sábado, 23 de octubre de 2021

El Prado y el Arte Contemporáneo (Octubre 2021)

Tengo que controlar mi fobia irracional al arte que se hace en la actualidad. No hablo de Arte Contemporáneo, porque este término es mucho más amplio e incluye a pintores de los últimos 100 años, de amplio espectro y genialidad.

Me refiero exclusivamente a artistas vivos, que venden su basura sin sonrojo a museos públicos, porque un ciudadano privado no tiene dónde poner esos armatostes informes que carecen de utilidad práctica. Que puedan vivir de su trabajo sólo se explica (al menos en España) por la pervivencia del 'círculo vicioso del caradurismo', cuyo concepto explico en los siguientes párrafos.

Una de las formas más sencillas de distraer dinero público es fomentando la cultura, esto incluye la promoción de eventos como el cine, conciertos, jornadas gastronómicas…, y – lo más lucrativo para el funcionario/político de turno - la construcción de todo tipo de museos. A los antropológicos se les da forma con cierta facilidad, con unos muñecos de cera que simulan a nuestros ancestros agachados ante unas piedras, reales o de cartón, y unas luces led que simulan un fuego crepitante, el ciudadano está tan contento. Mata la mañana del domingo y sale de la experiencia sintiéndose más culto tras leer cuatro cartelas sobre cómo vivían los hombres en las cuevas. En favor de estos museos debo decir que suelen ser de entrada libre.

Pero los museos de arte, que han proliferados como las setas en los últimos 40 años, son otro cantar. Para llenar sus salas se necesitan muchas obras (hay que tener en cuenta que se parte de cero), y nada mejor que comprar pinturas y esculturas de artistas vivos afines a las ideas del político a cargo y que – a ser posible – generen algo de polémica, esto último cumple una doble misión, pone en el mapa al museo y - además - aparta la mirada del contribuyente de los trapicheos más turbios.

El nirvana está asegurado, el funcionario/político se mete muchas monedillas en el bolsillo y el ciudadano está entretenido. El objetivo en última instancia, dar forma al inmenso parque de atracciones en el que hemos convertido las ciudades de los países ricos, queda sobradamente cumplido.

No es necesario decir que los 'rellenadores' de museos son una panda de comebollos sectarios que no hay por donde cogerlos. En el momento que logran exponer en uno de estos espacios, ya asumen que son intelectuales de primer orden, algunos sin saber ni quién era Velázquez, y que su visión del mundo, su ideario y su forma de plasmarlo – por ejemplo – en un lienzo, son la semilla que marca el nuevo rumbo de la historia del arte y – por extensión – de la humanidad en su conjunto.

Hemos visto en Arco, donde las galerías que muestran obras son privadas, despropósitos tales como manos cortadas clavadas en una madera, Franco metido en un ataúd (esto deberían haberlo expuesto en un 'museo antropológico' del tipo descrito anteriormente, es más adecuado porque el dictador estaba fabricado con cera y pertenece a otra época), un cartel parpadeante que exige el fin de la especulación (imaginad qué locura tener esto en casa)…, etc. Si – como decía – esto sucede en el ámbito privado, en el público, donde las ideas prevalecen sobre la materia prima y el talento, la deriva hacia lo absurdo no tiene control.

No hace falta decir que hay honrosas excepciones a esta regla.

Existen víctimas colaterales del 'círculo vicioso del caradurismo'. Mi experiencia vital me ha enseñado, por eso con los años he alcanzado una prudencia envidiable, que ser una voz discordante dentro de la masa sólo da disgustos y ningún logro personal. Por eso, dado que el Estado maneja casi toda nuestra riqueza, y los que deciden (sin criterio alguno) sobre el dinero y nuestras vidas, son extremadamente peligrosos, instituciones como el Museo del Prado se ven obligadas a dar voz a determinados artistas de esta corriente 'intelectual' tan bien vista en el mundo cultureta chusquero.

