domingo, 27 de marzo de 2016

Au revoir Ingres

Muy mal, muy mal. He ido al menos diez veces a ver la Exposición de Ingres en el Museo del Prado, y no he dedicado ni una sola línea a expresar mis impresiones. Sé que no interesan a nadie, pero bueno, al menos dejo algo para la posteridad, por si estos soportes sobreviven al paso del tiempo y a la hecatombe que está por venir. No quiero ser un cenizo, pero la cosa no pinta bien.

Vamos con este pintor. Lo digo ya, por si el terrícola del futuro quiere concluir el trámite rápido: La exposición es una delicia para los sentidos, una experiencia sobrecogedora y diversa. Un reflejo de la sociedad de su tiempo e inspiración para las primeras vanguardias del siglo XX. 

Poco más que añadir, pero para dar empaque a esta intervención, daré alguna pincelada más. 

Comenzaré con un consejo, cuando queráis disfrutar de una exposición como esta, debéis situar al pintor en la Historia. No hace falta leer un libro sesudo que detalle hasta sus más íntimos secretos, sus traumas de infancia y la correspondencia con sus amantes. Una breve noción es suficiente. (¡Ah! cero interés saber si era gay, esto está muy de moda, pero es irrelevante para este tipo de arte, en el que o eres un virtuoso del trazo, o tienes dos muñones por manos. Da igual tu condición sexual. En el siglo XXI sí es importante, porque del artista se analiza todo menos su obra, pero - repito - no aplica al XIX).



Jean-Auguste-Dominique Ingres fue un espíritu libre. De otra forma no hubiese podido sobrevivir a la época tan variopinta que le tocó vivir. Tened en cuenta que nació en 1790 y la Revolución Francesa había comenzado en 1789, con lo cual, en su adolescencia, experimentó en sus propias carnes las consecuencias de tan magnificado acontecimiento histórico. Digo magnificado porque - aunque importante - no fue la cosa para tanto. Pero los franceses venden humo con tal de mantenerse en el candelero. La Revolución Francesa fue un caos que no condujo a nada, o al menos no inspiró a la humanidad de una forma tan irreal como nos han contado. Tras años de terror revolucionario y un final mal resuelto, Napoleón hizo su aparición estelar en Europa con consecuencias - al menos para España - nefastas a más no poder. Por zanjar este tema, la verdadera Revolución del XIX fue la Industrial, iniciada en el Reino Unido. Y de la que España se descolgó por culpa de nuestro amiguete Napoleón, que tan estupendamente retrató Ingres.



Ingres, que no era el prototipo (al menos por lo que he leído) de idiota francés del XIX, pasó gran parte de su vida en Italia. Allí buscó la perfección en el retrato en un tira y afloja entre lo que le gustaba hacer, perfeccionar su trazo y tocar el violín, y lo que tenía que hacer para comer, pintar bajo encargo.

En su edad adulta volvió a París, pero ya nunca sería un pintor parisino propiamente dicho. Su obra estaba llena de influencias italianas, básicamente de Rafael. Al que intentó superar y - a mi juicio - sobrepasó. Su pincelada, su luminosidad y su virtuosismo son contundentes y seguros. Lejos del toque algo melifluo de Rafael.

Ingres me ha acompañado muchas tardes desde octubre. Ver el cartel de su exposición en el Museo del Prado se ha convertido en algo cotidiano y agradable. Una ventana a un mundo perdido y soñado al que siempre me gusta asomarme. 




Abomino del arte actual como instrumento de protesta. Es por eso que Ingres me gusta, me enternece. Creo que no somos conscientes de lo importante que es tener un Museo como el Prado en Madrid. Pocos museos del mundo podrían albergar una exposición así. Convertir el arte en basura, no es necesariamente transgresor y desde luego no es conmovedor. He olvidado casi todo lo que vi en ARCO, pero estas pinturas presumo que me acompañarán siempre.

