sábado, 18 de diciembre de 2021

Encrucijadas y mi particular historia de Dios.

Hubo un tiempo en el que los hombres se despiojaban como animales en las cavernas y no existía sentido de propiedad alguno. Los humanos mantenían relaciones variadas con todo tipo de iguales, tenían hijos que se mimetizaban con el ambiente salvaje y nómada. Así pasaron cientos de miles de años, hasta que la raza humana se diferenció enormemente del resto de criaturas ¿Por qué el hombre dominó al resto de los animales? No tengo ni la más leve idea. Continuamente se descubren cráneos de todo tipo de antepasados nuestros, algunos tiene la mandíbula como un cocodrilo, otros el cráneo chafado, van más o menos erguidos y -en general - son bastante bajitos. Es increíble que domasen a otros animales mucho más grandes y fieros.

Según el testimonio de las películas de Hollywood, gran referencia tenemos aquí, estos antepasados dispersos por todo el globo, tenían unas greñas asquerosas - no había calvos, no me consta haber visto ninguno en el cine -, la cara sucísima, todos los dientes - para no arrancárselos a los actores que los encarnaban, porque estoy segura que a los perdían a una edad temprana por falta de higiene -, iban cubiertos con pieles - incluso en verano y con temperaturas de más de cuarenta grados - y tenían una obsesiva manía por asar bestias y bailar pegando chillidos mientras el pobre bicho daba vueltas sobre el fuego mediante un artilugio hecho con palos.


Hace unos 300.000 años el hombre se espabiló un poco y comenzó a tener sentimientos propiamente 'humanos', ya no iba de aquí para allá, se cobijaba en una cabaña rudimentaria, se juntaba con otros semejantes para conjurar los peligros y caminaba erguido. Por resumir muchísimo, diré que apareció el Homo Sapiens, todavía un poco enano - hemos crecido a base de tener una vida fácil y buena alimentación - pero con sensibilidad y capacidad de gestión. La raza humana había evolucionado para dominar sin asomo de duda - y no siempre para bien - el Planeta Tierra.

Desde entonces hasta ahora ha sido un no parar, haré una primera observación. Nuestro mundo del siglo XXI evoluciona tan rápido que tendemos a pensar que 300.000 años no son nada, no tenemos referencia ni idea de lo inconmensurable que es la brecha que nos separa de aquellas personas que veían las tormentas con miedo y que aprendieron a vivir en las situaciones más extremas. Pensad que Abraham, el personaje bíblico que nos parece lejano y estratosférico, vivió hace 5000 años, echar la vista atrás otros 295.000 años para identificarnos con algo parecido a nosotros, es algo que requiere el manejo mental de la idea de 'vértigo histórico'. 

En algún momento, desconozco cuando, el hombre decidió que la vida era corta - rarísimo que alguien llegase a la vejez comiendo piojos en una caverna/cabaña en condiciones insalubres -, la naturaleza caprichosa, amén de miles de fenómenos imposibles de explicar. Optó por la vía rápida y se convenció que había 'algo' por ahí que era inconmensurable, ese 'algo' era Dios.

Cuando las sociedades fueron matriarcales y las mujeres pintaron algo, hubo diosas. Como finalmente los hombres ocuparon todos los puestos de mando, las mujeres - si aparecían en el panteón - representaron papeles menores. No había comportamientos machistas, en un modelo social donde dar mamporros era el pan nuestro de cada día, la situación caía por su propio peso. La mortalidad infantil era brutal y las mujeres estaban obligadas a tener un hijo tras otro para perpetuar las estirpes, muriendo a edad temprana. Ellas estaban encantadas porque no conocían otro modo de vida. No se planteaban cosas de gran calado, pero sí tenían claro que había algo sublime que les ayudaba a comprender muchas cosas, ese 'algo' - de nuevo - era Dios.

Hubo diosas en la antigüedad cuyo estudio merece realmente la pena, mi favorita es la fenicia Astarté, Ishtar para los babilonios. Su nombre por sí solo es atrayente, a mí - al pronunciarlo - me vienen a la cabeza templos con grandes cortinajes, todo misterio, drogas y prostitución sagrada. El puritanismo que ha dominado Hollywood nos ha privado del conocimiento de historias jugosísimas, porque donde aparecía una diosa, había vicio asegurado, animado - las más de las veces - por el uso de drogas, principalmente opiáceos. Observamos aquí una trascendencia por vía de los sentidos, como escribir era una cosa reservada a unos pocos, las vías filosóficas para entender la divinidad quedaban a años luz de sus objetivos, la droga era el camino más rápido.

