domingo, 6 de diciembre de 2020

Las pasadas navidades ('Last Christmas') y el adiós a la inocencia.

Me enternece escuchar cada navidad la canción 'Last Christmas' de Wham!. Una canción que no habla de la navidad, ni tiene que ver con ella en absoluto. En realidad es la queja de un hombre despechado, que suspira por la ingrata de su amante, con la que estaba liado en las navidades del año anterior. Le entregó su amor, su dignidad..., y ella, la muy ladina, le dio calabazas. En el video clip de 1984, se daba a entender - por darle morbo a la historia - que la muy fresca se había liado con su mejor amigo.


La canción, sin embargo, se ha convertido en un himno de la NAVIDAD. Se ha versionado en todos los estilos, como un oráculo de espíritu navideño en estado puro. Lo cual pone de manifiesto dos cosas, una, que el inglés se habla en todo el mundo, pero con conocimientos muy superficiales. Y dos, estábamos ciegos al no darnos cuenta que George Michael era un homosexual declarado. Hay un momento en el video, cuando él recuerda un paseo por la nieve con su ex-amante, en el que resbala y cae desde un montículo, no darse cuenta - al ver esta escena - que era gay sólo se explica por una ceguera profunda. Yo era (en 1984) una de esas ciegas que babeaba viendo el video. Ahora, 36 años después, me emociono al observar mi ignorancia, ilusión y maletas de sueños que componían los retazos de mi cabeza cuando veía este video. Porque entonces era una niña que cada día rellenaba el futuro por venir con escenas como esta, sólo que yo jamás hubiese dejado a George Michael en la estacada. Si se me hubiese declarado, nuestro amor hubiera durado eternamente. 

En estos años el mundo ha cambiado tanto, que me siento incapaz de abarcar la nube de desilusiones y tropiezos que ha sufrido el imaginario que creé entonces en mi cerebro. Un imaginario que pasaba por creer que George Michael era un hombretón. Al igual que me sucedió con otros mitos caídos, a los que acompañé en su descenso al abismo, sentí una especie de mimetización y conmiseración durante su viaje al infierno, cuando se convirtió en un juguete roto y fue apartado de la escena pública porque molestaba. Finalmente, tras su muerte en diciembre de 2016, se cerró la puerta de un mundo que las redes sociales, internet y la globalización mal entendida, habían lapidado y maquillado de forma que parecía un zombi buscando su tumba sin encontrarla. Mi mundo, el de mis sueños, se había apagado, un video rodado en 1984 se consideraba una reliquia del pasado, era un villancico caduco y tierno. Hay pequeños hechos que son en realidad puntos de inflexión.

George Michael, por si hay algún defensor de los derechos de los gays entre mis lectores, no fue apartado del olimpo por ser homosexual. Nada de eso, fue apartado por no seguir la corriente de estupidez que reinaba (y reina) en el mundo, cuando se cansó de ser la marioneta de otros, conseguido un nivel de renta aceptable (esto es fundamental), se dedicó a decir lo que se le pasaba por la cabeza, y de paso transgredir toda norma relacionada con lo políticamente correcto. Yo le aplaudo, porque me hastía sobremanera este mundo de frase idiotescas y huecas. 

Recuerdo cuando fue detenido en un parque público por intentar mantener relaciones con un individuo (gancho de la policía). ¡Qué cosa tan absurda! Gastamos dinero del contribuyente en perseguir algo de forma aislada de cara a la galería, para desmitificar a alguien molesto, creo recordar que lo eliminaron de las nominaciones a los premios de la música británica. Todos sabemos que hay tugurios donde se practica este tipo de intercambios, cada cual que haga lo que le parezca con su cuerpo. Tuvo otro momento de gloria cuando dijo que había que perseguir a las mafias que traficaban con la droga, no a los que como él tenían dinero para pagarla y no le hacían daño a nadie consumiendo. ¡Pobre! Lo pusieron como un guiñapo humano. Eso sí, Maradona es un héroe... ¿Por qué? No lo sé, es otra de las idioteces del mundo moderno, el tamiz con el que se filtran los pecados dependiendo de sabe dios qué sandeces. Hay muchos ejemplos de drogadictos peligrosos que han pasado a la historia como héroes, John Lennon, Jim Morrison, Kurt Cobain... Seres que estaban tan colgados que sufrían delirios preocupantes, Lennon llego a decir que el dinero y la riqueza era malignos, que soñaba con un mundo bucólico donde no existiría el parné, mientras habitaba en un ático en Manhattan y vivía a todo trapo. Sólo se explica semejante despropósito si estás colocado. Sorprendentemente este idiota tiene aun muchos seguidores (disculpadme si aquí me excedo, es que Lennon siempre me ha caído mal).

En 1993, comenzó una batalla legal contra la discográfica Sony Music, alegando - a grandes rasgos - ser un esclavo explotado y mal pagado. Perdió, y pagó las consecuencias. Ya fue - hasta su muerte en 2016 - un apestado, su homosexualidad pasó a un segundo plano, podía levantar simpatías, o alguien podría llegar a la conclusión que había homofobia a la hora de apartarlo. Desde ese momento sólo salían a la palestra las noticias más estrafalarias relacionadas con su persona, como siempre, el periodismo a la caza de lo extraño, no de lo cotidiano. 

Pero - para mí - su momento más deslumbrante, fue la publicación del single 'Praying for time' en 1990. He escuchado la canción muchas veces durante el confinamiento al que nos han sometido en 2020, repasado cada uno de los párrafos, como si estudiara un oráculo, uno de hace 30 años, uno que nos advertía que deberíamos ponernos a rezar para conjurar nuestra ceguera e hipocresía. Porque dios había dejado de observarnos y de contar nuestros fallos, había perdido la cuenta ante tanta maldad. La caridad, afirmaba, es un abrigo que nos ponemos dos veces al año, la ignorancia, la mediocridad y las excusas de medio pelo son las que guían nuestros pasos. Hay miseria al otro lado de la puerta, miseria que no queremos ver, porque - repite - somos conscientes de que dios, si existe, ya ni nos mira. 

Yo creo que en 1984 los dioses sí me miraban, proyectaban un halo de inocencia sobre mí que me hacía inmune a los ataques de realidad que George Michael predijo en 1990. He intentado preservar siempre mi inocencia, pero este año, el año del Covid19, no me ha quedado más remedio que mirar al cielo, y ver que - efectivamente - ya no había nadie que arrojara sobre mí la luz cegadora de la inocencia. 

No soy una visionaria, ni una pesimista, sólo digo que los héroes y los sueños los fabricamos nosotros, porque los dioses, como dijo George Michael, hace tiempo nos dejaron vagar dentro del naufragio del progreso.

Feliz Navidad.

M. 

domingo, 1 de noviembre de 2020

El fascinante viaje hacia los recuerdos... 'Como polvo en el viento'

Ayer, volviendo a casa en el metro, meditaba sobre Madrid. No sé cuándo acabará la situación lamentable que estamos viviendo. Cuándo recuperaremos la cordura... ¿Cuándo? No dejo de sentirme como una marioneta, no puedo evitar tener la sensación de estar en manos de personas que - a su vez - creen estar inmersas en un agujero negro en el universo. Un círculo vicioso de insania y decisiones precipitadas.

Llegué a una conclusión algo obvia, no sabemos separar la 'cosas del comer' del 'mundo de las ideas'. Constantemente nos confundimos. Creemos que los avances de la humanidad tienen que ver con que gurús chusqueros digan frases ridículas pero biensonantes, o bien que los dirigentes mundiales anuncien a bombo y platillo que todo será maravilloso. Cuando la cruda realidad es que - mal que me pese aceptarlo a mi también - lo único que necesitamos ahora es un plan para comer en los próximos años tras esta hecatombe. ¿Qué medidas de calado se adoptarán para que no acabemos matándonos unos a otros? Parece exagerado, pero no lo es.

Lo ilustraré con un ejemplo, antes de meterme de lleno a hablar de la última novela de Leonardo Padura. Hace unos días el Papa Francisco apoyó públicamente las uniones civiles entre personas del mismo sexo. ¡Bravo por él! Lo digo con la mano en el corazón, cada persona tiene derecho a vivir el amor como quiera, no sabemos si tenemos más vida que esta, hay que procurar ser felices en todo momento. Que el Estado coloque en un plano de igualdad a todas las formas de amor, es genial. Pero es un debate que a mi me parece inane, es así - en 2020 - y punto. Si me preguntasen ¿crees que a Jesús o a otras divinidades les parecería bien? Creo que sí, siempre les ha parecido bien. Como omnipotentes que son, se han tenido que adaptar a los tiempos. Hace dos mil años no había homosexualidad pública, ni se planteaban estos debates. Los legionarios romanos se acostaban entre sí en momentos de desesperación, sin más. Con una esperanza de vida de 30 años, viviendo a la intemperie la mayor parte del año y cazando jabalíes para poder comer, considero que entre sus preocupaciones no estaba exigir al Emperador Romano la aceptación social de la unión de parejas del mismo sexo. Jesús tampoco se lo planteó (y eso que - en caso de ser hijo de Dios - veía todo, lo pasado presente y futuro). Las necesidades afectivas e intelectuales de los humanos cambian, pero no nos dan de comer, pertenecen al 'mundo de las ideas' de Platón. En ningún caso nos dirán cómo alimentaremos a seis mil millones de personas en los próximos diez años.

