viernes, 9 de octubre de 2015

El Jilguero. Donna Tartt

Publicado en la Edición Impresa de Guay del Paraguay en Octubre de 2014.

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Antes de iniciar un viaje escojo - no sin cierta tensión - una novela que cumpla alguno de los siguientes requisitos, a saber, el escritor debe ser nativo de las tierras a visitar o el libro describir alguna particularidad del lugar, o las dos cosas.
Siempre novela, el ensayo no es para los viajes. Diez horas de avión en la compañía de 'Los Reyes Godos' se me antoja una tortura.
Hay países que presentan algún problemilla, no existen traducciones de best-sellers armenios o estonios, por poner un ejemplo. Clásicos traducidos, bueno, ya ni busco. Leerlos en inglés me cuesta y, llegados a este punto, casi prefiero la compañía de los Reyes Godos, pero en español.
Esto no pasa cuando vas a los Estados Unidos, su maquinaria para producir títulos es pasmosa, inalcanzable diría yo. Pero es importante tener en cuenta que, como todo allí es 'a lo grande', resulta complicado separar la paja del trigo. Es decir, la bazofia de lo realmente bueno.
Dicho esto, hace cosa de un mes viajé a Nueva York y ¡vaya por Dios!  el Premio Pulitzer 2013, 'El Jilguero', se ajustaba como un guante a mi objetivo de pasear bajo el brazo con algo que me enseñara a ver Nueva York con los ojos de un nativo.
 
No era la primera vez que visitaba la ciudad, la conozco bien. Como toda gran urbe, no hay ni un sólo resquicio para la piedad, pero es absolutamente fascinante.
'El Jilguero' es el mejor ejemplo de la vida en la Gran Manzana, su autora - Donna Tartt - teje una historia de transición entre la infancia bruscamente terminada, la adolescencia tortuosa, teñida de abandono y la madurez histriónica, que no tiene otro objetivo que demostrar que la vida nos lleva donde ella quiere. Nos controla como a marionetas, nunca es al contrario.
Como todo estadounidense, escribe como si todo principio vital, toda contingencia habida y por haber, se basara en un modelo típicamente de allí. Es un defectillo suyo, una especie de soberbia. El autor americano asume que cualquiera que lea sus libros tiene que comprender a la fuerza cada uno de los pequeños detalles que describe. Y creedme, para una sociedad tan particular y original como la nuestra, no siempre resulta fácil desentrañar y entender este tipo de libros, tan de Park Avenue. Tan ‘newyorkinos’.
No obstante recomiendo su lectura, porque, aunque la vida casi nunca es un camino de rosas, hay cortos periodos de tiempo en los que las relaciones son mágicas, y quedan grabadas tiernamente en la memoria. En el Metropolitan Museum of Art, pensaba en la madre del protagonista, Theo Decker, en su amor al arte y a su hijo y en los sacrificios que no lo son, porque trascienden siempre hacia el infinito, y no se borran. Pase lo que pase.


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