sábado, 20 de febrero de 2021

'Invitada' y algo decepcionada.

Ir al Museo del Prado, cuando mis soporíferas tareas laborales me lo permiten, es para mí algo de inestimable valor. Una válvula de escape, usando terminología 'trendy', que tan de moda está. Es una sensación de pertenencia, de intimidad muy agradable. Cada vez que me he cabreado por algo, o he notado que la estupidez a mi alrededor me superaba, me he plantado delante de algún cuadro del Museo y, como por arte de magia, me he sosegado.

Hasta hace una semana podía afirmar que el 100% de mis visitas eran la terapia perfecta para evadirme en tiempos de incertidumbre. Ahora - temo - que la estadística ha cambiado, dejémoslo en un 99%. Y es que - tras decenas de intentos frustrados - por fin conseguí acceder a la exposición 'Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931)', que comenzó en octubre 2020 y que acaba a mediados de marzo de 2021. La exposición es fantástica, un trabajo de primera, pero, cuando volvía a casa, después de pararme en cada cuadro, de leer cada cartela, de haber escuchado con atención la explicación del comisario, sin pretenderlo, notaba que estaba enfadada, molesta. Todo lo que había visto me había alejado de la esencia del Prado, de los Primitivos Flamencos, de Velázquez... Y toda esa sensación me descolocó y me dejó - por decirlo de alguna manera - fuera de combate. 

No tenía nada que decir, bien es verdad que soy una crítica de pacotilla, pero nada venía a mi cabeza, excepto la idea de que ser mujer supone un desafío, pero no por el hecho de serlo, sino por el hecho de ser el blanco de un debate continuo, de una revisión desesperada y machacona de las condiciones de vida pasadas y presentes, y a veces es muy molesto. Para mí ser mujer no ha supuesto un lastre, más bien todo lo contrario. Escuchar constantemente los agravios resulta descorazonador, porque - al igual que las novelas históricas de medio pelo, que revisten de sentimientos actuales a personas que vivieron hace dos mil años -  comparar la situación de la mujer en España hace 188 años con la de ahora es anacrónico y manido. El mundo en el que nos sumergimos las mujeres tras la Segunda Guerra Mundial, es un invento perfeccionado y hecho a medida de los hombres. Tendemos a comparar dos estadios de pensamiento diferentes desde la óptica del hombre. De nuevo son los hombres los que nos 'INVITAN' a avergonzarnos de nuestro proceso de adaptación a su invento. Esa es la razón por la que me sentí tan desazonada al salir del Museo.

Pero vayamos por partes. Primero la propia exposición.

Comisariada por Carlos G. Navarro, aborda distintos enfoques, muy bien hilvanados, para explicar la situación de las mujeres en España desde 1833 hasta 1931. Algunas pinturas son soberbias, mucho mejores que cualquiera de las que fueron incluidas en el fenómeno 'Vanguardias del siglo XX', y que son básicamente de pintores franceses, con algunas obras maestras, pero mucha mediocridad. El propio cuadro que sirve de cartel a la exposición, es una mezcla perfecta de realismo y expresionismo, un estudio de la luz y la psicología muy hábil. 

'Falenas' (1920)
Óleo sobre lienzo 160x201,5 cms
Museo Nacional del Prado (Madrid)

Yendo despacio por las salas, contemplamos reinas de la Península que han sido ignoradas por la historia, padres que dan lecciones de moralidad a sus hijas, niñas vírgenes tocadas por dios, mujeres que se ganan la vida como pueden en un mundo despiadado, otras que deben abandonar su vida familiar para dar ayudar a otro más ricos, violaciones, abusos, pintoras con talento ignoradas por la historia de arte, como la propia reina Isabel II... Todos los estadios posibles para describir lo injusta que ha sido nuestra situación a lo largo de los siglos.

El detalle de los cuadros y las explicaciones las tenéis en la web del museo. Si tenéis ocasión de ir, os recomendaría los cuadros de Antonio Fillol y de María Luisa de la Riva

La más obvia reflexión es que los cuadros de denuncia están todos pintados por hombres, como una forma de reflexionar y denunciar ante el mundo sus pecados. La concesión previsible que no soluciona nada, lejos de las trincheras de la acción. 

Otro pensamiento también muy elemental, todos los cuadros formaron parte de exposiciones nacionales, con el objetivo de optar a un premio, es decir, que el tema estaba de moda y molaba mucho. Ya se ve que en todos los premios se valora más la corriente de pensamiento que la propia calidad de la obra, ya sea literatura, arte, escultura, música... Siendo - como son en casi todos los casos - obras de primer orden.

Tercera conclusión, desconocemos nuestra historia y los nombres que - brillantemente - han formado parte de ella. 

Otro tema machacón es el de la 'España Profunda'. Los topicazos típicamente nuestros, como el gitano, el subdesarrollo, la actitud cerril, el fanatismo..., seguían muy de moda, y los pintores los explotaban con éxito para poder comer. Hecho que me da un poco de risa, primero porque el abismo entre España y el resto de Europa no era tan grande como nos quieren hacer creer, y segundo, desde la Edad Media la mujer española trasmitió títulos nobiliarios y - en caso de no haber heredero varón -  los heredaba con plenos derechos. Un ejemplo más actual, si habéis visto la serie Downton Abbey, sabréis que la trama gira entorno a la falta de un heredero varón, como no hay tal, un primo lejano tiene que hacerse cargo de la propiedad y título. En España, María Teresa de Silva heredó con plenos derechos el Ducado de Alba en 1776. Por añadidura mantenemos nuestro apellido desde tiempo inmemorial.

Las situaciones que describen los cuadros son reales, lamentables, dignas del más absoluto desprecio y censura, pero siempre hay que mirar hacia delante. Comparar la sociedad el siglo XXI, especializada, donde la mujer puede dejar a sus hijos al cuidado de alguien, con alimentos que sustituyen la leche materna, con parejas que están a su lado en trabajos más o menos semejantes, y no se pasan la vida en lejanas guerras pegando mamporros o arando campos, con la de hace 150 años, para dar fundamento a la realidad pasada, presente y futura de las mujeres, es - como decía antes - muy desalentador. 

Creo que todos estos pensamientos son consecuencia directa de mi apego a un Museo del Prado con cuadros de diosas del Olimpo pintadas por Rubens y personajes extraños bailando en el 'Jardín de las Delicias'. Pero sobre todo a mi incapacidad para dar el salto a una modernidad que me aburre y me asusta a partes iguales.

Id a ver la exposición.

M.

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