domingo, 17 de diciembre de 2017

Más sobre lo mismo...

¡Jope! Parece que no se me va de la cabeza el tema navideño. No entiendo esta  obsesión. Porque no hay nada que me la recuerde... Cuando leo el periódico y me atacan con ventanas emergentes, cuando salgo a la calle y la iluminación me deslumbra, cuando oigo frases huecas de contenido en medio de conversaciones llenas de lugares comunes.

En fin, que me veo como el protagonista del cuento de Dickens, un tipo que odia la Navidad y al que se le acaban apareciendo fantasmas vengativos... ¡Dios lo no quiera! Que me da un pasmo. Yo soy muy miedosa, casi prefiero disfrutar de estos días, consumir todo lo que pueda, comer e inflarme como un melón y - ya de paso - aprovechar este espacio para hablar de literatura navideña. Con este término doy cabida a novelillas de tres al cuarto, que los editores aprovechan para publicar en estas fechas y cerrar el año con algún beneficio extra. Porque la cosa está muy malita y siempre andan quejándose de que la gente no lee en España, y menos desde que estalló la crisis. ¡La crisis! Esa palabra mágica que explica cada una de nuestras desventuras, incluida la deplorable falta de buenos libros en Navidad.

Ahora que lo pienso hace meses que no hablo de LITERATURA en este espacio. Y eso que he leído libros maravillosos, geniales, superlativos. Destacaría dos, de los que no hablaré ahora, uno es "Me llamo Rojo" y otro es "El regreso de Sherlock Holmes", este último una debilidad mía. No importa las veces que haya leído los relatos, los vivo con la misma emoción. Y eso que sufrí un chasco morrocotudo cuando visité su casa en Londres, 221B de Baker Street, un pastiche turístico con una tienda llena de elementos plasticosos que emulan a los instrumentos que usaba el brillante detective para resolver sus casos. ¡Pobre hombre! Menos mal que es un personaje de ficción, porque de haber habitado un cuerpo humano, ahora mismo se hubiese convertido en uno de los fantasmas de Dickens para arrasar tal esperpento.




Bien, como no creo que editen ni vuelvan a traducir los libros de Holmes en edición navideña, una pena, tendremos que conformarnos con lo que nos venden, y dar una oportunidad a los nuevos talentos.

El primer talento es Javier Sierra, ganador del Premio Planeta 2017 con su libro "El fuego invisible". Varias cosas diré previas a mis comentarios sobre el libro. Primera que no lo he comprado, me lo han dejado, así dejo patente mi vena rebelde y mi defensa de la literatura de calidad. Segunda, aunque mi anterior comentario pueda dar a entender otra cosa, Javier Sierra me cae genial, es de Teruel una ciudad injustamente olvidada y eso ya merece un respeto, y pone una pasión superlativa en cada cosa que hace, en cada relato que cuenta. Cree y defiende la magia y el espíritu oculto que hay en los aspectos más minúsculos de lo que nos rodea. Rechaza el cientifismo radicalmente para conseguir explicar fenómenos ignorados históricamente por absurdos y molestos. Y para ello se documenta concienzuda y rigurosamente. Con ello no cae en la paranoia de lo paranormal, ni es un loco que viaja con bolas de cristal, ni lo detienen en los aeropuertos por llevar instrumentos alquímicos, nada de eso. Es sencillamente un individuo que busca más allá de lo que nos cuentan y lo hace con método y rigor. 

Es obvio que si un físico nos dice que la atmósfera de Marte contiene azufre, aunque nos sepamos ni lo que es el azufre, ni donde está Marte realmente, o si existe... Lo creemos a pies juntillas. Lo más que hemos visto del este planeta son unas imágenes tomadas desde satélites de la NASA, pero no se ponen en duda. Es la ventaja de ser científico en el siglo XXI, en vez de ir a la hoguera, todo lo que predican es venerado. Pero si intentas, si osas, si te atreves a decir que hay hechos misteriosos, que las palabras arrastran significados ocultos, y que la historia de la humanidad esconde más espiritualidad que cientifismo, directamente eres un perturbado mental. Un médico puede liquidarte por administrarte una medicina letal, pero seguirá siendo un héroe, un intérprete de nuestro bagaje cultural, es - simplemente - un iluminado.

Y en este punto estamos. En Marte, buscando agua. 
(Creo firmemente que Marte existe, lo he usado como licencia para hacerme comprender).

Tras esta defensa de la espiritualidad y de lo misterioso, imbuida con las ideas de Iker Jiménez y dispuesta a pegar un mamporro a aquel que afirme que la ciencia nos ha hecho mejores, me embarco en la crítica al ganador del Premio Planeta.

Es más que evidente que existe una tendencia hacia lo superfluo en la concesión de premios, hubo momentos - en el pasado - en el que éstos se concedían a magos de las palabras. Excepto el honroso caso del Premio Cervantes, lo cierto es que los premios literarios han perdido calidad y sustancia, incluso de un galardón que no esconde su vocación comercial, como este, esperaba más. Atrás quedan títulos como "El manuscrito Carmesí" o "Filomeno a mi pesar", joyas que dejan desplumado y temblando a un libro como el ganador de este año. La pregunta es: ¿Qué están premiando, la literatura o una tabla de salvación para una industria que también requiere renovarse?

El libro de Sierra NO es literatura, es una recopilación de sus saberes en distintos campos, bien documentados - como ya he señalado - colocados en medio de una trama complicada de creer, narrada con corrección, pero sin magia en su redacción, ni dominio manifiesto en el arte de manejar la lengua española. Vamos que su lectura no deja un poso indeleble... ¡Madre! Ahora, después de este párrafo, los fantasmas se me aparecen seguro.

Lo que no hay que dejar de reconocerle es la cantidad de información que incluye en sus páginas. Quien tenga un mínimo de curiosidad por lo que nos rodea, tiene una larga lista de términos para teclear en Google. Desde filósofos griegos, hasta científicos interesados por lo oculto, reyes, reinas, libros que requieren otro enfoque y - cómo no - el Grial y su constante reinvención en este tipo de publicaciones.

Como lectura para el tren o el avión, si tenéis que desplazaros estos días, no está mal. Siempre y cuando vayáis anotando lo que él cuenta y creéis después vuestro propio mundo mágico.


Bien, vamos con el segundo talento. Con este acabo rápido, porque no he leído su libro. Se trata de la novela de Dan Brown, "Origen". Esta es directamente un excremento, una bazofia. No perdáis el tiempo leyendo esto, por favor. Os hará sentir imbéciles por varios motivos, primero porque veréis que sois muy vulnerables, los personajes de Brown - como bien dice un amigo - no comen, no beben, no duermen, no hace sus necesidades. Son máquinas perfectas, humanoides que se ven envueltos en aventuras sin fundamento, mal construidas y peor documentadas. ¡Cómo puede sentirse uno al acabar uno de sus libros y ver que tiene HAMBRE! Pues como un auténtico pringado. Y si se le aparece un fantasma navideño, la sensación de ser tonto de remate ha de ser difícilmente digerible. El segundo de los motivos es que, habiendo libros estupendos, ¿para qué leer esto? 

Ahora sólo me queda concluir, con algo mágico, claro... 35 años del estreno de Thriller. Fantasmas, seres del más allá y recuerdos. Aunque os intenten convencer de lo contrario, hay momentos en la vida, en los que diez minutos abren un mundo - si no desconocido - al menos sorprendente. Quizás él no creyera en fantasmas, pero yo aun busco el suyo.

Feliz Navidad.
M.




sábado, 9 de diciembre de 2017

La Navidad, la caridad y otros relatos...

Estoy - ahora que llega la Navidad - preguntándome constantemente, qué harán los pobres, las personas solas, los enfermos y toda una serie de grupos que atraen nuestra atención en estas fechas, durante el resto del año. ¿Seguirán viviendo en la miseria? Sí, claro.

Siguiente pregunta recurrente, ¿por qué apelamos a los valores cristianos de la solidaridad para sustentar la enorme farsa de la Navidad, si en realidad la mayoría de la población hace gala de su ateísmo, desprecian la religión y construyen un estandarte con su ignorancia evolutiva?

