lunes, 24 de septiembre de 2018

La semilla de la bruja... Los premios y las reseñas.. Y otros temas que ya se me irán ocurriendo.

Hace unos meses comencé un nuevo episodio en mi modesta tarea de crítica literaria y de arte (el título me lo he otorgado yo, a falta de personas físicas o jurídicas que lo hagan), la de destripadora de los críticos...

Esta nueva fase de mi experiencia bloggera me está reportando innumerables momentos felices, primero porque en virtud de esta faceta me expreso como yo soy de forma espontánea, lo cual es genial porque me activa la hormona de la felicidad sin pretenderlo. Segundo, porque demuestro que cuando me expreso sin tapujos ni maquillajes, denunciando lo absurdo del entorno, acabo teniendo razón. ¡Y pensar que hay gente que mira en una bola de cristal!

No sé, tal vez debería dar un paso más y predecir el futuro analizando la yema del huevo, como hacía el extraterrestre que buscaba a Gurb desesperadamente por Barcelona.

Siendo honesta, y sin huevos de por medio, hay desenlaces que se ven con antelación. Ya grité desde esta tribuna - por ejemplo -  que la representación de Monte Olimpo era una basura incompresible, y que no entendía como había personas que soportaban 24 horas semejante espanto. Y resulta que mi punto de vista era el correcto, por coherente más que nada. El espectáculo ha pasado de ser la pera limonera, a ser criticado como malo malísimo porque su director  es un acosador y un sinvergüenza. Eso se veía venir, eso y que se valora todo en función de la carga ideológica que arrastra, si se critica a los dioses y a la religión, automáticamente es lo más. Pero si hay acoso, aunque sea infundado (recordemos que todos somos inocentes hasta que se demuestra lo contrario) ya el autor no está legitimado para criticar a la sociedad, y la obra pasa a la categoría de ''castaña pilonga''

Abarcar toda las tipologías de estupidez humana es imposible, porque - al igual que en Universo - están en continua expansión. Por ello se hace imprescindible inventar premios y rankings de todo tipo. Esto lo hemos copiado a los estadounidenses, que son los maestros en vender humo tóxico. ¿Qué tienen que ver los premios con la estupidez? Todo, todo absolutamente, son dos caras de la misma moneda. 

Como soy una fanática de la Edad Media, a la que tanto le debemos, intentaré explicar esta idea valiéndome de un modelo social enteramente medieval. Imaginemos un gremio de escultores en piedra de una catedral gótica, en el que hay un maestro conocedor de todos los secretos del oficio y que lo transmite día tras día a los aprendices. Éstos, que son analfabetos casi seguro, aprenden a expresarse y a influir en sus vecinos inventando lenguajes secretos más o menos esotéricos, estableciendo un sistema de recompensa basado en promociones y premios que sirven para hacer creer a los demás que lo que hacen es importantísimo, más de lo que quizás sea, porque la importancia de las cosas se mide en función de las necesidades de cada momento de la historia. Es simplicísimo. A un pobre campesino le importaba un bledo que una gárgola de la Catedral de León llevase un gorro frigio, si no tenía que llevarse a la boca. Pero a los canteros, semejantes necesidades del prójimo les traían al fresco, y se empeñaban en ser pequeños diosecillos que creaban magia en la piedra y - estoy completamente segura - organizaban comilonas para premiarse unos a otros y así clavar puñaladas traperas a otros compañeros con las mismas armas que se han usado siempre, las influencias, el dinero y el sexo.

Estas pautas de comportamiento son iguales ahora. No han cambiado nada. De ahí mi aseveración de que la Edad Media nos ha dado más de lo que pensamos y de que el ser humano vende humo, por más que queramos disfrazarlo de trascendente o fundamental. Todo depende del valor subjetivo que demos a obras, trabajos, pensamientos... Vivimos en una nube de mentiras sin fin.


Cada día, en mi trabajo, veo publicados en la intranet las decenas de eventos a los que van siempre los mismos y en los que se premian a los mismos. Es una especie de endogamia enfermiza y mareante, que no aporta realmente nada. Normalmente monopolizada por una élite excluyente que tiene gran poder sobre los medios y sobre los humanos que están a su cargo. Estos últimos han sido debidamente adiestrados para no darse cuenta de las mentiras que cuentan, y así se va inflando el globo, hasta que explota. No hay otra explicación para la crisis ¿pasada? y para las que vendrán. No es una crisis de deuda, ni inmobiliaria ni nada, es una crisis de humo a la venta.


