domingo, 7 de febrero de 2021

La música, la ciencia y el arte en tiempos esperpénticos.

Muchas de mis tardes libres las paso en el Museo del Prado. Si mañana se acabara el mundo, y tuviese que decidir dónde quiero estar y qué es lo último que quiero ver antes de la gran explosión letal, diría que en el Museo, viendo 'El Cristo Crucificado' de Velázquez, 'El Jardín de las Delicias' del El Bosco o 'El paso de la Laguna Estigia' de Joachim Patinir. Aunque si el momento final fuese muy apoteósico, me quedaría con 'La Gloria' de Tiziano. Sentiría que mi círculo se ha cerrado y que todo lo que he aprendido a lo largo de los años ha logrado condensarse en la contemplación de uno de estos cuadros que no me canso de mirar.

'El paso de la Laguna Estigia'
Joachim Patinir (1520)
Óleo sobre tabla (64x103 cms)
Museo Nacional del Prado (Madrid)

Desde que empezaron las medidas anti-covid, que hacen que el virus se propague más, el Prado se ha convertido - además - en una válvula de escape. Las escenas mitológicas que pintó Rubens, por ejemplo, me ayudan a entender ciertos cataclismos que - a simple vista - parecen inexplicables. Rubens estaba convencido en que los mitos de la antigüedad servían para dar forma a nuestras ideas, cimentadas en la filosofía griega, y que la llegada del cristianismo a Europa, y la consiguiente lapidación de los Dioses del Olimpo, fue algo que modificó el rumbo de la historia para mal. Creo que tenía razón, porque sus cuadros mitológicos me ayudan a entender muchas de las cuestiones que me planteo, esa mezcla de dioses hombres que aparecen en la Tierra por accidente o de forma intencionada y cambian todo, me ayudan a abstraerme. Estamos convencidos de que lo que hubo antes de nosotros era absurdo, sin importancia, pueril, que los griegos que creían en Zeus eran idiotas perdidos e incautos. Nada más lejos de la realidad. 

Tomemos - por ejemplo - de 'El juicio de Paris', vemos aquí a un lelo, Paris, que tiene que escoger - entregándole una manzana dorada - a la diosa más bella del Olimpo siguiendo instrucciones de Zeus. Las tres diosas son Atenea, Afrodita y Hera. El pobre está pasmado y no sabe qué hacer, aunque ya intuimos que será Afrodita la elegida, diosa de amor y con dotes para embaucar al pobre Paris. La decisión de este último desencadenará la Guerra de Troya


'El Juicio de Paris'
P.P. Rubens (1639)
Óleo sobre lienzo 199x379 cms.
Museo Nacional de Prado (Madrid)


Primera enseñanza del cuadro de Rubens, somos malos estrategas, sólo vemos la manzana que nos pone Hermes delante de nuestras narices. El paralelismo es obvio, hemos creído todo lo que nos han contado en los últimos meses, porque el premio, la manzana que debíamos entregar a nuestro destino, era la 'salud', como concepto altamente imaginario.

Me viene también a la cabeza una de las primeras escenas de la película 'Lo que el viento se llevó' (1939), cuando están celebrando una fiesta en 'los Doce Robles', la casa de Ashley Wilkes, alguien grita que la Guerra de Secesión ha comenzado, todo es de una felicidad que espanta. Irán a pegar sablazos a quien se ponga por delante, como si fuese un juego de niños. Lo que ven, lo que vemos todos tras años de adoctrinamiento en uno u otro sentido, es lo que veía Paris al contemplar a las tres diosas y la manzana que debía entregar a la elegida. Cuando Rhett Butler intenta convencerles de los desastrosos efectos de su ceguera, es vilipendiado y tiene que ser defendido y apartado con cortesía por el anfitrión. 

Otra pregunta que me asalta es por qué hay personas sublimes y otras que no lo son tanto. Qué es lo que nos hace sofisticados o no, qué vamos aprendiendo o desaprendiendo por el camino. No tiene que ver con el dinero, ni con la formación. Hay simplemente personas que tienen alma, un don, que atraen, que tienen esa sensibilidad contagiosa que nos da paz. Sin embargo hay otras que nos arrastran a la mediocridad y al fango. Por hacer un paralelismo de rabiosa actualidad, al igual que no sabemos al 100% cómo se contagia el covid-19, tampoco sabemos la razón por la que algunas personas contagian carisma y otras, no. 

Puedo pasarme horas observando los cuadros de Rubens, porque creo que él - sin pretenderlo - transmitió cosmogonía vital y amplitud de miras a sus personajes. Sus obras han traspasado la barrera del tiempo.

Ayer retornaba a mi cabeza esta misma idea, cuando veía a David Afkham dirigir la Orquesta Nacional de España en el Auditorio de Madrid. Lo veía contorsionarse, mover las manos, dirigir sin batuta el 'Concierto para violonchelo y orquesta número 1' de Franz Joseph Haydn (1732-1809), dejando que la música pasara por él, convirtiendo la pieza en algo universal, lleno de cadencia y fuerza. Él, nacido en Alemania, de origen persa, residente en España, con la sonrisa y la fuerza de su pasión transmitía paz en tiempos turbulentos, me hacía sentirme como una de las diosas de los cuadros de Rubens, o una invitada a un concierto de Haydn en la corte de los Esterházy en el siglo XVIII. Este es el estado mental al que - creo - toda persona del siglo XXI debería aspirar. 

Traspasar el tiempo y el espacio con la música, la ciencia y el arte debería convertirse en una meta alcanzable, pero no es así. Y mi limitado cerebro no logra entender dónde está la clave para que nos alejemos de las musas, dejando un desolado campo de incertidumbres. Tenemos los medios, pero no la voluntad. 

La esterilidad de nuestras luchas, de nuestros discursos que dan vueltas sobre los mismos tópicos, tras meses de encierros de diferentes tipologías, que nos alejan de la realidad, sin tener la clave de cómo será el después, el que volverá algún día a deleitarnos con su inanidad, sin acumular lección ni aprendizaje alguno. Sólo luchas sin cuartel, como en una guerra. Alejándonos, barridos por el viento ('gone with the wind') de siglos de personajes con alma, pasados y presentes.

Si hay una hecatombe, no encuentro estado más óptimo que observar los cuadros de Rubens, mientras imagino a David Afkham dirigiendo la orquesta de mis pensamientos.

Leed mucho.

M.

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