domingo, 18 de diciembre de 2016

Mendoza y el Ilustre Caballero de la Triste Figura.

He tenido ocasión de hablar con Eduardo Mendoza dos veces. Es un tipo tímido, poco expansivo y humilde. Sorprendido cuando lo reconocen y poco amigo de hablar de sí mismo. Narraré en pocas palabras estos dos encuentros.

El primero de ellos tuvo lugar en Barcelona, allá por el año 2008. En un restaurante/escuela cuyo nombre no recuerdo, comandado por un judío (aporto este detalle porque cuando se paseó por las mesas para preguntar qué tal estaba todo, dejó caer ese detalle varias veces) y que casi seguro estaba por la Vía Laietana. Yo había ido por trabajo, y tras soportar unas soporíferas charlas en las que mi entonces esnob jefe se pavoneó como un idiota, nos fuimos a gastar el dinero del accionista (trabajo para una Sociedad Anónima) a este restaurante de relumbre y distinción. Y mira tú por donde, justo detrás de mi estaba Mendoza. Yo no lo había visto, pero mi jefe, sí. Nos lo hizo notar y nos prohibió ir a saludarlo, dando como excusa que - tal vez - al escritor no le gustase. Yo enseguida comencé a pensar como saltarme la prohibición, ya por entonces Mendoza era uno de mis escritores imprescindibles, de esos que citas una y otra vez en conversaciones casuales. 

Mi jefe (no ha muerto, pero se jubiló hace algunos años) era un tipo al que le encantaba escucharse a sí mismo. Se creía cultísimo y patinaba sin parar sobre lodos varios porque - sin ser tonto - estaba lejos de ser un genio. Era una especie de dictador esnob y grotesco que no hubiera soportado que uno de sus subordinados - al hablar con Mendoza - hubiera puesto de manifiesto algún tipo de superioridad, por microscópica que esta fuese.

Temblando de pies a cabeza, me acerqué a saludar a Mendoza y de paso caí varios peldaños en el organigrama de la empresa. Lo que no sabían mis superiores (creo que no lo han sabido nunca) es que caer en el abismo me importaba un bledo, siempre que tuviera la ocasión de charlar un rato con el escritor de 'La verdad sobre el caso Savolta'. Para las personas que ven su vida pasar a través de las decisiones estúpidas de otros, que se ofrecen a chupar miembros viriles en comidas de Navidad con tal de tener un puestecillo pirrioso en una Organización de mierda, esto es difícil de comprender. Ellos sólo verían al compañero de Gurb, en sus andanzas por Barcelona justo antes de los Juegos Olímpicos de 1992, como a un ente incomprensible e incatalogable. No a un alienígena que saca a al luz todas nuestras miserias y nuestros absurdos. Pero el que se rodea de inmundicia es incapaz de distinguir ni discernir nada entre el lodo de la estupidez. 

Esa sinrazón constante y esperpéntica es fabulosamente retratada por Eduardo Mendoza, da igual el libro suyo que caiga en tus manos, en todos subyace una fina crítica sobre un mundo - el nuestro - que se mueve por impulsos irracionales y ridículos.

09.55. Bajo la apariencia de Julio Romero de Torres (en su versión con paraguas), me naturalizo en el bar del pueblo, me arreo un par de huevos fritos con bacon y hojeo la prensa matutina. Los humanos tienen un sistema conceptual tan primitivo que para enterarse de lo que sucede han de leer los periódicos. No saben que un simple huevo de gallina contiene mucha más información que toda la prensa que se edita en el país. Y más fidedigna. En los que acaban de servirme, y a pesar del aceitazo que los empaña, leo las cotizaciones de bolsa, un sondeo de opinión sobre la honradez de los políticos (un 70 por ciento de las gallinas cree que los políticos son honrados) y el resultado de los partidos de baloncesto que se disputarán mañana. ¡Oh, cuán fácil les sería la vida a los humanos si alguien les hubiera enseñado a descodificar!
"Sin noticias de Gurb" 1991.

La segunda vez que charlé con él fue en el hall del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Él paseaba solo, y esta vez- sin soportar la presión de la estupidez - le saludé de forma casual. Me dijo que le gustaba Madrid y que le extrañaba que alguien le comentase que le gustaban sus libros, porque la realidad era que no se vendía ni uno, con un tono entre sarcástico y melancólico. 




Y así, llegamos a Noviembre de 2016 y Eduardo Mendoza gana el Premio Cervantes. Para mí el más importante premio literario que existe. Había antes otro premio que era relevante, el Nobel, pero desde que se lo otorgan a seres que no han escrito en su vida un libro, dejó de tener valor. Confieso que cuando leí la noticia sentí una alegría inmensa. Por decirlo de forma sencilla... ¡Me encanta como escribe! 

- ¡Me sobra de todo para cantar en el Liceo, colgajo de mierda!
- ¡Te sobra finura, putarranco! - aulló el vejete.
- Muchas quieran tener de lo que a mi me sobra - gritó la cantante y se sacó por encima del escote una tetas como tinajas. El vejete se abrió los pantalones y se puso a orinar burlonamente. La cantante dio media vuelta y se retiró bamboleante y digna. Sin esperar aplausos. Al llegar a las cortinas, tras el piano, se giró en redondo y dijo solemne:- ¡Te parieron en una escupidera, marica!

(...)

JUEZ DAVIDSON: ¿Fueron al cabaret en busca de esparcimiento?
MIRANDA: Oh, no.
J.D.: ¿Por qué dice "oh, no"?
M: No era propiamente un cabaret.
J.D.: ¿Qué quiere decir?
M: Era un antro asqueroso. Un vertedero.
"La verdad sobre el caso Savolta" 1975

Sí, lo sé. Es genial.

¿Es justo comparar a Mendoza con otros ganadores del Cervantes como Vargas Llosa, Fernando del Paso, Delibes, Roa Bastos...? No. Quizás su literatura no sea tan intensa, ni tan minuciosa. Su prosa es más ligera y permeable. Te sacude de risa y - al segundo - te provoca el llanto sin darte cuenta. 

Entonces, ¿por qué Mendoza? Mi explicación se sustenta en los dos fugaces encuentros que mantuve con él. En su timidez y en su equilibrio sosegado y contagioso.

Mendoza encarna al Caballero de la Triste Figura, al observador sigiloso y certero de un mundo quijotesco. Es el retratista de los que no pueden pagar el precio de su dignidad, de los que pierden el sentido de la proporción en una sociedad que olvidó los motivos de sus luchas, renunciando con ello a cualquier logro loable.

Nadie mejor que él para ganar un premio cuya figura central es un Caballero Andante anacrónico cuya locura encierra la verdad y cuya búsqueda de ideales nobles e inalcanzables, es imposible en una sociedad injusta.

Leed mucho.
M.












domingo, 4 de diciembre de 2016

Fidel y el hombre que amaba a los perros...

