domingo, 24 de abril de 2016

Chagall y los Reyes Romanos que nunca existieron.

Publicado en 'Guay del Paraguay' el 19.Mayo.2016

Magnífica y recomendable exposición de Marc Chagall en la Fundación Canal, en Madrid. No son cuadros originales, la Fundación es modesta para poder acometer un gasto semejante, son litografías, grabados, serigrafías y bocetos. Un poco de cada tema y un poco de cada época de este inconmensurable e inclasificable pintor bielorruso.

Chagall, dada su extensa vida, participó de todas las vanguardias, pero realmente no perteneció a ninguna. Sus circunstancias fueron tan particulares que, de haberse significado por algún movimiento concreto, su obra se hubiera diluido en la nada, en la normalización de gustos que conduce a la mediocridad.

He observado que los genios (los verdaderos, no los que creen serlo) son humildes y receptivos. Críticos con todo lo que les rodea, pero dispuestos a aprender hasta de aquellas cosas en las que no creen. Y sobre todo, antes de decir una parida ingente, meditan con prudencia lo que van a soltar por la boca. 
Esto último me viene a la cabeza por una situación que presencié no hace mucho y me dio que pensar. Luego, en una extraña composición mental, lo asocié con la vida y obra de Chagall. Veréis, el viernes pasado, dando un paseo por la Plaza de Oriente de Madrid, me crucé con una familia justo donde están las esculturas de los Reyes Españoles. Uno de los niños preguntó quiénes eran los que allí se erguían, y su padre le dijo, ni corto ni perezoso que eran… ¡Atentos porque causa rubor! Unos Reyes Romanos. De Roma mismo, de los que salían en las películas. Analicemos la situación porque tiene más miga de lo que parece.
En primer lugar, nos importa un bledo decirle una parida a nuestros hijos, tenemos un móvil 4G, que nos proporciona todo tipo de información online, al que estamos enganchados todo el día, pero no lo usamos para comprobar algo que es tan fácil de buscar. Porque todo vale. No importa que sandez salga de nuestra boca.
Segundo, en Roma, no hubo Reyes. No se denominó así a ningún dirigente. ¿Conocéis algún Rey romano? Yo a ninguno. Conozco emperadores, gobernadores, cónsules… Pero ¿Reyes? Ni viendo películas de tercera categoría, con decorados de cartón piedra, puedes sacar tan errónea conclusión. El término REY, tal y como lo conocemos es muy posterior, de cuando se asentaron los invasores bárbaros.
Tercero, tengo que dejar de numerar, veo que esto llega al infinito. ¿Para qué narices iba a haber en la Plaza de Oriente un Rey Romano? ¿A cuento de qué? El eclecticismo absurdo de mezclar todo en función de las modas y de la falta de todo sustrato cultural aprovechable, hace que no nos sorprenda que pueda haber en este espacio algún individuo que no tuviera nada que ver con la historia de España. ¿Conocéis a alguien llamado don Pelayo o Ataúlfo que desde su Reino en Roma cambiara la historia de la Península Ibérica? Claramente ese día este individuo no fue a clase. Ataúlfo pase que no lo conozca, pero ¿don Pelayo? 
¿Cuánto dinero se ha gastado Hollywood en vestuario romano? Millones de dólares. Millones tirados a la basura. ¡Pobre gente! Tanto esfuerzo de documentación para nada. Porque incluso si nos fijamos bien en estos reyes españoles, no van vestidos de romanos. Parecerse al original, eso seguro que no, porque no sabemos cómo eran ni remotamente, pero facha de romanos, al menos lo que nos han contado desde Hollywood, y si hemos visto alguna estatua en algún museo por ahí, no tienen.

Ahora la gran pregunta. ¿Qué tiene que ver esto con Chagall? Absolutamente todo. Leía no hace mucho su libro autobiográfico, y meditaba sobre lo inconmensurable que resulta la vida de algunas personas. Quizás por azar. Vivir casi cien años, nacer judío jasísico en Bielorrusia, en en seno de una familia pobre pero digna y culta, sentir la impotencia de la destrucción en la Primera Guerra Mundial, la desilusión de la Revolución Bolchevique y el desvanecimiento de sus ideales ahogados en una espiral de terror, amen de todos las grandes hecatombes del siglo XX que siguieron, es algo que pocas personas han vivido. Y casi todas ellas han aprendido poco o nada, porque para aprender hay que sumergirse en la esencia de las cosas, tocar, vivir, sentir y no juzgar. 




Jamás osó ofender a nadie y si nutrirse de todo lo bueno que había en cada circunstancia, por adversa que fuera. Nosotros - todo llegará, tranquilos - no hemos asistido al hundimiento de nuestros ideales (ahora que lo pienso, ¿será porque no los tenemos?) al menos no en el sentido con el que concebían el mundo quienes iniciaron la Revolución Bolchevique. Jóvenes que creían en la refundación del Estado, un Estado igualitario y equitativo que sólo engendraría felicidad, esa, la tan anhelada durante siglos de absurda opresión por parte de los que eran elegidos por la providencia. Pero la nueva providencia resultó ser sanguinaria y desalentadora. Y Chagall tuvo que huir a 'mundos mejores', sin que por ello su discurso vital ni su obra se tiñera de pesimismo.



Conoció a Picasso en Francia y jamás le relató lo horrible que era el Comunismo una vez puesto en escena. No quería ofenderlo. Era mejor que viviera en su proselitista ignorancia. Y así hasta completar un mosaico vital lleno de curiosidad, esa curiosidad está reflejada sin un pero en esta muestra de su obra que hemos podido ver en Madrid. 



Las primeras salas son coloridas y espléndidas, su visión de la Biblia, simplemente soberbia y los grabados sobre el libro de Almas Muertas de Gogol, expuestos entre los arcos de lo que era un canal de conducción de aguas, entre silencios y sorpresas, es una experiencia que no se olvida fácilmente.



Estoy segura que Chagall, paseando por la Plaza de Oriente, no hubiese confundido a Pelayo con Octavio Augusto. Ni hubiese desdeñado el conocimiento, porque eso es parte de todo lo que encierra su obra.



Como judío, conocía el Antiguo Testamento, pero también el Nuevo. Desdeñar la figura de Jesucristo le parecía un crimen. Todo sumaba, porque la suma del saber no conduce a la desolación, esa que tantas veces vivió.



Siempre que tengáis ocasión, cuando vayáis al Thyssen, cuando viajéis a otras ciudades, no sé, siempre, pararos delante de una obra de Chagall y recordad todo esto. Y sobre todo:
No juzguéis y no seréis juzgados (Mateo 7:1). 

M.








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