lunes, 23 de mayo de 2016

Cien años de vida...

Publicado de 'Guay del Paraguay' el 26.Mayo.2016.

Casi no escribo sobre libros, y leo más que nunca. Lo tomaré como uno de los contrasentidos de la vida. Uno de tantos.


Otra de las tareas que no estoy gestionando bien es la de las notas. Tomo notas de todo en decenas de cuadernillos. Nombres de calles, personajes reales que aparecen en los libros, lugares, palacios, guerras y batallas, reflexiones, desesperaciones, eventos que no puedo olvidar… Escribir estos detalles con mi mejor caligrafía me produce un inmenso placer. Soy tan ilusa que hasta llego a convencerme de que tendré tiempo para investigar y meditar sobre estos particulares. Y eso es lo que acabo siendo, una ilusa. Porque tareas absurdas y sin sentido, tareas que queman mi vida sin ningún fin, ocupan la mayor parte de mi tiempo. Nadar y nadar, para morir en la orilla.



Umberto Eco dijo que quien lee tiene cien años más de vida, Fernando del Paso, del que hablaré ahora, hizo un maravilloso alegato al mundo de los sueños y la literatura al recibir el Premio Cervantes. Pero nos rodean seres sin alma, sin curiosidad por nada ni por nadie. Y acabamos, al mezclarnos con la 'sin-sustancia', por no tener cien años más de vida, sino una, corta y empobrecida por la ignorancia.

A veces lloro, lloro al leer cosas bonitas, porque me conmueve no poder convertir mis notas en palabras mágicas, en ideas brillantes que me hagan despertar de un extraño letargo. Medito sobre las palabras en castellano, sobre los sentimientos que me transmiten las obras escritas directamente en nuestra lengua. Medito sobre Ramón J. Sender y su libro 'Carolus Rex', su descripción de Carlos II, tan ajena a lo que nos habían contado. A los lugares comunes que nos hicieron repetir como a loros, sin visión estratégica, como si los castellanos fuésemos beodos gobernados por un subnormal. Sin un resquicio para el romanticismo, que no es nocivo, es sutil y lleno de magnanimidad.

Me veo a mi misma, rodeada de Madrid por todas partes, participando de las bravuconadas de un rey víctima de los delirios de otros, y a pesar de su fealdad endogámica y de su lejanía en el tiempo, siento una gran empatía hacia él. Leo que se negó a besar a su padre en su lecho de muerte, porque justo al lado, tan campante, estaba la momia de San Isidro, y claro, salió a correr. Ahora el santo está medio enfadado con él. ¡Qué disparate! Pero me conmuevo ante la candidez.

Y entonces, Fernando del Paso me da la clave...

(...) ¡Oh, maravilla! lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano (...)



(...) y me zambullí en la literatura de los clásicos castellanos: desde entonces estoy familiarizado con todos ellos: Tirso de Molina, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, el Arcipreste de Hita, Quevedo, Baltasar Gracián y varios otros. Fue allí también, en la casa de mi tío donde me enfrenté con Don Quijote en desigual y descomunal batalla: él, las más de las veces jinete en Rocinante o a horcajadas en Clavileño y yo, en miserable situación pedestre. No obstante mi Señor y Sancho Panza estaban ilustrados por Gustave Doré y eso me sirvió de báculo. Salí de su lectura muy enriquecido y muy contento de haber aprendido que la literatura y el humor podían hacer buenas migas. De esto colegí que también los discursos y el humor podían llevarse (...)
Retazos del Discurso Fernando del Paso. Alcalá de Henares 23.Abril.2016
Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2015


Escuchaba a José Saramago en una entrevista de hace años, claro. Y decía que El Quijote no había muerto. Había muerto Alonso Quijano. Porque los sueños no pueden morir. No me había dado cuenta hasta ese instante de algo tan sublime. Porque al despedirme de El Quijote olvidé que había gastado sólo una de sus vidas, pero que había otras que nos había legado en forma de sueños y de libros de caballería. Que había librado una desigual y descomunal batalla y que Él sí, había ganado.


M.






jueves, 12 de mayo de 2016

Las bostonianas y el Greco.

Señor, señor, cuántos estímulos últimamente y sin dejar constancia para la posteridad. Las palabras claves son, Las Bostonianas (de Henry James) y un Museo de Arte que recoge a los abstractos.

