jueves, 1 de abril de 2021

La serenidad en tiempos raros.

Están muy de moda las charlas vigorizantes que persiguen insuflar optimismo, hay todo tipo de gurús en este negocio de la gestión del estrés y la tristeza, más ahora que vivimos una realidad de difícil digestión. En España hay dos nombres que siempre se nos vienen a la cabeza al hablar de monologuistas ('coaches' es más cool) que se ganan la vida yendo a empresas o grabando conferencias en diferentes plataformas, Emilio Duró y Víctor Küppers.

No hablaré de ninguno de los dos, porque no es el objetivo de este blog ni mío en este momento, sólo unas pinceladas para enlazar lo que quiero contar, que - ya anticipo - no tendrá mucho que ver. Pero es que esta semana he asistido (por Teams, claro) a una charla de Víctor Küppers, y justo ahora, cuando me he sentado a escribir, me ha venido a la cabeza.

Admiro a aquellos que se dedican a vender aire, fabricándose a sí mismos sólo con la fuerza de su tesón y su palabra, yo nunca he tenido esta capacidad y siento una insana envidia. Cuatro ideas, que repiten sin cesar, pero que parecen diferentes en función de dónde impartan la charla, creedme, ya he escuchado varias y el mensaje es el mismo, desde que nacemos debemos buscar la felicidad contra viento y marea, más los nacidos en la parte del mundo donde no hay guerras, se puede andar por la calle y casi nadie se muere de hambre. La teoría es sencilla, la práctica no tanto.

La llegada del coronavirus ha sido como el maná para este tipo de profesionales, porque no es sencillo lidiar con algo tan esperpéntico y extraño, que no entraba en nuestros cálculos vitales, algo semejante sería - por dar un ejemplo - tener que ir a cazar leones con carros de madera y una espada por el campo. ¿Alguien se ve con una cota de malla y unos calzones yendo a pegar mamporros a animales salvajes? No, nadie. Pues tampoco me imaginaba yo que iba a ir con una mascarilla por la calle, que no iba a poder salir de mi casa siempre que quisiera, que no iba a poder volar a otro país (una vez inventado el avión), y que cada vez que entrara a un comercio tendría que frotarme las manos con alcohol, por citar algunos dictados del teatro pandémico diario.

Los coaches del optimismo no focalizan sus charlas en esto, ni en las pérdidas económicas diarias de dimensiones incuantificables, ni en cómo nuestros líderes mundiales cumplen a rajatabla algo que ha conducido a la humanidad a desastres sonados, es decir, cómo en momentos claves y cruciales del devenir histórico, los que están al mando no sólo no están a la altura, sino que hacen más daño que bien.

Su mensaje es individualista, cómo YO, ser supremo y único, tengo que hacer un ejercicio de realismo y ver (¡OJO!) sólo lo bueno que me rodea y hay en mí, que es mucho, pero que por ofuscación no percibo. Cayendo en un pesimismo que se extiende siguiendo un efecto dominó. Este individualismo, tan característico de todo mensaje vivificante, es fruto de siglos de asimilación sin fisuras de la cultura greco-romana, matizado con el mensaje cristiano en todas sus variantes. Esta es nuestra sociedad, la que critica sin piedad los valores de la religión (los buenos), pero ni se percata de los nocivos. 

Küppers establece un monólogo de entusiasmo sin límites que es agradable y fácil de asimilar, se adapta perfectamente a cualquier situación de depresión provocada por la abundancia (no creo que valga para situaciones de extrema y objetiva tristeza) y la desfocalización. A mi me gusta mucho, porque ofrece todo tipo de palancas para dar el salto al optimismo, no es sectario, no se avergüenza de confesar lo que piensa y siente, tiene buena presencia y combina la burla hispana con el pragmatismo nórdico a la perfección. Hay cientos de conferencias suyas en internet, merece la pena escucharle.

Como decía, esta semana asistí a una de sus charlas en la que habló de cómo salir con bien de este teatro pandémico. Tarea ardua y no tangible, sobre todo para el que tiene su futuro sostenido en papel de fumar. Como tomo notas de todo, me quedé con las seis claves para avanzar con paso firme. Las comparto con vosotros, ser buena persona, hacer deporte, leer novelas, redescubrir la música (no incluye el reguetón), saber que el ánimo no es un recurso ilimitado y la serenidad. Como veis, no aplica a situaciones de tristeza provocada por causas objetivas como muerte, enfermedad o pobreza.

Todo esto (se acerca el momento digresión) viene a cuento porque creo que vivimos un momento de reinvención de la serenidad. Un concepto que yo siempre había asociado a la calma, la ecuanimidad, la sencillez..., pero que en 2021 ha pegado un giro dramático - inciso, creo que cuando Víctor Küppers habla de ella se refiere el concepto clásico - convirtiéndose en una actitud a medida de lo que obliga el toque de queda, sobre todo en las grandes ciudades. Me explico, el descubrimiento del arte, la música, la naturaleza..., es algo en lo que se profundiza así de repente, sin un bagaje individual previo. Cuando hace un año nos encerraron, comenzó un bombardeo de propuestas orientadas a entretenernos sin movernos del sofá y - esto es lo más relevante - sin que nosotros aportáramos nada propio, una especie de adormidera cultural. No puedo creer que una persona adulta sea incapaz de entretenerse sola y tenga que esperar las propuestas que vienen de otros.

