jueves, 24 de septiembre de 2020

El año más extraño de mi vida... "Nadie puede decir qué es verdadero y qué no lo es"

Este año está siendo el más extraño de mi vida. Ya he hablado de esto aquí y en otras publicaciones, el 2020 está siendo rarísimo, la causa es obvia, el coronavirus. No puedo comparar nada de lo que he vivido hasta ahora con este año que comenzó bien, pero que se ha convertido en algo inquietante, ha llegado un momento en el que creo ser la protagonista de una de las novelas de Haruki Murakami, con todos los ingredientes propios de sus libros, las sectas, las realidades paralelas, los sucesos paranormales en las montañas... Y todo acompañado por compases de piezas de música clásica, también muy de su gusto, tales como la 'Sinfonietta' de Janácek, o 'El Caballero de la Rosa' de Richard Strauss. 

Repasando muy rápidamente, en marzo nos encerraron en casa para evitar que nos contagiásemos y luego - de forma gradual y sin criterio alguno - nos fueron dejando disfrutar del aire libre. Los perros ya disfrutaban de estos privilegios desde el primer día de confinamiento, afortunadamente para ellos. Podían caminar, y sus dueños - daba igual que tuviesen el bicho dentro de sus cuerpos - podían socializar con otras personas que paseasen animalitos. A principios de mayo, podíamos salir dos horas, todos a la vez, en masa. Luego ya pudimos ir a las terrazas, porque allí, por muy cerca que estuviésemos de un enfermo y aunque nos tosiera, no íbamos a contagiarnos. Al supermercado hemos podido ir siempre, pero dos personas juntas no, en casa sí podíamos estar juntos, pero en el supermercado, no. Como en todo estado funcionarial sin capacidad de pensar y con la mentalidad sin visos de maleabilidad, las medidas adoptadas nos igualaron a todos. Los habitantes de las montañas, sin vecinos cercanos, fue obligados a quedarse en casa, daba igual que el potencial contagiado no existiera. De esta forma, siguiendo las directrices del paraíso de la igualdad y la coherencia, un individuo que compartía casa con otras cinco personas en un piso de 50m2 en un barrio populoso de Madrid o Barcelona, fue obligado a quedarse en casa, encerrado. Cuando llegó el verano, nos dejaron vivir con aparente normalidad, pudimos ir a la playa y hasta llegamos a pensar que todo había acabado. Pero la irrealidad que se instaló en nuestras vidas en marzo temo que vino para quedarse un tiempo más, porque los españoles somos generosos, flexibles mentalmente, valientes y corajudos, pero NO sabemos gestionar. Y claro, la irrealidad se instalará un tiempo más entre los escombros de nuestra rutina.

Por eso, entre los cientos de libros que tengo en mente, y que voy anotando cuando leo reseñas, o me llaman la atención en las librerías, escogí - sabiendo exactamente el mensaje que quería dar a mi cerebro - "La Muerte del Comendador" de Haruki Murakami.


La Muerte del Comendador. Edición en Japonés (2017)

Antes de tratar de exponer mis conclusiones, y ojala me equivoque, a Murakami no le darán nunca el Premio Nobel, los nórdicos carecen de la sensibilidad y apertura de mente necesarias para aprender de estos libros. Son un compendio de conceptos velados y de enseñanzas de todo tipo, especialmente de música y de historia, difíciles de comprender para un sueco, cuyo concepto de la literatura es compacto y casi inmutable. Las percepciones en forma de sierra de sus personajes, y la encantadora forma de escapar de la realidad, no creo que puedan ser entendidas por un jurado cuya lengua materna - además de muerta - es conceptualmente opuesta al japonés de Murakami. Digo esto porque estudié japonés unos años, y tengo los esquemas básicos en mi cabeza, ninguno se acerca a los rígidos conceptos que exige la concesión de un premio como el Nobel. Pero puede que esté equivocada, lo cual me llenaría de alegría, porque creo que merece el premio. 

Vamos con el libro, publicado en dos volúmenes en 2017 en Japón, incluye todos los ingredientes murakamianos, al menos de '1Q84' y 'Kafka en la Orilla'. Personajes que viven en grandes ciudades buscando su individualidad y su camino, esto es muy importante en Japón y en oriente en general, porque la idea de individuo no existe de la misma forma que en Europa, allí una persona existe porque forma parte de la naturaleza y del medio que le rodea. Esta idea tiene que ver con el budismo, pero sobre todo con el sintoísmo, pero no quiero extenderme en esto. Otro de los temas recurrentes es el de las realidades paralelas, no porque vengan seres del más allá a pegar sustos, nada que ver, su obsesión es llegar a entender qué parte de nuestras vidas es real y tangible, y que parte corresponde a un mundo paralelo que influye poderosamente en nuestras vidas, pero que no sabemos que forma darle. En el caso de esta novela las ideas y metáforas se hacen visibles al protagonista e incluso hablan con él, siendo una mezcla de creación propia y de materialización de los avatares propios y ajenos, en una mezcolanza que no permite saber qué es verdad y qué no lo es. 