Con Ingres me he asomado a un burdel con aire oriental y he contemplado a Juana de Arco en la Catedral de Reims con una cara limpia y pura. He caído en la cuenta que soy una inculta en lo que a mitología se refiere, al llegar a casa he tenido que investigar sobre 'Edipo y la Esfinge', o el 'Sueño de Ossian'





Pero sobre todo me ha acompañado tarde tras tarde en mis paseos y eso, al igual que sus retratos, formará parte de unas vivencias delicadas y candenciosas, que merecen una y mil reflexiones.

M.




domingo, 20 de marzo de 2016

La hora del planeta y otras mentiras infames e indignantes.

Un año más, queridos, hemos celebrado (por llamarlo de alguna manera) 'La hora del Planeta', entiendo que todo el mundo sabe lo que es, pero por si hay algún despistadillo hago un resumen rápido. El penúltimo sábado del mes de marzo, a eso de las nueve, se supone que apagamos las luces y nos alumbramos con una velita de IKEA. Con esta iniciativa, haremos crecer bosques, detendremos el cambio climático y este verano, cuando arrecie el calor, ya estaremos tan tan concienciados que no le daremos al aparato de aire acondicionado.

Un plan sin fisuras en el que trabajan varios miles de funcionarios de todo el mundo, justificando su sueldo a base de decir una memez tras otra. Esto es denominador común en toda iniciativa que emane de instituciones públicas nacionales o internacionales. Pero en el caso de 'La hora del Planeta' es de un hipocresía y necedad que abochorna a cualquiera que tenga dos dedos de frente. Por una simple y única razón, el crecimiento de nuestra economía, el alimento del engranaje de nuestro día a día se basa en un consumo sin freno. Si no compramos un determinado número de coches, un determinado número de tablets, de teléfonos móviles, de casas... Nuestro micro-cosmos se va al garete, pasaríamos hambre. 

Por todo ello, y como ilustración de esta sinrazón, detallo ahora mi jornada del viernes 18 de marzo de 2016. Y entonces habré cerrado el círculo de la hipocresía, mediante su descripción.

Todo lo que voy a contar a partir de este momento corresponde a la verdad y nada más que la verdad (tengo una Biblia en la mano alumbrada con una vela, para darle veracidad al testimonio).




Viernes, 8 am, llegada a mi centro de trabajo. ¡Sorpresa! Mi empresa se adhiere a la iniciativa de 'La hora del planeta', andan preocupadísimos al respecto, y para demostrarnos semejante desazón, nos regalan una vela de color y olor corporativo. Fabricada en China e importada por IKEA. Analicemos la situación con frialdad y mentalidad de empleado por cuenta ajena. (Antes de que me olvide, ¡puf! también teníamos un mail adoctrinante, pero describirlo alargaría mucho esto, y lo voy a obviar). No sé en vuestros trabajos, pero en el mío, no medra el más capaz, el más resolutivo y simpático. Medra el obediente, el beodo, el que echa horas sin motivo. Echar horas significa tener un enorme edificio, alimentado con energía eléctrica funcionando más horas de las necesarias. La primera asociación mental está clara, los poderes públicos destinan recursos para repartir velas, pero no para racionalizar los horarios, hecho que automáticamente reduciría el consumo energético.

Siguiente conclusión, la vela fabricada en China seguro que es producto de un trabajo precario, al que occidente hace la vista gorda, porque le viene muy bien para seguir manteniendo su mundo de fantasía y color intacto.

Al llegar a casa tuve que echarme la siesta (los viernes no es necesario paripé alguno y nos dejan salir a medio día) para descansar mentalmente de tanta idiotez. Pero claro, había empezado el día mal, en lo que a hipocresía se refiere, no podía acabar mejor.

Merced a mis contactos en el mundo del arte, fui invitada a un evento en el Palacio de Comunicaciones de Madrid, sede del Ayuntamiento regentado por la señora Carmena. Que exhibe en su fachada principal un pancartón que reza 'Refugees Welcome'.

