Algunas de las estrategias de outsider que últimamente practico como sistema de trascendencia individual, consisten en reírme sin reparos de cada uno de los seres humanos que me rodean. Es divertidísimo. Al pasarme la vida en museos, viendo retablos medievales, con vírgenes de caras imposibles y Jesusitos medio lelos y asexuados, he perdido el sentido de la realidad de forma alarmante. Me importa un pito todo, tal cual.
Sólo soy feliz cuando estoy rodeada de cuadros con santitos, sus caras son como imanes que me atraen. Las conversaciones sobre hijos adolescentes rebeldes, atascos en las radiales de Madrid y discusiones sobre cómo mejorar los procesos de atención al cliente, me resultan soporíferos. Es tal el aburrimiento que me causan que he pasado al nivel superior de sociopatía, el de 'no' asimilación, oigo todo como un ruido de fondo sin repercusión alguna para mi organismo.
Si alguien me preguntase cómo he logrado que todo me resbale de una forma tan clamorosa, no podría darle respuesta. Ha sido un proceso de meditación e introspección que ha durado años y que me ha costado muchas lágrimas y sinsabores.
Ahora mismo, y como parte de un proceso ascendente, me encuentro dando forma a la autoinmunidad total, trasladando esta actitud no sólo a los seres humanos que me rodean, sino a toda la humanidad, momento en el que me convertiré oficialmente una sociópata de manual. Viviré en una nube de gozo y autocomplacencia, todo lo haré bien siguiendo los criterios que me habré impuesto a mí misma.
No estoy loca, ni ingresada en un psiquiátrico, aunque el lugar donde trabajo debe asemejarse bastante. El cacareo improductivo es la seña de identidad de una empresa que aboga por el ecologismo, la realización personal, la innovación y el compromiso hacia los demás, todo una basura asquerosa, además de una mentira repugnante.
Por eso de vez en cuando tengo que airearme, salir de Madrid y pasear por otras ciudades inventando identidades y situaciones que me ayuden a sobrellevar tanta imbecilidad. Mi última escapada ha sido Londres.
Pese a que últimamente estoy un poco distanciada/desencantada del mundo anglosajón, debo confesar que hay algo que me resulta fascinante de esta ciudad, algo que - por ejemplo - no siento cuando visito París o Nueva York, por citar dos ejemplos. La capital del Reino Unido me provoca ensoñaciones de vestidos largos, caballeros educados y cultos y, por encima de todo, de crímenes resueltos por detectives fascinantes. Por eso en este viaje, por segunda vez, y sabiendo perfectamente quién es el asesino, he vuelto a ver 'La Ratonera' de Agatha Christie. ¡Ay dios mío! ¡Qué maravilla! Mientras los actores hablaban sobre el escenario, me imaginaba a mi misma vestida con una falda de lana a cuadros, un sombrero de fieltro y medias de color carne. Nadie como los británicos para dar forma a escenarios de misterio, nadie como Agatha Christie...
Mi tía solía venir todas la mañanas - mis padres trabajaban - y me traía libros de todo tipo, pero sobre todo novelas de Agatha Christie. La primera que leí fue 'La señora McGuinty ha muerto', la segunda, 'Se anuncia un asesinato'. Todavía me acuerdo. No hace falta decir que desde entonces hasta ahora, este tipo de literatura me ha servido para dar forma a mis ideas y me ha ayudado a resolver mis propios misterios. Creedme cuando digo que los patrones de comportamiento de los personajes de estas novelas son asombrosamente reales y ayudan a anticipar acontecimientos en las situaciones más sorprendentes.
De entrada, los dos protagonistas principales de las novelas - Hércules Poirot y Miss Marple - son sociópatas de manual, de otra forma no podrían observar con tanta atención lo que sucede alrededor y llegar a conclusiones tan asombrosas. Otra de sus características es que son capaces de aislar los hechos claves de resto de diálogos y fechorías que - aunque escandalosas - no sirven para desembrollar la trama. Pensemos en el mundo real, los malos están agazapados pergeñando planes para engañar a aquellos que sólo escucharán de manera superficial los discursos - ya de por si vacuos - preparados expresamente para ellos.
Volvamos a las novelas, aparece un muerto, nadie está cerca en el momento del crimen y, si alguien pasa por allí, se ve esposado y condenado a la horca (en la época en la que escribía Agatha Christie aun se aplicaba la pena de muerte en el Reino Unido). El comisario encargado del caso es el ciudadano común, el funcionario ramplón que abunda desgraciadamente en todos los países donde la carga de impuestos es intolerable. A este policía le importa un bledo que el/la esposado/a sea el/la verdadero/a culpable, cuanto menos tenga que trabajar, mejor. Si el caso tiene repercusión mediática y él (no hay mujeres comisarias en ninguna de estas novelas) sale como el tipo inteligente que ha resuelto el crimen, mejor que mejor. Poco trabajo, gran rédito. La máxima de todo funcionario que se precie y - por extensión - de todo mediocre.