Esta idea incide también en el concepto de lo inmediato, de la no profundización en nada. Todo conocimiento o acercamiento a algún disciplina es efímero, todo lo que nos cuentan nos cuadra, nunca nos hacemos preguntas. Creemos que la gente sabe idiomas porque tiene facilidad para aprender, que cuando nos ponemos delante de un cuadro de hace 500 años es 'bonito y divertido', juzgando al pintor y al protagonista del cuadro como si fueran dibujos animados dignos de la más simple mofa, siendo en realidad un compendio de símbolos y dictados que han trascendido durante siglos y que han marcado la pauta de otros maestros de toda índole.

El otro día, paseando por las salas de Museo Thyssen, lleno a rebosar porque es gratis hasta el 18 de abril, escuchaba a muchas personas hablar de la varonesa -Carmen Cervera - como una lagarta, alguien con sus objetivos orientados al embaucamiento del pobre varón. Siento hasta lástima de tanta simpleza, la mejor colección privada de arte llegó a Madrid gracias a ella, de la que se puede disfrutar gratuitamente, que nos permite ver desde retablos del siglo XIV italiano, tan llenos de espiritualidad, hasta las vanguardias del siglo XX (con poquísima obra en España hasta la llegada de esta colección) con pinturas de Chagall, Picasso, Kandinsky..., por citar algunos al azar; pues bien, de todo esto se deduce que es una lagarta. Hay que tener una profunda serenidad para desligarse de la superficialidad y ver más allá. Es un ejercicio reconfortante, pero complejo. Esto Victor Küppers no lo explica bien, más bien da a entender que es una especie de meditación con velitas en un entorno agradable, pero es muchísimo más intenso que todo eso. 

No sé si el acercamiento a lo espiritual que propone el siglo XXI tiene precisamente este objetivo, que seamos más estúpidos. Esto me recuerda al método 'gomaespuminglish', el método de inglés para aprender español. El concepto es el mismo, rebajo el precio de los museos, de la cultura, para que seamos más incultos que nunca.

Pienso que tiene que ver con la enseñanza de aquí y de allá con la que nos forman desde los cuatro años. Esos 'horarios' de lunes a viernes en los que de nueve a once nos enseñaban matemáticas, y de once a una historia, así por generación espontánea. Guardabas un cuaderno y sacabas otro. La filosofía (al menos a mí) la contaban fatal, y la enseñanza de la historia estaba llena de lagunas, por alguna extraña razón dedicaban casi medio curso a hablar del Paleolítico y el Neolítico, nos presentábamos en Semana Santa sin que el hombre caminara erecto, y cuando llegaba mayo, a duras penas habíamos vislumbrado el Renacimiento. El conocimiento de la Edad Media era irrisorio, caía el Imperio Romano, todo era oscuridad y superstición, lleno de monjes y fanáticos por todas partes, y de repente se hacía la luz, con el Humanismo, donde por fin el atrasado Gótico quedaba enterrado en las brumas del tiempo. 

Ahora la cultura es más limitada aun, porque a este reduccionismo ya de por sí nocivo, se ha unido el adoctrinamiento regional y la supresión de las disciplinas de humanidades en los planes de estudio. Recuerdo que cuando nos contaban la llegada del Carlos de Habsburgo a la Península, lo nombraban como 'Carlos I de España y V de Alemania', tardé años en entender que Alemania - como tal - no existía por entonces, y que en realidad Carlos era el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, concepto que jamás nos explicaron. Pero al menos sabíamos que había existido, ahora, dudo que muchas personas menores de 35 años, cuando se pongan delante de su retrato en el Museo del Prado, sepan quien fue. Por eso, en cierta forma me siento afortunada, porque al menos yo si era capaz de colocarlo en la línea del tiempo cuando acabé la EGB.

'Carlos V a caballo en Mühlberg'
Óleo sobre lienzo 335 x 283 cms.
Tiziano (1548)
Museo Nacional del Prado (Madrid)

Por eso la búsqueda de la serenidad, con la idea de atesorar ideas de aquí y allá sobre cualquier disciplina, meditarlas y dotar cada segundo de esparcimiento a la tarea de profundizar para crecer como seres humanos, se me hace difícil de concretar en una sociedad como la nuestra ya a priori. Cuando hace un año nos encerraron en casa durante dos meses, esperábamos que nos dijesen a cada momento cómo debíamos 'matar' el tiempo, qué series debíamos ver, qué libros leer... Las musas no nos visitaban para ofrecernos esa ansiada serenidad, los personajes mitológicos que pintó Rubens, estaban encerrados bajo siete llaves en el lodo de nuestra ignorancia, ahora, cuando vayamos al Museo del Prado y veamos los cuadros seguirán devolviéndonos la pálida esencia de la serenidad que tanto nos esquiva.

Leed sin parar.

M.

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