sábado, 23 de noviembre de 2019

Velázquez, el Cuadro y la Eternidad.

Viernes 15 de noviembre, estreno del documental 'El Cuadro', de Andrés Sanz en el Auditorio del Museo Nacional del Prado, en Madrid. Casi dos horas de monólogos entrelazados que giran entorno a una pintura, un cuadro, una obra maestra, 'Las Meninas' de Diego Velázquez. Probablemente la obra de arte más importante de la historia y - sin duda - la cumbre del barroco español. El reflejo más fiel del relumbre y caída de la monarquía de los Austrias españoles. Sí, lo sé, uno de mis temas recurrentes. 


Las Meninas (1656)
Diego Velázquez (Museo Nacional de Prado)

Era necesario crear un halo de misterio sobre el pintor y su obra. Sobre la vida de un hombre hermético (Velázquez) y su relación con Felipe IV (1621-1665), como monarca de un imperio en decadencia y verdadero fundador de la pinacoteca. Sí, el Museo del Prado lo fundó él, dando forma a una colección de pintura - ya en el siglo XVII - que no tenía comparación con ninguna. El monarca era un artista en potencia, un entendido en arte y un mecenas. Un hombre sensible que vio, con una claridad incontestable, que Velázquez era un genio de los que sólo aparecen muy de vez en cuando, en su caso es posible que no haya habido otro. Y de eso no se dieron cuenta los impresionistas franceses del siglo XIX, esto lo vio Felipe IV la primera vez que observó la rabia y la destreza con la que pintaba, resolviendo los detalles con escasas pinceladas, dejando flotar el aire entre las rendijas y los personajes. Sí, el tándem perfecto, el rey y su pintor de cámara. Un monarca que no era tan decadente, porque, gracias a él, El Prado ocupa un lugar dentro de lo sublime e irrepetible, gracias a él, aun hoy, podemos mostrar al mundo un espejo de misterio, un cuadro que encierra un mensaje oculto... ¿Cuál? De eso se trata, no tenemos ni idea. Y ese es el mensaje central del documental 'El Cuadro', lo mágico de la obra, sin saber exactamente dónde reside la clave, ni en qué faceta debemos fijarnos para desentrañarla. ¿Es la historia de la Infanta Margarita - actriz principal de la obra -, es el momento histórico en el que se pintó, la disposición del resto de actores tanto en el cuadro como el la corte, la perspectiva innovadora, el tiempo récord que tardó en pintarlo (cuatro meses), lo que hay al otro lado, es decir donde estamos nosotros, los que miramos, y que se supone que es lo que pintaba Velázquez, los reyes que se reflejan en un espejo de forma imposible, el punto de luz...? Incluso puede que no haya misterio y - simplemente - hayamos creado un castillo con un grano de arena.

Esta es la trama del documental, y para ello prestan su testimonio y sus vivencias pintores (como Antonio López), arquitectos, conservadores del Museo del Prado y del Metropolitan de Nueva York, escritores, y sobre todo estudiosos de su obra, destacan dos, Francisco Calvo Serraller, y el mayor conocedor y estudioso de la obra de Velázquez, Jonathan Brown. Una mezcla sugerente y completamente recomendable. Los 'monologuistas' llegan a transmitir su admiración con tanta vehemencia que hay momentos en los que llegas a emocionarte de verdad, al ser consciente de la suerte que tienes por poder contemplar el lienzo en Madrid, no sólo una vez, sino tantas como tu espíritu rebelde te pida. En cada ocasión en la que se busque sosiego y vértigo simultáneamente.

Nos observan, en silencio, trescientos setenta años de historia de España, y del mundo. Porque desde que Velázquez murió, en 1660, el arte comenzó, al principio tímidamente y desde la segunda mitad del siglo XX de forma trepidante, un descenso hacia el infierno, hacia la bazofia. Una variante del asco, una historia de decadencia, de caída libre. Encumbrando a pintores mediocres de forma inconcebible, llegando a un punto - ahora - en el que lo que 'vende' son las ideas disparatadas, no hay material, no hay artista, sólo un vendedor de tendencias, de ideas que agradan a mecenas. Ocurre que - al menos en Europa, pero sobre todo en España - los mecenas son políticos, cuyo conocimiento del arte se reduce a mirar cuadros de reojo, mientras degustan canapés en eventos pagados por el sufrido contribuyente. 