Para llegar a dar forma a esta fórmula, siempre aparece un bosque, en algún momento, alguien clave en la trama, vive en una casa solitaria en medio de una naturaleza exuberante. El protagonista (del que no sabemos su nombre) es un pintor de retratos, con bastante éxito, vive en un apartamento en Tokio con su mujer. Un día ésta le comunica que tiene una aventura, y que quiere divorciarse. Tras un viaje errático por la isla de Hokkaido (norte de Japón), acabará instalándose en un bosque cerca de la ciudad de Odawara, a unos 100 kilómetros al sur de Tokio cuyo propietario fue un pintor famoso (Tomohiko Amada) que pasa sus últimos días en una residencia de ancianos. El hijo de éste, amigo de la facultad del narrador y protagonista, le deja la casa porque prefiere que haya alguien para que no se deteriore o la ocupen extraños. El caldo de cultivo está ya en su punto, hay que tomar nota de todo, porque en cada capítulo vamos a aprender algo, en un vaivén de acontecimientos históricos, con música de fondo de óperas que se materializan en cuadros. Puede resultar algo raro, pero no es más que la una descripción - ciento cincuenta años después - de la apertura de Japón a occidente tras la Era Meiji (1868-1912), aderezado por el trauma que supuso la Segunda Guerra Mundial para los japoneses. Una catarsis que alcanzó su punto culminante en agosto de 1945, cuando los aliados lanzaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Resulta difícil entender por qué el emperador de Japón se alió con Hitler en 1940. Tras la firma de del Pacto Tripartito, los japoneses iniciaron una guerra particular y cruenta en el Pacífico, dando forma a una leyenda de fanatismo que les ha perseguido hasta que (parece una tontería, pero no lo es) Clint Eastwood rodó 'Cartas desde Iwo Jima', mostrando una realidad diferente, las de unos niños indefensos luchando por las ambiciones de otros.

Pues bien, de nuevo aparecen las heridas de esos tiempos, en la figura de Tomohiko Amada, un pintor prometedor, de familia acomodada, que vive en Viena en la época del Anschluss y que se ve arrastrado por los acontecimientos de forma dramática. Regresa a Japón para convertirse en un pintor tradicional japonés, borrando de su cabeza las vanguardias europeas, en un ejercicio de búsqueda de sus propias raíces, porque quizás Japón debió seguir siendo un conjunto de islas aisladas en el Pacífico. Cuando el protagonista se instala en la casa de las montañas, irá descubriendo la vida oculta de Tomohiko Amada y encontrará, guardada en un desván, una pintura oculta de estilo tradicional japonés titulada 'La muerte del comendador', con personajes del Periodo Asuka, pero que en realidad representa la primera escena de la ópera 'Don Giovanni' de Mozart

Se abre la Caja de Pandora murakamiana. Porque el descubrimiento del cuadro atrae a un número notable de personajes extraños, solitarios e introvertidos que proyectan sus ideas hacia este y otros mundos de forma que no sabes si la luz que vemos es una metáfora de la sombra, y la sombra una metáfora de la luz. De forma más sencilla, nadie puede decir que es verdadero y qué no lo es. 

Buscando el paralelismo con la pandemia del 2020: "Una buena metáfora consigue que aparezcan las posibilidades latentes que hay en todas las cosas. Es lo mismo que sucede con un buen poeta cuando crea escenas nuevas, distintas, en un paisaje conocido. Una buena metáfora puede convertirse en un buen poema, ni que decir tiene. Debe intentar no apartar sus ojos de ese nuevo paisaje'. A nuestro alrededor se está creando una metáfora, muy mala.

Hay muchas enseñanzas en la novela, la primera es obvia, de cada pincelada que da sobre música, literatura e historia se abre un mundo para investigar. Os acercaréis a pianistas como George Szell o Maurizio Pollini, a novelistas japoneses como Mori Ogai o Akinari Ueda, asistiréis a acontecimientos históricos como 'el incidente del Puente de Marco Polo' (Julio 1937) o la 'Masacre de Nankín' (Diciembre 1937), y entenderéis algo más del proceso de occidentalización de Japón leyendo sobre el movimiento 'Wakon Yosai' y Ernest Fenollosa.

La segunda enseñanza se resume con esta idea: Únicamente cuando nos quedamos solos, y lo que nos rodea es inquietante, comenzamos nuestro verdadero viaje. Tal vez, al acabarlo, volvamos al punto de partida. 

La idea del tiempo en oriente es circular, no lineal, es importante tener esto en la cabeza para entender la moraleja del libro. Volver al punto de partida no es una derrota. Para nosotros sí, porque siempre avanzamos el línea recta y no tenemos permitido volver ni mirar hacia atrás, lo que nos resta mucho aprendizaje.

Recomiendo la lectura de este libro sin duda, para entendernos y para entender lo que estamos viviendo en 2020, porque como dice Murakami, 'la burocracia es terrible. Una vez que toma una decisión, resulta imposible cambiarla. En caso de corregir, alguien debe asumir la responsabilidad y nadie quiere hacerlo." El camino que hay trazado para cada uno de nosotros es irreversible y de funestas consecuencias, por eso es mejor huir a las realidades paralelas murakamianas y aprender en soledad, porque el verdadero viaje está todavía por disfrutarse.

Leed mucho.

M.

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