domingo, 25 de febrero de 2018

Dispersión mental y otras reflexiones recurrentes del puritanismo inglés en el siglo XXI.

Creo que voy a seguir en la línea de la dispersión mental, me gustó un montón la idea, el resultado final y cómo así meto la cabeza en la senda de las bloggeras influyentes. De vez en cuando - por compararme con otras 'influencers' - leo sus blogs, y creo que voy en la senda del éxito. Mezclan cosas sin criterio y usan frases chispeantes y con doble sentido (no se sabe si ellas mismas saben cuál es la doble lectura en cuestión) muy en la honda de lo que yo quiero transmitir. Ellas hablan de zapatos, vestidos, moda y viajes. Que diseñan otros, claro. Pero en eso nos parecemos un montón, porque yo también escribo sobre libros que escriben otros. Al no ser yo una integrista e intransigente sobre lo que es arte o no lo es, sobre lo que debe escribirse o no, creo que los motivos que nos mueven a estas famosas y a mi es exactamente el mismo. Lástima que la gran mayoría de hablantes de español no lo vea así y yo no pueda vivir de esto. 

En lo que difieren sus puntos de vista de los míos es el ambiente en el que nos movemos día a día. Ellas van a fiestas, redacciones de revistas de moda, entrevistas y otros saraos en los que les dicen que son lo más grande del universo y les regalan ropa que ellas muestran en sus blogs, describiéndola con todo lujo de detalles - imagino que cuando se atasquen en la redacción alguien más avispado les dará un empujoncillo - nos muestran una realidad de fábula, a la que sólo acceden personas contadas con los dedos de una mano.

Yo, por el contrario, me levanto bien temprano cada mañana para ir a trabajar a una empresa que cotiza en el Ibex-35, donde - si me descuido - me despellejan viva, donde nadie me dice que soy maravillosa, más bien lo contrario y donde - si supieran que tengo un blog y que me gusta ir a exposiciones y leer libros raros - me invitarían a largarme. La dispersión mental está muy mal vista. Siendo la tónica general el sopor y las lindezas del 'pensamiento único', concepto etéreo que nadie sabe bien de qué va, pero al que conviene alinearse, no vaya a ser... 

Así expuesto, y sin un análisis minucioso, afirmaríamos que las 'influencers' son felicísimas y yo un pozo de amargura. Pues parece ser que no, porque no paran de suicidarse, caer en depresiones raras, alcohol y drogas. Claro, viven en un mundo de mentirijilla y cuando las carnes se les caen un poco, las mandan a freír espárragos, yo no tengo ese problema. Da igual como esté mi cuerpo, lo importante es disimular que sigo el pensamiento único. 

La diferencia entre ser adulada y estar siempre en el punto de mira para el despelleje, es que esto último genera en ti tales dotes de observación, que - por muchos libros que hayas leído - no logras hallar paralelismo en historia alguna, por muy asombrosa que esta sea. 

Recordando términos estadísticos, diríamos que el tamaño de la muestra es totalmente relevante para explicar el comportamiento de la población. Nada de lo que sucede en el Planeta Tierra me sorprende, NADA. Ni lo malo ni lo bueno. Ni lo obvio ni lo extraordinario. Esa visión que yo tengo, no la perfeccionan mis competidoras las 'influencers', eso sí, ellas tiene millones de seguidores y yo cientos. Pero no les guardo rencor. A mi envejecer no me resta seguidores, se mantienen estables, a ellas sí.

A las mujeres nos encanta despellejarnos vivas, por eso yo ahora supuro odio hacia esas mujercillas que publican rutinas de entrenamiento y lucen culos duros, mientras yo soy un despojo andante y me paso el día delante de un ordenador, con posturas que me destrozan la espalda. Casi todas ellas - encima - suelen tener algún flirteo con un futbolista... ¡Nivelazo intelectual del bueno! Entrada va, entrada viene en sus blogs y miles de seguidores apoyándolas. 

En esto nuestros enemigos los angloparlantes son peor. El inglés es un incubo de publicaciones - digitales y en papel - de lo más estúpidas. Todo para ellos es 'Awesome' 'Magnificent'... Lo nunca visto, vamos. Pero en realidad es todo una caca fina sin sustrato alguno ni nada aprovechable. Aquí - ATENTOS - ya se puede ver que el mundo no va por la senda correcta.

