sábado, 20 de agosto de 2022

Buscando la felicidad.

En torno a la vida real que uno ha tenido están las sombras de las otras vidas posibles que no llegó a vivir: casi siempre por casualidad, no por empeño consciente, porque uno manda sobre su biografía mucho menos de lo que piensa. La vida verdadera es única, y las vidas posibles se despliegan en abanico en los márgenes de su línea recta.

Así comienza el libro 'Rondas del Prado' de Antonio Múñoz Molina, que reúne sus reflexiones sobre los cuadros del Museo, como parte de las conferencias de la Catedra del Prado 2019.

A la hora de reflexionar sobre las otras vidas posibles, las no vividas, hay muchos escenarios. Están los principescos y noveleros, que - no hay que engañarse - nos acompañan prácticamente hasta el final de nuestros días. ¿Quién no sueña con ser una princesa con un caballero galante y siempre joven rendido a sus pies? A este joven no le importa la clase social, ni el aspecto físico, simplemente vive desarmado y rendido al amor de su princesa.

Otro escenario es el de la riqueza, una vida regalada llena de lujos que no se sabe cómo ni de dónde vienen. Galas, cenas, focos, cero preocupaciones..., este escenario irreal es más improbable - aunque pueda parecer lo contrario - que el anterior. El número de personas que disfrutan de esta vida de lujo y embrujo, está medido, y no son demasiadas, teniendo en cuenta somos más de 7.700 millones habitantes en la Tierra.

Pero no creo equivocarme al afirmar que el escenario que más nos viene a la cabeza, el que más nos atormenta, sobre todo al ir acumulando años y desencantos en nuestra mochila vital, es aquel en el que la rutina laboral engulle aquello que nos apasiona. En el atolondramiento de la juventud, tomamos decisiones que nos conducen a prisiones sin salida, a trabajos penosos que nos arrastran sin remedio a una vida que nos hace sentirnos profundamente miserables y vulnerables.

Un joven de 18 años sorprendió al mundo académico porque eligió ser feliz. El titular de la prensa reflejaba una idea sorprendente. Ser feliz es estudiar humanidades, entonces ¿por qué han desaparecido de los planes educativos? ¿Es uno de los objetivos del progreso privarnos de la felicidad? Por si no habéis pinchado en el enlace, resumo brevemente la noticia, Gabriel sacó la nota más alta en la EvAU de Madrid en junio de 2022, y eligió estudiar filología clásica. Esta elección generó ríos de tinta virtual, hasta tal punto, que El País le dedicó su editorial del domingo. Si sabemos que no vamos a ser felices ¿por qué elegimos sumergirnos en las disciplinas que nos dicta el mundo tecnológico en el que vivimos? ¿Por qué un niño de 18 años ha inquietado a los dioses del progreso? Porque ha elegido ser feliz, él no tendrá que buscar entre las sombras de su pasado las otras vidas posibles que no llegó a vivir.

Aunque la frase suene un poco melodramática, me siento sola en esta lucha. En un pasado no muy lejano, cuando veía una exposición que me había impactado, o leído un libro que me había hecho reflexionar, compartía lo que sentía con la gente que me rodeaba. No cabía en mi cabeza que alguien no entendiera que lo que diferencia al hombre del resto de seres vivos es su capacidad para 'inventar y alimentar' su alma y su espiritualidad. Pero me equivocaba dramáticamente, el 99% de ellos carecía de interés completamente, habían sido educados siguiendo los dictados progreso, donde todo lo necesario para vivir se reduce a una fórmula matemática, una necesidad cubierta y una felicidad efímera.

Uno de los estragos más evidentes del progreso intelectual sobre una base científica (el que vivimos nosotros), es creer a pies juntillas que los hombres de la antigüedad eran imbéciles, lelos del todo, y que aceptaban todo lo que se les contaba con una candidez que les hacía ser lo que eran, poco avanzados científicamente. El cine ha sido clave en esta idea. Si miramos un cuadro pintado en 1475 por un seguidor de Hugo van der Goes, lo primero que se nos viene a la cabeza es que ese orden familiar, esos santos protectores que aparecen de repente en la escena, son algo artificioso, fruto de una mente cegada por una fe inmovilista que prolongó innecesariamente la oscuridad medieval.