Fidel Casto ha muerto. Noventa años, casi un siglo de vivencias. Casi cien años haciendo el cabra, movido por la idea de la Revolución... ¡Ahí queda eso! ¡LA REVOLUCIÓN! Con mayúsculas. La clase obrera al poder, el mundo ideal del Comunismo haciéndonos a todos iguales e instaurando la dictadura del proletariado a nivel planetario. Lo entiendo perfectamente, lo apoyo y lo suscribo. Quizás hasta el año 1989. Después, cuando iban cayendo como un castillo de naipes todos los países comunistas, subiéndose al carro del capitalismo, ya no. Porque entonces - más siendo una isla - seguir emperrado en estas ideas era sinónimo de dictadura y miseria. Y lo que es peor, condenaba a miles de personas al hambre y al desarraigo, y - eso - no tiene perdón.

Pero Fidel era simpático a más no poder. ¡Qué chispa tenía! Ese acento, esa retranca, esa mezcla del Caribe y de España tan particular. Mantuvo el poder en su ínsula 'riéndose' de los americanos, mientras los americanos no se reían de él, se reían de los cubanos. Matándoles de hambre, pensando que el dictador se apiadaría de ellos y recapacitaría sobre la Revolución. Pero los americanos no acaban de pillar el pulso al resto de mentalidades dispersas por el mundo. Y claro, como conclusión, Fidel se ha muerto en la cama a los noventa años. 




Muchísimo se ha escrito estos días sobre él. Cosas tristes a más no poder, sobre todo cartas abiertas de exiliados que viven en España o Miami, que -básicamente - lo demonizan. Otros le defienden. Lo entiendo, si les ha ido bien con el Régimen vería mal lo contrario, poco honesto. Pero hay una cosa que me ha dejado perpleja, resulta que hay un registro documentado de las veces que los Presidentes de los Estados Unidos intentaron atentar contra su integridad (sin éxito, como ya sabemos). Reagan se lleva la palma, 197 ni más ni menos. Teniendo en cuenta que estuvo ocho años en el poder, si redondeamos a doscientos, tenemos que cada año de su mandato se tomó la molestia de mandar a gente para fulminarlo... VEINTICINCO VECES, más de dos veces cada mes... Yo alucino. Desde Eisenhower hasta Clinton....¡635 veces! han intentado matarlo. Luego ya desistieron, Bush hijo hablaba español (mal, pero el hombre ponía empeño) y Obama hasta ha levantado el bloqueo a Cuba. Aunque yo creo que han desistido al ver que esto no se les daba bien, si yo intento atentar contra una persona - con mil medios a mi alcance - más de seiscientas veces y no lo consigo, lo dejaría estar. Claro.

Junto a los planes de asesinato se idearon por parte de la CIA otros intentos para afectar a su imagen ante el pueblo, como unos polvos en los zapatos para que se le cayese la barba (que en aquellos años era un símbolo revolucionario) o rociar un estudio de televisión con LSD para que perdiera la compostura mientras hablaba.
Fuente: Wikipedia

Yo no puedo parar de reír, lo confieso. Es como la canción de 'Hombres G', de los polvos pica-pica, pero a nivel de Diplomacia Internacional. ¡´Pa habernos mataó!! Si es que el mundo no puede ir bien. 

¡Puf! ahora entiendo ¡por fin! el que hayan otorgado el Nobel de Literatura a Bob Dylan. Sé que ya lo he dicho en otras ocasiones... ¡Pero es que justo ahora lo he entendido! Si pretendían que se le cayera la barba a Fidel Castro con unos polvos... Lo de Dylan es una anécdota en este caldo de cultivo de estupideces. Lo hacen para mantenernos en vilo, está claro. 

Este es el razonamiento, estamos convencidos de que cuando alguien escribe una obra maestra como 'El hombre que amaba a los perros' merece el Nobel y mucho más. ¡Pues no! Resulta que un agente cubano echó unos polvos mágicos en las pantuflas de estar por casa de casi todos lo miembros de la Academia Sueca, enloquecieron, y se lo dieron a un cantante estadounidense. Un plan sin fisuras. 

Bueno, con algo de rodeo he llegado a Leonardo Padura. Me he servido de la muerte del dictador para acabar hablando de un cubano que escribe sobre las miserias y los entresijos del Comunismo, narrando la vida de Ramón Mercader, en su novela 'El hombre que amaba a los perros'. Un libro que - casualmente - terminé de leer hace un par de semanas. 

Ramón Mercader fue un tipo peculiar. Hijo de una familia catalana acomodada, contaminado por el anarquismo previo a la Guerra Civil y acabado de enloquecer por su madre, Caridad del Río. Una desequilibrada sin parangón, una niña bien, casada un miembro de la burguesía fabril barcelonesa, que decidió - otra más - que lo suyo eran los bajos fondos, las drogas y la REVOLUCIÓN. La misma que la de Fidel, pero algunos años antes. Tanto empeño puso la pobre que acabó siendo agente de la NKVD (Comisariado para el Pueblo de Asuntos Internos) y miembro ilustre del Partido Comunista. Por resumir todo lo anterior, una asesina y una loca de tomo y lomo. 

Sus cinco hijos acabaron medio pirados también o muertos a edad temprana. Pero para Ramón tenía un plan especial, quería convertirlo - con ayuda de Stalin - en un agente especial. Eso sí, como a todos los afines a la Unión Soviética los mantenía el Estado, y eran un montón con la urgente necesidad de justificar el sueldo y la inquebrantable fidelidad a la REVOLUCIÓN. Así pues, entre los planes de unos, las locuras de otros, las teorías rocambolescas y las gestiones de despacho, la cosa se demoró un poquitillo y el pobre Ramón dio alguna vuelta que otra por el mundo hasta conseguir acabar a solas con Trotski y clavarle un pico (piolet) en el cráneo el 20 de agosto de 1940. Pensaba que iba a escapar tan campante, pero no, no lo consiguió. El premio por esto fueron veinte años en la cárcel (sin desvelar jamás su identidad). Al cumplir su condena (ni un día le perdonaron) fue acogido - no de muy buena gana - en la Unión Soviética, ahí se reencontró con su hermano menor y se dio cuenta que había sido un pringaó y un incauto. Pero ya era tarde. El mal a sí mismo estaba hecho.

Ramón había abierto todas las ventanas de su espíritu hacia las mentalidades colectivas, hacia la lucha por un mundo de justicia e igualdad, y si hubiera muerto peleando por ese mundo mejor, se habría ganado un espacio eterno en el paraíso de los héroes puros. Ramón pensó en ese instante cuanto le habría gustado ver llegar a su lado a ese otro Ramón, el verdadero, el héroe, el puro, y poder contarle la historia del hombre que él mismo había sido durante todos esos años en que había vivido la más larga y sórdida de las pesadilla. 
Leonardo Padura. 'El hombre que amaba a los perros'.
                                                          

He aquí el argumento del libro de Padura. Magistral de principio a fin. Conoce al dedillo el entramado de la Barcelona tomada por los Republicanos durante la Guerra Civil, sus luchas internas, sus purgas y su falta de liderazgo que condujeron al desastre, es decir, el triunfo del General Franco. 

Describe minuciosamente los detalles de la vida de otro Revolucionario, Trotski, que huye de la muerte, porque cree de verdad que su presencia en la Tierra es imprescindible y clave para mover voluntades. Su vehemencia, su soberbia y su inteligencia le llevan una vida errante y le convierten en el peor enemigo de Stalin. Trotski defendía - a su manera - las purgas, los asesinatos y el sufrimiento por el bien de LA REVOLUCIÓN. Pero amaba a los perros, al igual que Mercader, al igual que el protagonista ficticio de la novela de Padura. He ahí el contrasentido y - a mi modo de ver -  la clave de muchas de las historias que teje en el libro. La hipocresía del ser humano.