Lo malo de estas diosas, sus hermanos, amantes, hijos etc., es que eran realmente crueles, requerían sacrificios humanos y ritos de iniciación completamente opacos. Las grandes civilizaciones de la antigüedad crearon dioses con nombres rimbombantes y muy espectaculares a los que construyeron templos para los que no se reparó en gastos. La religión como algo innato al hombre era muy útil como instrumento de poder, y de eso el ser humano sabe un rato desde casi la época de los melenudos de las cuevas.

La comunicación cordial entre distintas zonas era inexistente y sólo se producía cuando se oía un ruido a lo lejos y, en menos que cantaba un gallo, aparecían unos tipos mal encarados pegando palos a diestro y siniestro y - antes de poder reaccionar - te convertían en esclavo, con un futuro incierto. Sólo te quedaba encomendarte a ese 'algo', que tendría que auxiliarte en algún momento (no hago de spoiler cuando afirmo que casi nunca ayudaba). 

Aquí viene un giro espectacular de la trama en busca del ese 'algo'. De todos esos dioses espectaculares cuyos ritos se iban modificando en función de las circunstancias no queda nada, los dioses que nosotros conocemos, en los que creemos, los que han dado forma a la historia desde hace 5000 años, nacieron en una zona pobre de pueblos semi-nómadas que pululaban por las tierras que hoy son Irak, Jordania e Israel. Tribus que vestían cuatro trapos sucios y que iban de aquí para allá en busca de tierras fértiles y cuyos cultos y ritos estaban dictados por la fases de la luna. En ese mundo duro y sin esperanza, un iluminado, cuyas andanzas se cuentan en el libro del Génesis, decidió dejar de lado a un panteón heterogéneo de dioses e ídolos y adorar sólo a uno, hombre para más señas, que se mezclaba con los humanos cuando le convenía (no había sucedido nunca) y que - cuando veía que no le hacían mucho caso - se encolerizaba y podía ser realmente destructivo. Este primer patriarca del judaísmo, que comienza un viaje en busca de la Tierra Prometida, es Abraham. El dios monoteísta que no lleva bien la competencia, es Yahveh. Aunque contado con frivolidad, el momento es completamente sublime, el mundo nunca volvería a ser igual. La Biblia es la mejor crónica sobre los avatares de un pueblo jamás escrita. En cada una de sus páginas hay un reflejo de nosotros mismos, de nuestro actos, nuestros sentimientos y nuestra forma de entender la eternidad y - por tanto - la vida. 

Como siempre afirmo aquí, la humanidad ha perdido su espiritualidad por causas variadas, algunas positivas, pero otras claramente nefastas, como la ausencia de curiosidad por saber de dónde proviene todo nuestro sistema de pensamiento, todo el edificio en el que se sustenta nuestra forma de entender el universo, la realidad y nuestro acercamiento a Dios.

Un libro de autoayuda perfecto para comenzar a repasar nuestras debilidades es - incuestionablemente - La Biblia, con sus dos partes, que - en mi modesta y poco fundada opinión - no tienen nada que ver. Cada una a su manera nos cuenta cómo el hombre (ya en una sociedad totalmente patriarcal) se debate entre el culto a los antiguos y numerosos dioses y un dios único que explica todo lo explicable y abarca todos los campos del saber. Un dios intrusivo y polivalente que ha dado mucho de sí en los últimos 5000 años. 

En el año uno, el cero no existe, nació Jesús, el Mesías que se anunciaba en el Antiguo Testamento. Si fue verdaderamente el hijo de Dios, o sólo un agitador judío al que no tuvieron más remedio que ajusticiar por díscolo, nunca se sabrá. Las opiniones al respecto de este personaje histórico, que incuestionablemente existió (fuese quien fuese), están muy polarizadas y hay tantas teorías sobre él que resulta complicado separar la paja del trigo. Algo está claro, Jesús cambió la historia para siempre. 

