domingo, 31 de marzo de 2019

Murakami, Dalí y España... Creando mundo paralelos.

Hace un par de años, en este mismo espacio, manifesté mi convencimiento de que Haruki Murakami jamás conseguiría el Premio Nobel. Acaba de leer 'Tokio Blues', y la verdad, no me pareció una cosa del otro mundo. 'Esperando a Herr Nobel', lo titulé.

Hoy, tres años después, confieso que estaba equivocada, y que si no tiene el Nobel es porque merece mucho más que un premio tan pírrico y devaluado como ese. Murakami es de otro mundo.





En enero de 2016, no había conocido aun al verdadero Murakami, es decir, el inventor de realidades paralelas, de mundos extraños creados con el objetivo último de hacernos ver lo idiotas y desquiciados que estamos. 

En lo que va de año he leído dos novelas suyas, 1Q84 y Kafka en la Orilla. Me centraré más en este última, porque la tengo más reciente y porque el enfoque está más cerca de lo que quiero contar.

Hay una sensación que jamás te abandona cuando lees los libros de Murakami, y es que realmente no sabes si la ficción extraña que inventa es lo que más se acerca a la realidad, o - al ser la realidad tan abyecta - tu cerebro, al mimetizarse en la trama, consigue un descanso merecido y sereno. Debemos creer que caen caballas del cielo, o sanguijuelas sobre los malos, que hay un individuo disfrazado de Johnnie Walker que mata gatos para hacer una flauta con sus almas. Que un niño de quince años huye de su casa, escuchando a su otro yo ficticio, llamado Cuervo, que le aconseja sabiamente y sin estridencias, dejando claro que sólo debemos escuchar los dictados de nuestro yo más profundo. Todo es raro, pero coherente. El secreto está en mezclar la fantasía con menciones a escritores y músicos soberbios, que con su prosa y música, establecieron las pautas de las miserias humanas, y la clave para comprenderlas.

Esta es la génesis de cualquier historia. Un gran cambio. Una inflexión inesperada. En cuanto a la felicidad, sólo existe de un tipo, pero si hablamos de infortunios, los hay de mil tipos distintos. Tal como dijo Tolstoi, la felicidad es una alegoría; la desdicha, una historia.
Kafka en la OrillaEditorial Tusquets. Pág. 202. 6ª Ed. Mayo 2007.

¿
Por qué al leer Ana Karenina - conociendo el argumento perfectamente - no podemos evitar sentirnos atraídos por sus páginas? ¿Por qué la música de Franz Schubert es atemporal? Porque la desdicha es una historia y la imaginación es lo único que da sentido a la trama de la vida. Es simple, pero nadie lo pone en práctica, es decir, un gran porcentaje de los actos que acometemos cada día son estériles o destructivos. Esto es lo que Murakami quiere transmitir con denuedo y sin tapujos. Por eso confunde magistralmente la realidad con la ¿ficción?, por eso desprecia a los grandes predicadores que ensucian nuestras mentes con ideas grandilocuentes pero vacías, pérfidas y estériles, filfa destructiva en última instancia.

(...) Sólo que ya estoy más que harto de gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama "hombres huecos". Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas. (...)

(...) Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo. Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. (...)
Kafka en la Orilla. Editorial Tusquets. Págs. 230 y 231. 6ª Ed. Mayo 2007.


Pensad en lo que nos rodea, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que sobran los ejemplos de este tipo de seres. El gran reto es defenderse de ellos, del peligro de la vacuidad. Esta es la razón por la que Murakami no tiene el Nobel, porque el premio en sí está rodeado de miseria y se mueve con el mismo combustible que tiñe la realidad de una pátina subyugante y vomitiva.

Como el pensamiento es libre y enlaza ideas dispares (más en mi caso que voy danto tumbos sin ton ni son) uní ayer en mi cabeza a Salvador Dalí y a Murakami, escuchando la canción que le dedicó Mecano y recordando lo que me contó un conocido sobre su visita al Teatro-Museo Dalí en Figueras. Sobre la distorsión voluntaria que hacen los hombres huecos de la memoria de pintores soberbios que JAMÁS se hubiesen prestado a semejante infamia. Han destruido no sólo su realidad, también han pateado su  fértil y disruptiva imaginación. Llegué a la conclusión que Dalí, al igual que Murakami, confundía conscientemente la realidad con la imaginación como una forma de defensa ante las palabras vacuas, contra el destino que le esperaba a su memoria, convertido en un adalid de una nación ficticia, haciéndole hablar y sentir algo que nunca sintió.

