domingo, 15 de mayo de 2022

Reflexiones, muchas y sin mucho sentido

La única ventaja de ir apilando años, con la pesada responsabilidad de tener que esconderlos bajo la alfombra para no tener que afrontar con mediana dignidad el paso del tiempo, es la madurez y la calma. La sensación de que si soplasen vientos fuertes, ya no te derribarían de la misma forma. La juventud tiene un componente de fragilidad muy inquietante. Lo que escribo a continuación es fruto de la calma indiferente y desapasionada, de la certeza de que muchas de mis historias ya están escritas.

Estos últimos años han sido extraños, esperpénticos diría yo. Para rematar nuestras incertidumbres, ha estallado una guerra en el este de Europa. Hemos asistido en primera fila a tal cúmulo de despropósitos que ya ni nos importan. Vivimos y punto. Y - como ya he dicho muchas veces - no hemos aprendido nada. Tal vez por no sufrir, por no querer ver, por ignorancia, por egoísmo o por desinformación, nos dejamos arrastrar por la corriente de lo cotidiano creyendo firmemente que la vida sigue igual.

Pero ya no es igual, porque de manera sigilosa nuestra realidad (¿metaverso?) ya no nos pertenece, está perfectamente manipulada y engrasada por máquinas y personas que nos espían y dirigen desde que ponemos un pie fuera de la cama y encendemos nuestro teléfono móvil.

Pensemos en nuestra situación en 2020, nos encerraron en nuestra casa porque no sabían qué hacer con nosotros. No era preocupante que nos muriésemos, lo que les aterraba era no controlar el momento de nuestro final. Hace dos años no podíamos visitar a nuestras familias, ni tampoco refugiarnos en otra casa de nuestra propiedad, trasladándonos sin salir de coche, de puerta a puerta. 

Hemos asumido de forma natural que todo es susceptible de ser tamizado y polemizado por nuestros gobernantes, hasta para elegir la canción de Eurovisión, algo intrascendente para la humanidad, los ministros opinan. Todo es un gran teatro, un foro de opinión donde la mayoría grita, pero nadie escucha.

No podemos decidir en qué idioma queremos educar a nuestros hijos, no es el médico - quien sabe de medicina - el encargado de valorar quién debe disfrutar de una baja médica, es alguien desde su despacho, con absoluta frivolidad y desconocimiento, el que hace un ranking de causas que permiten quedarse en casa disfrutando de la generosidad del resto de los ciudadanos, que asisten impotentes al saqueo de sus bolsillos.

¿En qué momento renunciamos a nuestra individualidad? ¿En qué momento dejamos que el conocimiento pasara a un segundo plano, para que sólo las ideas grandilocuentes, teledirigidas por el Gran Hermano, sean las que deciden el rumbo de cada pequeño detalle de nuestra cotidianeidad? 



Es importante, en este juego del esperpento, tener un enemigo. Tiene que haber algún ladino acechando. Ahora es Putin, gracias a él, a sus maldades, Ucrania es el bueno, el que gana Eurovisión, el adalid de la democracia y las libertades. Un país que, en enero de 2022, gozaba de una renta per cápita bajísima, con miseria acechando en cada rincón, consecuencia de la corrupción generalizada y del chantaje impune y chulesco a Rusia y a la Unión Europea de forma simultánea. Seguimos el guion, punto por punto, de la novela de George Orwell, donde los malos van cambiando y la historia se reescribe una y otra vez, porque mientras perseguimos al malo de trapo, el malo de carne y hueso campa a sus anchas. 

Putin es un loco, un megalómano criado en los principios de la KGB y el comunismo exterminador. Ha perdido el norte y, al verse acorralado y con sus planes desbaratados, es extremadamente peligroso. Pero, ¿Qué sabemos en realidad de él? Nada. Su imagen se ha modelado en base a unas directrices perfectamente estudiadas para dar forma al tirano al que todos insultan, tenemos nuestros 'dos minutos de odio' asegurados cada día. Mientras, nuestros gobernantes campan a sus anchas, hacen y deshacen bajo la perfecta protección de una pesada cortina de humo.

'Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza"

En 1949, George Orwell lo vio claro como el agua. Por eso vaticinó un año 1984 escalofriante. Él, que había vislumbrado el poder de la manipulación de las masas en la Guerra Civil Española, tuvo claro que - en realidad - los anhelos de los miserables no importan nada, son elementos decorativos de un gran escenario donde el desobediente es reeducado o - como sucede en nuestras democracias - apartado como si fuese un apestado.

Podréis pensar que apartarse del escenario, dejar de ser tramoyista, actor, iluminador..., es la solución. Ese - como también apuntó Orwell - es un tremendo error de percepción. Los discordantes son útiles al sistema, los desobedientes, no. Los primeros dan sólidas bases a las trapacerías del Gran Hermano, justifican su impunidad. Pero el desafecto se vuelve invulnerable y eso es, simplemente, inadmisible.

Lo que Orwell no tuvo en cuenta, el power point y excell aun no se habían inventado, fue la importancia de la publicación constante de cifras, estadísticas falseadas y encuestas de calidad que ayudan a dar coherencia a un discurso que nadie cree, pero que aprendemos a interiorizar a fuerza de costumbre. Sé de lo que hablo, trabajo en una empresa que cotiza en el Ibex-35. 

Estos meses pasados, desde que comenzó la guerra de Ucrania, he visto con estupor cómo todos nos lanzábamos a una lucha ciega contra Putin, sin pensar que detrás de cada ruso que va a la guerra también hay una familia y una historia. Olvidando otras guerras, muchas, demasiadas, que hay en el mundo. Tal vez no queremos enfrentarnos a nuestros propios miedos, y elaborar un discurso manido sobre los ataques a la democracia nos ayude a conjurar el miedo a la habitación 101.

Tal vez, simplemente, estemos tan perdidos en el Universo como lo estuvimos siempre.

Leed 1984.

M.


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