Sus primeros seguidores, los apóstoles y evangelistas eran judíos, pero su palabras, sus hechos y su mensaje se extendieron como la pólvora gracias al marco global que proporcionaba Roma y a la figura de Pablo de Tarso, que adaptó una filosofía claramente judía al sistema de pensamiento romano y - por tanto - a las raíces griegas. ¿Por qué? Muy sencillo, porque por primera vez - en la ya dilatada historia de Dios - un hombre normal y corriente se metía en nuestras casas, hablaba de temas comunes y corrientes y colocaba al ser humano como centro del universo, tanto que lo empoderaba para desafiar al mismísimo emperador romano, que se creía Dios mismo, y eso fue letal para los primeros cristianos, que acabaron perseguidos y sacrificados. Casi todos los santos que veneramos son mártires romanos, que se dejaban asar en una parrilla convencidos de que al morir alcanzarían la vida eterna y estarían tan ricamente en el paraíso. 

En un determinado momento (año 313, Edicto de Milán), por motivos estratégicos y políticos, Constantino decidió dar libertad de culto y dejar a los cristianos en paz, se habían vuelto muy poderosos y era mejor tenerlos en su bando. Cuenta la leyenda que un año antes (312), en la Batalla del Puente Milvio, Constantino venció a su rival, Majencio, gracias a la ayuda del dios cristiano, 'con este signo vencerás', le dijo, y así fue. 

Manuscrito ilustrado del Sueño de Constantino y batalla del Puente Milvio en las homilías de Gregorio Nacianceno (BnF MS grec 510, folio 355). Ca. 879-882. Biblioteca Nacional de Francia.

Una vez que el cristianismo tomó protagonismo en el Imperio, comenzaron a salir las miserias de debajo de la alfombra. Resultó que en esos trescientos años el corpus doctrinal de los cristianos se había complicado mucho, en siglos posteriores se complicaría más y llegaría a una catarsis total en el siglo XVI con Lutero, pero en ese momento ya se planteaban la naturaleza de Jesús, si era divino totalmente, si era medio-medio y al final se confundía una naturaleza con la otra, o si era un hombre normal y corriente, pero con comunicación directa con Dios. 

Arrio, un sacerdote de Alejandría, adquirió una notoriedad muy molesta. Para él, el Mesías era un subordinado de Dios, lo que chocaba con la idea de Trinidad predominante. A Constantino no le quedó más remedio que poner fin a tanto lio convocando el Concilio de Nicea (325), dejando clara la postura del Imperio, Jesús tenía naturaleza divina y punto. 

Con el arrianismo no se acabó tan fácilmente como se pretendía, los Godos fueron arrianos y ¡sorpresa! Isaac Newton (el de la manzana y la gravedad) trece siglos después, también. 

Cuando Roma cae en el año 476, comienza un periodo de mil años - la Edad Media - que no es oscuro, ni gris, ni lleno de supersticiones y hogueras, es apasionante y hubiese merecido un mejor trato en la historia, pero era necesario cubrirlo de oscuridad para demostrar que la Reforma Luterana sólo trajo luz y cordura a la humanidad. Recordad que la campaña publicitaria que se puso en marcha contra la Iglesia Católica en el siglo XVI ha sido la más exitosa de la historia, tanto que se estudia en las escuelas de marketing. Goebbles usó su estrategia clave para extender la ideología del Nazismo, 'repite y repite las cosas, que al final la gente se las cree'. Se sigue usando aun hoy, leed la prensa y veréis.

La filosofía, la adaptación definitiva de un dios claramente judío a la mentalidad de seres humanos criados en los cimientos del pensamiento griego, nuestro sistema de ideas, la base de nuestra libertad de pensamiento, de la formación de nuestro sistema social, la razón por la que somos como somos hoy, hunde sus raíces en esos mil años, después - creedme, aunque parezca lo contrario - no ha pasado nada tan decisivo. Hasta los cuentos de hadas, los duendes y las historias que nos hacen soñar aun cuando somos niños, tienen un escenario medieval.

Dos nombres destacan, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. No puedo extenderme, pero Agustín se sirvió de Platón y Tomás de Aristóteles para demostrar la existencia de Dios, en su caso el cristiano.