Hay un momento en la novela de Kafka en la Orilla, en el que el protagonista se pregunta si las personas que están vivas pueden transformarse en espectros, y con la ayuda de su interlocutor llega a la conclusión de que las personas se convierten en espíritus vivos sólo para hacer el mal, jamás por sentimientos nobles, como la fidelidad o el amor. Para eso es necesario morir y convertirse en fantasma. 

El mundo fantástico son las tinieblas que hay en el interior de nuestra mente. Antes de que en el siglo XIX Freud y Jung arrojaran luz sobre todo esto con sus análisis de subconsciente, la correlación entre ambas tinieblas era, para la mayoría de las personas, un hecho tan obvio que no valía la pena pararse a reflexionar sobre él. Ni siquiera era una metáfora (...) Hasta que Edison inventó la luz eléctrica, la mayor parte del mundo vivía, literalmente, envuelto en unas tinieblas tan negras como la laca. Y no existía frontera alguna entre las tinieblas físicas del exterior y las tinieblas interiores del alma, ambas se entremezclaban. Más aun, se confundían en una (...) Para nosotros, que estamos en el mundo actual, las cosas son distintas. Las tinieblas del mundo exterior han desaparecido, pero las tinieblas de nuestra alma continúan inalteradas.
Kafka en la Orilla. Editorial Tusquets. Pág. 284. 6ª Ed. Mayo 2007.


Hay - entonces - que seguir en un estadio previo a la invención de la luz, de la separación total de las tinieblas, para discernir vagamente, qué parte nos corresponde embadurnar de mentiras y qué parte es real. Por eso ahora ya no tenemos nada a lo que agarrarnos para caminar hacia grandes metas. Porque la parte oscura de nuestra alma está tan escondida, porque sólo la visible, la que no sirve más que para dar tropiezos, nos guía sin remedio hacia el abismo. 

La grandeza, la que tuvo Dalí, la que refleja Murakami en sus libros, es la que se esconde en lo más profundo y deberíamos - de vez en cuando - pararnos a escuchar lo que dice. 

Hablo de Dalí porque, al igual que le sucede a España como nación, han pisoteado su genio embadurnándolo de un mensaje secesionista y ridículo que él nunca compartió. Debió preverlo y por eso se dedicó a navegar por mundos paralelos en vida, y tuvo que morir para convertirse en un genio-fantasma, y eso que en su época dorada como pintor, la xenofobia catalana no había alcanzado los niveles sofocantes y cansinos que ahora ha logrado. Con un inusitado y machacón esfuerzo por sepultar las voces internas de las agonizantes almas que soportamos cada día sus mentiras.

Son la cualidades, no los defectos, las que arrastran al hombre a la tragedia...

Edipo rey, de Sófocles, es un ejemplo remarcable de ello. En el caso de Edipo, no son la indolencia y la estupidez las que originan la tragedia, sino su valentía y su honestidad. Y de ahí nace, inevitablemente, la ironía.

Kafka en la Orilla. Editorial Tusquets. Pág. 253. 6ª Ed. Mayo 2007.

También he reflexionado, teniendo todo lo anterior en mi cabeza, y al hilo de las declaraciones que hizo López Obrador hace unos días, cuando afirmaba que España debería pedir perdón por los agravios cometidos en el pasado, si nuestra grandeza reside precisamente en no haber separado todavía ambas realidades, es decir, las tinieblas del mundo exterior. Si como a veces creo, siempre hemos sabido que las palabras que nos dedicaban eran huecas y por eso hemos avanzado lidiando con las mentiras y derrocando a los necios con nuestra indiferencia enloquecida y - las más de las veces - involuntaria.

Lo que sucede es que se hizo la luz, se inventó en mundo de la razón, de las grandes ideas de palabras huecas, y ahí no tenemos defensa posible. No sabemos movernos en ese escenario. Y como bien relató Cervantes en El Quijote, una vez se desciende al mundo real, sólo resta morir.

Leed mucho.
M.


domingo, 10 de marzo de 2019

Feminismo, Rustaveli y Brilka. El mundo como un libro de caballería.

Como cada ocho de marzo, las mujeres hemos celebrado nuestro gran día. Hemos esperado siglos para reivindicar nuestros derechos y - ahora que los tenemos reconocidos (al menos en el papel) - gritamos como locas para pedir una libertad que ya tenemos, y de paso lograr a empellones nuestro lugar en un mundo hecho a medida de los hombres. Como estrategas dejamos muchísimo que desear. Menos mal que dios no ha dado otros atributos. 

