en él que resulta tremendamente atrayente, no tanto por su ya mencionada dimensión oculta, sino porque no pierde frescura, ni resulta obsoleto. Hoy (2020) nos acercamos peligrosamente al caos, no por los riesgos que asumimos cada día al despertar, más bien por nuestra ceguera. Uno de los mensajes ocultos del cuadro es precisamente que caminamos hacia un agujero negro de horror tan contentos. Podemos interpretarlo de muchas formas, tantas como figuras aparecen en la pintura, pero nunca llegaremos a ninguna conclusión. Veremos el fuego a lo lejos, a otros caer, al mal rodeándonos apocalípticamente, veremos reyes vencidos, inocentes sacrificados, pero aun así ninguna conclusión saldrá de nuestras mentes, ninguna. Esta es la moraleja más inmediata del cuadro, que el hombre es incapaz de aprender, ni de extraer conclusión alguna.

Ahora viene un momento de transgresión... ¡Tachánnnn!

Debo confesar, llegados a este punto, y después de tantos artículos publicados en este y otros medios haciendo referencia a cuadros y libros, que soy economista. Lo sé, no me pega nada. Pero bueno, todos guardamos fantasmas y polvo bajo la alfombra. De esa formación recuerdo poco/nada. Por muchas razones, la fundamental es que el mundo financiero se ha vuelto extremadamente complejo, otra - no menos relevante - es mi falta de interés. No obstante, reconozco que sé de economía, cuando leo artículos relacionados con las finanzas, tengo suficiente poso para afirmar que son todos (un 99,99%) basura pura y sin fundamento. Desconociendo los redactores los pilares básicos de la economía, tales como las causas de la inflación, por qué no se deben subir los impuestos en una determinada coyuntura económica, por qué mantener tipos de interés muy bajos (emitir dinero) durante un periodo prolongado de tiempo es hacer trampas al solitario..., etc. 

¿Qué tiene que ver esto con el 'Triunfo de la Muerte'? Todo, está muy relacionado. Presumo de ser una 'divorciada' de la ciencia económica. Afirmo con vehemencia que es algo estéril, y que analiza los hechos a toro pasado, incapaz de predecir lo que va a suceder. Algo así como un adivino chusquero. Sé que en mi cerebro tengo un apartado reservado a 'conocimientos económicos estudiados en la universidad', de los que he olvidado una parte, otra ha quedado obsoleta y una tercera permanece, pero no le hago ni caso.

Hasta el otro día, en el que me planté delante del cuadro de Peter Brueghel el Viejo, e inesperadamente recordé con cariño aquella época en la que aprendía cosas tales como 'El Patrón Oro', el 'Colapso Económico de 1929' y los 'Acuerdos de Bretton Woods'. Sí, es extraño, esto me vino a la cabeza observando el cuadro. 

Analicemos el paralelismo. Desde la antigüedad más remota, la riqueza y el poder se han valorado con oro. En 1562, año en el que se pinta el cuadro, el comercio de Flandes, las grandes conquistas y luchas de poder, se pagaban con oro. El propio pintor reflexiona sobre el tema, mostrando a ricos y a pobres igualados ante la catástrofe que les rodea. 'Dios nos pone en el mismo plano a la hora de enfrentarnos a la muerte'. Flandes, la región más rica de Europa en el siglo XVI, acuñaba monedas de oro que circulaban por sus prósperos puertos y pagaban la opulencia de comerciantes y banqueros. Todos ellos estaban ciegos, todo ese sistema de vida se sustentó durante siglos con guerras y más guerras. Países que se creaban, que desaparecían, fronteras que iban de un lado para otro y el binomio inamovible, oro y destrucción.

Con el paso de los siglos, la economía se fue haciendo más compleja, sobre todo después de la Revolución Industrial. Para dar estabilidad a tanto trasiego y cambio, se ideó el Patrón Oro. Medio pensado ya por David Hume en 1752, perseguía crear un equilibrio haciendo referenciar la cantidad de dinero en circulación de un país al oro que tuviera, para que esa moneda tuviera un valor estable y real, comparable al de otras economías circundantes. No hay que perder la perspectiva, el mundo se iba haciendo más y más global, había gente viajando de forma más rápida e intercambiando bienes y servicios. En esto los europeos del norte nos dan sopas con onda. El Patrón Oro funcionaba más o menos bien, pero la rigidez de sus principios y las trampas de los países acabaron con él. La Primera Guerra Mundial y la necesidad de dinero ¡ya! de los estados beligerantes provocó el colapso total de la idea. Todos sin excepción emitieron billetitos sin control, sin respaldo alguno de oro, dando como resultado una hiperinflación y una pobreza generalizada. Como veis, los humanos caminando - como en el cuadro - hacia el abismo.

Durante el Periodo de Entreguerras, no se abandonó del todo su uso, el engranaje se movía con una especie de Patrón híbrido oro-libra-dólar, que justificaba la inoperancia de los economistas, o lo que es lo mismo, su ceguera para ver que el mundo era distinto y se necesitaba un cambio de formulaciones de base. ¿Os suena verdad? Lo estamos viviendo ahora, aferrándonos a un modelo económico que ya no responde a lo que necesitamos. De nuevo el cuadro y los esqueletos moviéndose a sus anchas.

Hasta que todo colapsó en 1929 de la peor forma posible, los felices danzantes de nuestro cuadro fueron los protagonistas de lo que vemos al fondo, el paisaje desolado, quemado, lleno de cruces y tumbas. Bienvenidos a la Segunda Guerra Mundial. 

Afortunadamente - cuando todo parece perdido - aparecen mentes brillantes arrojando luz e implantando soluciones válidas dentro del caos.

Hotel Mount Washington
Bretton-Woods - New Hampshire - Estados Unidos

En 1944, en el Hotel Mount Washington de New Hampshire, cuando estaba claro que Hitler había perdido la guerra, un grupo de economistas se reunió para sentar las bases de un sistema económico estable y duradero. Liderando todo este pool de sabios una mente brillante, la de John Maynard Keynes. Os recomiendo que profundicéis sobre la vida de Keynes, es muy interesante, creedme. Es el prototipo de persona sin perjuicios, inteligente y con las ideas claras. A él debemos - para bien o para mal - lo acontecido en materia económica desde 1945. Él ideó un sistema basado en divisas fuertes como refugio (el dólar básicamente), la idea de organismos supranacionales que pusieran orden a tanta trampa y mentira, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y el valor de las políticas fiscales en tiempos malos. Sus ideas sentaron las bases de un periodo de progreso (con baches) que ha durado setenta años. Pero sus postulados ya no funcionan, no dan respuesta a nuestro mundo, ni a la crisis de Covid-19, ni a las trampas al solitario que llevan haciendo los países del primer mundo desde hace años. El cuadro de Brueghel viene a mi cabeza de nuevo, porque esta vez no parece que haya nadie como Keynes, y si lo hay, nadie va a escucharlo. Hay demasiado ruido de idioteces como para que lo verdaderamente transgresor y relevante se haga oír.

Tengo miedo, no lo niego. Por más que escucho opiniones de periodistas especialistas en enfangar y manipular la realidad, no logro distinguir nada que merezca la pena ser considerado como la simiente de un nuevo sistema económico. Si hay algún economista hábil, tampoco hablará, todos están vendidos a algún grupo de poder. 

Mi deseo  es que alguien como Keynes vaya al Museo del Prado y sienta - como yo - que miles de cadáveres nos rodean y nos llevan al infierno, para que imagine y esboce un mundo mejor por venir. Y lo que es más importante, ¡GRITE!

Leed la vida de Keynes.
M.