¿Por qué se vende más y más si se despierta la sensibilidad, si se convence al cliente potencial del compromiso de la Empresa vendedora con los grupos sociales más desfavorecidos? ¿Por qué nos obligan a aparentar solidaridad en nuestros trabajos, se alían con ONGs para que nos sintamos obligados a donar los juguetes que nos sobran y a dar migajas de dinero que palía nuestra ansiedad consumista?

Y ahora la pregunta clave: ¿Dónde está la verdadera caridad? 



George Michael decía que 'la caridad es un abrigo que te pones dos veces al año' y que quizás por ello, deberíamos rezar por lo que se nos avecina. Con lo del abrigo, estoy de acuerdo, la segunda parte es muy alarmista. Frases como esa, las hemos escuchado a lo largo de toda la historia de la humanidad, y aquí seguimos, dando guerra. 

Pero algunas veces, el hombre se cree Dios, y eso sí entraña un peligro. Proyecta una imagen de glamour, de poder, de belleza, de lujo, de dominio de la naturaleza y de los acontecimientos, que no se corresponde con la rutina de casi el 99% de la población de la Tierra. Y entonces, tenemos que volver al comienzo, para tocar y sentir el enorme poder que tienen los humanos. Un poder que no está escondido en los cuerpos esculturales de la modelos de Victoria's Secret, ni en gestos grandilocuentes que tapan las más terribles atrocidades que nos rodean y de las que no somos conscientes, pero que rellenan páginas y páginas de revistas. Nos muestran niños viviendo entre cartones, ancianos solos y desmemoriados, grupos de humanos que vagan por el mundo sin un hogar, sin nada, sólo con el saco de sus esperanzas perdidas como compañero de viaje. Y nosotros, los ricos, los que tenemos el poder infinito, somos incapaces de hacer nada. Incapaces de arrodillarnos y preguntarnos ¿por qué? ¿por qué la caridad la practicamos tan poco y tan mal?

Y entonces, llega la solución de una forma simple. ¿Cuál es el verdadero poder del ser humano del que hablo en el párrafo anterior? Lo ilustraré con un ejemplo. 

Donde yo trabajo, cada año, ponen una caja gigante para que donemos juguetes a niños necesitados. La mayoría opta por subir al desván de su casa, revisar todo aquello que ya no quieren sus hijos, pero que no se deciden a tirar, lo envuelven en papel de regalo, y lo depositan con aire solemne en la caja. Con ello matan dos pájaros de un tiro, por una parte dejan espacio libre en casa, y por otra le endosan a un niño de sabe dios donde un puzle al que - casi con seguridad - le faltan piezas. Pero total, tiene un regalo en Navidad, que de eso se trata. Eso sí, el día que entregan las cestas de Navidad, nadie piensa ni por un momento regalar ni una lata. Eso, como decía el otro día un compañero, que lo gestione Cáritas.

Esa es la caridad que nos enseñan, nos inculcan y nos graban a fuego cada día. LA GRANDILOCUENCIA SIN ESENCIA ALGUNA. No dudo de su utilidad, pero no es la que cambia el mundo. La prueba está en que llevamos practicándola siglos, y cada vez hay más desigualdad.

Justo ayer, en el andén del metro, me topé un grupo adorable. Un muchacho joven, FELIZ, se acompañaba de unas diez personas con diversos grados de minusvalía. Todos le miraban y sonreían, algunos le abrazaban. Les contaba tonterías, se reían con ganas, participando de un cariño rendido, desinteresado, que les aceleraba la percepción de aquello que les rodeaba. Ahí -me repetí conmovida - está el poder del hombre. En dedicar el tiempo que tiene a los demás, en sacar lo mejor de sí mismo para despertar algún resorte escondido que brinde instantes de pura felicidad. La felicidad de ser normal, de no tener un cuerpo escultural, la felicidad de equivocarse, de sentarse a mirar el mundo con sencillez, la capacidad de arrancar sonrisas o lágrimas o deseos o emoción. La capacidad de ser simplemente lo que somos, hombres con millones de fallos increíbles, pero con la el poder de tener una mano vacía a los demás. Una mano cargada de tiempo y de humildad.

Feliz Navidad.
Leed mucho. En los libros, también se habla de esto.
M.












domingo, 29 de octubre de 2017

Las ventajas de ser políglota y ver el mundo desde la diversidad...

Soy una de las mayores expertas en el conocimiento de noticias absurdas. Mis conversaciones oscilan entre sesudos análisis de libros infumables, cuadros ininteligibles y noticias de deshecho de la prensa. Mezcolanza absurda, vamos. Accedo al periódico y a toda prisa agarro el ratón e ignoro todas las reseñas sobre España y el mundo, leyendo directamente artículos tales como: 'Cosas que nunca supiste sobre las ensaladillas que tienen salmonelosis', 'Cómo hacer que tu jefe sea devorado por una pitón birmana sin que tenga que desplazarse allí'... 'Los asesinatos del Lobo Feroz' y tranquilamente me entretengo en estas cosas, tan feliz.

Si en alguna ocasión tengo fuerzas para leer otra cosa, entonces me pongo a llorar desconsoladamente. Lo que está sucediendo en España no es para menos. Y lo peor de todo es que lo que hagamos, digamos o gritemos, no va a servir para nada. Todo está pensado de antemano. Ahora sólo resta subirse al carro de la desesperación, el carro de la mentira y del odio. Y entonces llorar sin parar. 

Es complicado para una persona (como yo) criada en la Castilla profunda, en una provincia pobre a rabiar, donde - hasta hace no mucho - no había ni cine, imaginarse de qué forma y manera hemos robado nosotros a Cataluña. ¿Qué hemos hecho para que nos insulten así? Día tras día, durante años, lustros, minuto a minuto, sin defensa. ¿Qué pecado mortal hemos cometido? ¿Tendrá que ver con los asesinatos del Lobo Feroz? A ver si va a ser esto. Toda nuestra vida escuchando la cantinela del victimismo, de la mentira teñida de absurdo, pronunciada con ese castellano mal hablado y peor escrito que llenan de oprobio. No somos estúpidos, hemos dominado el mundo, sólo que por descuido y generosidad nos hemos dejado despojar de nuestra dignidad. Y eso es quizás lo que ya jamás recuperaremos.

En qué momento me he perdido, en qué momento comencé a ver la realidad completamente distorsionada. ¿Cuando tomé ensaladilla contaminada con salmonela? ¿Cuando en pleno invierno en clase de gimnasia, nos helábamos de frío tirando pelotas a una cancha oxidada, mientras en Barcelona construían alucinantes instalaciones para sus olimpiadas? Ahora que reflexiono, debió ser en este instante. Lo de la ensaladilla no tiene que ver. Y los crímenes del Lobo Feroz tampoco, este pobre animal perseguía a Caperucita Roja. Aunque parece ser que en el Centro de Madrid había un establecimiento de este nombre. Un negocio floreciente que se nutría (en el pasado, porque ha cambiado su denominación social) con el dinero de los catalanes. Se lo robaban mediante otra sociedad que se llamaba 'El Caco Español SL', esta última sigue en activo y con pingues ganancias. Porque la dirige un loro, que repite sin parar 'España nos roba' 'España nos roba', y así lo cuentan al mundo, que se queda frito cuando ve y oye tanto tontuno. Como yo, que ya desvarío porque de otra forma el llanto me acecha sin remedio. Y así desde que nací. Escuchando mientes y esperpentos varios.

Por cierto, 'El Caco Español SL' es una genialidad de Eduardo Mendoza.