Bien, el evento no era ni más ni menos que la presentación del nuevo Maserati Levante en España. Por ponernos en situación, este coche vale 200.000,00 euros. El evento exhibía tal despliegue de medios y de famosos a sueldo que, viendo eso, imagino el pastón que habrá cobrado el Ayuntamiento y que, ya os lo adelanto, no ha destinado ni a los refugiados que son bienvenidos, ni a los pobres a los que Carmena dio de comer en Navidad. Un no parar, una hipocresía tras otra.

Pues ahí estaba yo, vestida de 'Cocktail Attire', tal y como pedían en la invitación, deambulando por el evento, bebiendo espumoso rosado a falta de otra ocupación mejor y viendo a las famosas en el photocall poniendo cara de merluzas mientras posaban con niños con problemas, traídos al evento como parte del decorado. Alucinante. Os invito a leer el blog de Raquel Sánchez Silva, primero nos cuenta la ropa que ha escogido, que lleva unos 'manolos', que el coche es muy bonito y que se ha hecho unas fotos con unos niños llenos de fuerza. ¡Señor! para darle de bofetadas. Esta es otra que se cree solidaria. ¡Qué Dios me dé paciencia para aguantar eso! Menos mal que tengo la Biblia y la vela al lado. La corriente no la puedo cortar porque no me funcionaría el ordenador.

Bien, ruido atronador (comida de momento nada, unos colines resecos) vídeo con imágenes de coches Maserati por desiertos, selvas, ciudades... Hombres guapísimos que conducen y chan chan chan, Nieves Álvarez medio desnuda que aparece en el escenario. ¡Tachún! ¡Gran momento! Porque resulta que ella también es solidaria y está preocupada por el planeta. Ya me quiero desmayar, lo achaco a la ingesta de espumoso y al daño que me hacen los zapatos, porque ya no es mareo, es vértigo lo que tengo. La responsable de Marketing de la firma comenta con voz gangosa que en realidad lo de vender coches, no les interesa, lo que les gusta son las causas solidarias, es decir, viajar con niños retrasados como si fueran monos para exhibirlos en eventos de este catadura, tocar la fibra sensible de los potenciales clientes y endosarles un coche que cuesta tanto como una casa. Estoy por subir al escenario y contar lo de las velas que nos han dado en mi centro de trabajo, por si quiere soltar una parida más y completar el círculo.

(No diré que estos coches consumen gasolina de forma desmedida y que con lo que vale una rueda, comerían varias familias durante un mes)

Me paso a la cerveza, porque claro, yo creo que espumoso tiene efectos alucinógenos, pero cuando tengo la cerveza fresquita en la mano, me entero que el cocktail lo sirve Samantha Vallejo-Nájera. Yuhuuu, y para colmo, no es un cocktail cualquiera, es un cocktail dinatoire. Buscando la definición en internet, son unos canapés que sustituyen a la cena. ¡Ojo! que los colines resecos también forman parte del dinatoire este. 

Y para ambientar la ingesta de estas delicias, la música ambiente corre a cargo de una tal Brianda Fizt-James. Una lela que hace como que pincha discos, poniendo cara interesantona mientras ladea su cabeza con unos cascos puestos. No pincha nada porque la lista de reproducción es del Spotify, y le da al play tranquilamente mientras ella cobra una pasta por ser quien es, la nieta de la difunta Duquesa de Alba. En este caso, como está con la música y no habla, no sé si está preocupada por el medio ambiente o qué causa solidaria le quita el sueño. Alguna habrá, claro.

Total, que colocada en un sitio estratégico y cervecilla en mano, me dispongo a comer algo preparado por la famosa cocinera Samantha, vestida impecablemente para la ocasión. Las delicias las ha debido preparar antes de vestirse, claro, porque la camisa y los pantalones que luce son de limpieza en seco seguro. 