La historia de Mercader la cuenta Iván, un cubano al que conoce casualmente en la playa. Un cubano que vive la REVOLUCIÓN de Fidel desde dentro y al que le gustan los perros y que al final acaba siendo otra víctima...

... como todas las víctimas, como todas las trágicas criaturas cuyos destinos están dirigidos por fuerzas superiores que los desbordan y los manipulan hasta hacerlos mierda. Ése ha sido nuestro sino colectivo, y al carajo Trotski si con su fanatismo de obcecado y su complejo de ser histórico no creía que existieran las tragedias personales sino solo los cambios de etapas sociales y suprahumanas. ¿Y las personas, qué? ¿Alguno de ellos pensó alguna vez en las personas? ¿Me preguntaron a mi (...) si estaba conforme con posponer sueños, vida y todo lo demás hasta que se esfumaran (sueños, vida y hasta el copón bendito) en el cansancio histórico y en la utopía pervertida?
Leonardo Padura. 'El hombre que amaba a los perros'. 

Por eso, el otro día, cuando veía las imágenes de la vida de Castro, repetidas hasta la saciedad en las televisiones del todo el mundo, con sus uniformes, que fueron evolucionando desde el look Coronel Tapioca hasta el chandalismo revolucionario, pensaba de nuevo en Padura y en su soberbia novela. Sin ella me hubiese sido imposible entender algo tan simple como que...

La verdadera grandeza humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos. Dar hasta que duela, y no hacer política, ni pretender preeminencias con este acto, y mucho menos practicar la engañosa filosofía de obligar a los demás a que acepten nuestros conceptos de bien y la verdad porque (creemos) son los únicos posibles y porque, además, deben estarnos agradecidos por lo que les dimos, aun cuando ellos no lo pidieran.

Y sí, a Fidel debe juzgarlo alguien. Dios - si existe -, la historia - si su juicio vale para algo -, o el diablo - si el fuego eterno quema -. Porque dio lo que nadie le había pedido y obligó a practicar su engañosa filosofía a los demás.

M.





sábado, 26 de noviembre de 2016

Brexit y otros absurdos.

Nadie en su sano juicio, y en pleno uso de sus facultades mentales, podía llegar a imaginar que los británicos iban a votar 'NO' a la Unión Europea en el Referéndum sobre el Brexit el 23 de junio de 2016. Los políticos y los periodistas - culpables casi de la totalidad de los males del siglo XXI - experimentaron con un caldo de cultivo de terroríficas consecuencias para la gente normal. No porque vaya a pasar nada, ni nuestra zona de confort se vaya a ver afectada... ¡No por dios, tranquilos! Más bien porque la falta de rigor y sentido de la realidad nos arrastra a unos vaivenes extraños que, ante la falta de estrategias realistas de los gurús pensantes, nos condena a gastar energías subiendo peldaños ya escalados y desperdiciando neuronas que podrían ser usadas para logros infinitamente más útiles. 

Esto es lo que sucede por tener economías subvencionadas que destinan ingentes cantidades de dinero a discutir lo discutido y a crear polémicas sobre lo ya de por si polémico, polemizando sobre lo que debe o no debe ser, sobre el bien común, sobre el ciudadano y su 'no se sabe qué bienestar', marcado siempre por lo que el Estado - tras robarnos sin piedad - decide que es bueno para nosotros. Sobre gente a la que se le promete que, sin hacer ni producir nada, tiene derecho a recibir todo sin dar nada a cambio. Europa sobrevivió a dos guerras terroríficas, y no ha aprendido nada. Nada de nada. Ha 'desaprendido', si se me permite la expresión. Pero lo más terrorífico de todo es que el bastión del pragmatismo, el Reino Unido, se ha convertido en uno más de los predicadores de lo absurdo. Ya no nos queda nada, no sé si quemar mis novelas de Sherlock Holmes. 




No quería hablar de política, quería hacer un mini-resumen de Londres en otoño, tras el Brexit. Hablar de arte, de Expresionismo Abstracto, de una ciudad que bulle, de un cuadro de Maximiliano de México pegado a trozos en un lienzo que se exhibe en la National Gallery, no lejos de donde Murillo, Zurbarán y Velázquez se enfrentan por conseguir lo sublime. De los humanos que paseamos por el Soho disfrutando de la diversidad y de la paz, dando por hecho que esos ratos de ocio son producto del azar y no de miles de desagradables episodios históricos. Desayunando y leyendo periódicos como 'The Times' o 'Daily Mirrorr', en los que critican a Trump por sus hirientes palabras contra los inmigrantes mexicanos, cuando nosotros europeos tenemos a miles de personas hacinadas en nuestras fronteras y miramos hacia otro lado. 

La globalización, los contrasentidos y la ceguera. Me gustaría poder resumir todo lo que se me ha pasado por la cabeza estos días londinenses, y no sé bien cómo hacerlo.

Para focalizar mi sentimiento general, recomiendo la lectura del artículo de Mario Vargas Llosa sobre 'la Decadencia de Occidente', publicado en El País el 20 de Noviembre. Como él escribe y se expresa muchísimo mejor que yo, no voy a perder el tiempo haciendo lo que que acabo de criticar en otros, es decir polemizar sobre lo polémico.

Con una idea general sobre la hecatombe y ya entrados en materia, nos ponemos al volante de un coche británico, así al llegar a la primera rotonda y tirarnos por costumbre hacia la derecha, acabamos incrustados de frente con otro vehículo. Estoy desvariando, sólo quiero decir que los británicos siempre van al revés, o tal vez seamos nosotros los que no pillamos una. Ahora ya tengo dudas y no sé que hacer con los libros de Sherlock, mi héroe, por dios que tío tan listo. No se le pasaba una. Del detalle más estúpido llegaba a una solución de lo más sólida.

Desgraciadamente no hay muchos Sherlock, más bien son los menos, porque - como decía Bertrand Rusell - gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros, y los inteligentes llenos de dudas.

¿Qué pensaría Sherlock del Brexit? ¿De la globalización? ¿Del Premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan? ¿Qué tipo de razonamiento deductivo hubiera generado su cerebro para explicar tan sorprendente hecho? 

Creo que los ingleses, tienen algo que nadie ha logrado comprender, pero que ha estado ahí, hasta - tal vez - ahora. Por ello encandilan con sus usos y costumbres. Lo pensaba el otro día cuando visitaba la exposición sobre Expresionismo Abstracto en la Royal Academy of Arts, un lugar en el que no hay nada, ninguna colección propia, pero que atrae a millones de visitantes usurpando las ideas y obras de arte de los demás. De una forma tan sutil y encantadora que flotas entre susurros en inglés y gentlemans de manual que te hacen sentir protagonista de una aventura victoriana en toda regla. Y eso sin que nos demos cuenta, ocultando en el folleto de la exposición que gran parte del bagaje de Rothko, De Kooning o Gorky, había tomado forma lejos del mundo anglosajón. Resaltando como indiscutible para su éxito el dinero y el apoyo de mecenas estadounidenses. No es lo que arrastra el ser humano lo que importa, es lo que el dinero puede aportarle. La clave de la hipocresía protestante. 