Por ello, si somos capaces de separar nuestra vida afectiva e intelectual de los avatares económicos del tiempo que nos toca vivir, lograremos bosquejar una senda de cordura. Este es uno de los mensajes de la maravillosa novela de Leonardo Padura, 'Como polvo en el viento' (Tusquets Editores SA-2020). Soberbia y titánica. El libro que todos querríamos escribir. Imposible imaginarlo en otro idioma que no sea el español. Nuestra mayor aportación a la humanidad es esta lengua maravillosa, llena de recovecos y matices en la que caben todos los sentimientos y dudas, en la que nos expresamos torciendo y modelando un lenguaje que está vivo, y que es capaz de producir piezas sublimes como esta novela.

Padura nos propone un viaje, el del desarraigo y la gestión de las emociones en distintos entornos, desde principios de los años 90 del siglo XX hasta ahora. El marco común de las vivencias es Cuba. El de los desarraigos, Estados Unidos y España. La búsqueda de una vida mejor, sin perder de vista la pertenencia y los afectos, incluso los truncados teñidos de violencia, remordimientos y misterio. Porque en la novela también hay asesinos sin rostro y desaparecidos. Pero sobre todo se hila una trama totalmente redonda, donde - al concluir - no queda cabo sin atar, ni situación humana por analizar. Está todo, Cuba y el comunismo, por qué unos se quedaron y otros huyeron, Estados Unidos su forma de vida y la situación de los cubanos, Madrid, Barcelona, el nacionalismo catalán y sus incongruencias, la comparación entre muchos mundos y realidades, la homosexualidad, las relaciones entre padres e hijos, la amistad resquebrajada pero siempre presente, la cobardía, el valor, el amor inesperado pero intenso, la fe en distintos dioses; en definitiva el viaje por la vida, pero magistralmente contado. 

Sorprende el realismo con el que Padura habla de las miserias del régimen viviendo en La Habana, del hambre de los años 90, de los desesperados que se lanzaban al mar en un bote hecho con despojos de aquí y allá, de la represión, del espionaje de todos por todos, de un mundo donde no había nada y se traficaba con todo, de los distintos puntos de vista tras la visita de Obama a la isla en marzo de 2016, donde se trasluce su propio parecer, que no es otro que la visión de una mente lúcida y crítica. Formula un deseo, el del respeto, y la descripción del 'mundo de nuestras ideas', que debería ser estable y mullido, para permitirnos abordar temas menos obvios,  pero más necesarios.

''Comprendía, en fin, a todos: a los que negaban, a los que asentían, a los que dudaban. A los que no miraban atrás tanto como a los que volteaban la cabeza y les dolía lo que veían y lo decían. O se callaban. A los que persistían y a los que aplaudían igual que a los fatigados, a los discretos, a los vociferantes, a los movidos sólo por la inercia (...). Y es que, pensaba, aquel debía ser el principio básico de la libertad esencial de la especie que había creado el universo social: el derecho personal a elegir, y el deber de respetar las elecciones de los otros, la libertad de tener voz y a decir lo que se piensa (a favor o en contra), la exigencia de que fueran aceptadas las decisiones de cada uno (...). Lo exigían los vetustos Diez Mandamientos entregados en el monte Sinaí y el Contrato Social que regulaba (o pretendía) y los protegía de la ley de la selva, la del más fuerte, la del más poderoso.''

"Como polvo en el viento". Tusquets Editores SA. 1ª Edición. Sept.2020. Páginas 296 y 297. 

Y desde su coherente mundo de las ideas, nos lanza un órdago, la disyuntiva entre saber y no saber. Entre percibir la realidad como es, o como queremos que sea. ¿Es mejor aspirar al mundo de las ideas para huir de una realidad orweliana como la que vivimos? ¿Hay que aterrizar y tomar un cruel contacto con lo cotidiano?

'Más de treinta años después de aquella primer conmocionante lectura de 1984 (...) Clara volteó los ojos de su memoria hacia los años de la inocencia y se volvió a preguntar qué era mejor: ¿saber o no saber? ¿Vivir en la oscuridad o descubrir que existen no sólo las sombras, sino también la luz (o viceversa)? ¿Creer sin dudar o dudar y luego perder la fe, o mantener la fe y seguir creyendo a pesar de la dudas? (...)"

"Como polvo en el viento". Tusquets Editores SA. 1ª Edición. Sept.2020. Página 115. 

Es imposible salir indemnes de la realidad, sea la que sea, por más promesas de paraísos perdidos que nos dibujen, como polvo en el viento. El comunismo de Cuba con sus ansias de igualdad que nunca vieron la luz, destruyó generaciones enteras. Las hizo vivir con la única ilusión de la amistad y la ignorancia de lo que había fuera. Ahora, con un mundo donde resulta imposible esconder las miserias bajo la alfombra, debemos preguntarnos si no queremos recuperar nuestra propia inocencia, nuestra parcela, nuestra realidad, nuestro pequeño universo de los sueños. Los personajes de Padura se lo plantean una y otra vez, cuando comienzan a vivir en el mundo de los 'ricos' y se pierden en una rutina salvaje y desconcertante.

Porque, queramos o no, otros nos arrastrarán tarde o temprano donde no queremos ir.

(...) en medio de tantas incertidumbres cuyos orígenes y consecuencias superaban su voluntad de hierro y se cernían tétricas sobre su ventura. Porque las convulsiones del mundo y de su intimidad comenzaban a prefigurarse como insuperables y amenazaban con golpearle la frente con un dedo (¿o un bate de beisbol?) para tirarlo de culo y cambiarle la vida (...)

"Como polvo en el viento". Tusquets Editores SA. 1ª Edición. Sept.2020. Páginas 119 y 120. 

Uno de los personajes del libro, Clara, el eje sobre el que gira toda la trama, se convierte en la respuesta a todos estos interrogantes. La quietud y la calma, la toma de contacto con la realidad, sea como esta sea. Todos huyen y se transforman, pero... ¿Es esa la solución? Ella, en los capítulos finales, reflexiona y se enfrenta con la adversidad, cuando ya nada le importa, porque tal vez todo le ha importado demasiado. Para comprender que sólo hay una victoria final, que se cuela como polvo en el viento cada día de nuestra vida.

Leed el libro,

M.




domingo, 4 de octubre de 2020

Un cuadro del Museo del Prado.

Hoy hablaré de un cuadro.

He ido tantas veces al Museo del Prado en los últimos años, que conozco cada una de las salas y la disposición de los cuadros. Cuando hay cambios, que los hay, me doy cuenta al segundo. Los clásicos siempre están, pero hay 'cuadros comparsa' que van rotando, algunas veces me sorprendo, otras - sobre todo si se trata de naturalezas muertas y flores - me quedo fría. No todo lo que se expone en museos de primer nivel como El Prado es una obra maestra. Pero todos los cuadros tienen derecho a ver la luz, para que cada uno los interpretemos a nuestra manera.

Todo ese equilibrio, esas salas que recorría despreocupadamente mientras daba forma a mis locuras y sueños, se vio ¡cómo no! totalmente trastocado por la aparición de nuestro amigo Coronavirus. El Museo estuvo cerrado desde mediados de marzo a hasta junio de este año, por primera vez desde la Guerra Civil el Prado se cerró como una concha y guardó todos su secretos a la espera de tiempos mejores.

En junio, cuando pude volver al Museo, me encontré con que muchas de las salas que yo recorría estaban cerradas y los cuadros dispuestos de una forma completamente novedosa. 'El  Reencuentro' llamaron a esta nueva experiencia. 

A mi me gusta la idea, han reordenado las obras maestras de una forma cronológica, confrontando en algunos casos cuadros que sirvieron de inspiración a otros, dedicando la sala principal de la planta de arriba a la estrella del Museo, Diego Velázquez

Otro de los reclamos del Museo no se puede ver, 'El Jardín de las Delicias', de El Bosco. No sé muy bien la razón, pero el cuadro no está visible.

Como ya he comentado alguna vez aquí, la parte más valiosa de la colección la gestaron los Austrias, cada uno de ellos tuvo un pintor favorito, el primero de ellos, Carlos I de España, vio en Tiziano la culminación de todas las virtudes del arte. No cesó de encargarle cuadros, que ahora están en el Museo. Pero hay uno que ahora se puede ver en la galería central de 'El Reencuentro', que sobresale por encima de todos, una obra que capta mi atención de forma hipnótica, no puedo parar de mirarlo, porque cuando lo contemplo mi cabeza gravita y comienza a generar conexiones entre tres mundos, en el que vivo en 2020, el de hace 465 años cuando se pintó y el del más allá que aparece en la parte superior. El cuadro: 'La Gloria'

'La Gloria' 1551-1554. Óleo sobre lienzo 346x240 cms. Museo Nacional del Prado (Madrid)

Hay un vídeo del director del Museo, Miguel Falomir, que explica muy bien la gestación e idea del cuadro. Podéis dar al link para tener una idea general, no es mi objetivo hablar de temas histórico/técnicos que se pueden consultar en la web del museo o en Wikipedia. Yo quiero describir mi aprendizaje personal entorno a este cuadro.

