domingo, 3 de septiembre de 2017

Los vikingos, el turismo de masas y otras reflexiones (II)

Me estaba riendo hace un rato con el artículo que publica "El Comidista" retratando los peores restaurantes de Madrid, y los ingeniosos comentarios de la gente que han tenido la enorme desgracia de visitarlos. Nueve millones de turistas pasaron por Madrid en 2016, víctimas muchos de ellos de estos lugares estratégicamente situados. Todos hemos caído en una de estas trampas para turistas, en las que además de sablearnos, hemos comido fatal y nos han tratado peor. ¿Por qué los humanos tenemos un concepto tan pobre del turista? Todos lo hemos sido alguna vez. En el mismo instante en el que vas a comer un cocido al pueblo de al lado, ya eres un turista. 

¿Es tan incomprensible? Bueno, tal y como lo he descrito antes, sí lo es. Pero si analizamos el fenómeno del turismo de masas con un poco de rigor, tenemos que reconocer que la globalización y la mejora del nivel de vida de millones de personas, ha lanzado al mundo a unas masas de beodos que bajan y suben de barcos y autobuses sin más aspiración que hacer fotos con el móvil y que arrasan todo lo que ven y tocan, sin ningún tipo de recato ni educación. Son grupos de seres que se expanden como hormigas, que vociferan y que no saben nada de nada, excepto cuatro pinceladas que les esbozan sus guías con cara de agotamiento extremo en cada parada de su periplo turístico.

Hay muchos tópicos, que sorprendentemente se cumplen y se ven. Los franceses hablan en francés hasta con los perros vagabundos, pensando que hasta los animalitos abandonados hablan su idioma.

Los americanos, cuando cruzan el charco, creen estar envueltos en una especie de aventura con aborígenes donde todo es exótico, y el residente local es alguien pintoresco que chapurrea el inglés. Llega a resultar incómodo, sobre todo para el pobre empleado de hotel o restaurante, que es tratado como un pelele simpaticón, acogotado ante el tono entre paternalista y falsamente amable que usan. Es algo increíble que el citado empleado los mire con cara de estupor y espanto - sin disimular en momento alguno su deseo de perderlos de vista, a ser posible para siempre - y ellos continúen tan campantes. Como son algo incautos, no se dan cuenta, no lo pillan.

Para colmo hay países, como Noruega, que concentran el volumen de turistas en muy pocos meses al año y en lugares muy específicos. Resultado, un infierno en la Tierra. Una naturaleza tan exuberante y tan limpia, se convierte en un mosaico de culturas sin armonía alguna. Adultos que debieron ser bebés monísimos, pero que se han convertido en engendros vociferantes vestidos con trapujos, que más parecen disfraces entre Drácula, Popeye o el loco de la isla. La proliferación, venta y distribución de ropas de aventurero de pacotilla, tampoco es que haya ayudado a mejorar lo de ya por sí digno de sonrojar al hombre de las nieves (es siempre blanco, y si entra en calor o le salen coloretes, se derrite). 

¿De dónde sacan esos atuendos? ¿Por qué algunos van con chándal? El chándal es para hacer deporte EXCLUSIVAMENTE. Ir sentando diez horas el día en un autobús NO es hacer deporte. ¿Es necesario GRITAR en tu propio idioma al ciudadano local para hacerte entender? NO habla tu lengua, ni la entiende, por muy alto que se le hable. ¿Por qué los guías turísticos llevan una especie de paraguas con cintas de colores para que los alelados que bajan del autobús les sigan? Esto pasa a nivel global, es una consigna, como las que tiene la Mafia Napolitana.

Preguntas que ni 'Cuarto Milenio' sería capaz de resolver. Así de complicado y enmarañado es el turismo. 

Hay personas que albergan tal resentimiento hacia el viajante con móvil 4G, que cuando llega a lugares trampa, al oír hablar español te miran con desprecio. Pensando, tan interiorizado está ya el asunto, que el otro compatriota es sin duda el del chándal tipo conde Drácula que acaba de descender de un barco. Del crucero del terror. Conviene marcar distancias. A este tipo de seres - también algo patéticos - hay que ponerlos en su sitio. A mi me gusta hablar con todo el mundo. Por ello, si en una cervecería de Bergen, viendo el Bryggen, a lo más que llegan es a pedir una cerveza de forma chapucera, hay que hacerles ver que hablando mejor inglés hasta te ponen unas patatas fritas y unas aceitunas, si sabes pedirlas, claro. 

Otro de los temas objeto de mis cavilaciones veraniegas ha sido la proliferación de retratos de Lutero por el mundo protestante (en Noruega son luteranos, y se nota). Hasta la delicadeza de la Iglesia de Santa María se ve enturbiada por un enorme retrato de Lutero. Él, que fue el germen de una endiablada intolerancia que acabó con cientos de iglesias y miles de retablos de valor incalculable, movido por su obsesiva manía de desvincularse del mundo latino y su elitismo rayano a la xenofobia. El matiz es realmente sutil, pero en cada lugar de culto, cuando lees su historia, contada desde el punto de vista de un protestante, deslizan comentarios que obvian su desmanes y magnifican el oscurantismo católico. Cuando en realidad, durante muchos siglos, convivieron perfectamente los cultos antiguos de los vikingos con las nuevas creencias cristianas. Creando un mundo mitológico singular y lleno de magia. De otra forma iglesias  de madera como la de Borgund no existirían. Ni esparcirían su halo de cuento de hadas por valles perdidos de Noruega. Pero eso fue antes de octubre de 1517 y de la llegada de pastores vestidos de negro y con una antorcha purificadora en la mano. 




Antes de intentar borrar a Sunniva de Selje del imaginario popular y, al no conseguirlo, convertirla en una santa por excepción, despojándola de toda su magia.

Continuará.
M.





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