Continuando con la sinrazón, vamos a hablar de un libro, en este caso, cargado de razón. Al hilo de lo que vivimos en el 2017, pero contado hace casi cien años, en 1918, justo al acabar la Primera Guerra Mundial. "Los Políglotas" de William Gerhardie




Había visto el libro decenas de veces en librerías, siempre con la corazonada de que me iba a gustar, al leer la sinopsis ya intuí que tenía todos los elementos necesarios para que me chiflara. A saber, narrador 'friky', con experiencias vitales extrañas y fuera de la normalidad social, inglés, con mundo y con sentido del humor. Ambientado en una época de esperanza, donde los hombres creían sus mentiras, que el mundo sería mejor, que no habría más guerras y que el progreso - a partir de entonces - no tendría fin. Ocurrió todo lo contrario. Pero con ese mundo alborotado y chiflado, Gerhardie consigue ambientar e ilustrar su propio entorno, su mundo. Para ello tiene increíbles dotes y lleva en las alforjas un apellido chillón (Diabologh), una familia esparcida por el mundo, un abuelo que hizo fortuna en la Rusia zarista y cuyos descendientes vieron como su fortuna se convertía en fajos de billetes que no valían nada, unos parientes que viven del aire y con los que inicia una aventura llena de melancolía, tristeza y - a la vez - llena de optimismo, pero sobre todo lleva en su alforja su individualidad y su nula capacidad para el desaliento en tiempos de ciudades sin naciones, de ejércitos sin generales y de revoluciones sangrientas e innecesarias.

¿No os resulta espantosamente similar a lo que vivimos ahora? A mi si.

Charles Diabologh es el mismo Gerhardie. Su vida es esa, la de un políglota, educado en Rusia, con nacionalidades difusas, pero que finalmente acaba de oficial en el ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial. Al finalizar la ) contienda, y puesto que los avatares de los burócratas lo llevan a Japón, decide visitar a su tía carnal, Teresa, y a su esperpéntica familia belga, los Vanderflint. Irremediablemente se enamorará de su prima Sylvia. Pero no esperéis encontrar un amor de novela, es todo lo contrario, es un amor tejido a base de realismo y búsqueda de afectos sutiles. Sylvia es todo lo contrario a Charles, es bastante simple y superficial, pero eso no importa. Se trata sólo de vivir, o más bien de sobrevivir. 

¿Cómo se sobrevive en tiempos de fronteras de chicle defendidas por payasos patéticos? Fácil, fingiendo que eres igual de idiota que los que mandan en el circo que te rodea. Recorres media Asia en busca de unas gorras que no sirven para nada, te haces amigo de un general del Ejército Blanco afincado en Harbin que no sabe qué será de su vida, ni qué lugar ocupa en su ejército, ni en el propio mundo en el que vive. Observas con indiferencia como tu tío - antes un poderoso hombre de negocios - entrega propinas de millones de rublos que no valen nada por simple diversión. 

Finalmente, cuando el disparate en Asia amenaza con matarte de hambre, cruzas el mundo, y regresas a Europa. El periplo en barco estará protagonizado por desertores, patriotas, marinos duros, niños inocentes que mueren y por el total estupor indiferente del propio Charles Diabologh. 

Podríamos juzgarlo, sí, como juzgamos de forma banal a todos los grandes genios, pero no llegaríamos a ninguna conclusión. Solemos calificar de gafes, necios y tristes a los que calibran al universo con sorna, y creen que la suma de sandeces constituye un conglomerado de aprendizaje de lo ridículo muy enriquecedor en sí mismo. Si eres políglota, la visión panorámica es colosal. Pero la realidad es otra, y se resume en tres puntos:

(1) Gente así, no abunda.
(2) Si existe, es raro que use su sarcasmo para escribir un libro como "Los Políglotas"
(3) Lo normal es que genere un cerebro de gallina, y en vez de explotar las ventajas del cosmopolitismo, se transforma en un ser patético y absurdo.

Y así nos va...

Leed mucho. 
M.



  

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Reflexiones varias... Muy varias y dispares.

Cuando comencé a dar forma a este blog, fue con la idea de recopilar críticas literarias mías. Pequeños textos que habían aparecido en el periódico 'Guay del Paraguay', al principio en versión papel y - posteriormente - en formato digital.

Soy un desastre para los papeles, y temía que se perdieran. No hubiese pasado nada, la humanidad hubiese seguido su deriva hacia el Olimpo de los Dioses, pero para mi eran importantes. Cada uno de esos escritos contenía una parte de mi misma. Reflejaba un momento, una vivencia y una pequeña ilusión. Como todos los frikies del universo, siempre he soñado con escribir, con dar forma a otros seres humanos, otorgarles una luz que veo palidecer en el mundo que yo soporto cada día. Como cada verso suelto, quizás lo que he buscado siempre ha sido huir y no ver lo que es evidente. Mofarme de lo absurdo y conseguir ser feliz tras poner en práctica - no sin esfuerzo y entrenamiento - un método con el que he logrado reírme sin parar ante cada esperpento y sinsentido. Veo venir los desastres, los disfruto cuando se gestan y me regocijo en la catarsis final. En definitiva, soy feliz. Y este era otro de los objetivos que me marqué cuando me convertí en una 'NO' diosa, sonreír lo más posible.

Esto, en el mundo en el que yo me muevo, se denomina soberbia y prepotencia. Con una sinceridad aniquilante me han achacado estos males, creo que injustamente, porque al igual que los celos o el egoísmo, hay ciertos rasgos innatos que no pueden evitarse, pero en mi caso son especialmente graves, porque a ellos se une la desobediencia. Instintivamente sólo me pliego ante órdenes de personas que considero más inteligentes que yo (de acuerdo a mis criterios, claro). Al resto directamente los obvio y - claro - se dan cuenta. Conclusión, son una desobediente redomada y peligrosa.

¿Qué es una persona inteligente para mí? Fácil, alguien independiente, cosmopolita y con una gran base cultural, sea de lo que sea. Si es de literatura o de historia, mejor que mejor. Pero acepto otras disciplinas. Entiendo que es un criterio subjetivo, pero es el mío, y a mi me basta. 

Como trabajo en una multinacional, donde teóricamente se premia el talento, todo esto no sirve. Es más, es caca pura.  Hay que acatar las órdenes y estar muchiiiiiísimmmaas horas en la Oficina para que - cuando llegas a casa - no tengas ya ganas ni tiempo para distraerte en otra cosa que no sea ver la televisión y escuchar la letanía cansina del proceso de independencia catalán (en minúsculas), que ya sólo por lo pesado que es da asco. Así nos corre el pelo.



Hoy, no he querido hablar de libros, no he querido contar historias de otros, ni reales ni de ficción. He dejado una pequeña reflexión sobre cómo ser feliz cumpliendo pequeños objetivos en una escala ridícula. Los libros de autoayuda y las frases grandilocuentes de psicólogos y periodistas no sirven. Nunca hay que perder la sonrisa, ni la ilusión por seguir siendo un verso perdido.

Leed mucho.
M.






domingo, 17 de septiembre de 2017

Una sensación extraña... El amor existe.

Todos los días, a todas horas, me pregunto quién es más feliz, el humilde que no tiene nada o el ambicioso que lo tiene todo.

¿Quién disfruta más de su vida?
¿Quién conoce mejor la realidad que le rodea?
¿Quién contempla el mundo sin perjuicios y con perjuicios es juzgado sin piedad y con saña?
¿Quién va consiguiendo pequeñas metas, logros sin importancia, que le equilibran en el caos?
¿Quién maneja a los demás sin que estos se den cuenta?

¡Ojo! que yo no lo tengo claro. Es una sensación como la tristeza o la desesperación. Hay días que estoy eufórica y no sé la razón y otros me sumerjo en el foso de la desesperación, rodeada de aborígenes atormentantes que me lanzan dardos que me hunden más en el fango. Conocer el secreto de la felicidad es un poco igual, hay momentos en los que estoy segura de que hay que comerse el mundo, aullar y hacerse notar. Y otros que me enrosco como un caracol en una humildad sosegadora. 

En ambos estados de espíritu me encuentro igual de bien, o mal. Por ello, considero que - por mucho que avance la ciencia - los psiquiatras no lograrán desentrañar del todo los secretos de la mente humana. En esto (permitidme hacer un inciso) no soy objetiva. El progreso científico me produce cierto rechazo. Reconozco sus avances, pero convierte a los hombres en Dioses con letales consecuencias para todos, el progreso mal entendido nos deshumaniza. 