Tiziano no es de mis pintores favoritos, Felipe II debía compartir mis gustos, porque - cuando murió su padre - las obras que encargó al pintor veneciano fueron pocas. A Tiziano debía importarle poco, era el más famoso artista de la época y le sobraban los clientes. Cuando se pintó 'La Gloria' Tiziano tenía más de setenta años, el doble de la esperanza media de vida de la época. Afirman los entendidos que las caras del emperador y su familia no fueron pintadas por el maestro (de ahí su falta de fuerza), sino por miembros de su taller. Pero esta es - para mí - la parte más interesante de la obra.

En mis cientos de paseos por las salas del Museo, debo reconocer, nunca me había fijado especialmente en este cuadro. Lo veía demasiado grande y muy academicista. Hasta que, buscando información sobre las colecciones reales de los Austrias españoles, encontré un repositorio de conferencias sobre la obra, y no entendí cómo la había ignorado durante tanto tiempo. No por su calidad, mi percepción sobre este particular no ha cambiado, más bien por su significado y la fuerza de la fe en el más allá que emana de él. 

Estamos ante un momento clave en la historia (1556), el instante en el que el hombre que más poder atesora en la Tierra, decide irse a un monasterio perdido de Extremadura, alejarse de la vida pública (lo más lejos posible de su Flandes natal) y prepararse para presentarse ante su dios cristiano como el más humilde de los hombres. Leed y pensad esto varias veces, porque para mí es sublime. El Emperador está cansado de las luchas internas y externas, sabe que su tiempo en este mundo se acaba, y dispone presentarse ante Dios con un sudario de algodón, rodeado de las almas de las personas que más quiere, su esposa - ya fallecida en ese momento - Isabel, sus dos hijos Felipe y Juana, y su dos hermanas, María y Leonor. 

El emperador llevó a su retiro en el Monasterio de Yuste este cuadro, es más, lo encargó precisamente con este fin. Desde su cama veía por un ventanuco esta pintura que estaba colgada en el altar mayor de la iglesia (actualmente se expone una copia). Así imaginaba el tránsito hacia la eternidad, en su profunda fe (difícil de entender este sentimiento en 2020) sabía que nada de lo que atesoramos modificará la pureza de nuestros sentimientos, y el Emperador, que había sentenciado a personas a muerte, había participado en cruentas guerras y aplastado sin piedad a sus enemigos, vio con prístina claridad que nada de esto aportaba valor a su vida. Lo único que quería mostrar a su dios era un sudario, el perdón a sus enemigos y su arrepentimiento.

Nada le importaba ya de las pasadas afrentas con sus enemigos, tras una vida itinerante y plagada de intrigas, lo único que le importaba era estar en paz consigo mismo y con Dios. El emperador murió en 1558.

Hagamos una pequeña comparativa y una crítica (otra vez) a los sistemas educativos y a los medios de comunicación. Tenemos en nuestra cabeza la idea de que los faraones, los reyes, los zares y los emperadores estaban rodeados de lujo y embrujo, en la vida (por supuesto) y en la muerte (pensemos en las pirámides o en las tumbas reales que pueblan el mundo). Incluso cuando personajes como Mao o Lenin - adalides de la igualdad entre los hombres - murieron, fueron embalsamados en mausoleos para que los recordásemos durante siglos. Imagino que las momias de ambos personajes acabarán desintegradas tarde o temprano. Nada dura eternamente, esto es lo que vio claro Carlos I. Pero nadie nunca nos ha contado que precisamente (repito) el hombre que más poder ha atesorado en la historia, dispuso lo contrario. ¿Por qué nadie nos cuenta esto? ¿Por qué se lapida la espiritualidad? En este caso no es por mostrar una debilidad o una superstición, creo más bien que para justificar comportamientos extravagantes y megalómanos de todos los gobernantes pasados, presentes y futuros. Cuando publican - en los periódicos de mayor tirada - semblanzas del Emperador, casi siempre olvidan este pequeño detalle de su vida, y si lo mencionan lo tiñen de culpabilidad y remordimientos.

Dado que se empeñan en aniquilar la faceta de la trascendencia humana y su sentimiento ante Dios (repito, da igual la confesión), siempre que estoy delante de 'La Gloria' me pregunto: ¿Dónde debemos buscar nuestra dimensión espiritual? ¿En qué región de nuestro mundo en 2020 - que no vemos ni buscamos - se encuentra la parte superior del cuadro? ¿Nos observan los dioses? ¿Nos han abandonado enviándonos una legión de virus? ¿Por qué nuestros gobernantes se olvidan de lo efímero de La Gloria y convierten sus decisiones en extrañas plagas que siembran el caos? 

El resto de personajes que aparecen en el cuadro, tan mortales como el propio Emperador, tales como Tiziano (que se autorretrata), el embajador del Reino de Castilla en Venecia (que no sabemos quien es, pero está), personajes bíblicos como Noé, el rey David, Moisés..., conforman el mundo descrito por San Agustín en su obra 'Ciudad de Dios', imagen de lo qué vamos a encontrarnos cuando pasemos la puerta de la eternidad. Hoy, personajes mucho menos poderosos de lo que fue nuestro Emperador, ni se lo plantean, y esto debería aterrorizarnos. 

En la parte inferior de cuadro aparecen los peregrinos, esto es - de forma figurada - lo que somos, almas en busca de la trascendencia. A pesar del indudable progreso que nos rodea, no sabemos ni qué buscar ni dónde buscar. Por eso los discursos huecos, cargados de palabras que combinadas no son más que cenizas que se llevará el viento, hacen tanta mella en las decisiones que tomamos. Porque no nos paramos para contemplarnos sin nada de valor entre las manos. Porque - como yo - hemos pasado delante de obras como esta de Tiziano sin verlas, sin reflexionar la razón de nuestra continua lucha, sin saber bien qué general dirige la batalla. Si es que hay batalla, tal vez no haya ninguna, y eso es lo que - en el ultimo instante de su vida - vio Carlos I en su habitación del Monasterio de Yuste.

Id al Museo del Prado a ver el cuadro de Tiziano, por favor.

M.


jueves, 24 de septiembre de 2020

El año más extraño de mi vida... "Nadie puede decir qué es verdadero y qué no lo es"

Este año está siendo el más extraño de mi vida. Ya he hablado de esto aquí y en otras publicaciones, el 2020 está siendo rarísimo, la causa es obvia, el coronavirus. No puedo comparar nada de lo que he vivido hasta ahora con este año que comenzó bien, pero que se ha convertido en algo inquietante, ha llegado un momento en el que creo ser la protagonista de una de las novelas de Haruki Murakami, con todos los ingredientes propios de sus libros, las sectas, las realidades paralelas, los sucesos paranormales en las montañas... Y todo acompañado por compases de piezas de música clásica, también muy de su gusto, tales como la 'Sinfonietta' de Janácek, o 'El Caballero de la Rosa' de Richard Strauss. 

Repasando muy rápidamente, en marzo nos encerraron en casa para evitar que nos contagiásemos y luego - de forma gradual y sin criterio alguno - nos fueron dejando disfrutar del aire libre. Los perros ya disfrutaban de estos privilegios desde el primer día de confinamiento, afortunadamente para ellos. Podían caminar, y sus dueños - daba igual que tuviesen el bicho dentro de sus cuerpos - podían socializar con otras personas que paseasen animalitos. A principios de mayo, podíamos salir dos horas, todos a la vez, en masa. Luego ya pudimos ir a las terrazas, porque allí, por muy cerca que estuviésemos de un enfermo y aunque nos tosiera, no íbamos a contagiarnos. Al supermercado hemos podido ir siempre, pero dos personas juntas no, en casa sí podíamos estar juntos, pero en el supermercado, no. Como en todo estado funcionarial sin capacidad de pensar y con la mentalidad sin visos de maleabilidad, las medidas adoptadas nos igualaron a todos. Los habitantes de las montañas, sin vecinos cercanos, fue obligados a quedarse en casa, daba igual que el potencial contagiado no existiera. De esta forma, siguiendo las directrices del paraíso de la igualdad y la coherencia, un individuo que compartía casa con otras cinco personas en un piso de 50m2 en un barrio populoso de Madrid o Barcelona, fue obligado a quedarse en casa, encerrado. Cuando llegó el verano, nos dejaron vivir con aparente normalidad, pudimos ir a la playa y hasta llegamos a pensar que todo había acabado. Pero la irrealidad que se instaló en nuestras vidas en marzo temo que vino para quedarse un tiempo más, porque los españoles somos generosos, flexibles mentalmente, valientes y corajudos, pero NO sabemos gestionar. Y claro, la irrealidad se instalará un tiempo más entre los escombros de nuestra rutina.

Por eso, entre los cientos de libros que tengo en mente, y que voy anotando cuando leo reseñas, o me llaman la atención en las librerías, escogí - sabiendo exactamente el mensaje que quería dar a mi cerebro - "La Muerte del Comendador" de Haruki Murakami.


La Muerte del Comendador. Edición en Japonés (2017)

Antes de tratar de exponer mis conclusiones, y ojala me equivoque, a Murakami no le darán nunca el Premio Nobel, los nórdicos carecen de la sensibilidad y apertura de mente necesarias para aprender de estos libros. Son un compendio de conceptos velados y de enseñanzas de todo tipo, especialmente de música y de historia, difíciles de comprender para un sueco, cuyo concepto de la literatura es compacto y casi inmutable. Las percepciones en forma de sierra de sus personajes, y la encantadora forma de escapar de la realidad, no creo que puedan ser entendidas por un jurado cuya lengua materna - además de muerta - es conceptualmente opuesta al japonés de Murakami. Digo esto porque estudié japonés unos años, y tengo los esquemas básicos en mi cabeza, ninguno se acerca a los rígidos conceptos que exige la concesión de un premio como el Nobel. Pero puede que esté equivocada, lo cual me llenaría de alegría, porque creo que merece el premio. 