Digo que tal vez esté cambiando, porque ahora ya no quieren usurpar ideas, ni extender su influencia por el mundo, ahora sólo quieren mirarse el ombligo, de ahí el Brexit. Y eso es grave, porque el mundo que conocemos se basa en el dominio de la influencia inglesa, por si alguien no se había dado cuenta. Que no es malo, ni bueno, ni nada. Ni merece análisis alguno. Simplemente es así. En el que no importa que no haya sustrato alguno, o que el sustrato importante provenga de otros mundos, ya se encargarán ellos de transformarlo, o quizás ya no.

Id a Londres en otoño, o en invierno, o siempre.

M.







viernes, 11 de noviembre de 2016

Estudio sociológico a gran escala. El Rastro de Madrid.

Algún día tenía que ser. He grabado en mi mente cientos de lugares dispersos por el mundo, y hoy, paseando por el Rastro de Madrid, he caído en la cuenta que jamás me he puesto a recopilar ideas de un lugar tan peculiar y descriptivo de la vida castiza. 

Martes 1 de Noviembre, día festivo en el que hay Rastro. Excelente ocasión para pasear porque no mucha gente sabe que los días no laborables hay actividad allí. Sol, buen tiempo y espíritu esencialmente castellano. Yo – lo confieso – me siento como pez en el agua en estas ocasiones. Mi elemento, mi esencia y mis cinco sentidos están felices y contentos. Lo tengo todo. 

El Rastro es uno de los mercadillos callejeros más conocidos del mundo. Hay otros singulares, no lo dudo, pero lo que se encuentra alrededor de la calle Rivera de Curtidores no puede verse en ningún lugar del planeta. Segura estoy al 100%.



Observemos, pensemos en los lugares de moda, en las recomendaciones de los blogs, en las tendencias singulares que nos sugieren aquí y allá. Lugares de diseño, decorados originales, lugares accesibles, coches, gente guapa, mundos irreales… Eso NO es el Rastro, en realidad es todo lo contrario. Es la manifestación espontánea de la historia de una ciudad castellana, sumida en una mezcla de riqueza cultural y miseria pecuniaria. El Rastro ha evolucionado desde su creación casi clandestina en el siglo XVIII como le ha parecido bien y le ha dado la gana. Aquí – creo yo – está la clave de su encanto. Hasta los entes etéreos y multiculturales tienen más enjundia cuando crecen y se reproducen como mejor les parece. No puedes someter a un castellano a un lugar tan poco nuestro como Carrefour, o un centro comercial en medio de la nada. Nosotros no somos eso, no hemos creado eso. Nosotros mientras dominábamos el mundo, dejábamos que la gente se rebozara en la pobreza. Y en esa idea de la miseria compartida, nació el Madrid castizo. La historia de nosotros mismos está dentro de las calles, cuestas y callejones de este mercado al aire libre. 

Tres detalles, tres momentos describiré. Tres microbios dentro de un órgano lleno de vida.

Hay un Madrid que yo recuerdo, el que estaba plagado de encanto y familiaridad, ahora ya difuminados entre la sofisticación y la globalización. De esa capital lejana, quedan en mi memoria las barras de bar de acero inoxidable, con unos mostradorcillos de cristal donde se exhibían restos de comida resecos tales como boquerones en vinagre, ensaladilla rusa, aceitunas y productos varios que las tapas de diseño, el guacamole y el sushi han enterrado y llenado de oprobio. Renovarse o morir.

De esos lugares con ensaladilla rusa está lleno el Rastro, como un reducto del pasado que se niega a desaparecer, que sigue ahí, que levanta la mano y se retuerce entre los vapores del progreso para no caer en el olvido. 

Un ejemplo es el bar Santurce, las mejores sardinas de Madrid, que tal vez no lo sean, pero que te importa un bledo tal cosa. Porque lo que sabe a gloria no son las sardinas, es el ambiente. La señora octogenaria que prepara los peces en la plancha, que sabe dios que tendrá pegado. Su hijo que – pese a su aspecto bobalicón – es un comercial de primera línea, simpático y despierto. Ambos constituyen un tándem irreductible. ¿Serían felices dirigiendo un restaurante de la Guía Michelín? No. Su vida es freír pez azul. Aquí está una de las primeras claves que os he comentado. No han tocado ni un clavo del negocio en decenios. Si lo hubieran hecho, todo se habría acabado en días. Moraleja facilona, no hay que renunciar a lo que uno es, la renovación no siempre se traduce en cambios radicales.

Segunda pista para degustar el Rastro, los caracoles que prepara Amadeo en la misma plaza de Cascorro. El sitio es estrecho y algo incómodo, pero si entráis hasta el fondo podréis conocer al mismísimo Amadeo, que ha superado los noventa años casi seguro, pero que está tan feliz vendiendo caracoles e incitándote a mojar pan en la salsa, con el maquiavélico fin de hacerte engordar mientras reflexionas que, de vez en cuando, la vida tiene momentos mágicos de los que no esperas nada, sólo su sencillez.

La calle de Rodas y la plaza del General Vara del Rey constituyen la tercera clave. Quincalla pura a la vista. Individuos de tipo inclasificable que definitivamente no pueden vivir de la venta de lo que allí exponen. No cabe en la mente humana imaginar que, vendiendo libros extraños (no incunables), vajillas desvencijadas, tebeos que huelen a rayos, lámparas que si las enchufas morirás electrocutado, utensilios de cocina que no puedes usar porque te envenenarás, telas roídas, collares de plástico, muñecos que sólo tienen uso para rodar películas de terror serie B y otros objetos sin utilidad alguna, puede alguien realmente ganar para vivir. Otra de las claves de los castellanos, somos quijotes, no nos importa mostrar y regocijarnos en nuestra miseria. Tengo que pensar, por no deprimirme, que para nosotros la grandeza se esconce en otros matices. Porque la tenemos. Eso seguro.



Acabo ya con una frase que condensa todo, Madrid es lo más grande. Ahí queda eso. No hay ojos, ni oídos, ni manos para poder sentir con toda su fuerza el organismo vivo que se mueve cada día dentro de esta gran ciudad. Lástima que nadie se atreva a gritar y recordar su esencia rotundamente castellana.
¡Hala! A comer sardinas y caracoles.
M.

martes, 1 de noviembre de 2016

Turín y lo que la ciencia no ha podido explicar...

Esperando aplausos, vítores y felicitaciones por mi anterior artículo sobre Milán, me he llevado uno de los mayores chascos de mi vida. Me han dado por todas partes ¡Qué mal! ¡Pufg! Yo que pensaba que era una obra maestra, una pequeña parte de mí que había sido compartida con mis escasos seguidores y resulta que no, que es algo inconcluso, deslavazado y que te deja como en un precipicio, el final de una carretera que no te lleva a ninguna parte. Esto es el resumen – por abreviar todo lo que he tenido que soportar – de las críticas lacerantes recibidas.
Como me niego a caer en la pesadumbre y el desánimo, voy a intentar arreglar lo que he denominado ya como ‘el desaguisado milanés’. Por ello, empezaré diciendo que el precipicio en el que dejé a mis exiguos lectores es explicable. Resulta que el viaje al noroeste de Italia no acabó en Milán, continuó hacia Turín, y me pareció que alargar el texto para hablar de esta ciudad tendría dos efectos perniciosos. Primero, extender el artículo más de la cuenta. Segundo, desvirtuar y desenfocar lo mejor del viaje, la visita a la Catedral de San Juan Bautista de Turín, donde se custodia una de las reliquias más enigmáticas de la cristiandad, la Sábana Santa.