Tras esta pequeña introducción, qué os preguntaréis donde lleva, ya veréis ya, me meto de lleno en otro acierto literario de este año. Otra iluminación divina que ha caído en mis manos. Soberbiamente traducido por Pablo Moreno González (no es fácil transcribir la sensibilidad y la delicadeza de un idioma tan distinto al castellano como el turco), otro libro que da pena terminar, pero cuya última frase - sólo una frase - resuelve toda duda que puedas tener sobre cómo pavimentar el camino de la felicidad. La humildad y la sencillez son la llave que abre el arca insondable de la exigua esperanza que tenemos de ser felices. El que vive la vida aprendiendo de su resignación y extrayendo lo que es digno de ser aprendido, al menos una vez, pronunciando una sola frase, en un momento mágico... ¡Es feliz!

Esto así redactado que parece tan rebuscado, es extremadamente simple. En su sencillez radica la razón por la que nunca lo ponemos en práctica.




Orhan Pamuk consigue crear un personaje (Mevlut Karatas) que se desliza con sutil cadencia por el Estambul que va de principios de los años 70 del siglo XX, hasta el año 2012. Y ahí, si tenéis inquietudes, prepararos para aprender y no parar. Porque el binomino que mezcla la delicadeza del corazón de un hombre honesto con la puesta en marcha de la moderna sociedad turca tras años de golpes de estado, corrupción y pobres en masa que emigran sin orden ni concierto desde Anatolia central hasta los arrabales de Estambul, es perfecta. Si os interesa la historia turca, que no deja de ser la nuestra, porque - mal que les pese a los eurodiputados con sus sueldos astronómicos y su tren de vida pagado por los sufridos contribuyentes - Turquía es una parte importante de Europa desde la Caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453. Ignorarlos y engañarlos con trucos de funcionario burócrata, es decir la estrategia seguida por Bruselas desde hace décadas, es un grandísimo error que tendrá nefastas consecuencias. 

Es verdad que algo genocidas sí son, armenios, griegos, chipriotas, cristianos en mayor o menor medida, han sufrido la xenofobia turca. Pero eso no es - desgraciadamente - algo achacable sólo a los turcos. Las naciones europeas, todas sin excepción, han masacrado sin piedad a propios y extraños por los más variopintos motivos. En el caso de los turcos es especialmente relevante porque son ajenos a los cristianos europeos y bichos raros para sus hermanos los musulmanes. Lo que ha creado una especie de identidad excluyente muy bien descrita también en esta novela. 

Pamuk no esconde nada, ni disfraza la historia con excusas llenas de tópicos vacíos de contenido. Llega un momento en el que la trampa y el engaño, en contraste con la aparente ignorancia de Mevlut, te mece en una especie de sopor elegante y utópico. ¿Realmente se puede ser feliz vendiendo boza y yogurt por las calles de Estambul mientras tu familia se enriquece a tu costa, tus primos se alían con el mafioso local y se convierten en matones y tú te ves obligado a casarte víctima de un engaño vil y premeditado?

Ante el estupor de todos, sí parece que lo logra. Porque ama sin reservas y llena su vida sólo de eso. De amor. Es víctima de un engaño y acaba casándose con la mujer equivocada. No la de los ojos almendrados y boca carnosa a la que escribe cartas de amor durante años, sino la tranquila e inteligente Rayiha, sencilla y devota, casi analfabeta para las letras, pero que lee con pasmosa precisión el alma de Mevlut y su sosegada forma de entender el mundo.

Pero no solo ama a su mujer y a sus hijas, no es una novela de amor ni mucho menos. Mevlut se acercará a todo tipo de personajes sin perjuicios, con las manos vacías y despojado de todo odio. Conoceréis a alevís, kurdos, comunistas, fascistas, mafiosos, corruptos... Todos financiados por alguien, todos creyéndose poseedores de la verdad suprema. Los preceptos de la religión no importan, sólo el poder y el dinero. 

Siempre es igual. 

Pero un día, desde una colina de Estambul, contemplando el mar, Mevlut logra confundirse con lo infinito confesándose que, siendo capaz de amar sin reservas y no olvidando nunca los posos que ese amor dejó en su vida, cada segundo vivido ha merecido la pena.

Leed mucho.
M.




sábado, 9 de septiembre de 2017

El Tirano Globito y otros espantajos del siglo XXI

Acaba el verano, y casi el año, y seguimos igual. Mismas noticias cansinas concentradas en dos focos, Cataluña y su desvergüenza y el Tirano Globito. Pensado frívolamente es genial, porque con la excusa de que existen estos dos centros de concentración de frikis y espantajos abominables, podemos explicar cualquier fenómeno que se produzca, ayudar a los becarios que trabajan en la prensa durante el verano a rellenar huecos en los periódicos y, lo que es más importante, dejar que los políticos de todo tipo y condición se luzcan con su verborrea insulsa y repleta de topicazos, disfraz de su incapacidad y perfidia. 

De Cataluña no hablaré. Cansa. Pero del Tirano Globito, Kim Jong-un, sí.

Lo de Corea del Norte no tiene nombre. Hay una dinastía de degenerados que tiraniza a millones de seres humanos con cara famélica y aires de alienados, y rellenamos hojas e informes contando y repitiendo los chascarrillos de este pirado como si fuera la cosa más divertida del mundo. Ahí está el gordo/globito fotografiado como si fuera un Dios, con una corte de alelados siguiéndole y apuntando todas las sandeces que dice en unos cuadernillos. Este tipo además es la pera, sabe de todo. Conoce todas las disciplinas del saber habidas y por haber. Escribe decenas de libros al día sin perder la forma del tupé, y el escaso tiempo que le sobra lo dedica a purgar a altos cargos del partido arbitrariamente (de los pobres diablos que arrancan hierbajos por la calle no se ocupa, se mueren de hambre sin necesidad de mayor empujón). Pero ¡ojo! que a los purgados no hay que tenerles pena, porque fueron igual o más sádicos que el dictador. Las muertes son terribles, eso sí. Devorados por perros hambrientos, desintegrados por un misil en medio del mar... Allí hay que andarse con mucho ojo. 




Pero atentos al Globito ¡Es capaz de mantener la atención de tontos con ideas huecas (me refiero a los observadores europeos y americanos, a los gurús del saber geopolítico), tener a su pueblo pasando hambre y ¡ganar dinero!! Un crack. Una de las mentiras de occidente (otra de tantas) es ridiculizar a este sujeto, que es más listo que entre todos nosotros juntos.

Corea del Norte, un país remoto, que en nada afecta a España - por ejemplo - por mucha globalización que haya, sirve para llenar líneas de publicaciones muertas y para justificar el sueldo de analistas/periodistas ridículos que se creen Cervantes y lo único que publican son refritos sin gracia. Sin darse cuenta que, con sus comentarios obvios y manidos a más no poder, contribuyen al soporte del régimen y son tan culpables como el Globito de la miseria de millones de personas.


Si cada vez que tira un misil, sin ánimo de dar a nadie, porque entonces lo fríen a él, se le ignorase, no estaría cada día más gordo y más desafiante. Pero claro, ha dado con la horma de su zapato, al otro lado está el mundo de "tocamerroque", el universo del adoctrinamiento bienintencionado y hueco. "Mirad, mirad, queridos ciudadanos, que malos son allí y que buenos somos nosotros". Eso sí, los que han tenido la mala suerte de nacer allí, pues a comer arena, porque nosotros con nuestra infamia vamos a seguir sosteniendo a este mamarracho gordo.

¡Ay que me pierdo!

¿Alguien piensa en realidad en el ciudadano de a pie, esté donde esté? He observado, que las élites (las que lo son y las que creen serlo) desprecian profundamente al ciudadano común. Es su gran amenaza. El pobre, el indigente, el que ocupa el lugar más bajo, les resulta indiferente. No les amenaza. Es más, como suelen unirse bajo consignas 'buenistas' que tienen entre sus lemas ayudar al necesitado, les viene de perlas. Es genial. Si son de izquierdas su existencia les catapulta a la fama, puesto que aireando sus miserias, generan todo un discurso sobre lo injusto del mundo y sobre lo malísimos que son los ricos.