Vamos con el libro, publicado en dos volúmenes en 2017 en Japón, incluye todos los ingredientes murakamianos, al menos de '1Q84' y 'Kafka en la Orilla'. Personajes que viven en grandes ciudades buscando su individualidad y su camino, esto es muy importante en Japón y en oriente en general, porque la idea de individuo no existe de la misma forma que en Europa, allí una persona existe porque forma parte de la naturaleza y del medio que le rodea. Esta idea tiene que ver con el budismo, pero sobre todo con el sintoísmo, pero no quiero extenderme en esto. Otro de los temas recurrentes es el de las realidades paralelas, no porque vengan seres del más allá a pegar sustos, nada que ver, su obsesión es llegar a entender qué parte de nuestras vidas es real y tangible, y que parte corresponde a un mundo paralelo que influye poderosamente en nuestras vidas, pero que no sabemos que forma darle. En el caso de esta novela las ideas y metáforas se hacen visibles al protagonista e incluso hablan con él, siendo una mezcla de creación propia y de materialización de los avatares propios y ajenos, en una mezcolanza que no permite saber qué es verdad y qué no lo es. 

Para llegar a dar forma a esta fórmula, siempre aparece un bosque, en algún momento, alguien clave en la trama, vive en una casa solitaria en medio de una naturaleza exuberante. El protagonista (del que no sabemos su nombre) es un pintor de retratos, con bastante éxito, vive en un apartamento en Tokio con su mujer. Un día ésta le comunica que tiene una aventura, y que quiere divorciarse. Tras un viaje errático por la isla de Hokkaido (norte de Japón), acabará instalándose en un bosque cerca de la ciudad de Odawara, a unos 100 kilómetros al sur de Tokio cuyo propietario fue un pintor famoso (Tomohiko Amada) que pasa sus últimos días en una residencia de ancianos. El hijo de éste, amigo de la facultad del narrador y protagonista, le deja la casa porque prefiere que haya alguien para que no se deteriore o la ocupen extraños. El caldo de cultivo está ya en su punto, hay que tomar nota de todo, porque en cada capítulo vamos a aprender algo, en un vaivén de acontecimientos históricos, con música de fondo de óperas que se materializan en cuadros. Puede resultar algo raro, pero no es más que la una descripción - ciento cincuenta años después - de la apertura de Japón a occidente tras la Era Meiji (1868-1912), aderezado por el trauma que supuso la Segunda Guerra Mundial para los japoneses. Una catarsis que alcanzó su punto culminante en agosto de 1945, cuando los aliados lanzaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Resulta difícil entender por qué el emperador de Japón se alió con Hitler en 1940. Tras la firma de del Pacto Tripartito, los japoneses iniciaron una guerra particular y cruenta en el Pacífico, dando forma a una leyenda de fanatismo que les ha perseguido hasta que (parece una tontería, pero no lo es) Clint Eastwood rodó 'Cartas desde Iwo Jima', mostrando una realidad diferente, las de unos niños indefensos luchando por las ambiciones de otros.

Pues bien, de nuevo aparecen las heridas de esos tiempos, en la figura de Tomohiko Amada, un pintor prometedor, de familia acomodada, que vive en Viena en la época del Anschluss y que se ve arrastrado por los acontecimientos de forma dramática. Regresa a Japón para convertirse en un pintor tradicional japonés, borrando de su cabeza las vanguardias europeas, en un ejercicio de búsqueda de sus propias raíces, porque quizás Japón debió seguir siendo un conjunto de islas aisladas en el Pacífico. Cuando el protagonista se instala en la casa de las montañas, irá descubriendo la vida oculta de Tomohiko Amada y encontrará, guardada en un desván, una pintura oculta de estilo tradicional japonés titulada 'La muerte del comendador', con personajes del Periodo Asuka, pero que en realidad representa la primera escena de la ópera 'Don Giovanni' de Mozart

Se abre la Caja de Pandora murakamiana. Porque el descubrimiento del cuadro atrae a un número notable de personajes extraños, solitarios e introvertidos que proyectan sus ideas hacia este y otros mundos de forma que no sabes si la luz que vemos es una metáfora de la sombra, y la sombra una metáfora de la luz. De forma más sencilla, nadie puede decir que es verdadero y qué no lo es. 

Buscando el paralelismo con la pandemia del 2020: "Una buena metáfora consigue que aparezcan las posibilidades latentes que hay en todas las cosas. Es lo mismo que sucede con un buen poeta cuando crea escenas nuevas, distintas, en un paisaje conocido. Una buena metáfora puede convertirse en un buen poema, ni que decir tiene. Debe intentar no apartar sus ojos de ese nuevo paisaje'. A nuestro alrededor se está creando una metáfora, muy mala.

Hay muchas enseñanzas en la novela, la primera es obvia, de cada pincelada que da sobre música, literatura e historia se abre un mundo para investigar. Os acercaréis a pianistas como George Szell o Maurizio Pollini, a novelistas japoneses como Mori Ogai o Akinari Ueda, asistiréis a acontecimientos históricos como 'el incidente del Puente de Marco Polo' (Julio 1937) o la 'Masacre de Nankín' (Diciembre 1937), y entenderéis algo más del proceso de occidentalización de Japón leyendo sobre el movimiento 'Wakon Yosai' y Ernest Fenollosa.

La segunda enseñanza se resume con esta idea: Únicamente cuando nos quedamos solos, y lo que nos rodea es inquietante, comenzamos nuestro verdadero viaje. Tal vez, al acabarlo, volvamos al punto de partida. 

La idea del tiempo en oriente es circular, no lineal, es importante tener esto en la cabeza para entender la moraleja del libro. Volver al punto de partida no es una derrota. Para nosotros sí, porque siempre avanzamos el línea recta y no tenemos permitido volver ni mirar hacia atrás, lo que nos resta mucho aprendizaje.

Recomiendo la lectura de este libro sin duda, para entendernos y para entender lo que estamos viviendo en 2020, porque como dice Murakami, 'la burocracia es terrible. Una vez que toma una decisión, resulta imposible cambiarla. En caso de corregir, alguien debe asumir la responsabilidad y nadie quiere hacerlo." El camino que hay trazado para cada uno de nosotros es irreversible y de funestas consecuencias, por eso es mejor huir a las realidades paralelas murakamianas y aprender en soledad, porque el verdadero viaje está todavía por disfrutarse.

Leed mucho.

M.

viernes, 18 de septiembre de 2020

"Trilogía de El Cairo" de Naguib Mahfuz

Naguib Mahfuz es poco conocido en España. Creo que en el mundo en general. Como las noticias que nos ofrece la prensa son siempre hechos aislados y esperpénticos, tendemos a pasar por alto la normalidad y la coherencia, por eso escritores árabes como Mahfuz han sido completamente enterrados. Todo obedece a la estrategia de maquillar a cada habitante de la tierra en base a la globalización de tópicos colectivos. 

Los nuestros son claros, los toros, el flamenco, la siesta y la vagancia. Nos molesta muchísimo que nos retraten así, pero actuamos de la misma forma cuando se trata de caricaturizar a otros grupos de gente. Pensemos en Egipto, lugar de nacimiento de Mahfuz, creemos firmemente lo que cuenta un imbécil con ansias de engrosar las filas de los periodistas de investigación, cuando nos cuenta una historia completamente aislada y descontextualizada que le ha ocurrido allí. Nos convence - sin discusión - de que allí sólo hay fanáticos, incultura y miseria. ¿Qué sabemos en realidad de Egipto, un país con cien millones de habitantes, con una cultura milenaria y con un diez por ciento de cristianos? La respuesta es muy sencilla, no sabemos nada. Ni del Egipto moderno, ni del antiguo, NADA DE NADA. 

Egipto ha jugado un papel clave en la historia por su situación estratégica en el Mediterráneo, y por la huella que dejaron las civilizaciones que se desarrollaron a orillas del Nilo. El Egipto de los faraones mantuvo su pulso durante miles de años, muchos más de los que duraremos nosotros como 'civilización occidental', con raíces más profundas y efectos que aun se dejan sentir. Por citar algo muy obvio, la concepción que tenemos del mundo divino es un copia/pega de la religión egipcia.

Tal es la fuerza que emana aun de su cultura que - aun hoy - en 2020, los egipcios siguen obteniendo réditos de la civilización que se asentó en el Nilo 3000 años antes de Cristo. Otros reclamos turísticos han sido destruidos a lo largo de la historia, tales como la Biblioteca de Alejandría, pero la Pirámides siguen ahí, a pesar de los expolios - propios y ajenos - y las inclemencias del tiempo. Ya os digo, aunque resulte obvio, que dentro de cinco mil años la Estatua de la Libertad habrá desaparecido, la Torre Eiffel e incluso la Gran Muralla China. Es posible que haya desaparecido todo, pero ese es otro debate que no viene al caso.