Para que no haya dudas, soy creyente. Siento que la fe es un privilegio, y que tenerla, lejos de convertirme en una fanática encerrada en dogmas, me hace más libre. No mejor persona, eso es absurdo, pero sí más libre.
Sin pretensión alguna, dedico tiempo a saber más sobre un hecho histórico, la Pasión de Jesús en Judea un siete de abril en torno al año 30 y todo lo que tal hecho acarreo después para la cultura e historia occidentales. Aventurarse en tales saberes es, creedme, apasionante. Y ahí, en medio de esta vorágine de hechos y de sentimientos, entre los avatares de mi vida y la de todos aquellos que, por una razón u otra, se han interesado por ella desde que aparece en la Historia, está la Síndone de Turín.

"Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). 

Una parte de esa libertad es, para mí, conocer los cimientos de la inconmensurable aventura de la trascendencia hacia lo desconocido. Jesús, no lo olvidemos, era un tipo raro, que fue contracorriente, un vulgar charlatán, un judío de poca cultura, agitador del que se sabe poco o nada. A pesar de todo lo escrito, a pesar de todo lo andado, cada uno de nosotros, creyentes o no, albergamos una imagen de Él que se basa en una amalgama de sentimientos, lecturas, perjuicios culturales, mentiras, verdades, errores históricos, conocimientos, desconocimientos, irreverencia y respeto.
Pero ahí está la Síndone, y ¡atentos! Me importa un bledo si envolvió el cuerpo de Jesús o no - Esto sí que es una sorpresa, reconocedlo-. ¿Para qué fui entonces a Turín? Porque, sencillamente, creo que hay algo increíblemente perturbador e inexplicable en la tela y tengo la ABSOLUTA CERTEZA (con mayúsculas) de que ahí hay algo. No sé que es, la ciencia tampoco lo sabe, pero sea lo que sea, ese lienzo encierra algo relacionado con la figura de Cristo. Cuando entré en la Catedral y mi instinto me guió a la Capilla Real donde está custodiada, ya no tuve ninguna duda.
Creer es todo un reto, un camino lleno de escollos. Llegamos a Turín a las doce de la mañana en pleno mes de agosto, con un calor de justicia y con el propósito de andar hasta la Catedral. Bajón y desazón cuando nos comunicaron en el puesto de información para turistas incautos, que estaba cerrada hasta las tres. El calor no era calor, era fuego. Pero la fe mueve montañas, así que tras ingerir unas cervecitas – que también mueven lo suyo- y reponer fuerzas, pusimos rumbo al objetivo de la misión. Y… ¡atención! Eran las dos de la tarde y la Catedral estaba abierta y vacía.
Esa fue la primera sorpresa, la segunda es que la Catedral es sencilla y acogedora. La tercera y más importante, es que, para llegar a la Capilla Real, sólo debe guiarte el instinto y la fe, porque no hay nada que indique que está ahí. Pero cuando te acercas a la urna y tienes el privilegio de disfrutar del momento en soledad, la sensación es sublime y desconcertante. El hombre ha hecho avances increíbles en todos los campos, pero no sabe qué misterio esconde un simple trozo de tela -Extenderme aquí haciendo un resumen de lo que se sabe o no se sabe, de lo esotérico o lo científico, me parece un sinsentido. Internet nos ilustra con todo tipo de perspectivas, y libros hay mil-.



Sí me gustaría acabar con un alegato a la búsqueda de lo absurdo, otra sorpresa inesperada, calificar la Sábana de absurda. A ver si logro explicarme. Desde que nacemos encauzan nuestras acciones hacia lo útil, lo cotidiano, lo que hace que tengamos una vida normal. En esa vida sin altibajos el hombre se cree Dios, porque sus logros prácticos no tienen límite. Pero lo que subyace en cada uno de nosotros es todo lo contrario, es la búsqueda de las cosas simples, de los conocimientos inútiles y absurdos que no van a ninguna parte. Y en ese saber está la esencia de lo infinito, de lo inexplicable. Desde ese lugar somos enanos, pero nuestro campo de acción no tiene fin y por ello la sensación de libertad da vértigo.
M.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Los daneses sus locuras y Darío Fo.

Para evitar enredarme en farragosos párrafos, esta vez, voy a entrar directamente en materia.

A Darío Fo se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 1997, algo sorprendente si como muestra de su producción literaria leemos 'Hay un rey loco en Dinamarca'. El libro es, simplemente, malo de necesidad. Llegué a pensar que el traductor era muy torpe, pero en una lengua tan parecida al español como es el italiano, tal puntualización se me antojó casi imposible. El libro es malo porque, irremediablemente, está mal escrito. Tan simple como eso. Para darle forma, Fo se sirvió de una mal llamada investigación sobre cuatro supuestos diarios encontrados como por arte de magia – le estaban esperando a él para salir a la luz-, a los que dio forma con un criterio cronológico de lo más previsible. A mí me da que su editor le exigió escribir algo dentro de los compromisos habituales de los escritores, y el ínclito se inventó la criatura. Esa sensación de improvisación superficial no te abandona en ningún momento de la lectura del libro.



A lo largo de la historia, ha habido reyes locos, dementes y veleidosos. Tales hechos carecerían de importancia si - como ahora - a esos personajes se les hubiera despojado de todo poder. Pero desgraciadamente, su simple antojo determinaba (casi siempre para mal), en su día, la vida de millones de súbditos. Este es el caso del Cristian VII de Dinamarca, el rey loco, el protagonista del libro de Fo. Contó con todos los ingredientes y sus especias correspondientes para convertirse en un desequilibrado peligroso: padre putero, huérfano a edad temprana, madrastra cruel, hermanastro ambicioso al acecho, antecedentes familiares de locura, endogamia y un régimen político de moda que consistía en dotar al rey de todo poder, lo que en castellano se conoce como Absolutismo. Mezcla explosiva con mucha enjundia.

Una vez soportados todos los rigores de la estupidez humana consentida y sustentada por cuatro listos apegados al poder, y con la perspectiva del tiempo y de la historia, este tipo de acontecimientos dan un juego que para qué. Mil libros se pueden escribir y sin necesidad de darle a la neurona, porque la realidad supera a la ficción y el hilo conductor lo tienes niquelado. Juzgad por vosotros mismos.

Cristian VII de Dinamarca reinó de 1766 a 1808 periodo en el que Francia e Inglaterra luchaban por la hegemonía europea. El pobre monarca danés andaba muy malamente de la cabeza y su actuación no podía sino acabar mal en el trasfondo de la política y rivalidades europeas. Como ha sucedido siempre con los monarcas, se les casaba a edad temprana con quien más convenía a los intereses del país, por cuestiones meramente estratégicas. Algún iluminado se dio cuenta que Francia era una amenaza real, y casó al entonces príncipe danés con una hermana del futuro rey de Inglaterra, Carolina Matilde de Gran Bretaña.