Dentro de estos grupúsculos reivindicativos hay todo tipo de mujeres, están las verdaderamente maltratadas por los hombres, las bombardeadas catódicamente y manipuladas intelectualmente por los medios y las que han hecho de esta gesta su forma de vida, estas últimas son las que sujetaban las pancartas de manifestaciones varias el viernes ocho de marzo, con enorme convencimiento de que 'o estás conmigo o estás contra mi'. Es decir, que el 99% de las mujeres que vivimos en España somos un pálido reflejo de lo que nos hubiera gustado ser. Sobre este particular hay - claro está - muchos estadios intermedios que, si seguimos una línea de pensamiento único, se diluyen irremediablemente. Perdiendo la mujer aquello que la hace sublime, es decir, su superioridad sensitiva en casi todo aquello que se propone. La prueba de esto último es que los más bellos libros escritos hablan sobre mujeres, o bien están escritos por mujeres. Del hombre hay poco que hablar, por eso es mejor no agitar pancartas, no vaya a ser que acabemos iguales y esto sería terrible.

Hemos llegado al 2019 equiparadas legalmente a los hombres, pero llenas de enemigos por todas partes. A saber, la religión, el estado, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos (que deben acostumbrarse a que el insustituible papel que ocupan sus madres lo ocupen sus padres), nuestros amigos, las empresas (públicas o privadas) para las que trabajamos, los gobernantes, los jueces, los conductores del metro... Cualquier ente es susceptible de convertirse en un enemigo para nosotras, alguien potencialmente peligroso. El mundo ideal es aquel en el que todo está repartido al 50%, y existen inspectores que vigilan para que haya igualdad en cada una de las esferas de nuestra vida, donde nada fluye y todo es rígido. El gran OJO de la igualdad nos observa. Ya no hay magia, ni historias de amor, ni chispa, ni miradas picaronas... No, no. Ya sólo hay consejos de administración donde la mitad de sus miembros son mujeres (es decir miembras) y existe un Gran Hermano que todo lo ve y que siempre sabe qué es lo que más nos conviene.

Echaros a temblar porque vienen tiempos malos.

Me sorprende también que sea la izquierda la que abandere sin sonrojo un movimiento de liberación mundial de la mujer, porque en los lugares donde se vivió bajo el yugo comunista, las mujeres fueron maltratadas sin piedad convertidas en un instrumento del Estado sin voz ni voto en casi ningún ámbito de la vida pública (la privada no existía). Tal vez diga esto porque coincidiendo con estas fechas tan 'feministas' he concluido la lectura de 'La Octava vida (para Brilka)' de Nino Haratischwili. Una monumental y larguísima novela que aborda las vidas de una familia georgiana a lo largo del siglo XX, donde las mujeres son la clave del argumento y donde el comunismo los conduce a todos/as a destinos controlados por Papá Estado, por el Generalísimo (es decir Stalin), y por agentes de este último que como grandes iluminados por el sol de la verdad comunista, no dejaron títere con cabeza. La familia protagonista y otros muchos, fueron arrastrados a un destino miserable adornado con palabras grandilocuentes, borrando para siempre todo lo sublime que hubo en un país como Georgia, encerrado en las montañas del Cáucaso, pero con una larga historia de hadas y duendes. 




Nino Haratischwili es una mujer georgiana, nacida en Tiflis en 1983, pero criada en Alemania, el libro  -de hecho - está escrito en alemán. Nino ha dado forma a un libro redondo, que no hace más que mostrar las debilidades humanas y cómo estas afectan a la mujeres, que al final, cuando son controladas y no viven conforme a sus sueños, sino como parte de un plan mundial de contingentes y de ideas que iluminarán el universo, son un pálido reflejo (ahora sí) de lo que siempre quisieron ser. Envueltas en una "nomenklatura" ridícula, víctimas del atropello constante de su feminidad. Georgia, en sí misma, como nación que perteneció a la URSS, no deja de ser mostrada como una mujer que sufre estas humillaciones siendo consciente de que es la única manera de sobrevivir, dentro de una realidad absurda y descarnada.

Creo que llegados a este punto, se hace necesario hablar un poco de Georgia y de su magia. De este país, aquí en España, se conoce poco o nada. Más bien esto último. Y eso que su familia real en el exilio vive en Madrid. Pero esto es normal, sabemos poco de nuestra historia, como para ponernos a investigar sobre un país encajonado entre las montañas del Cáucaso y el mar Negro, que desde el año 1801, con diferentes tipos de vínculos, formó parte de la órbita rusa, cuyo periodo de máximo esplendor tuvo lugar en los siglos XII-XIII, y que alcanzó su independencia (al menos de facto) en 1991, viéndose desde esta fecha envuelto en múltiples conflictos de todo tipo, especialmente territoriales y como consecuencia de su relación de amor-odio con Rusia. Sin ir más lejos, el 8 de Agosto de 2008 los tanques rusos llegaron a la capital, Tiflis. Doscientos años de dominio ruso no se borran fácilmente. 