Tampoco me extenderé en la cantidad de herejías que hubo en estos mil años, cientos tal vez miles, y que no llegaron a más porque no había imprenta, y la tradición oral no traspasaba montañas. Era sencillo agitar al pueblo diciendo que obispos y otras personas piadosas vivían rodeados de riqueza, pero como normalmente los rebeldes eran cuatro desgraciados, se acababa pronto con ellos. Cuando los agitadores eran nobles y poderosos (caso de los Cátaros), el tema era mucho más difícil de erradicar, así que a la Iglesia Romana no le quedó más remedio que 'inventar' la Inquisición, el primer enviado al sur de Francia para hacer entrar en razón a los Cátaros sí fue español, Domingo de Guzmán, pero el invento y gestación de la institución NO, categóricamente NO partió de España. 

No perdamos el hilo, el hombre necesita a Dios en su vida o no se entenderían las infinitas molestias que se han tomado obispos, frailes, gobernantes, militares..., para construir edificios morales y de ladrillo a lo largo de los siglos. Amen.

Hasta el año 1517, cuando Lutero aparece como una estrella fulgurante del pop renacentista para dar conciertos llenos de efectos especiales y así encandilar al norte de Europa, llegando a crear un corpus doctrinal específico para justificar las fechorías de los príncipes alemanes, Europa era un bloque compacto (no pacífico) de ideas, el latín era la lengua vehicular y había un concepto cultural común como nunca después ha habido (algo que pretende la Unión Europea sin lograrlo). Comparto con él y sus secuaces - algunos muy desequilibrados como Melanchthon - que la Iglesia de Roma necesitaba una profunda reflexión sobre sí misma y cambios de gran calado que el Concilio de Trento no acabó de rematar. Lo que no comparto es la idea de que Lutero y la Reforma Protestante demostraron verdades incontestables y que el resto de cristianos eran unos fanáticos ciegos y sin rumbo, el argumento se cae por su propio peso, la creencia en la que se basa todo el tinglado es la misma, es decir, que un agitador judío acabó crucificado en tiempos de Poncio Pilato.

La diferencia básica entre protestantes y católicos (no hablaré de la Iglesia Ortodoxa o no acabaría nunca) es que los primeros creen que nos salvamos por la fe en Dios, los católicos consideran que la salvación está en las obras que hacemos, en la impronta que dejamos en la Tierra, es más, si somos malos malísimos siempre podemos pedir perdón y listo.

El carajal (no existe otra palabra mejor) que montó Lutero fue importante, la unidad cultural se resquebrajó de forma dramática, y - como se había inventado la imprenta y los panfletillos comenzaron a circular con cierta facilidad - explotar la idea de que dominando la faceta espiritual del hombre, llámese religión, alcanzar el poder era relativamente sencillo, comenzaron a proliferar todo tipo de teólogos que iban contando con adeptos aquí y allá. 

Todo era más sencillo de lo que parece, y se resume en una frase, había que comer. Como los primeros en desmontar el chiringuito católico se hicieron fuertes enseguida, luteranos, anglicanos y calvinistas fundamentalmente, obligaron al resto de iluminados a tomar otros caminos para alimentar a sus familias. Pero Europa es pequeña y con un bagaje histórico tan sólido como para saber que ya con ellos mismos se había cubierto el cupo de mantenidos, como anécdota demostrativa de este punto diré que a los anabaptistas se les reprimió duramente gracias a una alianza entre luteranos y católicos.

Muchos grupos de disidentes vieron dónde estaba el camino a seguir, un continente en el que todo estaba por hacer y aparentemente podrían predicar su fe en paz, el norte de América, y allá que fueron, en barcos cargados de miseria y esperanzas. Cruzaron el Atlántico, llegaron la costa este de Estados Unidos, y se dedicaron a evangelizar a los indios locales, cosa harto complicada por la barrera del idioma. Como parecían no entender el mensaje cristiano, daba miedo internarse hacia el continente, los inviernos eran duros y la comida poco abundante, Dios justificó la eliminación sin contemplaciones de los indios que ya llevaban siglos viviendo por allí. No dejaron ni uno. En los años veinte del siglo XVII un grupo de puritanos asentados en Plymouth, se apiadaron de los aborígenes que por allí andaban, compartieron su comida con ellos, y desde entonces hasta ahora se celebra, para conmemorar tan cacareado acto de generosidad, el 'Día de Acción de Gracias'.