Esto se puede extrapolar al mundo de la política. Los que piensan por nosotros y promulgan leyes absurdas, están muy ocupados para estudiar. ¿Alguien en su sano juicio puede realmente pensar que un líder de la oposición, ascendido a presidente del gobierno, una ministra o una presidenta de Comunidad Autónoma tienen tiempo para documentar y escribir un Master? Si realmente ha llegado a creerlo posible, es que nunca ha abordado el dominio de ninguna disciplina, ni la de jugar a las canicas en el parque.


Que les otorguen un premio es seguro, a los que tienen el Master y a los que, leyendo el currículum de estos iluminados, creyeron a pies juntillas que era cierta cada línea. Se premia al que miente y al que se cree la mentira, llevamos siglos así. El problema lo tiene quien no se traga nada de esto y se convierte en un paria y en un marginado. Si no trabajas y vives del cuento, es triste, pero al menos no te roban nada, más bien el sistema te da. Pero si - como es mi caso y el de cientos de miles de personas, encima te roban - sin que puedas rechistar - más de la mitad de tu sueldo (=esfuerzo), eres un paria por partida doble y un pringado de tomo y lomo. Un idiota, un anormal y seguramente te irá mal, por tonto. ¡Uf! Madre mía... ¡Cómo me he desahogado! Ni yoga ni nada, esto es la pera. Muy recomendable.

Yo iba a hablar de un libro de Margaret Atwood, me he vuelto a dispersar, no tengo remedio, pero es que la actualidad me absorbe más de lo que quisiera.





Mi primera aproximación a Atwood fue "El Asesino Ciego’’, que me encantó. Es audaz, agil, con un argumento bien planteado y resuelto con solvencia, toque de misterio incluido. Luego fue un no parar, “Alias Grace” y "El cuento de la criada’’ fueron los siguientes y ya…. ¡parón total! Pero con un recuerdo tan bueno que este verano, cuando trasteaba en una librería y encontré el nombre de Margaret escrito en letras rojas junto a un ojo maligno de bruja que todo lo ve, no me lo pensé, y decidí probar suerte.

Existen una obsesión cansina y repetitiva en los angloparlantes, Willam Shakespeare. De él emana toda la literatura mundial, el presente y el pasado, la luz que nos ilumina. No exagero, por favor, intentad recordar alguna película americana en la que haya alumnos y profesores, de cualquier tipo y condición, que no acabe tocando el tema de las obras de teatro de este individuo. No le quito mérito, y hasta me cae simpático, era - además de católico en tiempos convulsos -  un vividor con bastante empatía con lo que le rodeaba. De esto a que haya pasado a la historia como un "influencer" me parece demasiado.

Como no podía ser de otra manera hay UN PREMIO, otorgado por la editorial Hogarth, fundada por Virginia Wolf en 1917, que insta a los participantes a  transformar y/o reinterpretar alguna de las obras de Shakespeare. ¡Qué pesadez, dios de mi vida! Pero aun así - leyendo la sinopsis y siendo una rendida admiradora de Atwood - el planteamiento me resultó atractivo.

La obra Shakesperiana a transformar era... ¡Tachún, tachún! La Tempestad. (Importante: leed el argumento de obra antes de abordar el libro, ayuda bastante). El comienzo está genial, todo muy canadiense, un tipo (Félix) que organiza el festival de teatro de una localidad de nombre inventado, planteando ideas nuevas, totalmente volcado en su trabajo, tras dejar atrás un pasado de renuncias y pérdidas. Como era de esperar, otros se aprovecharán de su trabajo, tergiversando todo y empujando a este pobre hombre a vivir una vida de retiro tortuoso, en medio de los fríos que aquellas tierras ofrecen a sus habitantes.