Con impresionante inteligencia, la madre Rusia había decidido reforzar siempre a su pequeño, levantisco y quizás demasiado travieso hijo Georgia en todas sus debilidades, y proclamarlas como fortalezas hasta que el hijo empezara a cogerle el gusto a su papel y creyera haber engañado a su madre, haberla privado de su poder, sin darse cuenta de hasta qué punto - esforzándose en ser querido por el padre - se prostituía por su amor.
Página 547. Primera Edición. Septiembre 2018.



Para colmo, hablan una lengua muerta, totalmente ajena al mundo latino, que se escribe con una especie de gusanitos rarísimos, sin paralelismo ni parecido con ninguna otra. Tan especial y característico es su acento, que Stalin no logró despojarse de él en toda su vida, por más que lo intentó. (Stalin era georgiano).

A mi este país me atrae poderosamente. Su estética, su aproximación al cristianismo y su fascinante historia. Georgia es la antigua Colquis, hacia donde fueron Jasón y los Argonautas en busca del Vellocino de Oro. En georgiano se volcaron - durante el siglo V - los textos de culto a Mithra, un dios persa que tuvo enorme influencia en el Imperio Romano. Y - también en esta lengua extraña con tres mil años de historia - escribió Shota Rustaveli 'El caballero en la piel de tigre'. Rustaveli (1172-1216) fue un rico aristócrata, ministro del tesoro durante el glorioso reinado de la Reina Tamar (la etapa más dorada que se recuerda en aquellas tierras), gran viajero y conocedor de la literatura persa y árabe. 


Shota Rustaveli.
Monasterio de la Cruz (Jerusalén)


Y ¡ahora sí! se va a producir el momento mágico de unión entre feminismo del siglo XXI y un poema caballeresco del siglo XII compuesto en el Cáucaso. Y será maravilloso.


¿Cómo responder a tu pesar sólo con palabras...?
Dime cuál es el tormento que te apena y su remedio.
El caballero en la piel de tigre. (Estr.26)


Sí, en los poemas caballerescos los hombres adoraban sin reserva a su amada, y éstas no necesitaban exhibir pancarta alguna. Nueve siglos después, mientras gritamos hasta quedar afónicas para que los hombres se sometan a nuestro yugo, ni imaginamos que hace nueve siglos, el amor que sentían los nobles caballeros hacia sus amadas era total, un sometimiento absoluto. Porque todo lo que procedía del amor era fuente de honor. O al menos así lo creía Rustaveli. Un amor que rozaba la idolatría, que surgía de forma inmediata, donde el enamorado pasaba a ser un enfermo, la amada - mientras - se quedaba tan campante en casa urdiendo nuevos planes maléficos para el caballero, que él llevaría a cabo sin rechistar.

Si la amada desaparecía, se adentraban en bosques mágicos, en naturalezas salvajes, porque ya no tenían lugar en el mundo. Este amor enloquecido era fuente de sabiduría. Porque esta última no es más que la necesidad de que los hombres y las mujeres sean capaces - en su avance vital -  de crear historias mágicas donde alcancen un nuevo nivel de existencia.

Ese nivel de existencia mágico y misterioso lo vamos minando poco a poco con nuestras ideas de contingentes, y nuestro desprecio a lo que la historia y la literatura nos enseñan.

El siglo XX en Georgia fue un cúmulo de desgracias provocadas por el hombre. De mujeres camaradas al servicio de asesinos como Beria o el propio Stalin. De literatura perdida, de identidades difusas. Donde las mujeres lloraron y lucharon para nada, porque de ese mundo nada queda excepto las brasas de décadas de sumisión a un poder que pretendía salvarlas.

No tengo que elegir el mundo en el que quiero vivir, ya lo hice hace mucho tiempo. Y desde luego, no es el que pintan para mí en paredes, ni escriben en manifiestos llenos de frases intrascendentes. Si apartamos a los hombres de nuestra vida, no podremos enviarlos a luchar contra dragones o a buscar griales lejos, muy lejos. Tal vez sólo sirvan para eso, pero con eso, es suficiente.

Te debes a mi servicio por dos razones en verdad:
primero porque eres un caballero que ningún otro puede igualar
y después porque me amas, si ello es verdad y no una mentira.
Ve, busca a aquel hombre donde se encuentre, ya sea cerca o lejos.


El caballero en la piel de tigre. (Estr.130)

Leed mucho.
M.