Cada año, desde mediados de febrero, las marquesinas de los autobuses de Madrid se ciegan con carteles sobre lo importante que es la mujer, sobre cómo hay que luchar por la igualdad, ese objetivo que siempre se describe como inalcanzable, porque - de llegar a conseguirlo - muchos mantenidos por el estado del bienestar no podrían seguir viviendo del cuento.
En Madrid, para colmo, el ruido de discurso sin recorrido se hace más ensordecedor, porque - como el partido/funcionarios mantenidos que está en el poder es diferente al del gobierno de la nación - hay que sacar más pecho. No hay que quedarse atrás, hay que demostrar que en la lucha por la demagogia, cualquier cosa se queda en nada... ¡Viva la mujer trabajadora!
Hay muchas frases del discurso oficial - aquí derechas e izquierdas coinciden pasmosamente - que me chirrían y perturban a partes iguales. Lo más obvio para mí, es que esta sociedad que nos da cobijo ha sido creada, perfeccionada y pulida a imagen y semejanza de los hombres. Miles de años de historia dirigida por ellos, por los que han quemado, arrasado y violado. Ellos, que han apartado del camino de forma consciente y legitimada a mujeres de mucha más valía. Estos mismos que se ufanan del resultado de tanta miseria, violencia, deshonor y caos.
Es a estos seres humanos con pene a los que queremos emular. El resultado de sus decisiones es la sociedad que nos da cobijo hoy, esto es en lo que queremos - a toda prisa - ponernos al día, la nave que queremos comandar.
Debo ser la única que piensa así en todo el Universo, entendiendo como límite de éste el final de la Vía Láctea. Más allá no sé lo que pueden pensar, ni cuántos tipos de sexualidad habrá, no tengo datos.
Ahora ya tenemos claro que lo que cuenta es el deshonor y la miseria que esparcen los hombres, y que las mujeres tenemos que ponernos las pilas para poder alcanzar puestos de mando en este sistema desquiciado.
Como en esto los políticos no muestran fisuras, excepto para insultarse de una forma burda y previsible, sólo resta poner de manifiesto quién ha protegido más a la mujer históricamente, en esto la izquierda ha ganado la batalla de la propaganda, su discurso no tiene peros, una lástima que las más gritonas en las manifestaciones sean mujeres de poco atractivo y algo olvidadizas, porque yo en los desfiles de los jerarcas comunistas, esos en los que se danzaba de forma inocente y se paseaban los retratos de los padres fundadores, no recuerdo haber visto a ninguna mujer en el balcón de los mandamás, dejémoslo ahí.
En esta carrera loca por el progresismo más banal, las mujeres contamos con toda la ayuda que imaginarse pueda, tenemos más armas que Mazinger Z para derrotar la enemigo. En este caldo de cultivo ponzoñoso aparecen personajes del pasado que resultan ser claves para poner en valor el dinero incontrolado que se destina desde los poderes públicos para este particular. Casi todas las exposiciones temporales de los Museos Nacionales de arte están - de una forma manifiesta - orientadas a hacer ver que los que luchan por el progreso tienen un determinado perfil (totalmente manipulado) que no debe perderse de vista.
En esta línea se enmarca la exposición del Museo Nacional Thyssen Bornemisza sobre Macel Proust, que se puede visitar hasta próximo 8 de junio.
Para saber si una exposición es un bluf es imprescindible prestar atención a los cometarios de los visitantes, porque cuando hay un hilo conductor claro, hay detractores y admiradores, pero lo que dicen es consecuencia del relato al que van dando forma las obras de arte, no es el caso. El rumor de voces es enlatado y previsible.
La muestra tiene como objetivo poner en valor los gustos de Marcel Proust por las artes, y cómo esta faceta específica de su vida influyó en la escritura de su obra literaria más famosa, 'En busca del tiempo perdido'.
Si hay que haber leído - o no - la novela para disfrutar más de le exposición, sinceramente no lo sé, porque es un batiburrillo de ideas que van dando bandazos desde la exaltación de la amistad, hasta su condición de homosexual, pasando por la descripción - un tanto pobre - del mundo de los artistas que el tuvo ocasión de conocer.