Bien, fiel a mi estrategia de dispersión, hablaré de Jane Eyre. ¿Qué tiene que ver con todo lo anterior? Nada, absolutamente nada, ahí está la gracia, la estrategia de ir dando bandazos sin criterio. Por cierto, inciso, el otro día me comentaba un amigo que se está leyendo 'En busca del tiempo perdido' (en francés, los siete volúmenes), que Marcel Proust, uso esta técnica para dar forma a semejante truño (perdón, obra literaria) y me entró un subidón grande... Definitivamente estoy en el camino del éxito. Yo reconozco que no he pasado de la mitad del primer libro, pero ya noté que Marcel hablaba de una cosa y otra, de sus vivencias, así al tuntún, y esta magna obra ha pasado a la Historia de la Literatura. No aspiro a tanto, pero envidia me da.



Hay novelas inolvidables que no lo son tanto, su éxito es un cúmulo de circunstancias que pasan de puntillas sobre el verdadero contenido, la trama o el estilo. Tal vez sea una osada, pero Jane Eyre me parece una de ellas. Por partes, lo que me parece sobresaliente es la sensibilidad y el encanto que emana de cada una de sus páginas, cómo transmite la capacidad de superación de Jane, su constancia y su optimista reacción ante la adversidad.

Lo que me parece menos sobresaliente es la relación trama/protagonistas. Tengo la sensación – la final de cada capítulo – de que falla algo, de que todo es muy obvio y le falta algo de intensidad. Es sutil en los detalles, pero no están inmersos en un argumento rotundo y bien contado. Lo que rebela a las claras, que poseía un indudable talento, pero no dispuso de todos los medios que hubiese necesitado para explotarlo. Charlotte Bronte era autodidacta y no muy rica. No había educación para las mujeres, ni existía internet. Si hubiese sido ahora, sería una influencer. ¡Lástima!

El argumento es muy simple, huérfana de padre y madre es criada por una tía malísima y cruel. Para deshacerse de ella la envía a un internado y desde ahí – ocho años después – da el salto trabajando como institutriz en la mansión de un noble rural inglés. A partir de ahí, sorpresas, desengaños e ir y venir de chasco en chasco. No en vano la casa de su Señor se llama ‘Thornfield’, campo de espinas. No cuento más, da igual, porque la historia es conocida. Típica de su tiempo, hay hasta fantasmas, que luego son de carne y hueso. Arrepentimiento, puritanismo y un azar que juega a favor de Jane. Todas las heroínas de las novelas inglesas del siglo XIX acaban ricas por una razón u otra. Así pueden casarse libremente con sus galanzotes, que - indefectiblemente - ocupan una posición social más elevada que ellas. Esto es inmutable. ¿Qué pensarían - si lo leyeran - las feministas recalcitrantes del siglo XXI? Imagino que quemarían los libros y los criticarían sin piedad. Pero no leen y que sustentan sus opiniones en lugares comunes. 

Sobre este tema, la situación de la mujer en el mundo, su marginación, su debilidad ante al apabullante fuerza y maldad del hombre, podría escribir sin parar. Estoy abrumada por tanta muestra de solidaridad con las mujeres. Nunca en la historia habíamos llegado a un punto como este. Tan álgido, tan candente. Las mujeres - históricamente maltratadas y vilipendiadas - comenzamos a agitarnos y a tener nuestro lugar en la Historia. Me pregunto, no obstante, qué tipo de papel es que nos tienen reservado las élites pensantes que nos dirigen. A qué tendremos que renunciar, y qué camino será el nuestro. No es que me preocupe, pero no deja de inquietarme. Por si alguien no se ha dado cuenta, creo que es obvio, el mundo occidental de tradición cristiana (el que más conozco, me niego a decir sandeces sobre el Islam o el Budismo, por ejemplo) está creado y concebido por hombres. Si existieron sociedades matriarcales, no queda ni rastro de ellas. Y ahora, para ascender en la pirámide social tienes que comportarte y aceptar unos valores claramente masculinos. ¡Por Dios! Yo me niego a eso. Acepto de buen grado la igualdad legal que nos ha brindado el progreso, pero de ahí a sentirme realizada dirigiendo cotarros y tinglados montados por hombres, va un mundo, un universo infinito. Y se me juzga por ello, a cada paso. Cuidado que esto es peligrosísimo.

Si tengo que elegir entre ser Jane Eyre o Ana Patricia Botín, no creo que eligiera a esta última. Y eso que Jane no acaba de caerme simpática, ni comulgo tampoco con su puritanismo, pero es valiente y honesta. Si la decisión está entre la mencionada Ana Patricia y alguna idiota que escribe sobre moda en un blog absurdo, desde ya, prefiero ser la 'influencer', así de sencillo. Ella, en su universo de fantasía y color no lucha para ganar en una realidad paralela que no ha inventado, que no es la suya. 

Dispersión de ideas, dispersión de mujeres. Pensad cuál de ellas se ajusta más a vuestra concepto de ideal alcanzable. 

Leed mucho (incluido el ¡Hola!) y sacad vuestras propias conclusiones.
M.