Salen las primeras y únicas bandejas, unas croquetas congeladas y un risotto que no hay alma humana que lo ingiera porque está pasado y salado. ¡Lo mismo si que ha preparado el cocktail dinatoire vestida con el traje de limpieza en seco! Ajá, ahí está la explicación, claro. Por eso la siguiente bandeja de ensalada (entiéndase como tal, una hoja de lechuga en un recipiente de diseño sin condimento alguno) no sabe a nada, no ha querido echarle aceite de oliva por si se le manchaba la camisa.

Aquí no me extiendo más por falta de elementos que analizar. Bueno, me consuela pensar que el sobreprecio que ha pagado Maserati por tan exiguo ágape, Samantha lo ha dedicado a alguna causa benéfica. O no ha cobrado, claro, porque forma parte de un grupo mundial de altruistas, compuesto por hipócritas, mentirosos y personajes que nos toman por idiotas.

Esto no puede acabar bien.
M.







  


sábado, 12 de marzo de 2016

La Cripta de los Capuchinos

Publicado en 'Guay del Paraguay' el 12.Mayo.2016

Hay libros que mientras nos embelesan y nos elevan a los cielos, sutilmente nos hacen reflexionar mostrándonos una realidad certera que casi podemos tocar. Alcanzando momentos de absoluta comunión con sus personajes.



Estamos ante una obra maestra, sin más. Aquí podría concluir mi crítica del libro, porque no resta nada más que decir.

Momento de silencio para reflexionar, instante - si lo leéis - al que llegaréis cuando cerréis su última página. ¿Dónde acaba dirigiéndose el último miembro de una estirpe bendecida por el Emperador Francisco José? Hacia una cripta, donde están enterrados los Habsburgo, espejo de un mundo finiquitado tras la Primera Guerra Mundial, cuyo final casi coincide con la muerte del último de ellos. A los que montan los saraos aniquiladores, Dios los bendice con la muerte, para no contemplar el desastre de sus gestiones. Sí, siempre lo digo, la vida es muy injusta.

Una reflexión muy simple viene a la cabeza de Trotta al contemplar la cripta. Lo que dejamos cuando perdimos la Gran Guerra fue malo, pero lo que nos viene ahora, con certeza será peor. Estamos en el año 1938, justo en el momento del Anschluss, o lo que es lo mismo, la incorporación de Austria a la Alemania Nazi. ¡Qué Dios nos ampare! ¡Qué grandes estrategas han conducido a la humanidad hacia el abismo! Menos mal que Dios aprieta pero no ahoga, menos mal que son los inocentes los que pagan las consecuencias de tanto desmán. Por eso hay que tener una fe profunda para creer en un Dios bueno y justo. Si observamos la historia con espíritu crítico, no hay ni un sólo resquicio racional para confiar en Él.

Francisco José murió a los 86 años tranquilamente en su casa de Viena. Había comulgado y estaba en paz con Dios. Mientras, niños de 17 años se desintegraban en las trincheras, obedeciendo órdenes absurdas de militares orondos con escaso aprecio hacia la vida humana (la de los otros, claro, no la suya). Debéis viajar a Bélgica y contemplar las filas de tumbas para llorar de impotencia y entender bien de lo que hablo. O leer el poema de John McCrae y llevar siempre una amapola en la solapa.




Pese a todo ello, el protagonista de la novela contempla impotente la fragilidad de la memoria humana ante el horror que está por llegar. Para alcanzar este final rotundo y sobrecogedor, Joseph Roth nos ha ido pintado un mosaico variado de personajes y situaciones que comienzan justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Presentando al joven Trotta, un despreocupado individuo de origen esloveno, con una holgada posición económica. Un pariente cercano incluso había salvado la vida al Emperador en la Batalla de Solferino. ¡Ahí es nada! 

Trotta es despreocupado y joven, pero no estúpido. Con precisión matemática nos describe el Imperio Austrohúngaro. Su defectos, sus tensiones nacionalistas, la involuntaria sensación de unidad y seguridad, la semilla del odio hacia los judíos y la certeza de que - tras años de adoctrinamientos variados - cada una de las realidades del Imperio está convencida que ganará la Guerra. Pero no quedará nada. 