Por otro lado, los poderosos, mientras se desviven por el pobre como parte de una estrategia global de dominación sin reservas, crean círculos de poder totalmente excluyentes que se dedican - entre otras cosas -  a formar a mano de obra barata pero muy competente que NI EN SUEÑOS llegará a ocupar puestos de responsabilidad. Desprecian a la clase media, al ciudadano común y corriente. No les importa si es sangrado por todas partes y si tiene - dentro de las empresas que ellos dirigen con una sorprendente endogamia - un puesto mal pagado y peor considerado. Al pobre lo necesitan, al ciudadano medio, lo desprecian. Así es la vida. 

El Globito es un reflejo extremo de este modelo. De nuestro propio modelo. Añado a esta reflexión que estamos vigilados y manipulados. 

¿Por qué me he metido yo hoy en este berenjenal? Yo quería hablar de un libro de Orhan Pamuk y he acabado enfangada en la tiranía del Globito, como un analista chusquero más. Esto refuerza más mi postura, el Globito es más listo que el hambre. Y los que van con el cuaderno, además de sobrevivir con lo que les toca, han enviado satélites al espacio. En España, que yo sepa, no hemos enviado ninguno. Tenemos satélites de aprovechados y corruptos por todas partes, pero nada en la órbita espacial, que donde interesa que estén estos artefactos.

Como soy una entusiasta del Museo del Prado, acabaré esta reflexión allí, enarbolando la bandera de la individualidad. Uno de los grandes logros de la modernidad es la especialización del individuo, que cada uno pueda hacer un mundo de sí mismo. Esto lo pienso cuando estoy delante del "Cristo Crucificado" de Velázquez (sin valorar su sentido religioso, porque no creo que el pintor fuese particularmente devoto). Su fuerza mística es tan grande, su espiritualidad es tan reveladora para quien se tome la molestia de verla, que te arrolla transportándote a ese escenario que salió a la luz en el palpitante Barroco de Velázquez. Un hombre solo, humillado y vencido se muestra con humildad ante el que quiera mirarlo. Porque lo han aniquilado, pero hay algo que no han podido borrar de su expresión, de su vida perdida, y eso es la INDIVIDUALIDAD.

Luchad por la vuestra, da igual en qué mundo vivamos, si nos gobierna un dictador o un demócrata, lo único que hay que construir cada día es nuestra propia realidad. Nuestro mundo de sueños, nuestra esencia como individuos llenos de luz.

Leed mucho.
M.



domingo, 3 de septiembre de 2017

Los vikingos, el turismo de masas y otras reflexiones (II)

Me estaba riendo hace un rato con el artículo que publica "El Comidista" retratando los peores restaurantes de Madrid, y los ingeniosos comentarios de la gente que han tenido la enorme desgracia de visitarlos. Nueve millones de turistas pasaron por Madrid en 2016, víctimas muchos de ellos de estos lugares estratégicamente situados. Todos hemos caído en una de estas trampas para turistas, en las que además de sablearnos, hemos comido fatal y nos han tratado peor. ¿Por qué los humanos tenemos un concepto tan pobre del turista? Todos lo hemos sido alguna vez. En el mismo instante en el que vas a comer un cocido al pueblo de al lado, ya eres un turista. 

¿Es tan incomprensible? Bueno, tal y como lo he descrito antes, sí lo es. Pero si analizamos el fenómeno del turismo de masas con un poco de rigor, tenemos que reconocer que la globalización y la mejora del nivel de vida de millones de personas, ha lanzado al mundo a unas masas de beodos que bajan y suben de barcos y autobuses sin más aspiración que hacer fotos con el móvil y que arrasan todo lo que ven y tocan, sin ningún tipo de recato ni educación. Son grupos de seres que se expanden como hormigas, que vociferan y que no saben nada de nada, excepto cuatro pinceladas que les esbozan sus guías con cara de agotamiento extremo en cada parada de su periplo turístico.

Hay muchos tópicos, que sorprendentemente se cumplen y se ven. Los franceses hablan en francés hasta con los perros vagabundos, pensando que hasta los animalitos abandonados hablan su idioma.

Los americanos, cuando cruzan el charco, creen estar envueltos en una especie de aventura con aborígenes donde todo es exótico, y el residente local es alguien pintoresco que chapurrea el inglés. Llega a resultar incómodo, sobre todo para el pobre empleado de hotel o restaurante, que es tratado como un pelele simpaticón, acogotado ante el tono entre paternalista y falsamente amable que usan. Es algo increíble que el citado empleado los mire con cara de estupor y espanto - sin disimular en momento alguno su deseo de perderlos de vista, a ser posible para siempre - y ellos continúen tan campantes. Como son algo incautos, no se dan cuenta, no lo pillan.

Para colmo hay países, como Noruega, que concentran el volumen de turistas en muy pocos meses al año y en lugares muy específicos. Resultado, un infierno en la Tierra. Una naturaleza tan exuberante y tan limpia, se convierte en un mosaico de culturas sin armonía alguna. Adultos que debieron ser bebés monísimos, pero que se han convertido en engendros vociferantes vestidos con trapujos, que más parecen disfraces entre Drácula, Popeye o el loco de la isla. La proliferación, venta y distribución de ropas de aventurero de pacotilla, tampoco es que haya ayudado a mejorar lo de ya por sí digno de sonrojar al hombre de las nieves (es siempre blanco, y si entra en calor o le salen coloretes, se derrite). 

¿De dónde sacan esos atuendos? ¿Por qué algunos van con chándal? El chándal es para hacer deporte EXCLUSIVAMENTE. Ir sentando diez horas el día en un autobús NO es hacer deporte. ¿Es necesario GRITAR en tu propio idioma al ciudadano local para hacerte entender? NO habla tu lengua, ni la entiende, por muy alto que se le hable. ¿Por qué los guías turísticos llevan una especie de paraguas con cintas de colores para que los alelados que bajan del autobús les sigan? Esto pasa a nivel global, es una consigna, como las que tiene la Mafia Napolitana.

Preguntas que ni 'Cuarto Milenio' sería capaz de resolver. Así de complicado y enmarañado es el turismo. 

Hay personas que albergan tal resentimiento hacia el viajante con móvil 4G, que cuando llega a lugares trampa, al oír hablar español te miran con desprecio. Pensando, tan interiorizado está ya el asunto, que el otro compatriota es sin duda el del chándal tipo conde Drácula que acaba de descender de un barco. Del crucero del terror. Conviene marcar distancias. A este tipo de seres - también algo patéticos - hay que ponerlos en su sitio. A mi me gusta hablar con todo el mundo. Por ello, si en una cervecería de Bergen, viendo el Bryggen, a lo más que llegan es a pedir una cerveza de forma chapucera, hay que hacerles ver que hablando mejor inglés hasta te ponen unas patatas fritas y unas aceitunas, si sabes pedirlas, claro. 

Otro de los temas objeto de mis cavilaciones veraniegas ha sido la proliferación de retratos de Lutero por el mundo protestante (en Noruega son luteranos, y se nota). Hasta la delicadeza de la Iglesia de Santa María se ve enturbiada por un enorme retrato de Lutero. Él, que fue el germen de una endiablada intolerancia que acabó con cientos de iglesias y miles de retablos de valor incalculable, movido por su obsesiva manía de desvincularse del mundo latino y su elitismo rayano a la xenofobia. El matiz es realmente sutil, pero en cada lugar de culto, cuando lees su historia, contada desde el punto de vista de un protestante, deslizan comentarios que obvian su desmanes y magnifican el oscurantismo católico. Cuando en realidad, durante muchos siglos, convivieron perfectamente los cultos antiguos de los vikingos con las nuevas creencias cristianas. Creando un mundo mitológico singular y lleno de magia. De otra forma iglesias  de madera como la de Borgund no existirían. Ni esparcirían su halo de cuento de hadas por valles perdidos de Noruega. Pero eso fue antes de octubre de 1517 y de la llegada de pastores vestidos de negro y con una antorcha purificadora en la mano. 




Antes de intentar borrar a Sunniva de Selje del imaginario popular y, al no conseguirlo, convertirla en una santa por excepción, despojándola de toda su magia.

Continuará.
M.





domingo, 27 de agosto de 2017

Galdós, las heroínas del siglo XIX y las grandes miserias de España.