Toda esta larguísima introducción, me da pie para hablar de la última novela de Jonathan Franzen, 'Encrucijadas'. Cuyo objetivo - creo yo - es acercarnos a la forma de entender la fe para una familia normal, que habita en medio de Estados Unidos. El padre, un pastor de la 'Primera iglesia Reformada', una rama del Evangelicalismo, la madre, que arrastra traumas de un pasado disfuncional y sus cuatro hijos. Todos, los seis, carecen de puntos en común y - por tanto - se niegan a mirarse a los ojos, a entenderse. 

La acción de la novela transcurre entre 1971 - 72, en un suburbio de Chicago. De forma magistral Franzen teje el argumento como si de un zoom fotográfico se tratase. Primero va describiendo a cada personaje, con el que empatizas de forma individual casi sin darte cuenta, y luego se aleja de él, buscando una instantánea panorámica, de conjunto, donde cada uno de ellos es un elemento discordante. No está donde debería, no se comporta como quisiera y arrastra sobre sus espaldas un sinfín de traumas y complejos. 

Russ y Marion Hildebrandt, pastor protestante él, mujer sin rumbo ella, pero - para mí - verdadera protagonista y heroína de la novela, son los patriarcas de una familia que se ahoga en el interminable invierno de Chicago, rodeada de drogas, de grupos de trabajo íntimamente ligados a la línea pastoral del padre, sin lograr entender en qué parte del ancho mundo son ellos los verdaderos protagonistas. Si es que lo son en alguna parte.

Para entender el complejo entramado de lo que se cuenta en el libro, hay que tener clarísimo el papel que juega la religión y el dinero en Estados Unidos. Como ya he explicado en anteriores párrafos, una vez abierta la barra libre de teólogos reformadores en el siglo XVI, y sin sitio para todos en Europa, se inició una recolecta de fieles (fanáticos que no tenían qué llevarse a la boca) y cruzaron el océano con la certeza de que no habrían de volver nunca. Allá donde llegaban fundaban comunidades religiosas y de poder completamente excluyentes. No hay que juzgarles mal, era la única forma de sobrevivir. Por eso, a lo largo y ancho de Estados Unidos, la proliferación de todo tipo de iglesias protestantes o reformadoras obedece a una fragmentación concienzuda del poder y del manejo de los recursos. 

La novela, 'la clave de todas las mitologías', nos describe esa idea desde la perspectiva del siglo XXI, concatenando historias acontecidas a finales del siglo XX. La reforma protestante trajo un aire de frescura a las arcaicas e inflexibles instituciones romanas, se reinterpretaron las escrituras, circularon traducidas a las lenguas vulgares y - en cierta forma - se bosquejó la senda de la modernidad. Lo que plantea Franzen, interiorizando esto, es cómo ayuda esa teología excluyente y comunal a una familia que se ve inmersa en un cambio de paradigma histórico, marcado por la Guerra de Vietnam, la plena incorporación de la mujer a la dinámica social y el consumo de drogas como algo común en la juventud arisca y revolucionaria. La respuesta es muy sencilla, no ayuda en nada. Después de tanta palabra escrita, de tantos visionarios y teólogos, sólo la pureza y la verdad revelan 'la clave de toda mitología'.

Hay un capítulo muy descriptivo que me permite afirmar que este es el mensaje a trasmitir. Russ Hildebrandt medita sobre la traición de Pedro a Jesús, cuando lo negó tres veces. Llega a la conclusión de que Jesús no juzga a Pedro, ni lo censura, todo lo contrario. Le dice que es humano y que por eso ya sabe que se equivocará y pecará, y que - a pesar de ello - le perdona y le quiere. Todo lo demás es superfluo y manido. 

Todas las mitologías acaban ahogándose en el fango de la realidad, e inevitablemente tenemos que recurrir a la sencillez de los sentimientos más puros. Si no lo logramos, ya aviso que hay personajes de la novela que no lo logran, hay que seguir buscando esto mismo, pero por otros caminos.

Dicho todo esto, leed el libro y sacad vuestras propias conclusiones.

M.

Filomeno vs Filomena.