Su participación en la Guerra será todo menos gloriosa. Renunciará a formar parte de un regimiento compuesto por personas de alta alcurnia, trasladándose a una zona fronteriza para estar junto a un judío pobre, al que le une una extraña amistad, y un pariente lejano, al que ve como único anclaje sobre la tierra. Nada más comenzar la contienda los tres son hechos prisioneros y deportados a Siberia, en medio de la nada. Allí acabarán la Guerra. 

Cuando Trotta vuelva a Viena descubrirá que los que se quedaron allí, además de no disparar ni un solo tiro, son los componentes de un extraño caldo de cultivo compuesto por modernidad, miseria, desintegración, comunismo, fascismo, capitalismo y desprecio absoluto por aquellos supervivientes del horror inabarcable. 


Y entonces, cosas de la vida, comienza a ser creyente. Ya antes de la Guerra, nos había explicado por qué el devenir del destino habría de llevarle a ese punto. No puedo por menos que copiarlo directamente del libro, porque me parece sublime:


"La Iglesia de Roma es, en este mundo podrido, la única que da forma, que conserva la forma, sí, también se podría decir que reparte la forma. Ha encerrado en el dogma lo tradicional, el legado del pasado, como en un palacio de hielo, y ha dado a sus hijos la libertad de obrar libremente en torno a ese palacio, que tiene un patio ancho y espacioso; ellos pueden actuar erróneamente, incluso llegar a lo prohibido, pero donde hay pecado saben que también hay perdón. La Iglesia no cuenta con el hombre perfecto, y esto es lo que tiene de eminentemente humano; a sus hijos sin falta les eleva a la categoría de santos; de esta forma admite de forma implícita el pecado, en la medida en que no considera que un ser sea humano si no es pecador: los demás son bienaventurados o santos. De este modo demuestra la Iglesia de Roma su inclinación por la misericordia y el perdón. Piense usted que no hay nada más vulgar que la venganza. No hay nobleza sin generosidad, como no existe la venganza sin vulgaridad"

Pero como todo ser humano compasivo y perceptivo, contemplará el abismo con impotencia. Porque Dios (en cualquiera de sus variantes) raras veces ayuda a los que lo merecen.

Leed el libro. Por favor. Es una orden.
M.



jueves, 10 de marzo de 2016

Las Princesas de verdad no se enamoran.



Los cánones de belleza cambian, rehenes de los tiempos, las costumbres alimenticias y los medios materiales. Os invito a un paseo por el Museo del Prado de Madrid, su fantástica página web nos ayudará a entenderlo mejor. Princesas de verdad, heroínas bíblicas, santas y otros personajes religiosos han iluminado la imaginación de artistas en los últimos siglos. Mujeres gorditas e idealizadas que - sin alcanzar a comprender la razón - han marcado el camino de la estética y la perspectiva. 

Empecemos con Jaume Serra. Si vais al Prado un día en el que haya hordas de seres humanos, debéis dirigiros directamente al delicioso espacio de la Donación Várez Fisa. Un remanso de paz y una inmersión en el pasado esotérico de las peculiaridades del Románico y el Gótico español. Centrémonos únicamente en el cuadro de Jaume Serra, ‘Virgen de Tobed con los donantes Enrique II de Castilla, su mujer, Juana Manuel, y dos de sus hijos, Juan y Juana', ahí vamos a encontrarnos a nuestra primera princesa, Juana de Castilla (1339-1381), al lado de su hija Juana, enfrente de su marido (Enrique II de Trastamara) y de su hijo, Juan. Protegidos todos por la Santa María de Tobed.



Enrique (su marido) era hijo ilegítimo de Alfonso XI de Castilla y hermanastro de Pedro I el Cruel. Tras una cruenta guerra civil, Enrique subió al trono de Castilla dando comienzo la Dinastía Trastamara que finalizó con la muerte de Isabel la Católica y la llegada a España, tras la muerte de su marido, Fernando, de Carlos de Habsburgo, conocido por nosotros por Carlos I de España y V de Alemania. Un término absurdo porque Alemania, como tal, no existía entonces. Pero eso es otra historia.