Nada más refrescante para el verano que NO leer las novelas encuadradas en el tipo "lecturas estivales". Lo que pide el cuerpo es meterse en una trama otoñal, llena de frío, de esas que te llegan al alma. De esas que - algunas veces - por tener la sensación de disponer de más tiempo libre, debes leer. Novelas largas pero imprescindibles en el currículum de todo lector que se precie. De las que hablas sin parar a quien se presta a escucharte, de las que no pierden frescura ni actualidad porque sacan a la luz todas y cada una de las miserias humanas, sin omitir ningún detalle. 

Pues bien, como ya se puede intuir, hablaré de "Fortunata y Jacinta" de Benito Pérez Galdós. No haré un resumen de la novela, porque eso ya está publicado en mil páginas de internet. Ni hablaré de que dos mujeres luchan por el mismo hombre, siendo víctimas - cada una a su manera - de una sociedad anestesiada por los valores retrógrados de la Iglesia. Eso es repetitivo y manido. Ellas mismas son, sin duda, culpables de muchas de las miserables aventuras en las que se ven envueltas. Hay episodios en la vida que son consecuencia del azar, de nuestro nacimiento en uno u otro lugar, nuestra familia... Pero hay otros muchos que son consecuencia de nuestros actos, nadie mejor que nosotros mismos para crear cuentos destructivos en nuestra mente y llevarlos al escenario de nuestro día a día con letales consecuencias. 




Así, para empezar, hay tres conclusiones básicas que yo resaltaría de la novela:
1.- No hay un trama tan compleja (estoy segura) que trate el tema femenino con tal profundidad y delicadeza como "Fortunata y Jacinta". Otros libros realistas que abordan el tema de la mujer ("Anna Karennina" o "La Regenta") se focalizan en una sola vida. Aquí hay dos, paralelas y muy intensas.
2.- Es sorprendente que sean hombres los que saquen a relucir, de una forma tan reveladora, la esencia femenina. Las mejores novelas sobre mujeres han sido escritas por hombres. Esto me da que pensar. Es una especie de mezcla de sorpresa, caución, estupor, prevención y - por qué no decirlo - alegría. Si ellos quieren, parece ser que sólo si quieren, pueden llegar a conocernos. (No es - lo juro - un comentario feminista). 
3.- Lo que subyace en esta historia, que no esconde la miseria de los pobres, ni la ceguera conformista de los ricos, es la decadencia de España. ¡Oh España! Pero desde el punto de vista de dos víctimas, que - por ser mujeres - lo son doblemente.

(...) Esto pasaba a finales de 1872 (...) cuando la Península, ardiendo por los cuatro costados, era una inmensa pira a la cual cada español había llevado su tea y el gobierno soplaba. 
Fortunata y Jacinta. Parte II: 1, 2.

Aunque obvio, tengo que resaltarlo. De total actualidad. Sólo cambiando 1872 por 2017 y nadie sospecharía la edad de la frase.

Con "todo el pescado vendido" y en la cima de su creatividad literaria, Galdós se lanzó a retratar la vida del Madrid más convulso del siglo XIX, contando con personajes que son segundones, tanto en la novela como en la hipotética vida real, pero con el objetivo de demostrar que - precisamente por eso - su protagonismo es vital, activo, revelador y aleccionador. ¿Quién se atrevería a usar a dos mujeres - sin derecho a voto, sin una cultura boyante, sin voluntad - y a una comparsa de desheredados, miserables, enamoradizos, visionarios, y guerrilleros para retratar la vida diaria en Madrid? Sólo Galdós. Nadie podría haberlo hecho mejor, porque nadie tiene - creo yo - su capacidad creativa ni su desbordante imaginación.

La historia es la suma de relatos de vidas silenciosas. Vidas a las que una y otra vez les resulta imposible unir su voluntad a las palabras y los hechos. Construida por los que se hacen daño sin pretenderlo o pretendiéndolo.

¿Es realmente Jacinta una santa? No. Tampoco es una frustrada. Asume con una rapidez pasmosa su papel de esposa de un acaudalado miembro de la sociedad madrileña más influyente, valiéndose de la religión para justificar sus recelos y su deseo de preservar el orden establecido. Pero reivindica la modernidad y el papel de la mujer en ella cuando le parece conveniente. 

¿Es Fortunata una víctima de la miseria? No. Tiene en su mano la llave de una vida mejor, pero se lanza tozudamente a la perdición, en muchas ocasiones por maldad y por venganza, justo hacia las personas que más le han ayudado. No acaba de darme pena. Sí en la parte central de la novela, pero no al final, a pesar de su repentina muerte.

Los hombres, y de nuevo reitero que no son sensaciones feministas, actúan como lo que son. Hombres. Galdós no usa aquí matiz alguno para disfrazar lo que son y serán siempre, seres humanos que usan la fuerza y la inercia social que les protege para hacer lo que les viene en gana y engañarse a si mismos. 

Hacer su voluntad, por encima de todo y de todos. Juanito Santa Cruz a su servicio.

Engañarse hasta convertirse en un demente, pensando que un tipo feo, sin atractivo alguno, impotente y sin ambiciones, puede llegar a enamorar a una joven guapa, impetuosa y con ansias de libertad. He aquí la descripción de Maximiliano Rubín, voluntario perpetuo para rescatar a Fortunata de su descarriada vida.  Ejemplo común del comportamiento masculino redentor, que tantos tópicos ha generado en la literatura y en la vida cotidiana.

Por lo demás, creo que "Fortunata y Jacinta" es una novela redonda y soberbia. Tierna y descarnada a la vez. Imprescindible para toda persona que quiera convencerse de que España no tiene remedio, ni ahora ni nunca. Y pese a todo, ser capaz de sentir un amor inconmensurable hacia ella, precisamente por eso, por un simple y espontáneo deseo de huir de la perfección.

Contrariamente al sentimiento general, lo que más se quiere, es lo que más se critica. Y por eso Galdós era un amante profundo y sincero de su país. No perdió el tiempo en adularlo y, por eso, como ocurre siempre con las mentes críticas y reflexivas, fue apartado de los círculos de poder de este país de pandereta. Al final de su vida se quedó ciego, tal vez no quería ver. Ya había visto suficiente para querer a España a su manera, una manera con la que me identifico plenamente.

Leed mucho y sacad vuestra propias conclusiones de todo.
M.








martes, 22 de agosto de 2017

Los vikingos, el turismo de masas y otras reflexiones (I)

Puedo presumir de ser una persona con cierto magnetismo. Por razones que se me escapan, la gente tiende a contarme su vida, más bien sus miserias. Con todo lo que llevo escuchado de todo tipo de personajes, podría escribir miles de páginas, pero ya veis, dos meses sin escribir ni una mísera entrada en este modesto blog ¡Cómo para ponerme a pensar en llenar hojas y hojas de la vida ajena! 

Últimamente, debe ser este calor que ablanda el cerebro, leo con una atención dispersa, esto significa que cuando estoy en lugares públicos con mi libro abierto, mis ojos están leyendo, pero mi cabeza no está al cien por ciento en la trama escuchado lo que hablan a mi alrededor. Como no tengo tiempo de codificar todo lo que me cuentan voluntariamente, en un acto de cuasi-masoquismo, inundo mis neuronas de más cosas en las que pensar. Y así me va. 

Cualquier comentario, por tonto que sea, me hace pensar y comienzo a enlazar cosas - aparentemente inconexas - creando una amalgama de aparente armonía. Un ejemplo, El otro día yendo en el autobús escuchaba a varias personas quejarse de las dolencias que les causaba el aire acondicionado, inflamación de oídos, dolor en las articulaciones, enfriamientos, conjuntivitis...Y entonces la reflexión fue obvia, cuando llegamos a temperaturas de cuarenta grados, nos ponemos enfermos PORQUE PASAMOS FRÍO ARTIFICIALMENTE. Escribo esto en mayúsculas, porque hay que pararse a pensar lo rematadamente mal que está el hombre. En mi caso, puesto que acababa de regresar de Oslo, no pude por menos que tender un puente hace los fiordos y lo que allí había anotado y pensado. Así mataba dos o mil pájaros de un tiro. 