Afirma Stanley Payne que hay tres acontecimientos que han cambiado la historia de europea de forma especialmente abrupta, por orden cronológico son: el auge del Islam, la caída de Constantinopla y el Comunismo. En realidad todos están muy relacionados entre sí, aunque no lo parezca. Fue el Islam el que dio el golpe de gracia al Imperio Bizantino, los emperadores hicieron lo que pudieron por autodestruirse, el veneno y las luchas internas estaban a la orden del día, y no hubo emperador que muriera en la cama tranquilamente de vejez. Pero sin el Islam, y con un poco más de apoyo del Papa de Roma, Constantinopla/Estambul no hubiera caído en manos turcas el 29 de mayo de 1453. Esto sumó otra puerta de entrada a una cultura que ha influido de forma considerable en Europa y no siempre de forma pacífica. El comunismo ha constituido una parte del ideario de la 'Primavera Árabe', tan cacareada por los medios europeos, y que en realidad no ha sido tal, porque los países que participaron en este 'renacer de la humanidad' están peor que  nunca. Pero esa es una de las grandes paradojas del Comunismo, su innegable capacidad de destrucción aparece velada por la cortina de humo que ciega y tiñe de romanticismo toda su filosofía. 

En Egipto, confluyen estos tres acontecimientos históricos de forma clara. Formó parte del Imperio Bizantino, de hecho la concepción ortodoxa del cristianismo que adoptaron los emperadores provenía de Alejandría, cayó bajo la influencia del Islam muy pronto (en el año 641), y fue uno de los participantes más entusiastas de la Primavera Árabe en el año 2011. Conclusión a este bagaje histórico, Egipto sigue igual que hace tres mil años, o peor. Como prueba, la lectura atenta de la 'Trilogía del Cairo' de Naguib Mahfuz. Tres novelas -  'Entre dos Palacios' (1956), 'Palacio del Deseo' (1957) y 'La Azucarera' (1957) - que además de ser una delicia por lo bien escritas y traducidas que están, ofrecen una descripción fiel de un país con una identidad propia muy bien definida, pero contaminada por todos los males posibles que acarrea el hombre, aunque puede que se reduzcan a uno, la ceguera.

El primero de los libros, 'Entre dos Palacios', toma forma durante los años 1917 a 1919, justo hace cien años, en plena Primera Guerra Mundial. Esto es interesantísimo porque nos abre las puertas a un frente bélico desconocido. Nuestra imagen de la guerra son las trincheras de Flandes, pero en Egipto se libró otra particular lucha, que movía lealtades en busca de la independencia de los ingleses y la búsqueda de una cultura propia, que a nadie importaba, excepto a ellos mismos. Porque los ingleses no tenían mayor interés en Egipto que el Canal de Suez. El fin de la guerra no trajo la ansiada independencia, pero si abrió una brecha - insalvable ya - entre la religión y la razón. Su descripción en la novela es soberbia. No nos damos cuenta, pero sutilmente cada uno de los miembros de la familia Abd al-Gawwad representa una mentalidad que despunta y quiere hacer oír su voz. La figura central, el padre, el 'señor' Ahmad Abd el Gawwad, autoritario y feroz con su familia, dueño de un próspero comercio que mantiene una doble vida. Su mujer - Amina - y sus dos hijas - Jadiga y Aisha - no tienen permitido salir de casa bajo ninguna circunstancia. Con su grupo de amigos bebe (prohibido por el Islam) y frecuenta la prostitución de forma abierta y sin remordimiento alguno, creyendo ser merecedor de estas licencias por su condición de hombre musulmán y pilar de su familia.

Entre dos Palacios.
Primera edición en Árabe (1956)

Además de estas dos hijas, tiene tres hijos, Yasín, Fahmi y Kamal. Cada uno de ellos representa un Egipto, una idea de la humanidad y la religión. Interrogantes que se abrieron tras la Primera Guerra Mundial, una crisis imperialista que dejó al mundo buscando respuestas de las formas más estériles y variopintas. Yasín es apasionado, encerrado en su lujuria y en la tranquilidad de la burocracia inconmensurable que perpetúa la inmovilidad y resta capacidad de avance a los países. Fahmi es un idealista anti-inglés, que es manipulado para beneficio de otros, y acabará sus días de forma trágica. Kamal es un filósofo atormentado de principio a fin, que analiza todo con tales matices de realismo y de desconsuelo que llega a convencernos de que no existe solución ni para Egipto, ni para el mundo en general. De hecho, desde su realidad atormentada, renuncia a la religión, sin que ello parezca darle respuestas válidas, tal vez no las hay, y sea precisamente lo que nos descubre este personaje que nos acompaña en la trilogía de principio a fin. Desde que es un niño que va al colegio e intima con los ingleses amparado por su inocencia, hasta que roza los cuarenta años, soltero y con un historial amoroso desgraciado.

La familia Abd al-Gawwad, a lo largo de los tres libros, conoce las más terribles desdichas, ninguno de sus miembros se salva del sufrimiento. Como en toda historia vital, hay desgracias que vienen solas, pero otras las buscamos nosotros mismos. Éstas últimas son las relacionadas con el amor y las relaciones humanas. El padre, con su doble vida, y los hijos con sus desengaños particulares. Amores vetados por la diferencia insalvable entre clases sociales, homosexualidad y el papel de la mujer en una sociedad que dista mucho de poder considerarse moderna, cuya magistral descripción, hace que irremediablemente nos sintamos identificados con alguno de los personajes, o con algún momento de sus vidas.

Es un Cairo real, tangible, una ciudad que nos enseña mil recovecos, y de la que - como decía al principio - no sabemos nada. El rendido homenaje que brinda a su ciudad natal mereció un premio Nobel, no es para menos, pero tengo la certeza de que la mirada lúcida y sin perjuicios, no siempre ha sido valorada como se merecía. O dicho de otro modo, estoy segura de que que ningún analista de la Primavera Árabe, ninguno de los gurús que inundó con su verborrea las páginas de la prensa, y escribió libros para explicar lo allí ocurría, había leído esta trilogía y eso - automáticamente - resta valor a su testimonio. Para conocer Egipto, para entender El Cairo, hay que leer a Naguib Mahfuz. Iría más lejos, para entendernos a nosotros mismos y el papel que jugamos en el ajedrez de la época que nos toca vivir, hay que dejarse llevar por estas páginas.

Hay que leer la novela con la mente abierta, entender que los matrimonios se concertaban, que un día te levantabas y te decían con quién te ibas a casar (esto tenía sus ventajas, porque igualaba a todas las personas a la hora de encontrar el amor). A tu futuro/a compañero/a de viaje no lo conocías hasta el mismo día de la boda. Eso sí, el divorcio - incluso si era la mujer quién lo solicitaba - era algo aceptado y bien visto. Si eras mujer, automáticamente pasabas a formar parte de otra familia al casarte, si ésta tenía rentas, comenzabas una vida casi de holgazanería total, en la que ver pasar las horas en un cómodo letargo era habitual.

Mientras, otros miembros de la familia desafían esta costumbre a la hora de casarse y se enamoran de mujeres de una clase social muy superior, construyendo castillos en el aire. Otra genialidad de Mahfuz, mostrar la diferencia entre las clases altas occidentalizadas educadas en el extranjero, y las - también altas - imbuidas de las enseñanzas del Islam y la sociedad tradicional. Las mujeres sin velo vestidas de corto, frente a las que llevan veinticinco años sin salir de casa. Reflexión imprescindible para entender el Egipto moderno. Como dentro de una gran ciudad palpitan miles de visiones dentro de una misma sociedad.

Al terminar la primera novela, 'Entre dos Palacios', logras esbozar una idea clara de la relación que Egipto tenía con el Reino Unido, sus ansias de independencia, su apoyo a Alemania durante la Primera Guerra Mundial, al menos con el pensamiento, para socavar la presencia inglesa en el país. Como después, comenzó una relación de mutua incomprensión, en la que había fanáticos de ambos lados, pragmatismo inglés y jóvenes idealistas que sacrifican sus vidas sin que sirviera absolutamente para nada. Los grandes políticos sólo aportan ideas, pero nunca se dejan ver en la batalla.

Echo de menos algunos temas, tales como la relación entre cristianos y musulmanes, velado en sus páginas por el torrente de acontecimientos políticos del siglo XX egipcio, algunos de ellos completamente ajenos e indescifrables. Desfilan personalidades reales, con nombre y apellidos, de los que nunca hemos oído hablar, este desconocimiento desenfoca un poco la lectura.

También se nota un cierto cansancio, una pérdida de pulso en el último libro, 'La Azucarera', inmersos los protagonistas en la Segunda Guerra Mundial, Mahfuz no es capaz de explicar, o no quiere, el papel de Egipto y cómo influyó la victoria de los aliados. Es un tema que se diluye y se pierde. Carecería de importancia si el tratamiento que hubiera dado a la guerra de 1914 hubiese sido similar, pero lo cierto es que el análisis de los años diez y veinte del siglo XX es muy detallado, pero los años cuarenta los vela con las desventuras de los protagonistas, la muerte en contraposición con el imparable pulso de la vida. Esto se hace patente en la última página del libro, cuando los hermanos Yasín y Kamal compran en una tienda una corbata negra para un funeral y accesorios para un recién nacido en la familia. Las dos realidades tan juntas siempre.

