domingo, 4 de octubre de 2020

Un cuadro del Museo del Prado.

Hoy hablaré de un cuadro.

He ido tantas veces al Museo del Prado en los últimos años, que conozco cada una de las salas y la disposición de los cuadros. Cuando hay cambios, que los hay, me doy cuenta al segundo. Los clásicos siempre están, pero hay 'cuadros comparsa' que van rotando, algunas veces me sorprendo, otras - sobre todo si se trata de naturalezas muertas y flores - me quedo fría. No todo lo que se expone en museos de primer nivel como El Prado es una obra maestra. Pero todos los cuadros tienen derecho a ver la luz, para que cada uno los interpretemos a nuestra manera.

Todo ese equilibrio, esas salas que recorría despreocupadamente mientras daba forma a mis locuras y sueños, se vio ¡cómo no! totalmente trastocado por la aparición de nuestro amigo Coronavirus. El Museo estuvo cerrado desde mediados de marzo a hasta junio de este año, por primera vez desde la Guerra Civil el Prado se cerró como una concha y guardó todos su secretos a la espera de tiempos mejores.

En junio, cuando pude volver al Museo, me encontré con que muchas de las salas que yo recorría estaban cerradas y los cuadros dispuestos de una forma completamente novedosa. 'El  Reencuentro' llamaron a esta nueva experiencia. 

A mi me gusta la idea, han reordenado las obras maestras de una forma cronológica, confrontando en algunos casos cuadros que sirvieron de inspiración a otros, dedicando la sala principal de la planta de arriba a la estrella del Museo, Diego Velázquez

Otro de los reclamos del Museo no se puede ver, 'El Jardín de las Delicias', de El Bosco. No sé muy bien la razón, pero el cuadro no está visible.

Como ya he comentado alguna vez aquí, la parte más valiosa de la colección la gestaron los Austrias, cada uno de ellos tuvo un pintor favorito, el primero de ellos, Carlos I de España, vio en Tiziano la culminación de todas las virtudes del arte. No cesó de encargarle cuadros, que ahora están en el Museo. Pero hay uno que ahora se puede ver en la galería central de 'El Reencuentro', que sobresale por encima de todos, una obra que capta mi atención de forma hipnótica, no puedo parar de mirarlo, porque cuando lo contemplo mi cabeza gravita y comienza a generar conexiones entre tres mundos, en el que vivo en 2020, el de hace 465 años cuando se pintó y el del más allá que aparece en la parte superior. El cuadro: 'La Gloria'

'La Gloria' 1551-1554. Óleo sobre lienzo 346x240 cms. Museo Nacional del Prado (Madrid)

Hay un vídeo del director del Museo, Miguel Falomir, que explica muy bien la gestación e idea del cuadro. Podéis dar al link para tener una idea general, no es mi objetivo hablar de temas histórico/técnicos que se pueden consultar en la web del museo o en Wikipedia. Yo quiero describir mi aprendizaje personal entorno a este cuadro.

Tiziano no es de mis pintores favoritos, Felipe II debía compartir mis gustos, porque - cuando murió su padre - las obras que encargó al pintor veneciano fueron pocas. A Tiziano debía importarle poco, era el más famoso artista de la época y le sobraban los clientes. Cuando se pintó 'La Gloria' Tiziano tenía más de setenta años, el doble de la esperanza media de vida de la época. Afirman los entendidos que las caras del emperador y su familia no fueron pintadas por el maestro (de ahí su falta de fuerza), sino por miembros de su taller. Pero esta es - para mí - la parte más interesante de la obra.

En mis cientos de paseos por las salas del Museo, debo reconocer, nunca me había fijado especialmente en este cuadro. Lo veía demasiado grande y muy academicista. Hasta que, buscando información sobre las colecciones reales de los Austrias españoles, encontré un repositorio de conferencias sobre la obra, y no entendí cómo la había ignorado durante tanto tiempo. No por su calidad, mi percepción sobre este particular no ha cambiado, más bien por su significado y la fuerza de la fe en el más allá que emana de él. 

Estamos ante un momento clave en la historia (1556), el instante en el que el hombre que más poder atesora en la Tierra, decide irse a un monasterio perdido de Extremadura, alejarse de la vida pública (lo más lejos posible de su Flandes natal) y prepararse para presentarse ante su dios cristiano como el más humilde de los hombres. Leed y pensad esto varias veces, porque para mí es sublime. El Emperador está cansado de las luchas internas y externas, sabe que su tiempo en este mundo se acaba, y dispone presentarse ante Dios con un sudario de algodón, rodeado de las almas de las personas que más quiere, su esposa - ya fallecida en ese momento - Isabel, sus dos hijos Felipe y Juana, y su dos hermanas, María y Leonor. 

