sábado, 20 de febrero de 2016

Eco y la Eterna Primavera....

Umberto Eco ha sucumbido a la realidad de la vida. A su eterno inseparable, la muerte. Los genios no deberían morir. No deberían, pero tantas cosas no deberían suceder y suceden. Tanto 'no debería', tanto que es inconmensurable, infinito. Como infinita es la sabiduría de algunos y la estulticia de otros.

Como siempre, cuando una persona brillante muere, las colaboraciones en los periódicos se suceden, los 'amigos' salen de debajo de las piedras y los recuerdos y semblanzas se suceden sin parar. En su caso, no podía ser menos. Decenas de premios y reconocimientos para un hombre de conocimiento inabarcable. Hoy pensaba cómo podría rendirle mi personal homenaje a alguien que había descubierto su espejo en la Edad Media, dotándola de luz y esplendor dentro de una perspectiva latina. Su visión de Tomás de Aquino y su filosofía del ser de las cosas, su profundo estudio de la estética medieval, de sus monstruos, de sus leyendas, las raíces mismas de nuestra alma. Denostamos lo que somos, sin saber que - con ello - damos la espalda a la búsqueda de Aquino. Setecientos años más tarde, un personaje de ficción, Guillermo de Baskerville, en la pluma de Eco, intentó abrirnos los ojos a lo que nuestra ceguera nos reserva: El fuego y la ignorancia.

No sé por qué, hoy cuando leía al azar pasajes de 'El Nombre de la Rosa', me venía a la cabeza el cuadro del 'La Primavera' (1482) de Sandro Botticelli. 



¿Qué tiene que ver este cuadro alegórico y espiritual con los frailes de una abadía benedictina de comienzos del siglo XIV? Absolutamente nada. Por eso me he puesto a buscar la razón de semejante asociación mental. Y las pistas han ido viniendo a mi cabeza por sí solas.

Dos de las mayores obsesiones de Eco, además del mencionado Tomás de Aquino, fueron Jorge Luis Borges y Don Quijote de la Mancha. Para Borges sólo había una novela, la del Caballero Andante anacrónico, y Eco le secundó entrañablemente. ¡Qué gran aportación hizo el castellano a la humanidad! Cada pequeña miseria y grandeza aparecen descritas en la novela. Pero sobre todo la luz, la luz y el esplendor que emana de cada una de sus páginas. Como en 'El nombre de la Rosa', donde sólo hay luz, búsqueda del saber y espiritualidad latina.

Aquí está la clave, 'La Primavera' es un cuadro que enseña al mundo la luz que el mundo latino ha dado a la humanidad, esa luz que irradiamos en contraposición a la rigidez y oscuridad del norte de Europa, que son, ¡qué pena! los que crean listas de personajes influyentes, escriben reseñas de novelas (infumables en su mayoría) y que ignoran - en su rigidez mental - a personajes como Umberto Eco, un intelectual de los pies a la cabeza. ¿Por qué no le dieron el Nobel a este magnífico sabio? Porque jamás, jamás, cuando un inglés, un sueco, un alemán... se ponga a mirar este cuadro, se dará cuenta de lo mágico que es nuestro mundo, lo vasta que es nuestra cultura y lo mucho que hemos legado a la historia. Eco lo intentó, por ello merece nuestro más sincero homenaje.

Leed, o a los sesenta años, como decía Eco, no habréis vivido.
M.



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