Todos los días, a todas horas, me pregunto quién es más feliz, el humilde que no tiene nada o el ambicioso que lo tiene todo.
¿Quién disfruta más de su vida?
¿Quién conoce mejor la realidad que le rodea?
¿Quién contempla el mundo sin perjuicios y con perjuicios es juzgado sin piedad y con saña?
¿Quién va consiguiendo pequeñas metas, logros sin importancia, que le equilibran en el caos?
¿Quién maneja a los demás sin que estos se den cuenta?
¡Ojo! que yo no lo tengo claro. Es una sensación como la tristeza o la desesperación. Hay días que estoy eufórica y no sé la razón y otros me sumerjo en el foso de la desesperación, rodeada de aborígenes atormentantes que me lanzan dardos que me hunden más en el fango. Conocer el secreto de la felicidad es un poco igual, hay momentos en los que estoy segura de que hay que comerse el mundo, aullar y hacerse notar. Y otros que me enrosco como un caracol en una humildad sosegadora.
En ambos estados de espíritu me encuentro igual de bien, o mal. Por ello, considero que - por mucho que avance la ciencia - los psiquiatras no lograrán desentrañar del todo los secretos de la mente humana. En esto (permitidme hacer un inciso) no soy objetiva. El progreso científico me produce cierto rechazo. Reconozco sus avances, pero convierte a los hombres en Dioses con letales consecuencias para todos, el progreso mal entendido nos deshumaniza.
Tras esta pequeña introducción, qué os preguntaréis donde lleva, ya veréis ya, me meto de lleno en otro acierto literario de este año. Otra iluminación divina que ha caído en mis manos. Soberbiamente traducido por Pablo Moreno González (no es fácil transcribir la sensibilidad y la delicadeza de un idioma tan distinto al castellano como el turco), otro libro que da pena terminar, pero cuya última frase - sólo una frase - resuelve toda duda que puedas tener sobre cómo pavimentar el camino de la felicidad. La humildad y la sencillez son la llave que abre el arca insondable de la exigua esperanza que tenemos de ser felices. El que vive la vida aprendiendo de su resignación y extrayendo lo que es digno de ser aprendido, al menos una vez, pronunciando una sola frase, en un momento mágico... ¡Es feliz!
Esto así redactado que parece tan rebuscado, es extremadamente simple. En su sencillez radica la razón por la que nunca lo ponemos en práctica.
Orhan Pamuk consigue crear un personaje (Mevlut Karatas) que se desliza con sutil cadencia por el Estambul que va de principios de los años 70 del siglo XX, hasta el año 2012. Y ahí, si tenéis inquietudes, prepararos para aprender y no parar. Porque el binomino que mezcla la delicadeza del corazón de un hombre honesto con la puesta en marcha de la moderna sociedad turca tras años de golpes de estado, corrupción y pobres en masa que emigran sin orden ni concierto desde Anatolia central hasta los arrabales de Estambul, es perfecta. Si os interesa la historia turca, que no deja de ser la nuestra, porque - mal que les pese a los eurodiputados con sus sueldos astronómicos y su tren de vida pagado por los sufridos contribuyentes - Turquía es una parte importante de Europa desde la Caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453. Ignorarlos y engañarlos con trucos de funcionario burócrata, es decir la estrategia seguida por Bruselas desde hace décadas, es un grandísimo error que tendrá nefastas consecuencias.
Es verdad que algo genocidas sí son, armenios, griegos, chipriotas, cristianos en mayor o menor medida, han sufrido la xenofobia turca. Pero eso no es - desgraciadamente - algo achacable sólo a los turcos. Las naciones europeas, todas sin excepción, han masacrado sin piedad a propios y extraños por los más variopintos motivos. En el caso de los turcos es especialmente relevante porque son ajenos a los cristianos europeos y bichos raros para sus hermanos los musulmanes. Lo que ha creado una especie de identidad excluyente muy bien descrita también en esta novela.
Pamuk no esconde nada, ni disfraza la historia con excusas llenas de tópicos vacíos de contenido. Llega un momento en el que la trampa y el engaño, en contraste con la aparente ignorancia de Mevlut, te mece en una especie de sopor elegante y utópico. ¿Realmente se puede ser feliz vendiendo boza y yogurt por las calles de Estambul mientras tu familia se enriquece a tu costa, tus primos se alían con el mafioso local y se convierten en matones y tú te ves obligado a casarte víctima de un engaño vil y premeditado?
Ante el estupor de todos, sí parece que lo logra. Porque ama sin reservas y llena su vida sólo de eso. De amor. Es víctima de un engaño y acaba casándose con la mujer equivocada. No la de los ojos almendrados y boca carnosa a la que escribe cartas de amor durante años, sino la tranquila e inteligente Rayiha, sencilla y devota, casi analfabeta para las letras, pero que lee con pasmosa precisión el alma de Mevlut y su sosegada forma de entender el mundo.
Pero no solo ama a su mujer y a sus hijas, no es una novela de amor ni mucho menos. Mevlut se acercará a todo tipo de personajes sin perjuicios, con las manos vacías y despojado de todo odio. Conoceréis a alevís, kurdos, comunistas, fascistas, mafiosos, corruptos... Todos financiados por alguien, todos creyéndose poseedores de la verdad suprema. Los preceptos de la religión no importan, sólo el poder y el dinero.
Siempre es igual.
Pero un día, desde una colina de Estambul, contemplando el mar, Mevlut logra confundirse con lo infinito confesándose que, siendo capaz de amar sin reservas y no olvidando nunca los posos que ese amor dejó en su vida, cada segundo vivido ha merecido la pena.