Pero claro, no se trata de poner en valor a la novela, que a todas luces es una obra maestra de la historia de la literatura, se trata de entretener y adoctrinar al público visitante valiéndose de ganchos que nunca fallan.
El primero de los ganchos es la aparición de pintura francesa de finales del siglo XIX y principios del XX. Esto siempre es 'bonito', maravilloso, porque nos muestra un mundo sofisticado e inalcanzable, una sociedad culta que irradiaba glamour a la humanidad. Todo esto es falso por múltiples razones, la primera y más evidente es que cuando el arte se 'industrializa' y es barato pintar, no todo es bueno. Por ejemplo, no todos los cuadros impresionistas - hay miles - son buenos, de hecho hay muy pocos buenos, es - para mí - uno de los movimientos más huecos y faltos de contenido de la historia del arte.
En segundo lugar, esa sociedad sofisticada que deambulaba por los salones de París y que iba de vacaciones a coquetos hoteles en al borde del mar, se componía - como sucedía en todos los países de la tierra - de cuatro privilegiados ociosos. El grueso de la sociedad estaba compuesto por pobres y muertos de hambre. Nos han vendido una historia de superación artística que no hay por dónde cogerla. Pongamos como ejemplo a Paul Cézanne, inmensamente rico, hecho este último que no suele contarse cuando se habla de su vida. Claude Monet también provenía de una familia acaudalada. Cito a los dos más conocidos.
El propio Marcel, que admiraba Venecia a través de la pintura de Canaletto, fue un privilegiado que pudo viajar por Europa, mientras la mayoría de la población malvivía con prácticamente nada.
Pero estos hechos, obvios para mí, se sortean y maquillan con la mezcla de tópicos: homosexualidad+sofisticación francesa+vida bohemia+glamour, que jamás fallan, da igual que la exposición no cuente nada, habrán llenado las salas del Thyssen durante cuatro meses y, de paso, habrán entretenido al público, deslizándole que los homosexuales son buenos, muy amiguitos de las mujeres y que España es un pobre país que tiene muchas lecciones que aprender, estas últimas serán impartidas por los ideólogos oficiales que viven de esto.
La prueba de que no se cuenta toda la verdad, está - y esto si que es incontestable - en la aparición de John Ruskin, por el que Marcel sentía una verdadera admiración. Me veo en la obligación de aclarar quién era este personaje. Este intelectual inglés odiaba a las mujeres, las maltrataba, era un tarado de manual. No digo que no tuviera una mente privilegiada, pero si se trata de poner en valor los tópicos que ya conocemos, sería bueno contar que sentía atracción por los/as jovencitos/as y que jamás tocó a su esposa (Effie Gray), sometiéndola a todo tipo de maltratos psicológicos que obligaron a esta última a abandonarlo, lo que la condenó al ostracismo y la condena social.
¡Claro que hay que hablar de Ruskin en la exposición! Pero contando parte de la verdad que esconde su tortuosa personalidad. Igual que la de Marcel Proust, que fue también un hombre atormentado. Pero todo esto queda desdibujado por pinceladas de eventos y relaciones que no acaban de cuadrar en el relato que quieren contarnos. Dar forma al pensamiento oficial (único que se puede expresar públicamente en 2025 si se quiere comer todos los días) inspirándose en el modelo social de hace cien años no es tarea fácil y, en un determinado momento, al comisario se le debió desenfocar el hilo conductor. Creedme que lo entiendo, demasiado ruido alrededor, demasiada gente opinando de todo menos de arte.
Pero las mujeres que, en el lluvioso día 8 de marzo, sujetan la pancarta del feminismo desconocen por completo los entresijos de una realidad que pasa por exaltar fantasmas, aupar a dementes y poner un valor modelos sociales caducos que nunca velaron por el bienestar de la mujer.
Me pregunto cuándo seremos capaces de crear un mundo para nosotras mismas, si los hombres son imbéciles... ¿O acaso no es obvio?
Leed mucho.
M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario