domingo, 17 de enero de 2021

Sólo nos queda un ataque alienígena... Mientras tanto, hay que leer.

Todos recordamos las historietas de nuestros abuelos sobre hechos apocalípticos, bombas, hambre, disputas ideológicas llevadas al extremo... Entonces - como éramos niños - nos parecían un cuento más, con más acción y realismo, algo alejado de nuestro confortable imaginario infantil.

Últimamente tengo la sensación de que a toda generación le toca vivir hechos fuera de los común, algunos causa directa de la acción del hombre, otros en forma de venganza del planeta Tierra, por lo mal que lo tratamos. En cualquier caso me invade algo de temor al ver que se nos acumulan los 'acontecimientos históricos' vividos. Y lo que me aterroriza realmente es la ceguera de los que ostentan el poder por uno u otro motivo. Solemos culpar a los políticos de su mediocridad (nada que objetar), pero yo trabajo en una empresa que cotiza en el Ibex-35, y la gestión no es para tirar cohetes, favoritismos, enchufes, pelotas, decisiones sorprendentes que acaban en desastre y de las que nadie se responsabiliza, cadena de poder basada en la obediencia ciega y acrítica... Consecuencia de la alabanza sin medida es la obtención de galardones varios en los que los premiados son a la vez jurado y público que aplaude en la entrega (algo parecido a los Goya del cine, pero en versión Ibex-35). 

La política es esto, pero elevado a niveles estratosféricos, en los que - ya de forma descarada y amoral - se ríen en nuestra cara y, lo que es peor, no cumplen con sus deberes mínimos para con el ciudadano. Corregidme si me equivoco, pero se justifica el descomunal tamaño del Estado (más del 70% de la riqueza que circula en España) porque hay servicios que, por su elevado coste y nulo beneficio, sólo pueden ofrecerse a fondo perdido. Para ello pagamos a una corte ingente de funcionarios de todo tipo que - prácticamente sin excepción -  tienen el concepto de su cometido social cambiado, es decir, creen que el Estado está a su servicio, no ellos al servicio del Estado, entendiendo 'Estado' como la suma de las personas que viven en él, todas sin excepción. Esto en sí no parece relevante, pero lo es, porque en momentos decisivos, y tras recordarse machaconamente sus privilegios, llegan a tener tal distorsión mental, que creen ostentar el derecho de disponer de la vida y destino del resto de sus vecinos, mientras disfrutan de una serie de Netflix sin inmutarse. Si la nieve se acumula en las calles, o las personas enfermas no pueden llegar a los hospitales, no tienen remordimiento alguno, echan mano de su cartilla de derechos y listo. 

Una vez asentados los cimientos de nuestra convivencia, sólo nos resta esperar el ataque alienígena. Mientras, nos dedicaremos a leer, que es lo que hago yo, para hallar paralelismos en ficciones que palidecen ante la realidad.

Los párrafos anteriores me sirven de introducción para hablar de la novela 'La Gata y el General' de Nino Haratischwili, publicada en español en septiembre de 2020. Los hechos que se describen en este libro son el reflejo - llevado a un extremo trágico y grandilocuente - de lo que he escrito en los párrafos anteriores, cómo la fuerza de un estado fallido aplasta a los más inocentes, con la excusa de los derechos adquiridos y la consabida lucha de clases, si que sepamos muy bien quién es quién en la pirámide social, y las razones de la lucha. Sólo que, cuando ya no podemos exprimir a los que nos rodean, lo más 'razonable' es buscar enemigos donde sea, para evitar asumir ciertas responsabilidades obvias y esparcedoras de miseria.

Vamos a poner la novela en contexto, que no es fácil, puesto que los acontecimientos que se narran en ella no son muy conocidos y están distorsionados por el colapso de la Unión Soviética. 

La Primera Guerra Chechena (núcleo de la novela), tuvo lugar entre 1994-96. No fue un hecho espontáneo, había una mochila llena de odios y heridas mal cerradas, también desavenencias religiosas (los chechenos son en su mayoría musulmanes) y pobreza. Chechenia había sido incorporada al Imperio Ruso (el de los zares) a finales del siglo XIX, las ansias de las grandes naciones por tener un gran imperio fueron letales para algunos grupos humanos. A lo largo del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, ciertas potencias se lanzaron a una acaparación sin precedentes, pusieron bajo su yugo a todo pueblo al que consideraron inferior y necesitado de aire civilizador. Rusia no fue una excepción, de hecho llegó a tener un gran imperio. La supervivencia de este imperialismo mega-civilizador tiene un denominador común, los locales pintan poco y los 'invasores' copan todos los órganos de decisión. Esta pauta se cumple en el 100% de los casos. Si las élites invasoras manejan bien la situación, puede funcionar la idea, en el caso de Chechenia, no fue así. 

Stalin los mantuvo a raya (el odio estaba ahí, claro, pero no decían ni 'mu', el miedo podía con todo). Cuando los nazis llegaron a Grozni en 1942, lucharon como poseídos contra ellos. Stalin pensó que podrían reclamar algo de gloria, destinada sólo para él, y los acusó de colaboracionistas, el resultado (imaginable) fue la deportación a Siberia de miles de chechenos, se les permitió regresar en 1957. Se puede ir viendo que esto acaba en tragedia. 

En 1991, cuando la Unión Soviética colapsó y se resquebrajó por todas partes, desde Moscú pensaron que ciertas regiones, anexionadas por la violencia o de forma artificial tras la decena de conflictos habidos durante siglos XIX y XX, podían ser repúblicas asociadas, o lo que es lo mismo, crear una ilusión de independencia, mientras desde Moscú los oligarcas explotaban sus ingentes recursos naturales. Algunas regiones se negaron, pero eran tan pobres que a nadie interesaban, como Moldavia, obtuvieron la independencia sin más. Otras eran casos perdidos, nunca se habían creído lo de la URSS, habían mantenido sus lenguas y era pro-europeas, las Repúblicas Bálticas, también se les dejó ir. Tenemos casos como Turkmenistán, Azerbaiyán, Uzbekistán..., que se independizaron totalmente, con la promesa de seguir en la órbita rusa y no sacar la pata del tiesto. Otras, como Georgia o Armenia, prometieron lo mismo, pero pasados los años y - por causas que no llevaría días explicar - decidieron ser desleales a Moscú, lo que desató su ira, porque, en este caso, sí había mucho en juego.

El caso de Chechenia no se encuadra en ninguno de los anteriores. Declaró su independencia unilateralmente en 1991, muchos años de odio contenido desembocó en un apoyo popular casi unánime al nacionalismo checheno, con el añadido de la fe religiosa. Muerte del representante del Partido Comunista Ruso (PCUS) y toma del aeropuerto de Grozni, años de guerra, muerte, destrucción y miseria.

Las variables de esta fórmula letal son, Rusia con su corte de funcionarios en busca de ganancias en un pantanal de decadencia, incompetencia por culpa de setenta años de comunismo con estrategias militares caducas y faltas de realismo, zona montañosa llena de fanáticos llenos de odio (Chechenia) y todos los contrincantes guiados por el espíritu de la violencia y destrucción... Nada que añadir, sería redundante.

En medio de un estado fallido, donde los funcionarios (ver párrafos iniciales de este texto) creen poseer el derecho de manejar los recursos de los ciudadanos como un derecho sagrado, sin tener ningún tipo de responsabilidad para con ellos, y con historias personales plagadas de episodios crueles y descarnados - la URSS no dejó a nadie indemne - encontraron en la Guerra de Chechenia el lugar y el momento histórico para dar rienda suelta a sus instintos. 