El domingo 17 de octubre asistí a una charla a tres bandas (más moderadora) titulada 'El Prado y el Arte Contemporáneo' en el salón de actos el museo. Para la ocasión se invitó a tres artistas, Luís Gordillo, Susana Solano y José Manuel Ballester que – yo suponía – iban a hablar sobre cómo las obras del museo habían influido en sus trabajos (Podéis ver la charla en este link) cuando en realidad hablaron de su obra de forma totalmente inconexa, excepto José Manuel Ballester, que mostró fotos de cuadros y lugares del museo. Me recordó aquella escena de la televisión de los años ochenta del siglo XX, en la que Francisco Umbral reclamaba atención hacia su libro, y afirmaba con vehemencia que todo lo que rodeaba al mundo de la comunicación era putrefacto. No era para reír, tenía razón. 

Luis Gordillo, artista consagrado y de renombre, estaba como de prestado. Mostró alguna de sus obras, dijo cuatro frases que nada tenían que ver con la charla, ni con el arte ni con nada que imaginarse pueda y se quedó tan pancho. Le faltó afirmar que Ariel es el detergente que lava más blanco y así emular la cultura popular, como Andy Warhol.

Latas de Sopa Campbell.
Pintura de polímero sintético sobre lienzo.
Andy Warhol (1962)
Museo de Arte Moderno de Nueva York.


Susana Solano - a la que costaba hablar castellano - leyó un manifiesto para convencernos que un armatoste que parece el ascensor de un parking,  y que han colocado junto al Ayuntamiento de Barcelona, es una escultura meditadísima, producto de intensas reflexiones que arrancan de la época inspiradora del hombre del fuego anteriormente mencionado. No quiero embarrarme con la fetidez política, pero algo huele a podrido aquí.

'Himne, mite i paradís 2019-2021'
Susana Solano (2021)
Colección de Arte Público Municipal (Barcelona).


Me cuesta muchísimo abstraerme y llegar a creer que este engendro es una forma de interiorizar los mitos, mucho menos ver un paraíso de ideas inspiradoras. Mi único consuelo es que cuando dentro de cientos de años, los turistas del futuro visiten Barcelona, estos hierros habrán desaparecido.

El último de los artistas, un tipo bastante gris y nada chisposo fue José Manuel Ballester. Un fotógrafo que tampoco habló del Prado, debió comprender que el título de la conferencia era una especie de mantra extraño, una directriz de alguna musa que se había fumado un porro, o - como todo artista moderno, imbuido de egocentrismo intelectual - consideró que mostrando sus fotografías, al menos no hacía tanto el ridículo como sus dos colegas de profesión.

'El jardín deshabitado'
José María Ballester (2008)
Fotografía sobre lienzo. Tríptico.


Olvidan todos estos iluminados, como tantos otros semi-sabios modernos, que el arte tiene una dimensión espiritual. Que la obra no absorbe las ideas de quien les da forma, y que - al intentar explicar algo que en muchos casos de tan obvio es irrisible -  aniquila a la musa con la que toda obra de arte nace. 

Cuando nos encontramos delante del 'Descendimiento de la Cruz' de Rogier van der Weyden, aun sin ser creyentes, no necesitamos que Rogier salga de su tumba, con estilismos de hace 500 años y nos lea un pergamino sobre como su fe y su talento nos dejaron una tabla que atraviesa el tiempo sin explicaciones ni esquemas científicos, porque las musas que habitan en él son inmortales.

Leed mucho, visitad museos y sacad vuestras propias conclusiones.
M.

sábado, 16 de octubre de 2021

¿Debemos ceder el paso a la postmodernidad? Las enseñanzas del Príncipe de Salina.

¿Estamos ya en época postmoderna? Por centrarnos, la era moderna comenzó para algunos historiadores con el Descubrimiento de América (1492), para otros el punto de inflexión lo marcó el desastre de la Caída de Constantinopla (1453), pocos años de diferencia entre ambos, así que fijaremos el inicio del mundo moderno a principios del siglo XVI. Lejos ya de las tinieblas de la Edad Media (un concepto ridículo y falso, pero muy extendido), y con un tímido avance hacia la especialización del conocimiento.