Para concluir me quedo con una reflexión. Imagino a Mahfuz escribiendo esta trilogía y sintiendo que estaba en una cuerda floja, con una pértiga entre las manos para mantenerse firme. La realidad de El Cairo es tan rica y variada que debía resultar difícil dar forma a sus personajes y debió de debatirse entre mil nociones e ideas. Es una obra colosal y como toda mente lúcida, en algún momento se pregunta cosas como esta:

"Sin embargo, siempre es bueno que el hombre se incline hacia sus sueños. En virtud de lo cual, el ascetismo es una huida, del mismo modo que la fe ciega en la ciencia es otra forma de huida. Así pues, la acción es indispensable, y para la acción es indispensable la fe. Por tanto, la cuestión se reduce a saber cómo dotarnos de una fe adecuada a la vida"
'La Azucarera'. Naguib Mahfuz 
Pág. 5646 - ebook (ISBN 84-270-1473-2 14Jun2011)  

Buscad vuestra fe y vuestros sueños y leed la 'Trilogía de El Cairo'.
M.

domingo, 30 de agosto de 2020

Detectives modernos, reinvención del pasado y la herencia de Eszter.

Es verano, y - como ya he dicho en alguna ocasión - prolifera el oportunismo literario. Miles de novelillas emergen a la superficie, no hay otro momento del año en el que se lea más, al menos en teoría. Famosillos de tres al cuarto aparecen leyendo en la playa, o en la cubierta de algún barco, mientras dejan volar su imaginación hacia lugares lejanos, donde héroes atormentados y con vidas oscuras, desentrañan misterios de toda índole, especialmente resuelven asesinatos. Es un no parar, si sumáramos los muertos de las novelas de misterio y los de las series de televisión de la misma temática, nos quedaríamos sin habitantes en la Tierra, y el coronavirus dejaría de ser noticia. 

Repasemos, así que me vengan a la cabeza sin profundizar mucho, tenemos detectives en Mongolia, en plena Edad Media en el Reino Unido, en medio del frio sueco hay una proliferación que no es normal, me da por pensar que todos los suecos son detectives. Tenemos también investigadores perspicaces en la Rusia zarista, en la Grecia moderna, en Estambul, en la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial, en Francia también hay muchísimos pululando por las calles, tanto profesionales como aficionados, en Sicilia... Por citar algunos fuera de España.

En España la proliferación raya lo preocupante, cito sólo tres. Tenemos la serie de 'El legado de los huesos' de Dolores Redondo, una basura pura y verdadera, sólo leí el primero y no me quedaron ganas de continuar perdiendo el tiempo. Juan Gómez-Jurado, bastante mejor que Dolores, con más pulso, perspicacia y sin el lastre del adoctrinamiento político. Y por último la sensación literaria del mundo detectivil, Carmen Mola, la protagonista de esta serie de novelas (tres hasta la fecha) es una policía madrileña, bastante castiza, que observa con escepticismo la violencia y la maldad humana. Sólo he leído el primer libro, 'La novia gitana', y me gustó bastante. Algo macabro y exagerado, eso sí.

Todos, españoles y foráneos, están a años luz del mejor detective de todos los tiempos, que reúne todas las cualidades posibles para calificar a una mente como brillante, deductiva, perspicaz, aguda, arriesgada, transgresora, y políticamente incorrecta, sí, hablo de Sherlock Holmes. Soy una fan rendida, creo que he leído sus aventuras al menos una decena de veces, es elemental para separar la paja del trigo en el mundo del misterio haber leído estos libros. 

Todos los escritores de folletines detectiviles sueñan con encontrar la fórmula mágica Sherlockiana, pero este hito no ha sido conseguido por nadie hasta la fecha, con la excepción quizás de Hércules Poirot

Hércules Poirot
(Creado por Agatha Christie)

A esta mezcla obsesiva de crear detectives como forma - muy honorable - de ganarse la vida, le han salido competidores que luchan encarnizadamente por ocupar el lugar más alto entre los más vendidos, escritores que aparecen como las setas en otoño, creadores de un tipo de literatura que denominaré 'reinvención del pasado más cercano'. Este fenómeno es especialmente notable en España (desconozco cómo será en otros lugares). Consiste en reescribir la vida cotidiana de los últimos 60-70 años, dotándola de elementos estrafalarios que nunca han existido - por lo general - en las vidas de la gente corriente, bajo el paraguas de las teorías conspiratorias con las que nos bombardean cada día, tales como la falta de libertad de expresión y la pobreza espiritual del pasado... Esto es venta segura. Os animo a que lo intentéis si queréis ganar unas perrillas. 

En los países donde no hubo comunismo, la reinvención se hace de forma novelada, se crea - con beneplácito del público y crítica - un universo híbrido donde todo es opresivo y oscuro hasta que llegó la 'democracia', esa panacea que convierte a todos los personajes de un mundo anterior en algo ridículo. La inocencia previa también se convierte en algo turbio. Esta reinvención no existe en los países que estuvieron bajo el yugo comunista, lo que se publica son ensayos escritos por historiadores que revelan con toda crudeza la extorsión y el miedo. Novelar tal magnitud de muerte y miseria de forma poco realista sería hipócrita. Un habitante de la Unión Soviética, de Rumanía o Hungría durante los años cuarenta del siglo XX, no era naif, ni estaba ciego, ni era ridículo mientras participaba en desfiles sonrojantes exaltando a Stalin, era simplemente una pieza de la historia. O - como el mismo Stalin dijo - 'un muerto es un asesinato, miles es estadística -. Gran frase, qué duda cabe. 

Las novelas no pueden mostrar un mundo novelado de buenos y malos, porque todos estaban en el mismo saco, no había otro. El lado de 'la verdad'. Hubo escritores que se atrevieron a denunciar un mundo hostil y terrorífico, Vasili Grossman o Boris Pasternak, pero fueron silenciados y hostigados.

En España, repito, el caso que más conozco, los escritores republicanos que desde el exilio criticaron abiertamente a Franco no se conocen, casi no se enseñan en las escuelas, ni sus maravillosos libros están visibles en las librerías. Hablo de Ramón J. Sender, Arturo Barea o Antonio Machado, por citar a los más conocidos. Se habla de ellos, se les exalta cuando conviene políticamente, pero pocos han leído sus libros. Conocemos la dictadura y la Guerra Civil de la mano de manipuladores profesionales, tanto de un bando como de otro. Franco no era un visionario, era un tipo miserable, cerril y oscuro. Pero ese mundo, esas personas que fueron jóvenes durante aquellos años, no son las que aparecen en series de televisión y libros escritos en el siglo XXI. Al igual que un fraile benedictino de la Edad Media, no puede resolver asesinatos usando razonamientos del siglo XX, pero vende - y mucho -.

Victima también en cierta forma de la reinvención de la historia fue Sándor Marai. Húngaro de nacimiento, y protagonista en carnes propias de todos los horrores del siglo XX. Al ser una persona ecuánime, crítica con todo y todos, conocedor de la mezquindad humana, le fue mal, y acabó suicidándose en 1989. Los comentarios inteligentes en un entorno hostil son castigados severamente. Criticó con igual dureza el fascismo de Hitler y el comunismo al que se vio arrastrada Hungría tras la Segunda Guerra Mundial. Mal, mal. Esto no se puede hacer. Hay que seguir las directrices del adoctrinamiento y presentar al mundo como quieren que lo veamos. En su libro 'Confesiones de un burgués', esboza sus ideas con sorprendente pragmatismo, un tour por una Europa que da los pasos para sus catarsis sucesivas. Un gravísimo error, porque no pudo vivir en Hungría y sus libros fueron estigmatizados durante cuarenta años. Que se prohibiera en su país natal, es comprensible, al fin y al cabo el comunismo estaba creando a un hombre nuevo, a una sociedad nueva. Marai era un retratista del enemigo burgués, no interesaba. Pero lo del resto de Europa no tiene excusa, bueno sí, en ese momento no era adecuado para el mensaje y el adoctrinamiento que se perseguía a nivel global, a saber, que la sociedad de los países comunistas, previa a la implantación de sus ideas, era horripilante, decadente, caduca, que hacía al hombre infeliz y lo llenaba de oprobio. A mi en el colegio me contaban esto, lo recuerdo perfectamente. 

Los personajes de Marai son reales, sofisticados algunos, cultos otros, también mezquinos, decadentes..., pero los conocemos y nos sumergimos en sus vidas gracias a una aguda percepción y una habilidad narrativa única. La verdad no interesa. O sí, porque ahora el mensaje es otro, ahora la consigna es: "LA DEMOCRACIA solucionará todos nuestros problemas". Las dictaduras (ahora cuidadosamente casi no se diferencian, no vaya a ser) y los modelos sociales del siglo XX son lo peor. Con estas premisas, Marai se convierte en la pieza perfecta, porque su descripción social ecuánime - hábilmente presentada y convenientemente manipulada - respalda la visión torticera de que el hombre del siglo pasado es algo ajeno a nosotros, un idiota perdido.

Estos días de verano he leído 'La Herencia de Eszter', tan húngaro, tan delicioso. No entiendo como un libro así pudo estar prohibido, pero claro, el comunismo vio y sigue viendo enemigos donde no los hay. Si se estigmatizaba a un escritor conllevaba la lapidación completa de su obra. 