Hace poco me explicaron por qué a los fenómenos meteorológicos más destructivos se les pone nombre de mujer, y a los que rozan levemente las costas dejando unos agradables vendavales sin mayores consecuencias, se les asocia con términos varoniles. Perpleja me quedé al no observar movimiento reivindicativo alguno en las calles. A mí me parece que la idea que subyace es que las mujeres no dejamos títere con cabeza allá por donde pasamos.

La explicación es que los nombres femeninos se fijan más en el cerebro, con lo cual, al ver el remolino del huracán enseguida te resguardas en el sótano.

Yo - como no podía ser de otra manera - discrepo totalmente. No sé nada del funcionamiento de la mente humana, pero si leo en la prensa '¡viene el temporal Rogelio!', me pongo más nerviosa que si el titular es '¡atentos que llega Ana!'. Si nos ponemos ya a innovar nombres, estoy segura que con algunas denominaciones nos sentiríamos completamente aterrorizados, muertos de miedo. Eso me pasa a mi, sin temporal ni nada, cuando le pregunto a un niño/a pequeño/a su nombre en el parque y soy incapaz de entenderlo, no por la lengua de trapo, más bien porque roza lo gore.

Pobres criaturas a las que sus padres les colocan un nombre asociado a la naturaleza, al ecologismo o a una diosa (inexistente) que lanzó un rayo a los invasores de Raticulín. Aunque mis favoritos son los que tienen truco, el colmo de la originalidad paternal, me refiero a los nombres de pila que significan algo en otro idioma. Leed las revistas del corazón, están plagadas de casos. La emocionada madre dice que 'Kaituli' significa amapola en birmano. Algunas veces, por simple curiosidad, he tecleado en el traductor 'amapola' y me ha devuelto otra palabra, tal vez no se documentaron bien, o el traductor no estaba atinado ese día. 

No quiero sacar pecho ni ser una patriota de pacotilla, pero los nombres castellanos de toda la vida son preciosos, o a mi me lo parecen. Pero me estoy quedando sola en esta apreciación, como en tantas otras. Menos mal que la soledad bien llevada es un alivio.

Filomena, un nombre anticuado pero muy español, dio nombre a una borrasca que asoló el centro de España a comienzos del año 2021. Hubiésemos fijado igual su nombre en nuestro cerebro de haberse llamado Filomeno, quizás más, porque a mi el nombre (en masculino) me recuerda a Filemón, el jefe de Mortadelo, trabajador a tiempo completo de la T.I.A., que siempre volaba por los aires al final de cada historieta y fracasaba persiguiendo al causante del estropicio (Mortadelo), porque este último se disfrazaba con pasmosa habilidad.


Al tener en la cabeza a Filemón explotando, cayendo de un precipicio, o cualquier percance que imaginarse pueda, afirmo que hubiese sido 'Filomeno' un nombre mucho más adecuado para referirnos a la borrasca antes mencionada. De nuevo la historia me ha ignorado. 

Algo así debía tener en la cabeza Gonzalo Torrente Ballester cuando escribió la novela 'Filomeno, a mi pesar' en 1988. Un libro que estoy releyendo como prueba de que los años se me echan encima, al sentir continuamente la necesidad de revivir momentos que considero dignos de traer al presente. Tengo que comparar si ahora - con más páginas leídas y escritas a mis espaldas - percibo matices diferentes al revisar mis memorias dentro de una nebulosa donde ya no sé qué es real o inventado, cuándo entro yo como protagonista (las menos de las veces) y cuándo me arrastra la corriente (casi siempre).

Decía que el asunto de los nombres no debió ser consideración de poca monta, es - de hecho - el eje de toda la trama, el gran lastre del protagonista, y - a su pesar - el amuleto que le protege de la mediocridad y de los desastres del siglo XX habidos en España y fuera de ella. No hubiese podido sobrevivir a tanto despropósito de llamarse 'amapola' en idioma birmano, de eso estoy segura.