Esta espiral de sinrazón alcanzó cotas de risa cuando una limpiadora tiró a la basura una bolsa que estaba en medio de una de las salas del Museo Bolzano de Milán, pensando que era propiamente basura (lo que era), cuando en realidad era una obra de arte. Y ¡sorpresa! el objetivo del artista era mostrar la corrupción política. ¡Qué sutil mensaje, qué originalidad! Tan turbio es el mundo artístico ahora que, cuando se inaugura una feria como Arco, los artistas enseguida buscan vender su obra como una provocación, no prima la calidad, ni la mano de obra, ni la emoción que te embargará al enfrentarte a ella. Hay que brillar por medio de las palabras cargadas de vacío, no de la propia pieza que se muestra al público. ¿De qué hablamos entonces, de literatura hueca o de vacío sublime? Esta es la pregunta.

Al contemplar 'Las Meninas' desde lejos, desde el emplazamiento del retrato ecuestre de Carlos I de Tiziano, el silencio te habla y te emociona. Velázquez ha conseguido mantenernos en vilo cientos de años. Nadie ha conseguido explicar por dónde escapa el aire de sus cuadros, tampoco damos con la clave de su mensaje. Él fue capaz de verter en su obra lo que él fue, un hombre hermético. Y lo que vivió, un momento de la historia de España increíblemente fértil culturalmente, pero terriblemente incierto en lo político. 

Me pregunto qué quedará de las obras de Arco dentro de trescientos años, o de las de cualquier museo de arte contemporáneo que apueste por cabezas cortadas, leños y piedras que supuran aceite, colas de caballo llenas de cera o ataúdes de cristal llenos de flores... Por citar algunos ejemplos reales. 

Pero sí sé que 'Las Meninas' nos acompañarán hacia la eternidad, no importa cuan larga sea, o cuan cerca esté el final. Porque encierra la clave del vacío sublime, del aire que escapa, como nuestra propia vida, en busca de algo eterno que nos explique la clave de no sabemos qué.

Leed mucho y - si tenéis oportunidad - ved el documental de 'El Cuadro'.
M.


domingo, 3 de noviembre de 2019

El último emperador, pintores flamencos y una manzanilla en el Museo del Prado.

He llegado a una conclusión rotunda, una revelación. Imagino que la sensación debe ser semejante a la que siente un científico de la NASA cuando descubre una galaxia, un exoplaneta, una nueva estrella o agua en Marte. La conclusión es la siguiente, a los norteamericanos les molan los emperadores. Cualquier acción al respecto de un personaje que haya ostentado esta dignidad, es objeto de un estudio chusquero por su parte. No vale reírse, porque esto es un tema que requiere la mayor seriedad, es una pauta de comportamiento preocupante y que demanda un estudio en profundidad. Si esta obsesión se diera en Albania, no pasaría nada. Pero Estados Unidos nos vende todas sus paranoias, y como no solemos filtrar lo que nos cuentan, alguien debe tomar las riendas de tan delirante obsesión.

Por favor, no hay que tomar esto a broma. Es un delirio que puede extenderse como la viruela.

Repasemos, hemos visto en el cine/televisión: 'El último emperador' (Puyi), 'El último samurai' (en este caso el que se extinguía era el samurái, y llegaba el emperador, que era malísimo y medio idiota, según la versión de Hollywood), 'Kungfu' y su querido amigo el Pequeño Saltamontes (con una turbia historia de asesinato del sobrino del emperador chino)… Por citar sólo tres. Todos ellos, por rocambolesca que sea la historia que traten, palidecen ante el despliegue de armaduras y lanzas que puede verse hasta el 5 de enero de 2020 en el Metropolitan de Nueva York, con objeto de la exposición 'El último caballero'. Mayor despropósito y manipulación histórica no se ha conocido. Esta es la razón por la que afirmaba al principio que la obsesión de los estadounidenses por los emperadores tiene algo de paranoia enfermiza rayando el desconocimiento más ridículo. Asumo que es por la cultura del espectáculo, de la que todos somos víctimas. O por no dejar que la Leyenda Negra española caiga en el olvido.

Vamos por partes.


