domingo, 27 de marzo de 2016

Au revoir Ingres

Muy mal, muy mal. He ido al menos diez veces a ver la Exposición de Ingres en el Museo del Prado, y no he dedicado ni una sola línea a expresar mis impresiones. Sé que no interesan a nadie, pero bueno, al menos dejo algo para la posteridad, por si estos soportes sobreviven al paso del tiempo y a la hecatombe que está por venir. No quiero ser un cenizo, pero la cosa no pinta bien.

Vamos con este pintor. Lo digo ya, por si el terrícola del futuro quiere concluir el trámite rápido: La exposición es una delicia para los sentidos, una experiencia sobrecogedora y diversa. Un reflejo de la sociedad de su tiempo e inspiración para las primeras vanguardias del siglo XX. 

Poco más que añadir, pero para dar empaque a esta intervención, daré alguna pincelada más. 

Comenzaré con un consejo, cuando queráis disfrutar de una exposición como esta, debéis situar al pintor en la Historia. No hace falta leer un libro sesudo que detalle hasta sus más íntimos secretos, sus traumas de infancia y la correspondencia con sus amantes. Una breve noción es suficiente. (¡Ah! cero interés saber si era gay, esto está muy de moda, pero es irrelevante para este tipo de arte, en el que o eres un virtuoso del trazo, o tienes dos muñones por manos. Da igual tu condición sexual. En el siglo XXI sí es importante, porque del artista se analiza todo menos su obra, pero - repito - no aplica al XIX).



Jean-Auguste-Dominique Ingres fue un espíritu libre. De otra forma no hubiese podido sobrevivir a la época tan variopinta que le tocó vivir. Tened en cuenta que nació en 1790 y la Revolución Francesa había comenzado en 1789, con lo cual, en su adolescencia, experimentó en sus propias carnes las consecuencias de tan magnificado acontecimiento histórico. Digo magnificado porque - aunque importante - no fue la cosa para tanto. Pero los franceses venden humo con tal de mantenerse en el candelero. La Revolución Francesa fue un caos que no condujo a nada, o al menos no inspiró a la humanidad de una forma tan irreal como nos han contado. Tras años de terror revolucionario y un final mal resuelto, Napoleón hizo su aparición estelar en Europa con consecuencias - al menos para España - nefastas a más no poder. Por zanjar este tema, la verdadera Revolución del XIX fue la Industrial, iniciada en el Reino Unido. Y de la que España se descolgó por culpa de nuestro amiguete Napoleón, que tan estupendamente retrató Ingres.



Ingres, que no era el prototipo (al menos por lo que he leído) de idiota francés del XIX, pasó gran parte de su vida en Italia. Allí buscó la perfección en el retrato en un tira y afloja entre lo que le gustaba hacer, perfeccionar su trazo y tocar el violín, y lo que tenía que hacer para comer, pintar bajo encargo.

En su edad adulta volvió a París, pero ya nunca sería un pintor parisino propiamente dicho. Su obra estaba llena de influencias italianas, básicamente de Rafael. Al que intentó superar y - a mi juicio - sobrepasó. Su pincelada, su luminosidad y su virtuosismo son contundentes y seguros. Lejos del toque algo melifluo de Rafael.

Ingres me ha acompañado muchas tardes desde octubre. Ver el cartel de su exposición en el Museo del Prado se ha convertido en algo cotidiano y agradable. Una ventana a un mundo perdido y soñado al que siempre me gusta asomarme. 




Abomino del arte actual como instrumento de protesta. Es por eso que Ingres me gusta, me enternece. Creo que no somos conscientes de lo importante que es tener un Museo como el Prado en Madrid. Pocos museos del mundo podrían albergar una exposición así. Convertir el arte en basura, no es necesariamente transgresor y desde luego no es conmovedor. He olvidado casi todo lo que vi en ARCO, pero estas pinturas presumo que me acompañarán siempre.

Con Ingres me he asomado a un burdel con aire oriental y he contemplado a Juana de Arco en la Catedral de Reims con una cara limpia y pura. He caído en la cuenta que soy una inculta en lo que a mitología se refiere, al llegar a casa he tenido que investigar sobre 'Edipo y la Esfinge', o el 'Sueño de Ossian'





Pero sobre todo me ha acompañado tarde tras tarde en mis paseos y eso, al igual que sus retratos, formará parte de unas vivencias delicadas y candenciosas, que merecen una y mil reflexiones.

M.




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