Cuando este cuadro se cuelga en el Altar Mayor de la Iglesia de Santa María en Tobed (Zaragoza), ella todavía no era reina. Su marido no había ganado la guerra ni matado a su hermanastro, Pedro I, en Montiel. Pero Juana, cargada de razón y legitimidad, se observa idealizada bajo la protección de los poderes divinos.


Las princesas de entonces eran prometidas, sin su consentimiento, a edad temprana, en función de los intereses familiares y territoriales. A nadie que perteneciese a la nobleza o a la realeza se le ocurría cuestionar este sistema. Conscientes o no de sus privilegios, tenían grabado en su ADN la protección a sus feudatarios y el engrandecimiento de su familia. Si cometían el error de enamorarse, procurarían no exteriorizar sus sentimientos o sacar a colación sus absurdas pretensiones. Por otra parte les hubiera dado igual, porque ni caso les hubieran hecho. No había espacio para el amor. 

Aquí la vemos hierática, con una cara exactamente igual a la de su hija, con rasgos finos, blanquecinos, delicados; como corresponde a una dama de su alcurnia. Dios la ha bendecido y su futuro – aunque incierto en ese momento – sin duda será glorioso. Cuando tu vida ha sido dirigida desde la infancia, cuando te entregaron a un hombre al que no habías visto hasta casi el momento del matrimonio, te creías con el derecho inapelable de ocupar el lugar social en el que te encontrabas. Un derecho legítimo, la Virgen te abraza y te da fuerzas cada día. 


Sé que para un mundo de descreídos como el nuestro, ponerse en lugar de esta mujer es complicado. Pero estoy segura que dentro de ochocientos años nuestro modo de vida se verá – desde la distancia – con incomprensiva jocosidad.

Arropados por la divinidad, los primeros Trastamara se ponen al servicio de sus siervos y de los señores feudales que les habían acompañado durante años de itinerancia por las tierras castellanas, con un pacto absoluto de reciprocidad feudal. 


¿Había amor en este matrimonio? Ni lo sabemos, ni nos importa. Su vida no era un circo absurdo, donde toda falta era relativa. Donde todo estaba permitido porque, ¡fíjate tú!, se habían enamorado. No eran idiotas, ni estaban estigmatizados por la religión opresiva. Sólo eran unos seres humanos arrastrados por el devenir de sus circunstancias.

Por eso, cuando os sentéis frente a este cuadro, pensad en ello e intentad llenar vuestra vida de espiritualidad medieval. Si podéis, y tenéis tiempo, profundizad en una de las etapas más apasionantes de la Historia de Castilla. 
M.



domingo, 6 de marzo de 2016

ARCO 2016. Y la imposible reinvención del Arte.

Otro año más Arco en Madrid, otro año más me he paseado por las obras de arte, algunas ni las he mirado, otras sí, y el resto las he mirado y han resultado objetos variados, es decir, no eran obras de arte ni nada. Pero, ¿quién puede saber la diferencia?




Empiezo con lo bueno, luego despellejaré a artistas y demás comparsa ridícula que compone este mundo. Alegra y estimula que Madrid organice una feria de arte de semejante nivel y repercusión. Aunque a veces no sea el arte lo que venda, sino el traje de LetiZia en la inauguración, pero en fin, es la cultura de pandereta y espectáculo y le da muchísimo caché a España. Aunque las naciones sean republicanas, siempre sus jóvenes sueñan con ser princesas. 


Por otra parte, este año me ha sorprendido agradablemente ver cuadros y esculturas con fuerza, con materia prima y con ideas audaces. Obras que - si tuviera dinero - hasta me plantearía comprar. Lo que me hace pensar, comparando con las porquerías que he visto en ediciones pasadas, que llegado un momento, las vanguardias de pacotilla del siglo XXI abandonan la canción protesta y se pliegan al mundo del dinero.