Hasta ahí, fenomenal, todo muy esperable y con una prosa muy amena. Ya vas viendo que Próspero (el protagonista de La Tempestad) se asemeja muchísimo a este pobre diablo, que también tiene una hija que se llama Miranda... (He descubierto en este libro por qué hay tantas mujeres en América que se llaman así, a mi me parece un nombre espantoso, dicho sea de paso).


Miranda --- The Tempest (1916)



La segunda parte de la obra se sume en un fangoso y previsible argumento. Y pienso, si a esta mujer le han dado el premio sobre Shakespeare, porque se lo dieron... ¿Cómo eran las demás novelas que se presentaron? Por lo que, DESDE YA, me reafirmo en mi idea de que los premios son endogámicos y están totalmente podridos por dentro. 


El fárrago de la segunda parte describe la venganza de Félix, y cómo hunde en la miseria a todos sus enemigos, valiéndose de la desinteresada ayuda de los presos a los que imparte clases de teatro. Todo muy de Hollywood, muy poco creíble, más parece una serie tipo 'El barco del amor', conocido en España como..... ¡Vacaciones en el mar!

Como libro de autoayuda, genial, con la moraleja de 'los buenos siempre ganan y los malos acaban pagando', pero todos sabemos que eso NUNCA se cumple. Básicamente porque el concepto de bueno/malo es muy difuso. En fin, que es como lo de los premios, un mundo extraño, muy corrupto y con pocas ideas claras. Una lástima. Por ejemplo, las críticas que he leído sobre este libro son todas buenísimas, pero si yo tuviera que quemarlo, pues no me daría pena.

Un ejemplo más de lo sobrevalorado que está el mundo anglosajón.
Eso sí, leed mucho y sacad vuestras propias conclusiones. 
M.

Por cierto, Margaret Atwood es una gran escritora, aunque este libro no me haya gustado mucho.

Cuando eres joven, crees que todo es posible. Te mueves en el presente, jugando con el tiempo como si fuera un juguete a tu disposición. Piensas que puedes deshacerte de cosas y personas, y aun no sabes bien que tienen la mala costumbre de volver
Margaret Atwood










domingo, 16 de septiembre de 2018

Monet y Boudin en la playa del Museo Thyssen de Madrid

A principios de Junio - el tiempo pasa muy deprisa - asistí a la inauguración de la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza sobre la amistad pictórica de dos pintores franceses, Monet y Boudin. Y - tengo que decirlo o reviento -  en compañía del mismísimo Borja Thyssen. Sí, lo sé, no debería leer tanto el ¡Hola! y centrarme más en aspectos de mayor calado y trascendencia en la mente humana, pero no puedo. A mi las sagas familiares en las que se lanzan cuchillos y aparecen nueras brujas e hijos ilegítimos, me atraen muchísimo. Lo que me aburre son las conversaciones de chalets adosados y niños listísimos que montan en un monovolumen cada mañana. 



Borja, ese hombretón de gimnasio, me causó una impresión excepcional. Completamente pulido por tutores y asesores, deja entrever un sincero interés por mejorar y una personalidad sin dobleces. Pero el dinero atrae moscas con lanza, y tener tanto indefectiblemente te convierte en un personaje de novela chusquera, y acabas discutiendo con tu madre y enzarzándote en disputas comandadas por abogados sin escrúpulos.

El ¡Hola! y los museos son dos cosas que parecen no tener conexión, pero es falso, aquí si que hay vínculos importantes. Las celebrities acuden a museos donde se inauguran exposiciones para salir en la citada revista. Algunos son los dueños del museo donde tiene lugar la exposición, otros son los que prestan las obras, otros los directivos de las empresas patrocinadoras del evento, y - por último - aparecen las animadoras profesionales, que viven de lucir el palmito. Cada uno, en este mundo global, se gana la vida como buenamente puede.

Es importante, no obstante, aprovechar estos eventos para tomar buena nota de cómo funciona el mundo y depurar lo que es falso y de pega (prácticamente todo) y lo que es auténtico, en este caso concreto la obra pictórica reunida para la exposición. Yo aquí, desde esta modesta tribuna, pincelaré lo que para mi es relevante.