El emperador llevó a su retiro en el Monasterio de Yuste este cuadro, es más, lo encargó precisamente con este fin. Desde su cama veía por un ventanuco esta pintura que estaba colgada en el altar mayor de la iglesia (actualmente se expone una copia). Así imaginaba el tránsito hacia la eternidad, en su profunda fe (difícil de entender este sentimiento en 2020) sabía que nada de lo que atesoramos modificará la pureza de nuestros sentimientos, y el Emperador, que había sentenciado a personas a muerte, había participado en cruentas guerras y aplastado sin piedad a sus enemigos, vio con prístina claridad que nada de esto aportaba valor a su vida. Lo único que quería mostrar a su dios era un sudario, el perdón a sus enemigos y su arrepentimiento.

Nada le importaba ya de las pasadas afrentas con sus enemigos, tras una vida itinerante y plagada de intrigas, lo único que le importaba era estar en paz consigo mismo y con Dios. El emperador murió en 1558.

Hagamos una pequeña comparativa y una crítica (otra vez) a los sistemas educativos y a los medios de comunicación. Tenemos en nuestra cabeza la idea de que los faraones, los reyes, los zares y los emperadores estaban rodeados de lujo y embrujo, en la vida (por supuesto) y en la muerte (pensemos en las pirámides o en las tumbas reales que pueblan el mundo). Incluso cuando personajes como Mao o Lenin - adalides de la igualdad entre los hombres - murieron, fueron embalsamados en mausoleos para que los recordásemos durante siglos. Imagino que las momias de ambos personajes acabarán desintegradas tarde o temprano. Nada dura eternamente, esto es lo que vio claro Carlos I. Pero nadie nunca nos ha contado que precisamente (repito) el hombre que más poder ha atesorado en la historia, dispuso lo contrario. ¿Por qué nadie nos cuenta esto? ¿Por qué se lapida la espiritualidad? En este caso no es por mostrar una debilidad o una superstición, creo más bien que para justificar comportamientos extravagantes y megalómanos de todos los gobernantes pasados, presentes y futuros. Cuando publican - en los periódicos de mayor tirada - semblanzas del Emperador, casi siempre olvidan este pequeño detalle de su vida, y si lo mencionan lo tiñen de culpabilidad y remordimientos.

Dado que se empeñan en aniquilar la faceta de la trascendencia humana y su sentimiento ante Dios (repito, da igual la confesión), siempre que estoy delante de 'La Gloria' me pregunto: ¿Dónde debemos buscar nuestra dimensión espiritual? ¿En qué región de nuestro mundo en 2020 - que no vemos ni buscamos - se encuentra la parte superior del cuadro? ¿Nos observan los dioses? ¿Nos han abandonado enviándonos una legión de virus? ¿Por qué nuestros gobernantes se olvidan de lo efímero de La Gloria y convierten sus decisiones en extrañas plagas que siembran el caos? 

El resto de personajes que aparecen en el cuadro, tan mortales como el propio Emperador, tales como Tiziano (que se autorretrata), el embajador del Reino de Castilla en Venecia (que no sabemos quien es, pero está), personajes bíblicos como Noé, el rey David, Moisés..., conforman el mundo descrito por San Agustín en su obra 'Ciudad de Dios', imagen de lo qué vamos a encontrarnos cuando pasemos la puerta de la eternidad. Hoy, personajes mucho menos poderosos de lo que fue nuestro Emperador, ni se lo plantean, y esto debería aterrorizarnos. 

En la parte inferior de cuadro aparecen los peregrinos, esto es - de forma figurada - lo que somos, almas en busca de la trascendencia. A pesar del indudable progreso que nos rodea, no sabemos ni qué buscar ni dónde buscar. Por eso los discursos huecos, cargados de palabras que combinadas no son más que cenizas que se llevará el viento, hacen tanta mella en las decisiones que tomamos. Porque no nos paramos para contemplarnos sin nada de valor entre las manos. Porque - como yo - hemos pasado delante de obras como esta de Tiziano sin verlas, sin reflexionar la razón de nuestra continua lucha, sin saber bien qué general dirige la batalla. Si es que hay batalla, tal vez no haya ninguna, y eso es lo que - en el ultimo instante de su vida - vio Carlos I en su habitación del Monasterio de Yuste.

Id al Museo del Prado a ver el cuadro de Tiziano, por favor.

M.


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