(Nota, ahora los príncipes y princesas se casan por amor despreciando, así, alegremente una de las razones de peso que les permite disfrutar de una gran influencia).

El matrimonio, oficializado a los 16 años, al principio tuvo su aquel, parecía que se querían y todo. Pero luego el pobre Cristian comenzó a sufrir ataques esquizofrénicos varios, delirios de todo tipo y color, incluso llegó a maltratar a su esposa públicamente.

Como era un incapaz de marca mayor, se buscó un valido, su médico personal, el doctor Johann Friedrich Struensee. El valido resultó un hombre hábil, culto e inteligente, pero que cometió dos errores: darse cuenta que la madrastra del ya rey era una ambiciosa y una bruja mala persona, sin tomar medida alguna -cuando en realidad era ella la que controlaba todos los círculos del poder-, y enamorarse y tener una hija con la reina. Mal, mal, mal. Estas cosas nunca acaban como un cuento de hadas. El pobre Struensee acabó descuartizado (¡Sí! ¡Los daneses, tan, tan civilizados! Ya veis: descuartizaban a gente públicamente en el siglo XIX. Así que cuando un danés os hable de la Inquisición, de la barbarie del sur, de su educación refinada etc., recordadle que ellos hacían estas cosas ya en el umbral de la Revolución Industrial)

Sólo la historia de amor entre la Reina Carolina Matilde y Struensee daría para un libro delicioso de intrigas y emociones a flor de piel. Sin embargo, Fo lo pasa casi por alto, limitándose a recortes de Wikipedia sin ninguna fuerza narrativa.

Posteriormente, en el libro se aborda el acercamiento entre el Rey Loco y su hijo, el futuro Federico VI. Este particular podría orientarse como un enfrentamiento con los remordimientos y odios que ceden en favor de la ternura paterna (yo no hablaría de amor). Pero queda en una mera anécdota.

El libro concluye con Federico VI tomando las riendas del país (no del poder, eso es otro cantar) y desplazando a su hermanastro y a la bruja de su madrastra. Su reinado, como todos, tuvo luces y sombras. Por apoyar a la Francia de Napoleón, Dinamarca tuvo que renunciar a la soberanía sobre Noruega. Esa es una de las sombras.

Todo esto lo he leído en Internet, del libro poco se aprende. Aunque, claro, te mete en la cabeza la necesidad de saber algo más sobre el tema. Los planes educativos españoles hablan poco de nuestra propia historia, de la de Europa muy poco y de la de Dinamarca, nada. Y así sucesivamente.

No obstante como el libro se sigue bien y abre una ventana a una sociedad desconocida, no está mal sentarse y darle una oportunidad. Es que me resisto a no recomendar un libro. O a decir, ¡no leáis! Eso es un sacrilegio.

M.

lunes, 29 de agosto de 2016

El cenáculo mágico de Milán.

Nada nuevo bajo el sol. Italia, lo he defendido una y otra vez, es lo mejor de Europa. Inigualable e inconmensurable. Brilla, reluce y deslumbra incluso a nuestros vecinos del norte, porque – mal que les pese – en Roma y su portentosa cultura reside el germen de cada uno de nuestros pequeños y grandes detalles cotidianos. 

Estocolmo, Amsterdam, Londres, Copenhagen… son bonitos, civilizados, pero no arrolladores. La desnudez de sus iglesias transmite frialdad y fanatismo. Carecen de delicadeza. Nosotros, ¡oh! habitantes del sur, rebosamos sentimientos y nunca hemos tenido inconveniente en expresarlos a borbotones.

Por ello nada mejor que coger cuatro cosas y dirigirse a Milán para pasar unos días. Cada piedra, cada lugar nos hará sentirnos especiales. Antes de seguir, en nuestro esquema mental nunca podemos perder de vista lo que somos y de dónde venimos, qué nos hace ser tan próximos a los italianos y qué razones han hecho que sigamos otorgándonos mutuamente doce puntos en el casposo Festival de Eurovisión año tras año, como manifestación de los profundos lazos que nos unen. Una reflexión más profunda aun, ¿por qué, durante el Imperio Romano, permitieron que personas nacidas en la Península Ibérica (entonces España como tal no existía) fueran Emperadores Romanos, llegando a ser importantísimos en el desarrollo de la Historia? Cosa que no sucedió con otras regiones conquistadas. ¿Por qué? Ahí dejo la pregunta.

Otra reflexión más, tuvimos reyes comunes, el sur de Italia (Reino de Nápoles) estuvo durante siglos bajo dominio español y no nos guardan ningún rencor. Es más, Nápoles está salpicada de calles con nombres de ilustres personajes ibéricos. Sin embargo a austriacos y franceses los odian con toda el alma. Por no extenderme, y si queréis profundizar sobre el tema, os recomiendo que leáis sobre el Papado en Avignón y la Unificación de Italia, dos pinceladas de una historia de siglos plagada de desencuentros.

Por entrar en materia, Milán y sus secretos. No hablaré de la Catedral ni de San Ambrosio, porque es lo habitual y me gusta el factor sorpresa. La ciudad gira alrededor del Duomo y éste es el corazón de una urbe vibrante y multicultural. Baste decir que el verano es el caldo de cultivo perfecto para generar aglomeraciones de beodos humanos que se colocan en una cola, y nada, al Duomo de Milán, tan campantes. Yo me incluyo dentro de estos veraneantes sin rumbo. En fin, ya que estás, no te vas a ir de la ciudad sin entrar a la catedral. Solecito, calorón y al tajo. En mi descargo diré que no hice ni una sola foto, ni selfie, ni nada semejante… Es sonrojante ver la indiferencia que muestra el ser humano ante el arte. La cultura se ha convertido es algo jocoso y divertido. Edificios, museos y obras varias, se muestran cada día, no para que reflexionemos sobre una parte tangible de la historia, sino para alimentar el ocio absurdo de millones de gentes varias. Punto.

Como ya es habitual, me disperso. Para alejarse de estos adictos a la fotografía chusquera, tranquilos nos encontraremos con otros, lo mejor es enfilar por la sombra (sol si estamos en invierno, Milán está al lado de los Alpes y es una ciudad en la que hace mucho frío) hacia el convento dominico de Santa María delle Grazie, para contemplar el fresco de ‘La Última Cena’ de Leonardo da Vinci. Para los entendidos, una de las más importantes pinturas de la historia del arte, milagrosamente salvada tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y olvidada durante décadas, hasta la publicación de ‘El Código da Vinci’ de Dan Brown (confieso con rubor que lo he leído, pero sólo lo revelo a los más íntimos). Con una rocambolesca trama de esoterismo baratón y de bajísimo perfil, se sirve del cuadro para dar forma a una trama absurda y mal escrita que crea, eso hay que reconocerlo, una sensación en el lector que lo convierte en un experto en historia y arte como no ha habido igual desde el origen de los tiempos. Generando un irrefrenable deseo de plantarse delante del cuadro, máquina fotográfica en ristre y con ganas de hacer fotos sin ton ni son. Bueno, perdón, de analizar y sentir la delicadeza y la sensibilidad que transmite el cuadro. 