Filomeno es el alter ego de Torrente Ballester, el vehículo del que se sirve para contar, a su manera pausada y lúcida, todo lo acontecido desde la década de los años veinte del siglo XX (cuando comienza a tener uso de razón), hasta comienzos de los años cincuenta. Esos años en los que Torrente Ballester, escribiendo a voluntad, dio forma a un libro que se lee sin esfuerzo porque se nota desde la primera página que el dominio del vocabulario y el desarrollo del argumento son propios de un maestro. Tanto, que considero que su objetivo era la obtención del Premio Planeta, y manejó la trama y los tiempos con tal fin, porque hay algunos giros que - sin esto en la cabeza - no se entienden. Debía tener claro que, para deslumbrar al jurado de cualquier premio, no se trata de ser el mejor, se trata de dejarse arrastrar por lo que te va dictando el ambiente. 

Dos tercios de la novela relatan los avatares en la vida Filomeno Freijomil, su infancia en un pazo portugués, la relación con su abuela y su padre, su viaje vital por Madrid, Lisboa, Londres y París, sazonado con los acontecimientos de los que es testigo involuntario, dictadura de Primo de Rivera, República Española, Guerra Civil, Segunda Guerra Mundial (el siglo XX dio para mucho, y casi nada bueno). Sus amores y amistades con personas devastadas por el tiempo que les tocó vivir. Pero de repente hay un giro comercial extraño (de ahí el comentario del párrafo anterior), tras la Guerra Civil, Filomeno se asienta en un pueblo remoto de su Galicia natal y comienza una vida intelectual y bohemia muy ecléctica, lo que le sirve para ridiculizar el recién nacido régimen franquista, sus múltiples contradicciones y mojigaterías, un tema muy del gusto de los lectores de los años ochenta del siglo XX, y que además él dominaba a la perfección, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para adaptarlo a este libro y así cerrar el círculo de la vida de Filomeno. Torrente Ballester ya había escrito magistralmente sobre esto entre 1957 y 1962, cuando se publicaron los tres volúmenes de 'Los Gozos y las Sombras'. Si leéis el libro enseguida os daréis cuenta del giro en el estilo y cómo pretende concluir el argumento de una forma brusca, como si al comenzar a escribir hubiese planeado otra cosa a la que no supo darle forma y decidió cortar por lo sano concluyendo sin más.



Hecha esta pequeña crítica constructiva, afirmo que - sin duda - es un libro soberbio, maravilloso, un desafío para comprender el siglo XX, por una razón bien simple, su autor no fue un sectario, y desmenuzó con sobriedad y lucidez todo lo que otros inventaron para crear súper hombres que acabarían devorados por la estulticia y la violencia. Ese tubo de ensayo que fue el siglo pasado, es -bajo el microscopio de Torrente Ballester - una lección que no hay que desterrar de nuestra mente.

Otro recurso narrativo curioso es el del desdoblamiento de la personalidad, ese otro yo mejor que creemos ser, y que debe tener otro nombre para no dejar rastro de nuestra no siempre feliz vida. Filomeno Freijomil se vale para ello de su segundo nombre, Ademar de Alencastre, descendiente - por la rama portuguesa - de la Casa Lancaster, una de las contendientes en la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487). Sus recuerdos más felices están asociados a este nombre portugués en el que siempre se refugia en busca de paz y respuestas, porque con el paso de los años renunciamos a comprendernos y las consecuencias de nuestros actos nos conducen a un callejón sin salida.

Antes comentaba que este libro ya lo había leído hace años, y me ha resultado curioso ver cómo hay cosas que recordaba perfectamente y otras ni tenía conciencia de haberlas leído jamás. Hay un personaje que atrasa el reloj para manipular su vida, como si lo vivido ya no hubiese pasado, eso lo recordaba perfectamente. Pero otras reflexiones, sobre las guerras, sobre Hitler, al que compara con la Inquisición Española, dejándose arrastrar por las ideas de la Leyenda Negra, su desapasionamiento a la hora de juzgar los mil desgraciados avatares de los que es testigo desde Londres y París, todo esto casi lo había olvidado. También el final, abrupto y conscientemente ambiguo.

Filomeno concluye su relato volviendo a su pazo portugués, a sus recuerdos infantiles con su niñera y su abuela, a su otro yo, a ese al que recurrimos para huir de lo que nos atormenta sin remedio, al que no ve la mediocridad y la crueldad, afirmando rotundamente que nuestro nombre es parte del mapa que nos guiará a lo largo de los años. Por eso, que éste sea absurdo, sólo complica más lo ya por sí incomprensible.

Leed mucho.

M.