Calvario con santos y donantes
Hacia 1475. Óleo sobre tabla, 125,5 x 140,5 cm
Hugo van der Goes. Museo Nacional del Prado (Madrid)

Olvidamos, para empezar, que las épocas de oscuridad son consecuencia de los actos humanos. Ambición y destrucción ha habido siempre, por lo que los protagonistas de este cuadro no eran tan cándidos y crédulos como puede parecer. Eran igual que nosotros, pero con los medios del siglo XV. Obviamente no podían manipular un virus en un microscopio, ni lanzar cíber ataques con el objetivo de perjudicar a empresas y países, no se espiaban desde drones y tardaban años (no horas) en ir de Europa a Asia. Los siglos XV y XVI fueron extremadamente violentos en Europa, casualmente los historiadores los identifican con el comienzo de la modernidad. 

Creo que este cuadro tiene la clave para explicar lo que nos diferencia de los hombres de hace seis siglos, lo he contemplado tantas veces que creo que la fascinación que ejerce este cuadro sobre mí se debe precisamente a la revelación de este misterio. Si observamos detenidamente el papel de cada personaje, terrenal o celestial, en la escena, enseguida somos conscientes de que todos asumen su misión sin queja alguna, con una serenidad inquietante. No tienen más remedio, las mujeres no pintan nada y los hombres siguen las convenciones de la época, el hermano mayor heredará todo, el siguiente se dedicará a labores eclesiásticas (que tenga fe o no, da igual) y el tercero, está relegado sabe dios a qué misión, probablemente la guerra o buscarse la vida como buenamente pueda. El padre de familia debió sentirse muy afortunado, porque pudo dar forma al ideal familiar de la época, de ahí que encargara este cuadro donde aparece rodeados de santos y del propio Jesús en el momento de morir. 

La serenidad que transmiten no es consecuencia de sus creencias religiosas, ni de su ignorancia, era el resultado de un modelo social guiado por la filosofía, la religión y el arte. Probablemente fueran aun menos crédulos que nosotros, pero no tenían otro asidero para sus desventuras, y eso les hizo avanzar a su manera, y sus cimientos son el germen de nuestro mundo del siglo XXI, aunque lo hayamos olvidado.

En el siglo XXI pensar así es una amenaza, de ahí el ataque furibundo hacia Gabriel cuando decidió ser feliz. Alguien que no cree en la ciencia es un outsider, alguien peligrosísimo, porque la búsqueda del alma hoy y hace cinco mil años refuerza el libre albedrío y la individualidad, y eso es precisamente lo que hay que cortar de raíz.

Pensemos en el concepto de metaverso, la realidad virtual paralela donde podemos ser lo que no somos en el mundo real. Llegaremos, por sofisticados medios en desarrollo, a otros lugares que habrán diseñado a medida de nuestros deseos, de una forma sutil habremos perdido toda nuestra capacidad de soñar, habremos renunciado a nuestra individualidad. ¿Qué será de los libros? ¿Del arte? ¿De la filosofía? No tendrán cabida porque, ya a edades tempranas, el EdTech (Tecnología Educativa en español), habrá minado toda capacidad de soñar en algo que no sea en botones y fórmulas científicas que solucionen todos los problemas habidos y por haber.

Es tan intimidante que las purgas de Stalin o Pol Pot serán una anécdota en la historia de la humanidad. Saco a relucir estos dos lamentables episodios contemporáneos porque la línea de progreso que han trazado para nosotros, sin márgenes posibles, tiene algo de las bases conceptuales del comunismo, donde todos los hombres han de ser iguales. No caben clases sociales, religión, progreso..., individualidad. Leyendo ideas de gurús de EdTech como Svenia Busson o Jeff Selingo, me vienen a la cabeza humanoides hablando inglés, pronunciando frases grandilocuentes y vacuas, donde sólo se modifica el orden de los sintagmas, permaneciendo inalterables los mantras de base.

De repente, en este mundo ideal de aprendizaje y progreso, aparece un joven que afirma sin miedo que en su tiempo libre, se sienta a leer libros de Tomás de Aquino, Platón, Ovidio..., que su vida se inspira en textos que dieron fuelle a nuestro mundo, como 'La Iliada' o 'El Quijote', y sólo cabe proceder desprestigiando de forma colectiva y manipulada a semejante peligro público. Y, en última instancia, mostrarlo como un rara avis, valiente pero exótico.

Ahora cabe preguntarse sobre nuestra biografía. ¿Hemos influido tan poco en nosotros mismos como afirma Múñoz Molina? ¿Cuál es nuestro metaverso deseado, la realidad virtual que crearán para nosotros? ¿Podremos reflexionar sobre un cuadro del siglo XV? 

¿Dónde están nuestra alma y nuestros sueños?
Leed mucho.
M.

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