Como el turismo lo malea todo, las autoridades competentes se ven obligadas a contingentar a los humanoides, de forma que cada quince minutos y por medio de un ascensor tipo cápsula de la que no puedes escapar, te depositan en el refectorio del convento para enfrentarte a algo que – de poder tener más tiempo y en una época en la que los móviles cámara no se hubieran inventado – directamente te haría estremecerte. ¿Cómo es posible que algo tan delicado, tan frágil, tan conmovedor haya resistido mal que bien el paso del tiempo? 

Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los apóstoles y les dijo «Yo tenía gran deseo de comer esta pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que sea la nueva y perfecta Pascua en el Reino de Dios, porque uno de vosotros me traicionará»
Mt 22, 15-17.

Justo ese momento es el que vemos en el cuadro. Justo ese instante sublime que Leonardo, bajo el mecenazgo de Ludovico Sforza, plasmó sobre yeso en el refectorio de este convento. Mientras se pintaba el fresco, el Ducado de Milán nos pintó otro escenario algo más convulso y mágico de cuyos frutos viven todavía los milaneses.

Quince minutos, que en realidad son diez, no bastan para contemplar la calma en la mirada de Jesús. Su resignación ante el martirio que le espera. Su deseo de rodearse de los que los han seguido en los últimos años de su vida para compartir el pan y el vino en una ceremonia comunal llena de simbolismo. El estudio psicológico de cada uno de los actores de esta trama que cambió la historia de la humanidad. La constatación de la maestría de Leonardo, su aislamiento del ruido que tendría alrededor. Y, por encima de todo, la sorprendente sensación de calidez que te producen las obras maestras que merecen ser contempladas al menos una vez antes de morir.
M.

sábado, 2 de julio de 2016

Max, la víctima perfecta del hombre, de su perfidia y su crueldad.

No me gustan los toros, pero no caeré en los argumentos manidos y absurdos de los periodistas y demás comparsa que, de tanto reescribir los tópicos, acaban vaciando de fuerza el mensaje fundamental: el maltrato de un animal, cuando además es convertido en espectáculo de masas, es una salvajada y una brutalidad. Una muestra de toda la crueldad que el ser humano alberga en su esencia.

Gran parte del morbo y la atracción que provoca la tauromaquia residen en el conocimiento implícito de que, de cuando en cuando, el torero muere en la plaza. Por eso, hasta sus más contumaces detractores no pueden sustraerse de la inexplicable atracción que genera 'La Fiesta'. La propia palabra 'matador' ha sido exportada con éxito por todo el mundo. Cuando se dice de alguien (hombre, claro) que es un matador, no hay que añadir nada más. Esa persona alberga todas la cualidades del machote arrojado y audaz que provoca suspiros entre todas las damiselas que le rodean. He visto la palabra en titulares de periódicos de medio mundo, y no he necesitado conocer el idioma para saber que, hablaran de lo que hablaran, la cosa/persona era buena, aprovechable, echá ´pa´lante.

Y efectivamente, de vez en cuando algún matador cae fulminado en el ruedo porque un toro le atraviesa el corazón. Y la foto, la foto de su cuerpo perdiendo la vida, da la vuelta al mundo. Y entonces matador no es un adjetivo, es un sustantivo teñido de desesperación. Sus manos, una agarrotada y otra inerte y sin color, colgando de su cuerpo, mostrando su alma que escapa hacia dios sabe donde. He estado pensando- sin gustarme ni interesarme jamás en los toros - en lo que el ser humano sufre y hace sufrir sin necesidad. Eso entre otras cosas.

Mi cabeza ha viajado 149 años atrás, hasta el Cerro de las Campanas, en Querétaro (México), donde fusilaron a Maximiliano I de México el 19 de junio de 1867. Y todo por pararme a pensar en las manos, en como caen cuando te expulsan violentamente de este mundo sin haber llegado a entender el porqué. Para explicar todo esto, he contado con la inestimable ayuda de Fernando del Paso, con su elocuencia, su inteligencia y su contundencia para contar la historia de un personaje al que la historia ha ignorado, porque - entre otras razones - Europa, en su egocentrismo, ha triturado naciones y personas sin molestarse en analizar nada ni, lo que es peor, aprender nada.

Maximiliano, Max, era hermano de Francisco José de Austria, cuñado de Sisi (la anoréxica que tantas pasiones levantó), yerno de Leopoldo de Bélgica y víctima de la soberbia y arrogancia de Francia en la persona de Napoleón III y su mujer Eugenia de Montijo, una advenediza, nueva rica con aires de grandeza, que tiñó de mal gusto la corte francesa. La Francia de este emperador, sobrino de Napoleón I, que se colocó con triquiñuelas varias en el poder, demostró que la Revolución Francesa no había servido para nada. Al menos no para derrocar el instinto monárquico de los franceses y su pasión por elevar la gloria de Francia sin importar víctimas ni consecuencias. 




Max, se dejó engañar porque no entendía la vida sin ser rey o emperador. Así se lo habían enseñado en la Corte de Viena, a fuego lo tenía grabado en su ADN. Él era el descendiente de Carlos I de España, él era un Habsburgo, una familia de degenerados endogámicos, pero al fin y al cabo, con un gran peso en la historia de Europa. Su hermano Francisco José, ese personaje simpaticón de las películas soporíferas de Sisí Emperatriz, lo odiaba y no sabía como quitárselo de en medio. A otros personajes de corte, errantes y ávidos de fortuna, les ofrecieron el trono de México, pero vieron el avispero que era, y no lo aceptaron. Max sí, porque todo el mundo le prometió ayuda. Su propio hermano, con tal de no verlo más, le prometió la luna. Y él se vio como el salvador de una nación de tamaño y cultura infinitas. Él, Max, que fue a inculcar los valores de la vieja Europa, teñidos de 'elegancia' y lengua francesa, se enamoró de México.

Olvidó que cuando otros más poderosos han decidido por ti, tus ideas no cuentan y tienes dos opciones, retirarte a tiempo o morir, en sentido real o figurado. Max acabó acribillado en sentido real. Lo acribilló el imperialismo del viejo continente, el populismo rancio de Benito Juárez, su idealismo trasnochado y su falta de sentido de la realidad. Pero sobre todo lo aniquiló su transgresora mezcla de honor, romanticismo y tozudez que intentó implantar en México sin darse cuenta que lo que funcionaba a duras penas en Austria-Hungría, en su nueva patria, ni de lejos podría implantarse.

¿Cómo podía Francia - que había invadido México  - dejar que el Emperador sirviera a otros intereses que no fueran los suyos? Dejándolo tirado en a su suerte. Esa es la 'grandeur' de la que tanto presumen nuestro vecinos. 

Al leer el pasaje del asesinato de Max, me conmoví y de una forma inconsciente me vino a la cabeza la foto del torero muerto en la plaza. La foto de la ceguera ante la hipocresía. Todo fasto tiene su lado macabro, todo imperio tiene su lado despiadado. Pero olvidamos, siempre sin remedio, que debajo de las ambiciones de otros hay marionetas cuyas almas se escapan sigilosamente sin hacer casi ruido.

Leed 'Noticias del Imperio' de Fernando del Paso. No os dejará indiferentes.
M.


Felipe, Jerónimo y el racionalismo devorador...