El Renacimiento y - posteriormente - el Barroco, marcaron la senda de una revolución que hizo palidecer a otros movimientos completamente magnificados porque tuvieron lugar en el mundo protestante o francés. Al primero se le tiene alguna consideración, al segundo, el Barroco, menos, porque era España - perseguida por la Leyenda Negra - quien dirigía la orquesta mundial.

No se puede negar que la Corte Española impulsó - sin lograr sacudirse su descrédito - el Barroco a nivel mundial. De él viven aun países como Guatemala o México, donde se alcanzaron cotas de auténtico virtuosismo y - en menor medida, por su desastroso urbanismo - Sicilia.

De esta isla, la más grande del Mediterráneo, versarán los siguientes párrafos.

Tras un año y medio raro e inesperado, donde nos han tenido encerrados como ermitaños, arrancándonos de paso nuestra fe, entiéndase esto último como cualquier manifestación de individualismo, y aprovechando el aflojamiento de nuestras cadenas, decidí emprender el viaje planeado para marzo de 2020, Sicilia. El libro ad-hoc para la ocasión (obvio en este caso particular) no tuve que comprarlo, ya lo había leído hace unos años, pero no cabía otro compañero de viaje, sin él es imposible comprender la isla, el peso de sus conquistadores y los aires de cambio que se abatieron sobre ella a mediados del siglo XIX, sí, hablo de 'El Gatopardo' de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Tengo que decirlo ya, no vayáis allí sin este libro bajo el brazo.

Para comprender el argumento de esta colosal novela, para mí de las mejores escritas en el siglo XX, hay que mantener en todo momento un esquema mental de la historia de la isla. Y como se fue cincelando su carácter, mezcla de una potente cultura griega, que vio nacer a importantes filósofos y cuyas ciudades se contaban como las más importantes del Mediterráneo, para pasar a ser un granero romano, campo de batalla de guerras varias en la antigüedad, bastión bizantino, árabe, normando, francés (contra el que se rebelaron en las conocidas 'Vísperas Sicilianas'), español y, tras el Risorgimento o Unificación Italiana, parte de la Italia moderna.


'El Rey Guillermo II ofrece la Iglesia a la Virgen'.

Todos los isleños tienen algo de peculiar, no caben excepciones. En el caso de Sicilia el matiz se ve acentuado por la rapiña de sus conquistadores y previsible advenimiento de la Mafia, que se hace sentir en todo momento en el devenir de los actos más comunes. Sé que es complicado justificarla o verla con buenos ojos, pero cuando he escrito 'previsible', ha sido con el objeto de matizar que no se puede invadir una isla una y otra vez, sin más objetivo que la ambición, sin intuir que - llegado un momento - sus habitantes se unirán para defenderse, pobremente al principio, y de manera global después.

Desde el momento que se aterriza en Catania o Palermo, se nota el silencioso peso de su poder en las cosas más nimias, en el lento trascurrir de los actos más comunes, en su urbanismo caótico y deprimente que invade como una polilla ('moth' en inglés, es como se conoce a la Mafia en lenguaje coloquial) edificios colosales, llenos de inmundicia y vagancia. El peso de la inactividad dictada por un mundo periférico y lleno de códigos propios. Si alquiláis un coche, por ejemplo, comprobaréis que de repente la carretera se estrecha por obras en decenas de lugares, sin saber la razón. No hay operarios, ni máquinas, nada. No las ha habido nunca desde que decidieron simular unas obras por sabe dios qué motivos.

El comienzo de este caos, precedido por el sofocante peso social de la iglesia y la nobleza, se esboza en la novela sin apenas darnos cuenta. Cada uno de los protagonistas representa ese algo de pintoresco que cada época dibuja y que sirve - con la óptica del tiempo - para dar forma a un imaginario desbordante de anécdotas y pautas para no prejuzgar sin motivo la trama que el tiempo cincela, arrastrando sin piedad sueños y ahogando voluntades.