Un viaje a Nueva York en otoño, más con 25º de temperatura y sol todo el día, es completamente recomendable. Una delicia para los sentidos y para la mente. Huir del despropósito peninsular es una bendición, un gasto del que cuesta recuperarse, pero completamente justificado. Una vez allí, sólo resta pasear y observar. Uno de los mejores sitios para ello es el Metropolitan (MET), un gigantesco museo con todo tipo de cachivaches de todas las épocas y culturas de la humanidad. Increíble expolio el llevado a cabo (son dignos herederos de sus hermanos británicos), no hay civilización - por poco influyente que fuera - que no tenga su salita en este museo. También hay pintura y escultura, sobre todo europea, y - cómo no - exposiciones temporales. La entrada cuesta 25 dólares, pero puedes acceder durante tres días. Falta tiempo, cuando se cogen las riendas de la cultura - como ha sido el caso de los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial - hay que mostrar al mundo todo lo que se tiene sin rubor. Otra digna herencia, esta del protestantismo y su afán por no ocultar la riqueza, como una bendición de dios. 

Este octubre del 2019, dos de estas exposiciones eran, la ya mencionada de 'El último caballero', y 'Alabando a los pintores flamencos', otro increíble ejemplo de manipulación sin precedentes. Con lenguaje dañino y torticero. Volveré a esta muestra, pero vamos a desvelar la identidad de nuestro último caballero, un EMPERADOR, claro, el último de Sacro Imperio Romano Germánico, según la versión del MET, Maximiliano I (1459-1519).


Maximiliano I de Habsburgo 
(1459-1519)

Detalles importantes para comprender la manipulación, uno la fecha de su muerte 1519. Dos, sus raíces germánicas y su centro de operaciones, el norte de Europa. Ya está. El último emperador Maximiliano es el estertor glorioso de una época que declina, para dar comienzo a otra más esplendorosa, la de los príncipes alemanes protestantes a los que Lutero leyó el pensamiento y dio voz en 1517, dos años antes de la muerte de nuestro emperador. Porque para los habitantes del norte de Europa, de los que los norteamericanos son dignísimos herederos, Carlos V, como español y católico, NUNCA fue emperador. No solo no lo matizan, simplemente niegan su existencia. En todo momento, a lo largo de la exposición, cuando mencionan al nieto de Maximiliano I, es decir, a Carlos I de España y V del Sacro Imperio, se refieren a él como rey de España. Los emperadores, cuando existen y se les menciona, deben ser a imagen y semejanza de una película de Hollywood, al servicio de una idea que divide la historia en dos, antes de 1517, y después.

Y si hay algo que es comercial, vendible y vistoso antes de 1517, como es el caso de esta muestra, se maquilla como si de un decorado monumental se tratase y se orienta hacia donde es menester. En realidad tal despropósito no cae en saco roto, los norteamericanos han sufrido adoctrinamiento toda su vida, y a la Edad Media - para ellos antes de separarse de las doctrinas de Roma - la denominan 'Dark Ages' (Tiempos oscuros). Este tipo de saraos, no hacen sino reafirmar aquello en lo que llevan creyendo quinientos años, si además - como parte de una obsesión hollywodiense - aparece un emperador, entran literalmente en el nirvana. 

Esta vez anexo como prueba una de las cartelas de la exposición donde habla de sus herederos.



Traduzcamos el segundo párrafo: "(...) Maximiliano buscó personalmente el bienestar de sus herederos. Los matrimonios que concertó tuvieron como consecuencia un aumento de la influencia de los Habsburgo en los asuntos políticos europeos. Su hijo (se refiere a Felipe el Hermoso) se convirtió en rey de Castilla, su nieto mayor (Carlos I) llegó a ser rey de España y gobernante de partes de Italia y Centroamérica, y su nieto más joven se convirtió en rey de Bohemia y Hungría (Fernando I) (...)

Ahí queda eso. Sin palabras. Carlos I NUNCA fue emperador. ¡Madre mía! Y al que refieren como su nieto más joven (Fernando I) tampoco. No salgo de mi asombro. ¿Cómo un museo como el MET puede incurrir en una manipulación histórica tan asquerosa? 

Puedo hacer mil matices a esta frase de la cartela, la primera de ellas es que la llegada al reino de Castilla de Felipe el Hermoso fue una mera casualidad, y que - en el momento de concertar su matrimonio - esto no estaba en el guion. La segunda es que liquida, como ya he dicho, no a un emperador, sino a dos.

Para engatusar al visitante, un despliegue de armaduras a cual más deslumbrante, banderas, libros y obras de arte, que muestran a un mecenas del arte y a un humanista que no fue. Sólo asistiendo a las batallas y guerras en las que se vio envuelto, debió restarle tiempo para cultivar todas las cualidades de las que le hacen merecedor. 