Al rescate del encarcelado y carne de horca, aparecen Poirot o Miss Marple. Me centraré en estos dos personajes, aunque hay otros más que - por no complicar la trama - dejaré aparcados. Poirot es claramente sociópata por voluntad propia, policía belga en el pasado, vive en Londres de forma holgada gracias a los honorarios que obtiene resolviendo asesinatos y otros misterios. No se sabe mucho de su vida anterior, pero está claro que disfruta estando solo, cocinando, leyendo o inventando juegos y suposiciones que le ayudan a resolver los casos.
Miss Marple, por el contrario, es sociópata por circunstancias ajenas a su voluntad. Aparentemente tuvo un novio que murió en la Primera Guerra Mundial, resueltas de lo cual acaba siendo una solterona con muchos amigos, pero que siempre está sola. Eso sí, como observadora no tiene rival en la humanidad.
Otra moraleja, aquellos que no se dejan notar, son la clave de todo progreso.
Cuando Arthur Conan Doyle dio forma al personaje de Sherlock Holmes (otro sociópata) encontró que la concepción del mundo de Aristóteles era la más adecuada para llegar a conclusiones 'elementales' sólo para él. De lo general a lo particular, del pantano de ideas, a la verdad. Umberto Eco se basó en esta idea y en las novelas de Sherlock Holmes para crear a Guillermo de Baskerville, el apellido de este fraile franciscano fue tomado del título de la novela 'El sabueso de Baskerville'.
A la hora de resolver los casos, Poirot sí se parece algo a Holmes, Marple definitivamente, no. En este momento me surge la pregunta - elemental por otra parte - de si detectives como estos tendrían cabida en un mundo como el nuestro. Empiezo a pensar que no. Es fácil aislar los acontecimientos importantes con cuatro periódicos, algunos libros y comentarios de aquí y de allá. Ahora, la cantidad de información que generamos - basura en un 99% - es tan brutal, que no los veo capaces de resolver nada, por otra parte - gracias a Dios - no existe la pena de muerte en Europa y los asesinos, por horribles que sean sus crímenes, a los pocos años están en la calle con una pensión del Estado, con ansias de venganza. ¿Quién va a querer resolver crímenes con estas premisas? Nadie, ni el más desinteresado e intrépido de los hombres.
Por otro lado, y volviendo a Londres, la ciudad que dibujaron Christie y Doyle tampoco existe ya. Nadie vive en el centro de la ciudad, los pisos son tan caros, y el nivel de vida tan exuberante, que sólo cuatro privilegiados pueden optar a una de esas casitas bajas tan monas, con entrada de servicio independiente. Y precisamente los que las habitan tienen poco/nada de ingleses, no llevan faldas de tweed, ni juegan al bridge. Pasean coches de lujo pintados de color plata y son todo menos refinados gentleman ingleses que leen el periódico en su club.
El resto de personas que pululan por las calles de Londres son seres de diferentes tribus urbanas, ruidosos y comilones que no saben ni de dónde vienen, ni a dónde van. Hablan un inglés penoso y - desde luego - no valdrían ni para actores de quinta en cualquiera de las representaciones o películas de las novelas de Agatha Christie.
Otro tema que hubiera sido tremendamente perturbador para Agatha es el de los extranjeros. Para esta respetable señora, no puedo estar más en desacuerdo, toda persona que no fuera inglesa era ya - sólo por existir - sospechosa de todo punto. Los habitantes del sur de Europa le caían especialmente mal. En 2024 no habría sabido ni cómo abordar el argumento de sus novelas. Los viajes, los yates, las aventuras en las que los ingleses relucían como el oro, han pasado de ser un lujo al alcance de muy pocos, a algo que cualquiera se puede permitir. No sé si esto es bueno al 100%, visitando en el Museo Británico alguno de los tesoros que el marido de Agatha robó en Iraq, me di cuenta que otro de los horrores que ha traído el progreso, es la aglomeración de seres anodinos en los museos (de este tema también he hablado aquí).
Nada queda tampoco de aquel mundo en el que los ingleses observaban desde su isla cómo sus enemigos se suicidaban irremisiblemente, convirtiéndose ellos en los amos del mundo. Ahora su familia real es una especie de collage extraño, y su relación con Europa distante y destructiva para ellos. No sé si esto último se deja sentir en Londres, pero en cierta forma hay algo de 'ajeno' en todo lo que se vive allí. La ciudad tiene algo de caduco, se impulsa con una modernidad autocomplaciente y poco real. La ropa de Margaret Thatcher hizo más por la imagen inglesa, que los trajes de Zara que luce Kate Middleton.
A estas conclusiones sólo se llega siendo sociópata, paseando por las calles de Londres y viendo 'La Ratonera'. Algo que os recomiendo.
El viaje a Londres me ha inspirado más escritos...
Continuará.
Leed mucho.
M.
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