Como todo buen libro, nunca se sabe quién es el bueno ni el malo, porque cada uno de los personajes tiene sobradas razones para actuar tal y como lo hace, sin borrar ni una coma del guion, dinamitando así los perjuicios de quienes saben leer entre líneas. 

El escenario de la trama se enmarca entre los años 1860, fin del Reino de las Dos Sicilias y entrada en escena de Garibaldi, y 1910, acto final de una época en extinción, dinamitado sutilmente con la destrucción de unas reliquias. 

No resumiré la trama, pero sí quiero dejar constancia de los que son – para mí – los cuatro momentos que invitan a una reflexión profunda.


Don Fabrizio Corbera, Principe de Salina, heredero de un patrimonio económico y cultural incalculable, se encuentra ante una tesitura histórica y personal complicada. Asfixiado por los clichés dictados por su propia familia, ve como su sobrino, Tancredi Falconeri, es merecedor de todo su afecto y admiración. Este último, sin recurso económico alguno, se alista en el ejército de Garibaldi sin que en realidad quiera perder ninguno de los privilegios que su origen noble le brinda.


Aquí leemos el primer momento clave, el diálogo entre tío y sobrino al respecto de su alistamiento, la frase de Tancredi que ha pasado a la historia de la literatura: ‘Que todo cambie para que todo siga igual’.


(...) "Por el Rey, sí, pero ¿qué Rey?" El muchacho tuvo uno de esos accesos de seriedad que lo volvían enigmático y a la vez entrañable. "Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo sigua igual, es necesario que todo cambie. ¿Me explico? (...)

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Alianza Editorial SA. Segunda Edición 2012. Pág.73.

Desde hace milenios, en esencia, todo sigue igual, a pesar del progreso, siempre ha habido clases, oprimidos, advenedizos, explotados y élites más o menos destructivas. La razón es obvia, no existe verdadera voluntad de cambio. Y lo que puede venir es posible que sea peor, véase el caso de la Unión Soviética.


Siguiendo con este razonamiento, la segunda reflexión es ¿cómo se debe actuar en tiempos de cambio?


(...) "Después de la cena, a las nueve y media, recibiremos con agrado a los amigos". Estas últimas palabras dieron mucho que hablar en Donnafugata. Si el príncipe había hallado al pueblo igual que siempre, éste en cambio lo halló a él muy cambiado, porque hasta entonces jamás le habían oído palabras tan cordiales; y en aquel momento, insensiblemente, comenzó a declinar su prestigio. (...)

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Alianza Editorial SA. Segunda Edición 2012. Pág. 117.


 

Difícil respuesta. Saber estar a la altura de lo que se espera de nosotros, se convierte en un laberinto donde todos los caminos conducen al desconsuelo. Lo habitual, es no hacer nada, dejar pasar las horas y claudicar. La peor de las opciones. La modernidad y la mejora en las comunicaciones nos ha permitido alzar la voz, pero - voy a ser políticamente incorrecta - tal vez no sea necesario que todos opinemos sobre todo campo del saber, porque llega un momento que sólo hay ruido de fondo, pero nada realmente aprovechable. Algo semejante le sucede a don Fabrizio, oye ruidos aquí y allá, no hace lo que mejor sabe, no se comporta como los demás esperan, y - con el tiempo - se acaba convirtiendo en una especie de marioneta ridícula y anacrónica.

A pesar de la Unificación, y del fin del Reino de las Dos Sicilias, había un rey en Roma, por lo que don Fabrizio es llamado a ser senador del reino para ayudar a engrandecer a la nueva Italia. Aquí hay que entender un poco cómo se gestó la Unificación, un movimiento que parte del norte de Italia, de la casa de Saboya, y que - como tal - concebía la unidad como necesaria pero siempre observando a los sicilianos como una especie de salvajes a los que civilizar. Para esto Lampedusa se vale de nuevo de la sutileza, el encargado de reclutar al príncipe para su nueva misión, Chevalley, padece horriblemente y se ve muerto o enfermo a cada momento en cuanto pone los pies en la isla. El pobre hombre fracasa estrepitosamente. Don Fabrizio, en un momento de lucidez, se da cuenta que no quiere seguir el guion de una nueva obra que comprende inútil para Sicilia, y para él mismo. 