En lo de la canción protesta los catalanes fueron pioneros, y les gusta, qué duda cabe. El problema no está en el contenido de ese arte melifluo y absurdo con el que pretenden sorprendernos, ¡pobres!, la pega está en que su mensaje es tan tan predecible que tiene sólo eso, la pataleta de niño incomprendido. Atención pregunta, si visitas una de las galerías de arte y ves unas fotos de una funcionaria española con pinta de idiota y tontucia, en una oficina consular pésimamente decorada y con una Constitución Española que es un ladrillo pintado de colores... ¿De dónde puede ser oriunda esta galería? Tic tac tic tac... ¡Correcto! Barcelona. ¡Atención! La materia prima es un ladrillo y una fotografía. ¿Lo ponemos en nuestra casa? 

Otra de los temas recurrentes, además del de Cristo ridiculizado y esparcidor de porquería por el mundo, es el del sexo. Aquí abrimos la veda y cabe todo, es un pozo sin fondo de innovación. Eso sí - excepto en el cine porno, que da algo más de sí la inventiva- la repetición en el arte es cansina. Vagina, pene, boca, tetas. Casi siempre - por el morbo simplón - es la mujer la que se representa como una calentorra esperando ser regada con todo tipo de efluvios. 

¿Nos compramos esta maravilla? Noooo, por dios, no. Imaginad que una noche os levantáis al baño a oscuras y chocáis con una nariz-pene, y al ir a apoyaros en la pared, metéis la mano en una boca lasciva. A mi - particularmente - se me ponen los pelos de punta.

Otro de los asuntos que me preocupa es el tamaño MONUMENTAL que tienen determinados engendros, digamos una mujer de cera en un sarcófago, rodeada de flores y de animales variados. Esto ya sabemos que a casa no nos lo vamos a llevar, dudo que nadie se lo plantee. Así que esta y otras perlas, tienen que exhibirse en museos de todo el mundo. Y aquí topamos ¡de nuevo! con la canción protesta.


Porque - al menos en España - el arte está totalmente politizado, con lo que para vender el sarcófago o el hombre de ganchillo con unos testículos de madera, tienes que destacarte escribiendo algún manifiesto absurdo y camelarte al político de turno para que te coloque la obra sabe dios en qué museo de los muchos que se han construido durante el boom inmobiliario. Y entonces ¡pobres de nosotros! no sólo nos tragaremos el sarcófago, también la canción protesta del artista.

Me estoy deprimiendo por momentos, creo que tendré que ahorcarme. 



¡Ayyy! Si no puedo, la horca está al revés. ¡Vaya por dios! Dejadme, dejadme que adivine el mensaje. La muerte nos acecha, la inmundicia, pero no acabamos de dar el paso hacia el abismo de lo desconocido. Suena bien, me vale.


Aunque también puedo comprarme la cuerda sin más, y colocarla en un rincón de mi casa acumulando polvo. Confío eso sí, que venga el propio artista a instalarla. Si después de gastarme un pastón, encima no la coloco bien... Digo yo, no sé, pobre de mi, que me gustan los cuadros de El Bosco. 



Bueno, bueno... No nos deprimamos, que también hay cosas buenas. Escultura urbana totalmente funcional y con colores vivos. 


¡Santo cielo! ¡Si es uno de los extintores de Ifema! Perdón, perdón. Estoy tan metida en el Arte que ya todo me parece digno de ser considerado como tal. 

Yo soy más del Prado y de los pintores de princesitas que me hacen soñar. Creo que ni disfrazándome de intelectual, con un tocado de diseño y unas gafas con montura de colores vivos daría el pego. No me tomarían por una crítica solvente, más bien por una de pacotilla. Total confundo los extintores con los pene-nariz. Se me ponen los pelos de punta cuando contemplo al Cristo de Velázquez, pero me da risa el sarcófago colorido relleno de porquería que pretende ayudarme a entender la naturaleza. 

Como crítica de pacotilla creo que este arte no trascenderá. Porque reinventar el arte es - ahora mismo, viendo lo visto - imposible.

M.