La pintura del siglo XIX y XX, abanderada básicamente por pintores franceses, no es uno de mis fuertes. Me fascina tanto la pintura gótica y barroca, que no he logrado todavía sumergirme y ampliar mis conocimientos en lo que se refiere a épocas más recientes, cuando el pintor trasciende de la realidad y decide dar a la obra de arte su toque personal, su visión del mundo. Lejos ya - muy lejos - de los enlatados temas academicistas, típicos de épocas anteriores. Entonces los maestros marcaban el camino a seguir y, más tarde, cuando las ciudades se hicieron centro de poder y cultura, los gremios y academias de arte.

Es muy importante olvidar nuestra cultura de abundancia, donde puedes delirar e innovar en cientos de lienzos comprados a precios ridículos en una gran superficie. Pensemos - por ejemplo - en el siglo XV, un comitente encargaba una obra, algo que se pensaba y se cuidaba hasta el último detalle. Se buscaba el soporte más conveniente, el tema, el marco, se hacían mil bocetos. Todo lo anterior era tan sumamente caro, que pensar en encargar la obra a un desconocido era implanteable, debía ser un maestro consagrado, que seguía las normas y el gusto imperante. Por eso pintores como El Bosco tienen poca obra.

Esa exquisitez y dedicación a la obra de arte, a pesar de estar encasillada y ofrecer machaconamente los mismos temas, a mi me gusta. El artista era más humilde, después - pensemos en Picasso - se convirtió en un intelectual autoconvencido que desde su paleta salían los trasgos que guiaban a la humanidad. Cézanne es otro ejemplo de este punto de vista. Para cerrar el círculo, aparecen los críticos y las máquinas de rayos-X, que escudriñan y reinterpretan las obras como si - verdaderamente - de cada uno de los pequeños lienzos saliesen las líneas maestras que nos iluminarán, como pequeños "Libros Rojos de Mao".

Por eso cuando veo el cuadro de Juan Sánchez en el  Museo del Prado, me emociono, pero la pintura de Monet, por ejemplo, me deja algo indiferente. Su soberbia me cansa y además es una soberbia muy prolija.



Juan Sánchez
La Crucifixión (hacia 1460) Museo del Prado


Digo prolija porque, como comentaba antes, desde que existe la producción en cadena, un pintor - si así lo estima - puede pintar cien cuadros al día. El caso de Monet es obvio. Simultánea a esta exposición, en la National Gallery de Londres ha tenido lugar otra titulada ''Monet y la Arquitectura'', que - como no podía ser de otra manera si la organiza alguien de habla inglesa - los calificativos han sido estratosféricos, quitan el aliento de lo absurdamente pomposos que son. Adelanto ya que la exposición de Madrid es mejor.


Que haya varias exposiciones del mismo pintor a la vez, demuestra que debió pasarse su vida produciendo lienzos sin parar. Innovando, iluminándonos con su arte y su visión francesa del mundo. Mucho no tuvo que pararse en cada uno, o no le hubiera dado tiempo a dejarnos tal cúmulo de cuadros, que llenan galerías y galerías que - a mi particularmente - no me dicen nada. 

Vayamos por partes, afirmo que la exposición de Madrid es mejor, primero por el contenido, es más audaz, y segundo por el enfoque. Centrarse en la mutua influencia de dos pintores, uno de ellos menos conocido - Boudin -, y mostrar cuadros de temática dispar que configuran una visión global no sólo de Monet, sino también de su aportación al Impresionismo, es más inteligente, más dinámico que exponer una parte concreta de Monet, introducida con calzador en nuestras mentes, y torticeramente dirigida por el comisario de la misma. No creo que pintar casas y paisajes fuese una de las genialidades de este artista. Recordemos que ha pasado a la historia del arte por pintar nenúfares.


Claude Monet
Water Lilies (1914-26)
MoMA. Nueva York


Es cierto que tiene dos series de cuadros muy interesantes, en los que experimenta con la luz que se proyecta sobre edificios, una es de la Catedral de Ruan (1892-95) y otra sobre las Vistas de Londres (1899-1904). Pero en la exposición de la National Gallery no hay una masa de cuadros suficiente para entender esta obsesión de Monet por la luz. Los pocos lienzos expuestos están - además - tan manipulados por las luces que no sabes bien si lo que ves es lo que concibió el pintor o el efecto visual de las luces led.