(...) ¿De verdad cree usted, Chevalley, que es el primero que pretende encauzar a Sicilia en la corriente de la historia universal? ¡Quién sabe cuántos imanes mahometanos, cuántos caballeros del rey Rogelio, cuántos escribas de los suevos, cuántos barones de Anjou, cuántos legistas del rey Católico concibieron también esa hermosa locura! ¡Y cuántos virreyes españoles, cuántos funcionarios reformadores del reino de Carlos III! ¿Quién recuerda ahora sus nombres? Pero su insistencia fue en vano: Sicilia prefirió seguir durmiendo; ¿por qué hubiese tenido que escucharlos, si es rica, sabia, honesta, si todos la admiran y la envidian, sí, para decirlo en una palabra, es perfecta? (...)

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Alianza Editorial SA. Segunda Edición 2012. Págs. 282 y 283.


Lo sé, es maravilloso. Una delicia leerlo. Porque no deja nada al azar, nada por contar. Por eso, casi al final de la novela aborda lo más escabroso del equipaje histórico siciliano, el agobiante peso de la Iglesia Católica. Leamos entre líneas también ahora. Al lado del príncipe siempre está su escudero, el Padre Pirrone, acompañante en sus andanzas y calaveradas, cual Sancho Panza. Un cura bonachón e inofensivo, lejos de la imagen de codicia, oscurantismo e inflexibilidad que siempre acompaña en la literatura a estos personajes. La Iglesia siempre ha estado al lado de los poderosos, Lampedusa reconoce este apoyo de la mejor forma posible, invitándonos a pensar que no todo es lo que parece. El sacerdote, con ocasión de una visita a su pueblo natal, reflexiona también sobre los cambios y sobre cómo los hombres cambian todo para seguir igual. 

(...) "Le diré incluso, que si, como ha sucedido tantas veces, esta clase tuviera que desaparecer, de inmediato surgiría otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos: quizá ya no estaría basada en la sangre, sino, no sé... en el hecho de llevar mucho tiempo viviendo en un determinado sitio o en la pretensión de conocer mejor algún supuesto texto sagrado." (...)

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Alianza Editorial SA. Segunda Edición 2012. Pág. 304.



La necesaria marginación de la Iglesia en la isla condujo a la aniquilación de un patrimonio histórico incalculable, sustituido por edificios en ruinas, y eclecticismo cutre, especialmente en Palermo. El paso previo a la destrucción siempre requiere una hoja de ruta para saber cómo rellenar con gracia los huecos del 'progreso'. En el caso de Sicilia no sucedió así. Porque hasta la propia Iglesia, al no saber - como el príncipe - que lugar debía ocupar, se destruyó a sí misma. Final sublime del libro.

Las hijas del príncipe, ya ancianas en 1910, reciben la visita de un vicario encargado de revisar obras de arte y reliquias aun en posesión de la familia. La clase social que ha apoyado durante siglos a la Iglesia, ahora se ve juzgada por ella, como parte del acto que se está representando en el nuevo teatro italiano. Los mediocres se someten con servil y estéril obediencia. Concetta, prima de Tancredi y enamorada de él en su juventud, descubre que todo lo que ha vivido es ridículo, todo lo que ha atesorado (reliquias básicamente) es destruido con concienzudo esmero. Con indiferencia calculada se enfrenta a pecho descubierto a una modernidad mal entendida. ¿Postmodernidad? ¿Progreso? ¿Rendición?

(...) Concetta se retiró a su cuarto; no sentía absolutamente nada: le parecía estar viviendo en un mundo conocido pero ajeno; un mundo que ya había consumido toda su energía y ahora sólo contenía puras formas.(...)

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Alianza Editorial SA. Segunda Edición 2012. Pág. 408.



La rendición es la forma en la que las personas inteligentes disfrazan su clarividencia. De nuevo, nada es lo que parece.

Leed mucho, viajad a Sicilia, leed esta novela y meditad sobre la postmodernidad.
M.