Publicado en 'Guay del Paraguay'. 6/Julio.2016

Días intensos y colas inmensas para ver las pinturas de El Bosco en el Museo del Prado. He visto la exposición seis veces y he tomado cientos de notas, cogiendo ideas de aquí y de allá. Las releo y no me dicen mucho. La universalización del arte es lo que tiene, lugares comunes y pocas sorpresas. Además no me abandona la sensación de que el pintor escribió cientos cuadernos que se han perdido y que por ese motivo, gran parte de las claves de su extraordinaria imaginación, hay que descubrirlas por uno mismo.

Sobre el imaginario bosquiano existen cientos de estudios en español. Buenísimos y sesudos a más no poder. Es recomendable echar un vistazo a alguno de ellos para entender, no sólo al pintor, también la mentalidad de unos hombres que, lejos ya de la Edad Media, estaban inmersos en una Edad Moderna llena de claves para entender nuestro mundo. Una burguesía emergente como motor de los futuros modelos sociales, germen de la Reforma religiosa que configuraría el mapa y el poder de Europa y - por extensión - del Nuevo Mundo, ya encontrado, pero todavía por descubrir. Debemos mucho a esos hombres, lástima que jamás nos molestemos en estudiarlos con detenimiento y cariño.

Sorteo a las decenas de personas que se agolpan frente al 'Jardín de las Delicias', cuadro que he visto mil veces en el Museo, pero que imagino el resto de los seres humanos que se agolpan sin ver, no. Lo hago por una simple razón, quiero - si el bullicio me lo permite - intuir la razón por la cual Felipe II, el hombre más poderoso de la Tierra quiso morir mirando el cuadro. ¿Qué veía? ¿Qué sentía? ¿Qué pensaría si hubiese llegado a saber que 418 años después de su muerte, cientos de cabezas se agolparían buscando claves de forma desordenada e incompleta? Supongo que nada, porque es complicado imaginar como será el mundo siglos después de la época que a uno le toca vivir, más siendo alguien que concentraba un poder ilimitado prácticamente sobre todo el globo. Pues bien, esa persona todopoderosa, sólo encontraba sosiego mirando los cuadros de este pintor holandés.

Sé que esta idea puede parecer una anécdota para contar en una charla con amigos, pero el inconmensurable mundo del Jardín, lleno de monstruos fuera de escala y  de sexo explícito, atrae a personas de todo el mundo a Madrid, siendo - al menos para mí, que incluso me confieso admiradora incondicional de Velázquez - el cuadro más representativo del Prado. 




Para explicar tan inquietante hecho, Felipe muriendo y buscando claves ocultas en los paneles del tríptico, el Prado ha usado la ciencia. Justo enfrente del cuadro aparecen colgadas la radiografía y la reflectografía infrarroja hecha a la obra. Se trata de descubrir que está pintado sobre roble del Báltico, de 30 cms de grosor, que las tablas se ensamblan en espiga y se juntan a arista viva. Que el marco se construye desde el principio y es parte de la estructura de la obra, en el caso del Jardín, el marco original está perdido, de hecho se observan zonas donde estaba el marco que ahora carecen de pigmento pictórico. Que gracias a la dendrocronología, es decir el estudio de los anillos de crecimiento de la madera, podemos afirmar que el cuadro se pintó alrededor de 1474. Que previo a la ejecución final, en la que le ayudarían aprendices de su taller, el maestro pintaba con pincel gordo y en grisalla el boceto de sus ideas. Boceto que modificó varias veces.

Muy interesante, pero ¿qué veía Felipe II? Seguro que los trazos escondidos y descubiertos con rayos-X, no. Lamentablemente la ciencia nunca nos dará la clave, por más que intente buscarla. La ciencia nos aleja de la espiritualidad y del misterio en su soberbia por creer que puede explicarlo todo. Acabará con nuestros propios cimientos, poco a poco. Porque mientras nos rodeamos de progreso, nos alejamos de los hechos mágicos y conmovedores que ha cambiado para siempre nuestro universo.

M.



miércoles, 8 de junio de 2016

¡SOCORRO!

¡Señor! ¡Ten piedad de mi! 

Sé que para alcanzar otros goces, la vida tiene tormentos sin fin. Pero hay uno que es realmente 'sin fin', no acaba nunca. Es peor que el potro de la Inquisición, el castigo de la cabra o no dejarte dormir hasta que te vuelves loco.

Si, es el fútbol. Es terrible, horrible, nauseabundo, hediondo, asqueroso, cutre, embrutecedor, absurdo y sobre todo, hace que la gente diga las tonterías más sonrojantes que imaginarse pueda. Haciendo de los contertulios e invitados de 'Sálvame' un pozo de elegancia y cultura.



Ayer, por casualidad, me enteré que esta semana comienza la 'Eurocopa 2016'. Estaba tomando una cervecita justo al lado de Estadio Santiago Bernabeu, tranquila y sosegada, confiada en que semejante esperpento de cemento sólo me atormentaría con su existencia inanimada, cuando así de una forma casual, comienzo a escuchar una conversación sobre este particular. Me lancé a buscar en mi móvil la fecha de comienzo de tan nauseabundo evento, y se me cayó no sólo el teléfono, también la cerveza, cuando en la pantalla leí la fecha fatídica: 10 de Junio de 2016.

Hace dos años - coincidiendo con el comienzo del Mundial de Fútbol 2014 - publiqué una columna en Guay del Paraguay, y me pusieron a caldo. El mensaje era exactamente el mismo. Odio el fútbol, es execrable.

¡Vale! Este blog es un espacio de literatura y arte, o al menos lo concebí así, por lo que haré un resumen 'literario' del mes de mayo en lo que a eventos literiario-futbolísticos se refiere:

- Final de la liga. Tres equipos luchando a pecho descubierto por el título. Ríos de tinta sobre mercenarios a sueldo y sus altibajos profesionales en función de las primas que se les pagan. 
- Copa del Rey. ¿Pitarán al monarca? ¿Habrá que soportar la mala educación de algunos energúmenos y encima darles pábulo con la publicación de sus memeces en diarios deportivos, que por cierto venden más que cualquier otra revista o periódico? Yo como las avestruces, yendo al Prado, para poder convencerme, porque a veces lo dudo, de que fuimos una gran nación que cambió el rumbo de la historia. 
- ¡Atentos! Final de la Champions. Esto ya si que ha sido la repera. El espectáculo de la República Bananera en estado puro. Titular de prensa: 'Una ciudad como Madrid debe sentirse orgullosa de tener a dos equipos en la final'. Mmmmm. Mmmmm. Estoy mordiéndome el labio. ¿Orgullosos? ¿De dejar la ciudad hecha un asco? ¿De perder dinero y adrenalina en la 'nada'? ¿De transportar a decenas de políticos a la dichosa Final de Milán a cargo del erario público, sin que nadie eleve la voz ante semejante despropósito?

Necesito, de verdad, leer algo bonito y sublime. Alejarme de lo que no entiendo ni comparto. Por más que intentan explicármelo. Necesito que alguien me cuente un cuento, para poder sentirme orgullosa de entender y compartir cosas por las que verdaderamente merece la pena derrochar adrenalina. Con esto acabo. Con Rubén Darío. Como acto de protesta, como contraste entre lo irracional y el virtuosismo. Disfrutad de la Eurocopa.
M.


A Margarita Debayle

Margarita, está linda la mar
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso, una perla,
una pluma, y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros, son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía,
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?.
¡Qué locura! ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.