Tengo que confesar algo importante, la exposición de Madrid la he visto más de veinte veces, y la de Londres sólo una. No obstante creo que mis conclusiones son acertadas, recordad que el arte es algo que comunica e inspira, instantánea y sutilmente, y a mi la exposición de Inglaterra no me transmitió nada. 

Otro de las sorpresas que ofrece el Thyssen es que, si decides no leer - al abordar la obra - el nombre del pintor y lo dejas para después, globalmente llegas a la conclusión de que Boudin era mejor pintor que Monet, y que este último ha sido magnificado y mitificado de una forma algo absurda. Soy algo injusta, pero nos han contado machaconamente que desde el siglo XVII hasta  principios del XX toda la cultura emanaba de Francia y yo, estando en completo desacuerdo, tiendo a ver todo lo que viene de allí y de esos siglos de forma un tanto escéptica y reservada. En el caso que nos ocupa, cualquier pintor contemporáneo español contemporáneo a Monet es INFINITAMENTE mejor que él, Sorolla sin ir más lejos. Fortuny (bastantes años antes) ya había experimentado y mejorado todo lo que - según los francófilos - Monet había creado. Y para que no huela esto a patriotismo gratuito, puedo mencionar a pintores no franceses millones de veces más innovadores, como Whistler, que ya había experimentado con las brumas londinenses, o Modigliani, que creó un universo visual más complejo y enriquecedor. 

Demostración de lo que digo es que, desde que Nueva York se convierte en la capital mundial del arte tras la Primera Guerra Mundial, ningún pintor francés ha ocupado un mínimo espacio en el Olimpo del arte. Lo cual es raro y sorprendente si tanto talento había allí. 

Monet, al igual que otros Impresionistas y post-impresionistas, está magnificado por demás. Hay paisajes en la exposición que no pasarían la criba de un mercadillo ambulante de pueblo. Estoy siendo injusta, y quizás se deba a mi desconocimiento sobre la época y el pintor. Debéis disculparme, pero si di forma a este blog fue para expresar lo que yo siento cuando leo, viajo, o veo exposiciones de museos varios. 

Quizás su protagonismo , como el de tantos otros, esté en algo tan simple como ''follow de money", o lo que es lo mismo, donde está el dinero está todo lo demás, y efectivamente el punto de vista de ¡Hola! sea el correcto, la obra de arte es la cortina invisible que da forma a lo inmediato, que es en definitiva lo único que se posa en nuestra memoria.

Cuando los grandes magnates americanos fijaron sus ojos en la Vieja Europa, decadente y sumida en guerras destructivas que se sucedían sin parar, Francia era el faro que guiaba a las musas, enloquecieron con el Impresionismo, el Post-impresionismo y las Vanguardias de principios del siglo XX. Compraron todo lo que pudieron, el ejemplo es el MoMA de Nueva York, y se apalancaron en ello para liderar el monopolio de la cultura del siglo XX y lo que llevamos del XXI. En su modelo marketiniano de vender cualquier cosa, creo, entra Monet y muchos otros. Después, cuando ellos ya decidían, no era necesario fijarse en Europa, ni en el mundo.

Sólo están ellos. Dando a pintores como Monet un protagonismo irreal. 

Los europeos del siglo XXI no carecemos de talento, es que no tenemos el dinero para venderlo. Por eso prefiero la Edad Media, los sentimientos eran sublimes y puros. Perdidos irremediablemente en la bruma de los siglos. 

Sacad vuestras propias conclusiones, por favor.
M.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Gudú, el olvidado...

Lo voy a soltar a bocajarro, nada más comenzar... Odio las novelas de ''El Señor de los Anillos''... NO las soporto, y las películas menos. O no he sabido captar el meollo de la cuestión, o lo único que he sido capaz de retener en mi cerebro ha sido la imagen de un ser deforme que busca un anillo. Ya, lo sé, no he pillado nada... Cuando comento esto de forma casual, me miran como si fuese una pirada, alguien que no ha hecho buen uso de las setas alucinógenas, por lo que suelo callarme prudentemente mi opinión.

