viernes, 1 de enero de 2016

Italia, no os dejéis engañar, es lo mejor de Europa

A lo largo de nuestra vida en la órbita latina, hemos visto como nuestros vecinos del norte vilipendiaban nuestra filosofía, lengua, cultura... Esas que son las suyas, aunque su mezquindad les impida reconocerlo. Es por ello que dirán que cualquier ciudad del centro y norte de Europa es más bonita que Roma, Madrid, Lisboa... Por favor, no os dejéis engañar, el sur de Europa es lo más delicioso del viejo continente. 

Un viaje por el norte de Italia os hará ver que todo, o casi todo, lo que conforma nuestro desarrollo como seres humanos, procede de ese mundo denostado por los grandes gurús de la economía mundial. ¡Señor! Qué ciencia tan destructiva y absurda, es dañina y aniquiladora de almas.

Os propongo una huida, entrando de lleno en el arte italiano de los siglos XIII, XIV y XV, la espiritualidad, el sol y el olor a vida. Esa vida que envidian los herejes fanáticos, con sus iglesias desnudas y sus cánones inamovibles de salvación.


Podéis comenzar tomando un vuelo destino a la maravillosa ciudad de Florencia. En un par de horas os veréis inmersos de lleno en uno de los lugares más especiales del planeta. Reconozco que en verano es un tormento, no se puede ni andar por las calles. Pero tranquilos, el turista grupal se mueve como los animales en manada, para ello evitad pasear por las zonas más conocidas en el centro del día y huid sin reparos por callejuelas adyacentes. Menos calor, más privacidad. Cierto es que ir a los Ufizzi y no encontrar colas monstruosas es - ya advierto - imposible. Y a los Ufizzi hay que ir por múltiples razones, pero la clave está en Botticelli. El Museo está pésimamente organizado, las obras de arte están colocadas (excepto la parte de Cimabue, Giotto y su contemporáneos) sin ton ni son. Decenas de cuadros que hemos visto en nuestros libros de arte, aparecen de repente en un pasillo, sin saber bien por qué. Pero la esencia mediterránea es el caos, y desde este desorden hemos ido tirando. 

En Florencia, al igual que en otras ciudades turísticas tipo Venecia, es casi imposible encontrar un lugar decente para comer. El 99,99% de los restaurantes son trampas para el turista. Donde te dan una pasta mala de necesidad y te meten un estacazo de escándalo. Pero en algún sitio hay que reponer fuerzas. Otra opción es el estacazo, la buena pasta y las vistas de Santa María Novella. De noche o de día. Os aseguro que la proporción áurea nunca ha producido algo tan deliciosamente extraño. 




Ahora, permitidme un inciso mientras sigo contando cosas de Florencia. Resulta que cuando el Cristianismo estaba tomando forma allá por el siglo III, un mercader armenio llegado a la ciudad tuvo la feliz idea de convertirse y acabó muy mal, martirizado y con la cabeza separada del cuerpo. Esto no le impidió levantarse tan campante con su cabeza en la mano y ponerse a andar como si tal cosa. Mucho no pudo andar, claro, con semejante merma. Pero tras esta gesta, se paró y allí donde ya no pudo más, se edificó la Basílica de San Miniato al Monte. Aquí me sucedieron dos cosas increíbles. Una de ellas fue que caminando por la cripta de repente escuché cantar a un grupo de frailes de una forma que me hizo sentarme y esperar, como si se congelara el tiempo, a que acabasen. Era el reflejo de la fe y la trascendencia hacia lo sublime, hacia lo inexplicable, como proponía Tomás de Aquino. 

La segunda es que cuando íbamos a abandonar la basílica, el cielo se cubrió de nubes y empezó a tronar y a llover de tal forma que caían trozos de vidrieras a nuestros pies y era imposible salir. Lo sublime y lo oscuro, la vida y la muerte. Dos realidades que conviven en el espacio y en el tiempo sin que nos demos cuenta. 

Hay quien dice que perderse en la naturaleza, acampar en medio de la selva o de un bosque y levantarse a calentar té en un fuego con cuatro ramas es algo mágico. Tal vez lo sea. El ser humano es diverso y como tal desarrolla un gusto diferenciado para disfrutar del ocio. Para mi, caminar por las callejuelas del centro de Florencia y desembocar con la vista en Santa María del Fiore, equivale a millones de tes calentados al fuego en medio de sabe dios donde. Acercarme a las puertas del Baptisterio de San Juan creadas por Ghiberti, incluso rodeada de enjambres de humanos siguiendo un paraguas, me inunda de una extraña e inexplicable sensación de paz ante la belleza. 

El turismo ha creado riqueza. Pero ha empobrecido el arte, la arquitectura, la historia y la propia naturaleza. Nos enseñan las guías cuatro pinceladas que desubican las obras y las llenan de un contenido ideológico y político que no tienen. Ghiberti, Leon Battista Alberti, Giotto, Brunelleschi, Masaccio, Botticelli... no pensaban como nosotros, ni el mundo que les tocó vivir era - ni remotamente -parecido al nuestro. ¿Por qué - como a tantos otros - los descontextualizamos? ¿Por qué nos quedamos con cuatro ideas absurdas sobre su pensamiento y su obra? ¿Por qué despojamos de sublimidad nuestra propia cultura? Espero que cuando vayáis a Florencia podáis recuperar una parte del maravilloso legado que Italia ha dejado al mundo.



No he acabado, el viaje sigue, destino Asís, Urbino, Rávena y Bolonia.

M.





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