Para mí, la moraleja del libro está en que si queremos acabar perdidos y sin rumbo, no necesitamos ayuda de nadie. Ya nos bastamos a nosotros mismos. Estzer es una mujer de 45 años, que vive en la casa familiar, único bien que posee tras la ruina de la familia veinte años atrás. El culpable es un amigo/novio de su pasado, Lajos, oportunista y manipulador, que condujo a todos los miembros del clan familiar al desastre. Ahora vuelve para rapiñar lo poco que queda, porque hay personas que sólo saben vivir del engaño y del hurto. Hace cien años este tipo de individuos sólo podían mantener su ritmo de vida engañando a otros, ahora el abanico de posibilidades se ha ampliado. No hay más que ver la proliferación de oportunistas en el ámbito público (disfrazados de visionarios políticos) que hay. Ellos nunca se identificarían con Lajos, porque - recordemos - el siglo pasado es algo a reescribir.

Eszter entrega a Lajos la casa, no por amor, ni por deseo de iniciar una nueva vida, sino porque todo le da igual. Otro rasgo distintivo de los personajes de Marai, es que la madurez los envuelve de indiferencia. Nunca sabré si esto es un distintivo de inteligencia o de cobardía. Hay veces que creo que mirar al mundo sin apasionamiento es un rasgo de perspicacia y madurez, otras que es una forma simple de abandonar la lucha sin víctimas colaterales. Leyendo la novela no se extrae ninguna conclusión, pero sí te sientes identificado/a de alguna manera, en muchos ámbito de nuestra vida hemos abandonado la lucha y nos da igual. Imagino que esto no podía ser aceptado en la Hungría comunista, que el hombre abandonara la lucha por agotamiento, eso era un sentimiento burgués incompatible con el nuevo hombre. 

La pregunta que me hago ahora es: ¿Cómo es el hombre del siglo XXI? o mejor, ¿Qué enseñanzas del siglo XX no han sido adulteradas y manipuladas para hacer al hombre de este siglo lo que otros quieren que seamos?

A ninguna de estas preguntas puedo dar respuesta. Sólo sé que cuanto más leo y observo, más perdida estoy.

Pero por favor, leed mucho.
M.

domingo, 16 de agosto de 2020

Los primitivos flamencos..., y Bretton Woods.

Agosto de 2020, os recomiendo que toméis un blog de notas, y os dediquéis a pasear y meditar sobre cualquier cosa que se os pase por la cabeza. Si os gustan los pájaros, pues pájaros. Si sois más de mecánica, id viendo los diseños de los coches y cómo han cambiando los gustos a lo largo de las décadas... También podéis observar personas sentadas en parques, en terrazas... Hay un vasto espectro de posibilidades. El siguiente paso es dar forma a un blog, como hago yo, y dedicaros a escribir ideas que sólo guardan conexión en vuestra cabeza. Es un ejercicio totalmente recomendable.

A mi me vienen las ideas de la forma más casual y sin sentido. Puedo estar en lo alto de la Torre Eiffel y tener la mente en blanco. Pero al ver un chicle pegado en el asiento del autobús comienzo a recibir un torrente de ideas que relaciono de la forma más extraña. Aunque mi mayor inspiración se encuentra en los cuadros, me pasaría la vida mirando determinadas obras de arte, no cesan de generar ideas en mi cabeza que procuro enlazar con avatares diarios, aunque la pintura tenga más de 500 años. El Bosco es fascinante para este tipo de ejercicios inspiratorios, pero hoy me valdré de Pieter Brueghel el Viejo y de su cuadro, 'El triunfo de la muerte', expuesto en el Museo Nacional de Prado (Madrid).

'El Triunfo de la muerte'
Peter Brueghel el Viejo.
1562 - 1563. Óleo sobre tabla, 117 x 162 cm
Museo Nacional del Prado (Madrid)

En mi forma de expresar ideas, completamente caótica, suelo hacer pocos esquemas. Esta vez no, he estudiado, leído y escuchado decenas de conferencias para centrar el tema que estoy tratando. No me ha costado demasiado, la pintura flamenca es una de mis debilidades, comencé a escaparme al Museo del Prado siempre que podía para ver las pinturas de El Bosco y Patinir. Velázquez, y sobre todo Goya, han sido un añadido posterior a mis paseos por el museo. 

El estudio del contexto histórico ha sido una consecuencia lógica de la contemplación de los cuadros. Cómo la Corona de Castilla jugó un papel clave en la historia de Europa - sin pretenderlo - y nos convirtió en protagonistas de la Leyenda Negra. Como recompensa de tanta infamia, la soberbia colección de pintura flamenca en el Prado. 

Creo que, como fuente de inspiración, la pintura flamenca es y será, un pozo sin fondo. En este mundo donde la ciencia lo explica casi todo, y donde dios ya casi no existe, volvemos la mirada a temas pseudo-ocultos, como este cuadro. Hay una dimensión desconocida en él que resulta tremendamente atrayente, no tanto por su ya mencionada dimensión oculta, sino porque no pierde frescura, ni resulta obsoleto. Hoy (2020) nos acercamos peligrosamente al caos, no por los riesgos que asumimos cada día al despertar, más bien por nuestra ceguera. Uno de los mensajes ocultos del cuadro es precisamente que caminamos hacia un agujero negro de horror tan contentos. Podemos interpretarlo de muchas formas, tantas como figuras aparecen en la pintura, pero nunca llegaremos a ninguna conclusión. Veremos el fuego a lo lejos, a otros caer, al mal rodeándonos apocalípticamente, veremos reyes vencidos, inocentes sacrificados, pero aun así ninguna conclusión saldrá de nuestras mentes, ninguna. Esta es la moraleja más inmediata del cuadro, que el hombre es incapaz de aprender, ni de extraer conclusión alguna.

Ahora viene un momento de transgresión... ¡Tachánnnn!

Debo confesar, llegados a este punto, y después de tantos artículos publicados en este y otros medios haciendo referencia a cuadros y libros, que soy economista. Lo sé, no me pega nada. Pero bueno, todos guardamos fantasmas y polvo bajo la alfombra. De esa formación recuerdo poco/nada. Por muchas razones, la fundamental es que el mundo financiero se ha vuelto extremadamente complejo, otra - no menos relevante - es mi falta de interés. No obstante, reconozco que sé de economía, cuando leo artículos relacionados con las finanzas, tengo suficiente poso para afirmar que son todos (un 99,99%) basura pura y sin fundamento. Desconociendo los redactores los pilares básicos de la economía, tales como las causas de la inflación, por qué no se deben subir los impuestos en una determinada coyuntura económica, por qué mantener tipos de interés muy bajos (emitir dinero) durante un periodo prolongado de tiempo es hacer trampas al solitario..., etc. 

¿Qué tiene que ver esto con el 'Triunfo de la Muerte'? Todo, está muy relacionado. Presumo de ser una 'divorciada' de la ciencia económica. Afirmo con vehemencia que es algo estéril, y que analiza los hechos a toro pasado, incapaz de predecir lo que va a suceder. Algo así como un adivino chusquero. Sé que en mi cerebro tengo un apartado reservado a 'conocimientos económicos estudiados en la universidad', de los que he olvidado una parte, otra ha quedado obsoleta y una tercera permanece, pero no le hago ni caso.

Hasta el otro día, en el que me planté delante del cuadro de Peter Brueghel el Viejo, e inesperadamente recordé con cariño aquella época en la que aprendía cosas tales como 'El Patrón Oro', el 'Colapso Económico de 1929' y los 'Acuerdos de Bretton Woods'. Sí, es extraño, esto me vino a la cabeza observando el cuadro. 

Analicemos el paralelismo. Desde la antigüedad más remota, la riqueza y el poder se han valorado con oro. En 1562, año en el que se pinta el cuadro, el comercio de Flandes, las grandes conquistas y luchas de poder, se pagaban con oro. El propio pintor reflexiona sobre el tema, mostrando a ricos y a pobres igualados ante la catástrofe que les rodea. 'Dios nos pone en el mismo plano a la hora de enfrentarnos a la muerte'. Flandes, la región más rica de Europa en el siglo XVI, acuñaba monedas de oro que circulaban por sus prósperos puertos y pagaban la opulencia de comerciantes y banqueros. Todos ellos estaban ciegos, todo ese sistema de vida se sustentó durante siglos con guerras y más guerras. Países que se creaban, que desaparecían, fronteras que iban de un lado para otro y el binomio inamovible, oro y destrucción.

Con el paso de los siglos, la economía se fue haciendo más compleja, sobre todo después de la Revolución Industrial. Para dar estabilidad a tanto trasiego y cambio, se ideó el Patrón Oro. Medio pensado ya por David Hume en 1752, perseguía crear un equilibrio haciendo referenciar la cantidad de dinero en circulación de un país al oro que tuviera, para que esa moneda tuviera un valor estable y real, comparable al de otras economías circundantes. No hay que perder la perspectiva, el mundo se iba haciendo más y más global, había gente viajando de forma más rápida e intercambiando bienes y servicios. En esto los europeos del norte nos dan sopas con onda. El Patrón Oro funcionaba más o menos bien, pero la rigidez de sus principios y las trampas de los países acabaron con él. La Primera Guerra Mundial y la necesidad de dinero ¡ya! de los estados beligerantes provocó el colapso total de la idea. Todos sin excepción emitieron billetitos sin control, sin respaldo alguno de oro, dando como resultado una hiperinflación y una pobreza generalizada. Como veis, los humanos caminando - como en el cuadro - hacia el abismo.