Conste que intenté leerlas en inglés, para ver si - por lo menos - aprovechaba el tiempo y memorizaba algún término de las Tierras Medias, pero es peor todavía que en español, por lo que aplaudo públicamente al traductor (Francisco Porrúa) que le ha dado algo de brillo a algo tan horripilante. Estoy siendo muy cruel, pero lo cierto es que las expediciones por montañas, luchando contra guerreros desaseados no ha sido nunca lo mío. Si encima buscan un anillo, menos.

Esto no es óbice para que me interese sobremanera su escritor, J.R.R. Tolkien. No dejo de sentir hacia su desbordante imaginación una sincera admiración. Fue un intelectual y un erudito sobresaliente, y objetivamente no escribe mal, pero es que la temática no me atrae. Para mi adolece de uno de los peores defectos que puede tener un libro (¡ojo que es un apreciación enteramente mía!), está infectado por la dinámica literaria escrita en lengua inglesa, ya ampliamente comentada en este espacio.

La denominaré ''Dinámica Awesome'', consistente en magnificar sin medida ni pudor todo lo escrito en la lengua franca sin discusión, aunque no valga la pena perder el tiempo en leer la primera página. No llegamos a casos tan extremos con Tolkien, pero lo cierto es que nos han bombardeado con estos libros. Si estuviesen escritos en Lituano, hubiesen pasado sin pena ni gloria, y el escritor, o hubiese muerto pobre o purgado por Stalin (las Repúblicas Bálticas se vieron muy castigadas en su momento), pero claro, no es el caso. Y Tolkien, brillante en casi todos los aspectos y lingüista por añadidura, nos introdujo por obra y gracia de la lengua inglesa, en un mundo de lenguajes extraños, personajes mutantes y mágicos y seres buenos que - esto si que no añade sorpresa alguna - buscaban recuperar el equilibrio de la Tierra Media. La Tierra Normal (la nuestra) no la hubieran normalizado nunca, ni con la posesión del anillo. Es lo bueno que tiene inventarse mundos, que la cosas funcionan, producto de la ficción.

Nuestro querido Tolkien multiplicó criaturas sin control, y la ''Dinámica Awesome'' hizo el resto. Por eso, este y otros libros escritos en inglés los manejo y leo con una inconfesable cautela.

En el otro lado de la moneda, hay libros que son más allá de Awesome (en inglés, impresionante, que te deja turulato de lo bueno que es), con mayor uso de la imaginación y la palabra, pero su público es infinitamente más restringido, no porque haya una masa crítica lectora menor, más bien porque no hay ''Dinámica Awesome'', y eso es clave. Si se acompaña con una súper-producción cinematográfica, cualquier obra maestra, por muy superior que sea a este grupo de libros, palidece y se diluye en el lago del olvido. Porque se trata de olvidar, mágicamente, como se olvida al Rey Gudú.


Olvidamos sin pensar, sin ver la magia, la que desborda y azota a este libro de principio a fin, con una pócima de encantamientos y de historias veladas contadas por trasgos y hadas que se esconden en los lagos, pero que no pueden evitar sentir atracción por lo humano, por lo bueno y por lo terriblemente cruel que encerramos, nosotros, los hombres de este planeta. Dentro de un Reino - Olar - ficticio pero tangible, lejano en el tiempo pero que, a cada segundo de la lectura, deja traslucir todo aquello que ya sabemos, pero contado en forma de hechizo...

Gudú, el ¿protagonista? de esta novela, aparece ya muy mediado el libro. Es necesario ubicarlo en el tiempo y en el espacio para así comprender que suma mil encantamientos, junto con la malicia y frustración de aventuras fracasadas y sagas familiares quebradas por la ambición de luchas ajenas. No, no es como todos, porque su madre, Ardid, la verdadera protagonista del libro (necesariamente tenía que ser así, una mujer fuerte e inteligente en la sombra, como lo fue toda la vida la propia escritora, Ana María Matute) ha decidido la vida del futuro rey de Olar, incluso antes de haberlo engendrado. Ha dispuesto privarle del sentimiento del amor, carece de corazón. No puede sentir pero si ambicionar tierras y reinos lejanos sin límite, legendarios y no tanto. Sólo por ser el más grande rey de un mundo en esencia restringido por el tiempo y el espacio, un reino raquítico y anclado en los sueños. La ambición le provoca vértigo constante, pero también desencanto:

''Es extraño que la realización de un deseo provoque un vacío tan grande'''
Olvidado Rey Gudú.