He dejado la última idea en el aire, ahí, como quien no quiere la cosa, colgando en vuestros pensamientos. ¿Qué será eso? Eso es – de nuevo – la voz del tontuno en estado puro. Del no saber nada y hacer alarde de ello para quedarse tan campante. Me veo en el deber moral de dejar escritos estos episodios porque, dentro de miles de años, cuando diseccionen nuestros restos y lean nuestros documentos escritos, pensarán que fuimos una civilización avanzada, que escribimos libros, llenamos los museos de cuadros etc., pero es mentira, y nuestros descendientes deben saber la puritita verdad. Somos más tontos que picio. ¿Serían así los egipcios? ¿Los romanos? ¿Los etruscos? Oler, sí, olerían mal porque entonces los perfumes y geles a nivel industrial no se fabricaban. Pero, ¿qué grado de desarrollo cerebral tendrían? La arqueología ha avanzado mucho pero no lo suficiente para saber con restos fósiles de masa cerebral la cantidad de estupidez que producían nuestros ancestros.

Me encontraba el otro día a las puertas del Museo Diocesano de Cuenca, cuando aparecieron tres personas, dos mujeres y un hombre, este último era - casualmente - el enteradillo. Ellas, al ver el cartel de reclamo del Museo, ‘Cristo con la cruz a cuestas’ de El Greco, preguntaron al sabiondo: '¿qué museo es este?' Y él, orondo y feliz dijo, 'es el Museo de Arte Abstracto'. ¡OJO! Que no era, está cerrado por reformas, para más detalles. Y El Greco es todo menos abstracto. Tal vez los haya inspirado, pero no cuadra con las vanguardias del siglo XX y menos con el concepto de arte que unió al Grupo el Paso.

Ellas, intentando exprimir ese inconmensurable saber, le replicaron: '¿qué contiene?' Y ya, aquí, la explosión, la culminación del desarrollo cerebral del Homo Sapiens... 'Este museo contiene a LOS ABSTRACTOS'. No mariposas disecadas, ni dinosaurios reconstruídos en cera y cartón, ni Impresionistas, ni Picassos, no, no, contiene algo etéreo, inconmensurable, LOS ABSTRACTOS.
Y continuaron andando, así, a paso ligero, para no profundizar en el tema. Con estas pinceladas, y puesto que los abstractos contienen toda la pintura abstracta, mayormente, habían dado en el clavo. Imagino que lo comentarían en el trabajo el lunes. No era para menos. Más sin haber pasado al museo, no hacía falta, ya sabían todo lo necesario para ir tirando.
Hay que reflexionar, este hecho tiene más trascendencia de lo que pueda parecer. Porque en España hay gente brillante, pero se diluye entre murmullos sin sentido y ruido sin consecuencias. Este es uno de nuestros principales males, otro la cultura anglosajona. Que ha dominado el mundo. Llega el momento de hablar de ‘Las Bostonianas’ y Henry James.
Hace un par de meses leí una crítica de Félix de Azua sobre Henry James. Me gusta Félix de Azua, lo que escribe, sus columnas en disitinas publicaciones, su lucidez mental, su inabarcable cultura. Leí su discurso de ingreso en la Real Academia Española, y me pareció sobrecogedor y lúcido. Ni puse en duda lo que decía de Henry James, me pareció la Biblia. Había leído ‘Retrato de una dama’ y ‘Otra vuelta de tuerca’, y lo que describía en su artículo iba bastante en la línea de mis percepciones. Así que decidí, en su honor, abordar la lectura de ‘Las Bostonianas’. Y entonces una espiral de vértigo me rodeó. El libro es un tostón. Su única valía es que está escrito en inglés y que aparentemente cuenta la historia de dos lesbianas en una época en la que este tema era tabú, colocando a James como un audaz y osado reivindicador de derechos absolutos. Esto vende mucho ahora. Pero es mojigato, absurdamente enrevesado en su redacción, previsible en todo y tan crítico con la debilidad de la mujer, cuyo único fin es - irremediablemente – acabar con un hombre, que resulta aburrido hasta morir. Tanto, que disuadí a una señora en La Casa del Libro para que no comprara la novela. Me consideré con el deber moral de incitarla a elegir otro libro.



Todo libro escrito en inglés es – por definición – digno de ser leído. James es digno de ser elevado a los altares, que duda cabe. Pero dotar a este libro de elementos que no tiene, obedece a esta manía persecutoria de dar por bueno todo lo que está escrito en esta lengua racional y pragmática. En España no hemos sabido jugar a esto tan bien como lo han hecho británicos y estadounidenses. Mal por nosotros. Aunque (ahora que lo pienso) no lo hemos hecho tan mal después de todo, con el enemigo dentro de la Península. Compatriotas que luchan por no saber español y hacen gala de sus faltas de ortografía. Ellos son, sin duda, candidatos a ver en el Greco un abstracto en toda regla.
M.