Ya en la senda de la manipulación más vil, se puede contemplar, también en el MET desde el 16 de Octubre hasta no se sabe cuando, 'Alabando a los pintores flamencos, la edad dorada de Rembrandt, Hals y Vermeer'. No hace falta decir que aquí es Holanda la protagonista de una farsa teatral como nunca se ha conocido en la historia del comisariado artístico. Al menos en este caso simplemente hay manipulación, no niegan la existencia de hechos históricos. Algo es algo. La muestra contiene cuadros de artistas holandeses del barroco, no hay obras prestadas, todas son parte de los fondos del propio museo. 

Holanda, según el MET e innecesario es decirlo, se había sacudido el yugo del oscurantismo español, y abanderaba un movimiento de progreso sin límites. Estos cuadros pretenden mostrar la opulencia y progreso de una sociedad rica, olvidando que ya lo era desde hacía siglos, no hacía falta que los españoles estuvieran o no. Paseando por diversos museos del mundo podemos comprobar temáticas semejantes en pintores como El Bosco, Hans Memling, Robert Campin, Mabuse, Quentin Massys o Van Eyck, por citar a algunos, que demuestran que - ya desde el siglo XIV - los holandeses y flamencos en general, virtud de sus ríos caudalosos y sus puertos naturales, controlaban todo el comercio de Europa y les salía el dinero por las orejas.

Quentin Massys (1514)
Museo del Louvre (París)

No tenían, por añadidura, ningún problema en demostrar al mundo lo bien que vivían, no les habían inculcado la virtud de la humildad. 

Para el MET la opulencia de la sociedad flamenca es resultado de que los españoles desapareciéramos de allí. Causa y efecto. No hay fisuras en esta versión. Eso sí, de vez en cuando hay que nombrar algún problemilla social de la época, como la eliminación y confiscación de riquezas a los católicos. Esta parte cobra especial interés porque hay unos cuadros de Vírgenes y se habla del pintor católico holandés por excelencia, Johannes Vermeer.

Que haya vírgenes, demuestra que - pese a la persecución - siguió habiendo católicos en Holanda. Esto se explica de la siguiente manera, cito textualmente, 'Los católicos eran perseguidos y sus bienes confiscados por las autoridades. Pese a todo, algunos seguían adorando a la Virgen en la clandestinidad encargando cuadros de esta temática a maestros varios. Lo que demuestra que la sociedad holandesa era muy plural'.

¡Increíble! Ser católico (o lo que fuera) en la clandestinidad demuestra claramente que era una sociedad abierta. Delirante es poco.

Vamos con Vermeer. De la vida de este pintor se sabe poco, no salió de su ciudad natal, Delft, y no está claro en absoluto que fuese católico. ¿Por qué - os preguntaréis - tienen los protestantes tal obsesión por demostrar que sí lo era? Es muy sencillo. Vermeer describe con sus actos vitales todo aquello que han contado a sus adoctrinados como típicamente católico, a saber, fanático, corto de miras (no se le conocen viajes), con todos los hijos que dios le dio y casado toda la vida con una mujer a la que no quería, pero de la que no se divorciaba. Nada más hay que añadir.

Todo esto no tendría que ser dañino ni peligroso, incluso podría tomarse como algo digno de lástima. Pero es peligroso porque es imposible revertirlo. No es el hecho de que Estados Unidos haya tomado las riendas de la cultura mundial, es que las personas que conforman y construyen ese monopolio de pensamiento son completa y absolutamente cuadriculadas. Me convencí de ello cuando ayer, en el Museo del Prado, vi su forma de comportarse. Una simple y cotidiana escena. Paseando por las salas, uno de mis acompañantes comenzó a sentirse mal y se desmayó. A duras penas llegamos a la cafetería, con la intención de que tomase algo. En la cola del restaurante, delante de mí, únicamente había ciudadanos americanos, lo sé, estoy segura, les oí hablar. Les pedí, estaban presenciando la escena, que me dejasen pedir una manzanilla. Ni se inmutaron. No lo hacen porque es innecesario, el mundo corre por los raíles de su inmutabilidad y sus ideas preconcebidas. Contra eso, no hay lucha posible.

Tengo más reflexiones, pero por una vez no usaré la técnica del batiburrillo ecléctico.
Reflexionad y sacad vuestras propias conclusiones.
M.