Gudú es cruel, pero no más de lo que cualquier rey medieval pudo haber sido. La vida no valía nada, porque nada podían aspirar a tener ni a sentir la inmensa mayoría de los habitantes de la Tierra (la Media, la Imaginaria o cualquier otra), la subsistencia y la crueldad descarnada son el fresco que contemplas leyendo el libro. Nadie siente ni padece, sólo arrastra miseria. Porque a pesar de existir la religión, ésta no vale para dar respuesta a tan descorazonador mundo... Hasta que aparecen los sueños, arrastrados por niños que juegan bajo árboles mágicos y viajan en el tiempo.

Tolkien arrasa con su imaginación, pero es incapaz de reflexionar sobre algo tan simple como el corazón, el arrancaron a Gudú, para que no pudiera amar, como si sólo en amar - o no - estuviera la raíz de todos los desastres de la humanidad.

''La inteligencia tiene un límite, la tontería y malicia no tienen fondo visible o alcanzable''
Olvidado Rey Gudú.


Gudú no siente lo que los demás parecen sentir. No siente amor hacia su madre, Ardid, que dirige y pone rumbo a un reino en medio de los vientos. Su única misión es conquistar, someter y convertir su reino y su estirpe en legendarios. Pero la ambición extrema y sin corazón mata, aniquila y convierte en infelices a los que rodean a una mente trastornada por la grandeza. Tiene daños colaterales y suele ser consecuencia de una educación escrita por alguien aplastado por ella y consciente de que los sentimientos dulces y la empatía con el mundo son castigados severamente. Por eso Ardid, víctima de crueldades ajenas, arranca a cuajo el corazón de Gudú, que se convierte literalmente en una piedra. Pero olvida, al establecer el conjuro, una matiz básico, que en un determinado momento, amándonos a nosotros mismos, reflexionamos sobre lo absurdo de todo lo que hemos acometido en nuestra vida. Sí, Gudú es capaz de amarse y contemplarse a sí mismo, y luego dejarse dominar por sentimientos humanos profundos y contradictorios...

Lo comprende antes de enfrentarse, ya sin dudas, a su verdadero lugar en el mundo, cuando escucha estupefacto las palabras de un traidor a su causa:

''Sólo conozco dos sentimientos tan fuertes que obliguen a un hombre a traicionar su palabra: el ansia de libertad o el odio. Existe un tercer sentimiento, pero tan ambiguo, tan dividido y tan misterioso, que desde luego tú, Gudú, ni siquiera puedes sospechar: el amor.''






Nos encontramos ante uno de los libros más sobresalientes del siglo XX, suerte que podemos leerlo en su versión original, porque, si nos detenemos justo al final de cada capítulo, y con algo de perspicacia, podremos sacar conclusiones universales y sabias, pero constantemente ignoradas:

- Anhelamos lo grandilocuente, pero nos permitimos el lujo de despreciar la sencillez trascendental que nos rodea.
- Nuestros objetivos están en una isla (en el libro la de Leonia) que contiene la voluptuosidad del lujo y el deseo, concretada en un juego de sombras que - al desaparecer su influjo - nos sume en la más terrible de las certezas, la de no amar a quien nos aman, sin pedirnos nada.
- Cuando dejamos de ser niños, y ya no vemos la vida a través de los ojos de la inocencia, morimos y nos extinguimos envueltos en amargura.
- Preferimos buscar y cuidar potenciales enemigos, a mimar a nuestros verdaderos amigos.
- Siempre hay alguien que vela por nosotros, de forma silenciosa y eficaz, pero no nos damos cuenta. Y - cuando lo hacemos - es demasiado tarde.

Y lo más importante de todo, nuestro momento de máxima lucidez acontece cuando todo está ya perdido.

''¿Por qué es tan ciego y tan indescifrable el mundo al que nos trajeron? ¿Quién nos dejó caer en este mundo, tan mudo, impío y desolador? (...) Ardid se dijo que toda su ciencia era un vano intento de rasgar el velo del mundo.'

Leed muchísimo,
M.