martes, 9 de febrero de 2016

Teodora y Rávena

Publicado en la Edición Digital de Guay del Paraguay. Febrero 2016

He manifestado varias veces que Italia es lo mejor de Europa (sin desmerecer al resto), a ver cómo consigo plasmar la clave de esta idea. Cuando viajamos abrimos nuestros ojos al mundo y a otras culturas (obvio y manido), pero si elegimos un destino lejano y ajeno, por ejemplo Tailandia, nos topamos con dos inconvenientes fundamentales, uno que para acceder a determinados lugares necesitaremos un guía (¡tostón!), entre otras cosas porque no sabemos ni leer las señales de tráfico. Dos, que no veremos más que lo que el circuito turístico nos ofrece, contratiempo que nos hace perder la perspectiva del contexto histórico, que a la postre nos es completamente desconocido.

Si logras escapar de los gritos, los altavoces de los guías y la marabunta dominguera, y te vas por tu cuenta, descubrirás en medio de la selva un templo rodeado de árboles y naturaleza, te quedarás sin respiración, pero no lograrás - ni remotamente - comprender qué hace eso ahí. Por lo que la intensidad del momento estará basada en el descubrimiento de lo desconocido, pero no en la comprensión de lo que en sí engloba. 

¿Qué se les pasa por la cabeza a los orientales cuando ven el cuadro de Las Meninas en el Museo del Prado? ¿Entienden algo?
Esto en Italia no sucede, alquilas un coche y tranquilamente te vas a un lugar lejos del circuito turístico, digamos Rávena. Allí, en una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes, al noreste de Italia, te topas con vestigios de los acontecimientos más importantes de la historia de Europa desde la caída del Imperio Romano. Y estos sucesos, son nuestra vida y nuestra cotidianidad, respiramos de ellos cada segundo.
Rávena es una ciudad fascinante. Donde toman forma todas las enseñanzas y lecturas que sobre Bizancio y los Bárbaros hayamos podido hacer. De repente se hace la luz, y lo comprendes todo.
¿Cómo no comprender, si allí está Teodora?



Ella, Teodora, es uno de los personajes más fascinantes de la historia. Por más que lo pienso, no consigo comprender como no hay libros específicos sobre su vida, ni siquiera en inglés. Yo, al contemplarla, quise llorar. 
¡Vale! Lo reconozco, cuando concluyeron el mosaico de la Iglesia de San Vital ella había muerto hacía un año. El retrato está completamente idealizado, sigue un hieratismo artificial, carece de fondo y de perspectiva, Teodora jamás estuvo en Rávena, pertenece a un tipo de arte paleocristiano ampliamente superado y ninguneado con posterioridad. Pero si yo viviera en Rávena, iría todos los días a contemplarla. El arte es subjetivo, y se vive desde la individualidad más absoluta. Llegas a percibir la sublimidad en Teodora porque su existencia es, sencillamente, un milagro.
Ella sigue allí, mil quinientos años después. Sobrevivió a los iconoclastas (unos locos que les dio por destruir imágenes y se enajenaron destruyéndolas) y a la conquista del Imperio Bizantino por los turcos. Claro, para entonces, casi mil años después de la construcción de San Vital, Rávena ya no pertenecía a la órbita de Bizancio. Esa suerte tuvo, porque los turcos arrasaron todo. 

Teodora era prostituta, y de la más baja estofa. Logró camelar al futuro Emperador de Bizancio gracias a sus encantos e inteligencia. Tras una juventud azarosa en lo que amoríos se refiere, trabó amistad con Justiniano, futuro emperador y señor de Constantinopla, y éste no paró hasta conseguir hacerla su esposa. Lo cual fue un golpe de fortuna, porque ella se reveló como una persona capaz y competente donde las haya. 
Inciso, vamos a ponernos en situación. Estamos en el año 500, hace dos días que el Imperio Romano se ha partido en dos, los ‘barbaros’ campan a sus anchas en Europa occidental, y lo de la cuestión religiosa está en pleno auge. Es decir, aún no han decidido cuantas naturalezas tiene Jesús. Tampoco su procedencia está clara, ni su relación con el Espíritu Santo. Traducido a palabras llanas, aun no se ha nivelado el poder en la Cristiandad. El primer asalto se produjo en época de Teodora, durante los Disturbios de Niká. Y, tras múltiples tiras y aflojas y algún que otro chamuscado en la hoguera, topamos con la batalla final y definitivaunos quinientos años después, en 1054, cuando el Cisma entre Oriente y Occidente se hace definitivo e irremediable. Con penosas consecuencias. ¡Somos así! ¿Tenía Jesús naturaleza sólo divina, divina y humana, se confundían entre sí y sólo quedaba una? Seguro que no os lo habéis planteado nunca, pero la cosa tiene miga. Mueve montañas, Estados y Civilizaciones.
Teodora, que debió olerse el pastel, jugó siempre un papel valiente y conciliador entre distintos puntos de vista. Más por su ambición (aún no estaba claro quién iba a llevarse el gato al agua) que por su innegable inteligencia.
Durante la vida de Teodora (500-548), Bizancio era infinitamente más poderosa que los dispersos Reinos Bárbaros de Occidente. Pero no era suficiente para Justiniano, por ello, buscó una plaza fuerte en la península italiana, Rávena, creando el Exarcado de Rávena. Donde mil quinientos años después me encontré frente a frente con ella. Con el retrato de una mujer poderosa, que durante los Disturbios de Niká puso en evidencia a unos hombres que sólo sabían luchar con armas, no con la cabeza. Y así ha sido durante siglos, y así nos ha ido.

Viajad, por favor.
M.












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