Fui a Noruega a visitar la casa de Sigrid Undset, y de paso recorrer el valle donde se desarrolla su novela "Cristina hija de Lavrans", de la publiqué una entrada en este mismo blog. Para ello, tras un extenuante viaje en avión y varias horas en coche, llegamos a la ciudad de Lillehammer. No hace falta decir, pero lo haré, que no había nadie llevando a cabo semejante menester. La ciudad estaba tranquila, sin turistas y con ese toque tan puritano y tranquilo que tienen los países donde el luteranismo prendió sin remedio. Así que, en total y absoluta entrega, paseé felizmente por los jardines de la casa de Sigrid con la gozosa sensación de haber cumplido con un objetivo vital. Luego, más tarde, cuando volví a leer con atención la vida de esta mujer, Premio Nobel de Literatura, retomé mi idea de que con sus actos vitales demostró, a lo largo de la época complicada en la que le correspondió vivir, que las grandes gestas no sirven, sólo los pequeños detalles silenciosos. 

Una vez ya en Noruega, lo suyo era acercarse a los fiordos y ver la naturaleza en calma, los lagos, el agua y la nieve. Pararse en medio de una carretera poco transitada y tomar un café viendo como se juntan medios líquidos y gaseosos y como el hombre - si quiere - puede vivir en total comunión con lo que le rodea.



Noruega es un país poco poblado, es demasiado montañoso, hace mal tiempo prácticamente todo el año y durante el invierno, para colmo.... No hay luz. Eso propicia la creencia general de que son gente rara, oyéndolos hablar ese idioma gutural y con constantes golpes de efecto, la verdad es que llegas a creer que algo de eso hay. Tampoco son especialmente amables y tienen ese toque escandinavo que no acaba de congeniar con el alma latina, desastrosa, desordenada y caótica, pero sumamente flexible.

Leía, la noche anterior a poner rumbo hacia fiordo de Geiranger, que durante siglos la población no se adentró hacia las montañas, vivían mirando al mar, esperando el buen tiempo. Tanto los vikingos (volveré a hablar de ellos), como posteriormente los 'noruegos', buscaban afanósamente otros mundos simplemente dejándose llevar por las corrientes marinas, sin más guía que la propia supervivencia. De ese mundo entre mágico y despiadado surgieron personajes como Sunniva e iglesias de madera que buscaban fusionar lo divino y lo natural sin más basamento que su sencillez. De ese mundo de brumas y guerreros recubiertos de pieles, de diosas que aparecen en cuevas y de bestiarios mágicos, no queda prácticamente nada. El luteranismo y el tiempo se han encargado de aniquilarlos. 

Y ahora viene el momento clave... La asociación de ideas inconexas que guardan sorprendentes paralelismos. Se trata de juntar la inconsistencia de lo cotidiano (enfermedades debidas al frío en una época de intenso calor), con Noruega y con el devenir de un viaje. Pues nada, la respuesta la encontré en la ciudad de Lom, que alberga una imponente iglesia de madera. Ahí en ese instante, tras disfrutar de la paz de las montañas, descubrí así de sopetón, la conexión. La mayor manifestación de la estupidez humana se refleja en el TURISMO DE MASAS. Todo lo demás son anécdotas que confirman esta verdad incontestable.




Cientos de personas descendiendo de autobuses, haciendo fotos sin saber ni a qué ni por qué. Es desolador. A partir de ese momento escapar del ruido de fondo fue sin duda el mayor de los retos que un ser humano puede marcarse.

Tiendo a exagerar, pero en este caso creo que me quedo corta. 

Pasear alrededor de la iglesia de Lom, imaginar la vida cotidiana de las personas que levantaron tan sorprendente iglesia, asombrarte del milagro de su existencia después de tantos siglos, hay que dejarlo para después, cuando montas en tu coche alquilado y sales huyendo de allí hasta el siguiente punto fijado en tu ruta.

El colosal y deslumbrante fiordo de Geiranger es, en los escasos días al año que hay sol, un espectáculo de luz y color. De aguas puras que reflejan la vida sencilla y en la que crees ver reflejados en las aguas a aguerridos vikingos adentrándose al continente en busca de pieles de osos o lana de oveja. Donde podrías sentarte y no mover ni un sólo músculo durante horas. Hay muchos tipos de aproximación a la naturaleza, este es suave, agradable, tranquilo, reposado, como una hoja que cae, despacio, imperceptiblemente movida por el viento. Y que, al tocar el agua, produce una minúscula honda expansiva que, sin saber la razón, te inunda de bienestar, de paz inexplicable. 

Avanzar con el coche en las carreteras noruegas es algo a lo que no estamos acostumbrados nosotros, víctimas de las autovías de tres carriles. No puedes pasar de 50 kms/hora y de repente, llegas a la boca de un fiordo y se ha acabado la carretera. Esperas, y un barco te traslada a la otra orilla. Así, entre turistas y carreteras de montaña llegamos a la ciudad de Ålesund ("Sund" en noruego significa "estrecho"). Aquí dejaré anotadas para la posteridad dos reflexiones. La primera tiene que ver con las guías turísticas y sus comentarios llenos de topicazos. A la hora de describir una ciudad, siempre señalan que tiene una vida increíble, que es alucinante, deslumbrante... Es mentira. Ålesund está literalmente muerta. Aun siendo un día de verano cálido y agradable, sólo había turistas caminando y - quitando el centro de la ciudad - las calles están tan calmadas que en todo momento tienes la sensación de que semejante quietud esconde algo sórdido. 

La segunda de las reflexiones es el trato denigrante que siempre se da al turista. ¡Hasta en países que presumen de ultracivilizados! Ser turista = ser tonto. Impermeable al trato vejatorio. Si sumamos que el turista suele andar despistado, que es una mosca cojonera y que los nativos se creen superiores intelectualmente simplemente por estar en su pueblo, la incomunicación es total. Eso se nota en los restaurantes, hasta en los que ponen música de Julio Iglesias en el hilo musical y el menú está abarrotado de términos españoles (ningún misterio, "bacalao" se dice igual en noruego) te hacen sentir estúpido. 

Ahora que lo pienso ¿Cómo sería un Quijote noruego? ¿En qué pensaría? ¿Cómo idealizaría el mundo? En vez de una cota de malla, debería llevar un casco vikingo, vivir en una casa de madera y montar en una barquita con la quilla en forma de dragón mitológico. Iría tapado con pieles y su Dulcinea sería alguien como Sunniva. Piadosa, dulce y tranquila. Una hija de reyes, de alguna isla fría y llena de tinieblas. Nuestro caballero andante noruego se deslizaría por los fiordos, en busca de aventuras. Con la señora de sus pensamientos siempre presente. ¿Sabéis por qué me hago esta pregunta? Porque nunca he visto un lugar en mundo donde haya una mayor presencia del Quijote en las librerías, y en lugares donde hay libros. 
Aquí lo dejo, pero sigo enseguida...
(Tenía que hablar de El Quijote)

Leed y viajad mucho.
Continuará "Norge".
M.

domingo, 4 de junio de 2017

Castilla y los castellanos. Bueno, lo que queda de ellos.

Lo mejor para aprovechar unos pocos días festivos, es dar una vueltecita por algún rincón de España. Estamos tan acostumbrados a ser bombardeados con paquetes de viajes exóticos, que ir a La Rioja parece algo pobretón y sin glamour. Nada más lejos de la realidad. España - con sus consabidos defectos - es sin embargo un país excelente para perderse en la bruma del tiempo. ¡ATENTOS! Voy a hablar de las "Ferias Medievales" y no van a salir bien paradas, lo digo porque si hay algún entusiasta del tema debe abandonar la lectura de este espacio en este mismo momento (Right now! = Como dirían los ingleses).