Leed mucho.
M.
¿Quién disfruta más de su vida?
¿Quién conoce mejor la realidad que le rodea?
¿Quién contempla el mundo sin perjuicios y con perjuicios es juzgado sin piedad y con saña?
¿Quién va consiguiendo pequeñas metas, logros sin importancia, que le equilibran en el caos?
¿Quién maneja a los demás sin que estos se den cuenta?
¡Ojo! que yo no lo tengo claro. Es una sensación como la tristeza o la desesperación. Hay días que estoy eufórica y no sé la razón y otros me sumerjo en el foso de la desesperación, rodeada de aborígenes atormentantes que me lanzan dardos que me hunden más en el fango. Conocer el secreto de la felicidad es un poco igual, hay momentos en los que estoy segura de que hay que comerse el mundo, aullar y hacerse notar. Y otros que me enrosco como un caracol en una humildad sosegadora.
En ambos estados de espíritu me encuentro igual de bien, o mal. Por ello, considero que - por mucho que avance la ciencia - los psiquiatras no lograrán desentrañar del todo los secretos de la mente humana. En esto (permitidme hacer un inciso) no soy objetiva. El progreso científico me produce cierto rechazo. Reconozco sus avances, pero convierte a los hombres en Dioses con letales consecuencias para todos, el progreso mal entendido nos deshumaniza.
Tras esta pequeña introducción, qué os preguntaréis donde lleva, ya veréis ya, me meto de lleno en otro acierto literario de este año. Otra iluminación divina que ha caído en mis manos. Soberbiamente traducido por Pablo Moreno González (no es fácil transcribir la sensibilidad y la delicadeza de un idioma tan distinto al castellano como el turco), otro libro que da pena terminar, pero cuya última frase - sólo una frase - resuelve toda duda que puedas tener sobre cómo pavimentar el camino de la felicidad. La humildad y la sencillez son la llave que abre el arca insondable de la exigua esperanza que tenemos de ser felices. El que vive la vida aprendiendo de su resignación y extrayendo lo que es digno de ser aprendido, al menos una vez, pronunciando una sola frase, en un momento mágico... ¡Es feliz!
Esto así redactado que parece tan rebuscado, es extremadamente simple. En su sencillez radica la razón por la que nunca lo ponemos en práctica.
Orhan Pamuk consigue crear un personaje (Mevlut Karatas) que se desliza con sutil cadencia por el Estambul que va de principios de los años 70 del siglo XX, hasta el año 2012. Y ahí, si tenéis inquietudes, prepararos para aprender y no parar. Porque el binomino que mezcla la delicadeza del corazón de un hombre honesto con la puesta en marcha de la moderna sociedad turca tras años de golpes de estado, corrupción y pobres en masa que emigran sin orden ni concierto desde Anatolia central hasta los arrabales de Estambul, es perfecta. Si os interesa la historia turca, que no deja de ser la nuestra, porque - mal que les pese a los eurodiputados con sus sueldos astronómicos y su tren de vida pagado por los sufridos contribuyentes - Turquía es una parte importante de Europa desde la Caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453. Ignorarlos y engañarlos con trucos de funcionario burócrata, es decir la estrategia seguida por Bruselas desde hace décadas, es un grandísimo error que tendrá nefastas consecuencias.
Es verdad que algo genocidas sí son, armenios, griegos, chipriotas, cristianos en mayor o menor medida, han sufrido la xenofobia turca. Pero eso no es - desgraciadamente - algo achacable sólo a los turcos. Las naciones europeas, todas sin excepción, han masacrado sin piedad a propios y extraños por los más variopintos motivos. En el caso de los turcos es especialmente relevante porque son ajenos a los cristianos europeos y bichos raros para sus hermanos los musulmanes. Lo que ha creado una especie de identidad excluyente muy bien descrita también en esta novela.
Pamuk no esconde nada, ni disfraza la historia con excusas llenas de tópicos vacíos de contenido. Llega un momento en el que la trampa y el engaño, en contraste con la aparente ignorancia de Mevlut, te mece en una especie de sopor elegante y utópico. ¿Realmente se puede ser feliz vendiendo boza y yogurt por las calles de Estambul mientras tu familia se enriquece a tu costa, tus primos se alían con el mafioso local y se convierten en matones y tú te ves obligado a casarte víctima de un engaño vil y premeditado?
Ante el estupor de todos, sí parece que lo logra. Porque ama sin reservas y llena su vida sólo de eso. De amor. Es víctima de un engaño y acaba casándose con la mujer equivocada. No la de los ojos almendrados y boca carnosa a la que escribe cartas de amor durante años, sino la tranquila e inteligente Rayiha, sencilla y devota, casi analfabeta para las letras, pero que lee con pasmosa precisión el alma de Mevlut y su sosegada forma de entender el mundo.
Pero no solo ama a su mujer y a sus hijas, no es una novela de amor ni mucho menos. Mevlut se acercará a todo tipo de personajes sin perjuicios, con las manos vacías y despojado de todo odio. Conoceréis a alevís, kurdos, comunistas, fascistas, mafiosos, corruptos... Todos financiados por alguien, todos creyéndose poseedores de la verdad suprema. Los preceptos de la religión no importan, sólo el poder y el dinero.
Siempre es igual.
Pero un día, desde una colina de Estambul, contemplando el mar, Mevlut logra confundirse con lo infinito confesándose que, siendo capaz de amar sin reservas y no olvidando nunca los posos que ese amor dejó en su vida, cada segundo vivido ha merecido la pena.
Leed mucho.
M.
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