Este es el marco en el que se desarrolla la novela de Nino Haratischwili. Un hecho violento y brutal marca el destino de algunos de los protagonistas. Otros - en Berlín - son víctimas colaterales de cómo las estructuras de poder en las que nadie asume fallos, se perpetúan dejando que sus rigideces arrastren a quienes se acerquen a husmear. Hasta los 'buenos' comprenden mejor que nadie que - puesto que otros lo hacen y la cosa no tiene remedio - es mejor estar en la cúspide de la pirámide, aunque esté podrida, que en el fango del subsuelo.

Nino conoce y describe como nadie esa realidad, cuenta - por su edad y circunstancias - con dos fuentes en la que inspirarse, nació en la Georgia previa a la caída de la Unión Soviética, y fue testigo de la fiereza rusa cuando un estado satélite como el suyo, decidió volar el libertad. No es sencillo conocer al dedillo - como ella - todos los entresijos de una realidad tan compleja como la vivida en Rusia desde finales del siglo XX.

La maldad y la mediocridad son el eje axial de toda buena novela, esta no es una excepción. La lucha de los 'malos' contra los 'buenos', de cómo los que supuestamente se levantan cada mañana para proteger a los oprimidos, acaban aniquilándolos, a veces sin querer, es el otro tópico ampliamente tratado en el libro. Añado la manía que tenemos los occidentales de meternos en berenjenales sin saber de la misa la media, estos último en forma de periodistas que hablan a bulto, en busca de la noticia estrella; también hay un personaje que ilustra este tipo de comportamiento.

Como toda mente lúcida, no da forma a la trama victimizando a una parte, en este caso los chechenos, a los que describe como una sociedad cerril y opresiva que estigmatiza el destino de muchos inocentes. 

La lucha sin cuartel de ambas partes, chechenos y rusos, contemplaba - o así lo veo yo - la victoria como única alternativa, como una forma sencilla de perpetuar una imagen vendida al mundo y a ellos mismos, a partir de ese momento la destrucción total era la única vía. 

El protagonista - 'el General' - es un oligarca ruso lleno de odio y ansias de venganza, porque - entre otras cosas - no le dejaron vivir la vida que él quería, participó - contra su voluntad - en la muerte y violación de una niña chechena durante la guerra. Para dar forma a su cruzada contra el resto de mediocres y borrachos asesinos, gesta su plan en Berlín durante la segunda década del siglo XXI. 

Una joven georgiana que se gana la vida como actriz de segunda en teatros de Berlín, es 'la gata', también tiene estigmas del comunismo en su cuerpo y en su mente. Su parecido con la chica chechena (Nura) asesinada años atrás, decide su destino.

Como trasfondo de los intrincados caminos de la vida, un cubo de Rubik, y una confabulación de recuerdos.

Hasta aquí todo es casi perfecto. Casi tanto como su primer novela, 'La Octava Vida. Para Brilka'. Pero hay algo que falla en el último tercio de la trama, un detalle imperceptible que que hace que la novela no sea perfecta, la Gata se convierte, sin explicación coherente y sin vínculo alguno con ninguno de los hechos presentes y pasados, en una especie de James Bond, y decide buscar la justicia por su cuenta, justificando tal movimiento por el pantanal familiar que ella misma tiene en Berlín, cosa que - ya se puede entender, incluso sin haber leído la novela - no tiene ni pies ni cabeza. Para la escritora sí, porque necesita un testigo de la escena final, la apoteosis de todo, cuando sube el telón y todos se juegan todo a una carta, con la actriz georgiana como testigo. Pero no sólo es testigo, es que en su papel de James Bond, como si de un thriller de tres al cuarto se tratara, ha conseguido reunir pruebas que justifican que el telón este último acto no suba. Pero sube.

Nino Haratischwili es una gran escritora, pero creo que corre el riesgo de sobreexplotar el tema 'caída de la Unión Soviética y descubrimiento de sus miserias', llegado un momento, no sabrá cómo dar forma a nuevas historias sin caer en giros extraños.

No obstante, como siempre digo, leed la novela y sacad vuestras propias conclusiones y paralelismos con la triste realidad que vivimos.

Leed mucho, 

M.

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