Durante el Periodo de Entreguerras, no se abandonó del todo su uso, el engranaje se movía con una especie de Patrón híbrido oro-libra-dólar, que justificaba la inoperancia de los economistas, o lo que es lo mismo, su ceguera para ver que el mundo era distinto y se necesitaba un cambio de formulaciones de base. ¿Os suena verdad? Lo estamos viviendo ahora, aferrándonos a un modelo económico que ya no responde a lo que necesitamos. De nuevo el cuadro y los esqueletos moviéndose a sus anchas.

Hasta que todo colapsó en 1929 de la peor forma posible, los felices danzantes de nuestro cuadro fueron los protagonistas de lo que vemos al fondo, el paisaje desolado, quemado, lleno de cruces y tumbas. Bienvenidos a la Segunda Guerra Mundial. 

Afortunadamente - cuando todo parece perdido - aparecen mentes brillantes arrojando luz e implantando soluciones válidas dentro del caos.

Hotel Mount Washington
Bretton-Woods - New Hampshire - Estados Unidos

En 1944, en el Hotel Mount Washington de New Hampshire, cuando estaba claro que Hitler había perdido la guerra, un grupo de economistas se reunió para sentar las bases de un sistema económico estable y duradero. Liderando todo este pool de sabios una mente brillante, la de John Maynard Keynes. Os recomiendo que profundicéis sobre la vida de Keynes, es muy interesante, creedme. Es el prototipo de persona sin perjuicios, inteligente y con las ideas claras. A él debemos - para bien o para mal - lo acontecido en materia económica desde 1945. Él ideó un sistema basado en divisas fuertes como refugio (el dólar básicamente), la idea de organismos supranacionales que pusieran orden a tanta trampa y mentira, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y el valor de las políticas fiscales en tiempos malos. Sus ideas sentaron las bases de un periodo de progreso (con baches) que ha durado setenta años. Pero sus postulados ya no funcionan, no dan respuesta a nuestro mundo, ni a la crisis de Covid-19, ni a las trampas al solitario que llevan haciendo los países del primer mundo desde hace años. El cuadro de Brueghel viene a mi cabeza de nuevo, porque esta vez no parece que haya nadie como Keynes, y si lo hay, nadie va a escucharlo. Hay demasiado ruido de idioteces como para que lo verdaderamente transgresor y relevante se haga oír.

Tengo miedo, no lo niego. Por más que escucho opiniones de periodistas especialistas en enfangar y manipular la realidad, no logro distinguir nada que merezca la pena ser considerado como la simiente de un nuevo sistema económico. Si hay algún economista hábil, tampoco hablará, todos están vendidos a algún grupo de poder. 

Mi deseo  es que alguien como Keynes vaya al Museo del Prado y sienta - como yo - que miles de cadáveres nos rodean y nos llevan al infierno, para que imagine y esboce un mundo mejor por venir. Y lo que es más importante, ¡GRITE!

Leed la vida de Keynes.
M.

sábado, 27 de junio de 2020

El 6 de Junio atravesamos la Laguna Estigia...

En compañía de Patinir, el sábado 6 de Junio logramos pasar del infierno al paraíso al cruzar las puertas del Museo del Prado. Al contrario de lo que sucede en el cuadro 'El paso de la laguna Estigia', que describe a Caronte virando claramente hacia el infierno, yo y todos los privilegiados que entramos en el museo con mascarilla, bebimos de la fuente del Paraíso, la que hace olvidar el pasado y disfrutar de la eterna juventud.

Cabe preguntarnos ahora qué es la eterna juventud en el año 2020, desde luego no es tener la apariencia constante de una persona de veinte años, porque para eso ya se inventó el bótox, con resultados alarmantes en algunos casos, ni la posibilidad de ser inmortales, extremo imposible, por más experimentos que se lleven a cabo. Sabemos que vivir 150 años - como afirman sucederá dentro de unos siglos - no significa vivir para siempre. 

Hace mil años la esperanza de vida en la Península Ibérica era de 25 años, nadie podía pensar que, mil años después, íbamos a tener (al menos estadísticamente) la posibilidad de vivir casi 90 años. Ahora a nosotros se nos hace raro pensar que dentro de doscientos años - no más - un ser humano podrá vivir casi siglo y medio. Pero podrá, estoy segura. Esto, o extinguirnos como especie, una de las dos cosas va a suceder. Y sin ser alarmista, me inclino más por la segunda opción. Se me olvidaba una tercera opción, una invasión extraterrestre. Este extremo lo considero más improbable, si existe vida en otros planetas, sus habitantes ya están entre nosotros, disfrazados de humanos, con distintas apariencias según la ciudad/país donde vivan, imitando al alienígena amigo de Gurb en su aventura por Barcelona. He llegado a creer - sobre todo en estos meses de encierro - que algunos de los seres que nos rodean son extraterrestres. No hay que tomarse a broma esto, científicamente no existe otra explicación, y racionalmente tampoco. 

Por tanto, no hay que temer la invasión, ya están entre nosotros... Mimetizados y haciendo el bien o el mal según su naturaleza. Al igual que sucede con nosotros, los humanos, pero de forma más sofisticada. Al fin y al cabo han venido de otras galaxias a millones de años luz de distancia. Si han logrado llegar aquí, son - sin duda alguna - mucho más avanzados.

Entonces, ¿dónde está la fuente de la eterna juventud? ¿qué encierra este concepto? Hay algo que está claro, hoy y hace tres mil años, los jóvenes consideran su juventud eterna y los ancianos ansían volver atrás en el tiempo, aferrándose a un pasado feliz y perdido para siempre. Cuando pensamos en ser inmortales, no nos abandona la idea de que nuestra apariencia será la de una persona joven y llena de vida, sin enfermedades ni taras. Por eso nos seduce el placer inmediato, no somos capaces de bucear más allá de lo que se nos presenta de manera asequible. Quizás el precio de la eterna juventud sea renunciar a ella, y vivir para siempre de una forma miserable. 

En las crónicas de los conquistadores de América, también se hace referencia a la eterna juventud, a la búsqueda de sus fuentes... ¡A la inmortalidad! Me ha venido a la cabeza la película 'Los inmortales' (1986), en la que el protagonista acaba harto de semejante privilegio, y arde en deseos de morirse de una vez, tras deambular durante siglos lidiando con idiotas, el pobre no ve el momento de marcharse al más allá, a ver si la cosa pinta mejor. 

No, vivir eternamente no es quedarse aquí para siempre. Vivir eternamente es lograr que tu nombre y tu obra sea conocidas durante siglos y siglos. Es atravesar la Laguna Estigia optando por la orilla correcta, virando hacia la gloria que dé a la humanidad algo de lo que sentirse orgullosa. Pocos hombres lo han logrado a lo largo de los siglos, para ellos mismos y para otros.

Lo pensaba cuando - estando en la sala donde se encuentra el cuadro de 'Las Meninas' de Diego Velázquez  - aparecieron los reyes de España el 19 de junio, con el objetivo de promocionar Madrid y - por extensión - todo el país, mostrando nuestras mayores fortalezas: encanto, osadía y - claro está -  cultura. Los reyes (Borbones) se fotografiaron delante de este cuadro, quizás el que más ha influido en la historia del arte, que fue pintado gracias al mecenazgo de Felipe IV, un Austria que ha sido denostado por los Borbones y llenado de oprobio para apuntalar su dinastía, mostrándola como un soplo de aire fresco frente a la oscuridad de los Austrias. No sólo Velázquez ha acudido al rescate de España en 2020, también el propio Felipe IV, aparece en la foto. Sí, él, el artífice de que el Prado sea uno de los mejores museos del mundo. Sí, él, el que se empeñó en adquirir obras de arte que atraen a millones de personas todos los años a Madrid, para contemplarlo a él, vestido de negro, austero y pensativo, pintado por Velázquez.

'Retrato de Felipe IV'
Diego Velázquez
Hacia 1653. Óleo sobre lienzo, 69,3 x 56,5 cm 
Museo Nacional del Prado (Madrid)

Al mirarlo sabemos que Felipe IV consiguió, sin pretenderlo, alcanzar la inmortalidad. Si los reyes hubiesen decidido fotografiarse delante de la 'Familia de Carlos IV' de Goya, nada de lo que representa España se hubiese proyectado al mundo. Sólo el ingenio de Goya para mostrar una familia de idiotas y dementes que nos condenaron a un siglo XIX lleno de guerras y miseria, lejos de la inmortalidad.

Patinir, un pintor flamenco muy del gusto de los Austrias españoles, nos mostró el camino hacia la trascendencia. Dio forma a un lienzo que representa nuestra propia vida, nuestro camino hacia la 'inmortalidad'. Mirándolo, los reyes españoles del barroco - con todos sus aciertos y desatinos - supieron que debían dotar a España de un espacio que proyectara al mundo lo que éramos, sin veladuras ni medias tintas. Un lugar lleno de miseria y grandeza, que conviven de manera peculiar, porque no somos capaces de desligar una de otra. Los Austrias lo entendieron nada más llegar al trono, a los Borbones les ha costado 320 años comprenderlo.

Leed mucho.
M.