Para aquellos que no hubieran nacido haré una pequeña introducción/esquema de mis pensamientos. Tras la muerte del dictador Franco en 1975 y la llegada de la Democracia, hubo un entusiasta movimiento para crear un Estado Federal de Comunidades Autónomas. Recuperando nacionalidades históricas mientras aniquilaban a la única región que era verdaderamente histórica, Castilla. El poderosísimo Reino Medieval Castellano, creador de una lengua universal, que era temido y respetado en todo el mundo fue anexionando durante siglos a otros condados, reinos y tierras fronterizas, perdiendo su grandeza e identidad. Hasta acabar en el siglo XX fagocitado por desagradecidos. Tanto empeño se puso en ello que - ahora mismo - pocas personas dirían que se sienten CASTELLANAS. Pero no porque sea políticamente incorrecto, es porque directamente no saben, por ejemplo, que gracias a la lana de Castilla, a las alianzas matrimoniales de sus monarcas, al trigo, a la potente actividad intelectual que se desarrolló en sus monasterios y a la propia esencia castellana de austeridad y templanza, ya en el siglo XIV, su mediación y su favor fueron claves para el desenlace de la "Guerra de los Cien Años". Volveré a esta Guerra.

Con este planteamiento y por comenzar desde el principio (bueno, esto es lo habitual) nos situamos en el Monasterio de San Millán de Yuso, cuna del castellano y del vascuence. Pues bien, un monje allá por el año mil, hizo unas anotaciones al margen de las Cronicas Emilianenses, un truño de libro. Tanto se debía aburrir el pobre y tan lejano debía parecerle el latín, que por su cuenta y riesgo decidió traducir cuatro frases al castellano de entonces. Una temeridad, porque la producción de los libros no era como ahora. Un libro era algo exótico, escaso e incomensurablemente caro. Las abadías medían su riqueza (¡cuánto daño han hecho las películas!) por la cantidad de libros que poseían, no por los oros y los altares. A la imprenta le quedaban quinientos años para ser inventada, y fabricar un libro era un trabajo de años. Este monje era un visionario y un tipo arrojado, no cabe duda. Bien, pues desde este momento, ya lo del castellano fue un no parar. Otro trolón que nos han contado, bueno dos mentiras de las gordas, una que los frailes eran unos tipos gordos que sólo pensaban en comer, en robar y en fornicar con aldeanas, alguno habría, no digo que no. Pero, a falta de un modelo de social mejor y gracias a ellos, se pudo recopilar y conservar todo el saber de la antigüedad. La vida monástica medieval fue totalmente enriquecedora y potentísima intelectualmente. Además se producían milagros sin parar. Ahora nada de nada. ¡Una lástima! 

La segunda de las mentiras, igualar el castellano a otras lenguas peninsulares. Esto es un disparate como una catedral. La evolución de un idioma se mide por la cantidad de literatura que produce y por el uso que hacen de él los pensadores cuyas enseñanzas perduran en el tiempo. Es obvio que el Latín es una lengua muerta, pero gran parte de todo lo que sabemos, de nuestro modo de vida, de pensar, de concebir el Estado, etc., se debe a textos escritos en esta lengua. Por eso sigue teniendo su impronta. Al castellano, llegado un momento y gracias a la expansión del Reino de Castilla, le ocurrió un poco eso. La Península necesitaba una lengua franca y el castellano, que era usado ya con cierta frecuencia por los que sabían leer y escribir (los monjes) fue el que se impuso. Pero no por la fuerza, a la gente le importaba un bledo estas cosas. El 90% de la población era analfabeta y no salía de la puerta de su aldea en toda su vida. ¿Qué más daba que los documentos oficiales, los tratados, los fueros, los mandatos de los reyes etc., fueran escritos en castellano? Nadie sabía leerlos, ni los propios reyes en muchos casos.
El golpe de suerte fue el Descubrimiento de América. Pero para entonces el castellano ya se había impuesto como una evolución del latín vulgar en toda la península, al menos como lengua franca.

En esa maravillosa lengua se expresaba Pedro I de Castilla, y tras sus huellas fuimos. Nos encontramos con él en Nájera, bueno, nos dimos de bruces con el olvido, con la nada, con el esperpento humano. La Feria Medieval. ¡Dios mío que asco! Siento expresarme así, pero no encuentro otra forma. 

Durante la Edad Media, dado que las comunicaciones era muy malas y uno se movía a pie por los caminos, se decidió de forma tácita reunirse periódicamente a intercambiar mercancías en un lugar determinado. Pero ese intercambio era de algo específico. No había bares, ni había grandes jolgorios con fuego, bufones etc., esto es un invento de Hollywood que no tiene ni pies ni cabeza. En concreto Castilla era una potencia mundial en lana y paños. Por eso cada cierto tiempo se celebraban ferias en ciudades como Medina del Campo, Lerma o la ya citada Nájera. El dinero del comercio lanar y la producción de barcos encumbraron a Castilla como una potencia marítima de primer orden. Cuando Inglaterra y Francia se enfrascaron el la Guerra de los Cien Años, necesitaban desesperadamente poner a los castellanos de su lado, porque eran los únicos que tenían la llave de los mares conocidos, además de ser un estado poderoso y con una gran riqueza acumulada.

Y por ello en Nájera (La Rioja) tuvo lugar hace 650 años una batalla clave para la historia de Europa y Castilla. Se enfrentaron los ejércitos de Pedro I, apoyados por Inglaterra y su Príncipe Negro, contra Enrique II de Trastamara, quien tenía detrás a la nobleza castellana, a algunos nobles franceses y a su lugarteniente Beltrán Duguesclín. Sólo leyendo este párrafo sientes volar la imaginación. Al menos a mí me pasa. Me siento totalmente identificada con ese ideal caballeresco. Visualizo novelas de caballería, grandes ideales, amores rotos, alianzas, fe en Dios, gestas y luchas. Por encima de todo nobles henchidos de un ideal que les superaba, esos lazos feudales que no eran una memez, eran una forma de protección en una sociedad llena de peligros. Donde los reyes no se enamoraban, sino que fijaban alianzas para fortalecer sus reinos por vía del matrimonio. Eso era Castilla, y de eso no queda nada. Porque - de forma consciente - nos han despojado de nuestro sustrato vital.

Donde tuvo lugar la Batalla de Nájera hay ahora un polígono industrial horrendo. Manifestación del olvido, de la devastación y del consciente esfuerzo por sepultar una historia que marcó el curso de cada una de nuestras vidas.

La Batalla fue ganada por Pedro I el Cruel, pero de poco le sirvió porque años después moriría a manos de su hermano, Enrique de Trastamara.  Éste dio comienzo a una dinastía de reyes variopintos, pero profundamente castellanos. De verdad, no hay nada más interesante que la historia medieval de la Península Ibérica.

Pasado el tiempo, los siglos y los avatares de épocas convulsas (que nada tienen que ver con las inclasificables ferias medievales de la actualidad), Isabel la Católica, la última de los Trastamara, decidió sellar una poderosa alianza con el Emperador del Sacro Imperio, Maximiliano I. Para ello se acordó el matrimonio entre Juana de Castilla (conocida como 'la loca') y Felipe de Habsburgo ('el hermoso'). Isabel no era una tipa que olía mal, azote de moros y judíos debido a su incultura. Otra miente. Era refinada y profundamente culta. Baste decir que gobernó entre hombres y no le tembló el pulso, en una época en la que las mujeres no pintaban nada. Aprovechando que vendrían emisarios de la Corte Imperial, solicitó la presencia en Castilla de pintores y eruditos varios, entre los que se encontraba Juan de Flandes.




Llegó a Castilla (su primer encuentro con la Reina fue en Medina del Campo) en 1496, a partir de ese momento se mimetizó entre castillos porque nada se sabe de su vida, excepto que fue un pintor minucioso e influyente y se dejó llevar por su arte y su perspectiva. Asistió a la gestación de un nuevo mundo. El fin de la época medieval, el fin de las gestas entre nobles castellanos encerrados en sus castillos de piedra, el fin de un mundo hermético pero próspero en busca de nuevos socios peninsulares que le arrancarían su alma. Y así, pasando por Nájera, por Medina del Campo, por El Monasterio de San Millán de Yuso, en profundo silencio me planto frente al cuadro de 'La Crucifixión' de Juan de Flandes, actualmente en el Museo del Prado, y - como suele sucederme - comienzo a asociar todas estas ideas. 

El cuadro, maravilloso y minucioso, digna manifestación del mejor arte venido de Flandes, es ante todo el retrato de un mundo olvidado, lleno de símbolos que nadie se molesta ya en leer. 

M.