jueves, 6 de septiembre de 2018

Gudú, el olvidado...

Lo voy a soltar a bocajarro, nada más comenzar... Odio las novelas de ''El Señor de los Anillos''... NO las soporto, y las películas menos. O no he sabido captar el meollo de la cuestión, o lo único que he sido capaz de retener en mi cerebro ha sido la imagen de un ser deforme que busca un anillo. Ya, lo sé, no he pillado nada... Cuando comento esto de forma casual, me miran como si fuese una pirada, alguien que no ha hecho buen uso de las setas alucinógenas, por lo que suelo callarme prudentemente mi opinión.

Conste que intenté leerlas en inglés, para ver si - por lo menos - aprovechaba el tiempo y memorizaba algún término de las Tierras Medias, pero es peor todavía que en español, por lo que aplaudo públicamente al traductor (Francisco Porrúa) que le ha dado algo de brillo a algo tan horripilante. Estoy siendo muy cruel, pero lo cierto es que las expediciones por montañas, luchando contra guerreros desaseados no ha sido nunca lo mío. Si encima buscan un anillo, menos.

Esto no es óbice para que me interese sobremanera su escritor, J.R.R. Tolkien. No dejo de sentir hacia su desbordante imaginación una sincera admiración. Fue un intelectual y un erudito sobresaliente, y objetivamente no escribe mal, pero es que la temática no me atrae. Para mi adolece de uno de los peores defectos que puede tener un libro (¡ojo que es un apreciación enteramente mía!), está infectado por la dinámica literaria escrita en lengua inglesa, ya ampliamente comentada en este espacio.

La denominaré ''Dinámica Awesome'', consistente en magnificar sin medida ni pudor todo lo escrito en la lengua franca sin discusión, aunque no valga la pena perder el tiempo en leer la primera página. No llegamos a casos tan extremos con Tolkien, pero lo cierto es que nos han bombardeado con estos libros. Si estuviesen escritos en Lituano, hubiesen pasado sin pena ni gloria, y el escritor, o hubiese muerto pobre o purgado por Stalin (las Repúblicas Bálticas se vieron muy castigadas en su momento), pero claro, no es el caso. Y Tolkien, brillante en casi todos los aspectos y lingüista por añadidura, nos introdujo por obra y gracia de la lengua inglesa, en un mundo de lenguajes extraños, personajes mutantes y mágicos y seres buenos que - esto si que no añade sorpresa alguna - buscaban recuperar el equilibrio de la Tierra Media. La Tierra Normal (la nuestra) no la hubieran normalizado nunca, ni con la posesión del anillo. Es lo bueno que tiene inventarse mundos, que la cosas funcionan, producto de la ficción.

Nuestro querido Tolkien multiplicó criaturas sin control, y la ''Dinámica Awesome'' hizo el resto. Por eso, este y otros libros escritos en inglés los manejo y leo con una inconfesable cautela.

En el otro lado de la moneda, hay libros que son más allá de Awesome (en inglés, impresionante, que te deja turulato de lo bueno que es), con mayor uso de la imaginación y la palabra, pero su público es infinitamente más restringido, no porque haya una masa crítica lectora menor, más bien porque no hay ''Dinámica Awesome'', y eso es clave. Si se acompaña con una súper-producción cinematográfica, cualquier obra maestra, por muy superior que sea a este grupo de libros, palidece y se diluye en el lago del olvido. Porque se trata de olvidar, mágicamente, como se olvida al Rey Gudú.


Olvidamos sin pensar, sin ver la magia, la que desborda y azota a este libro de principio a fin, con una pócima de encantamientos y de historias veladas contadas por trasgos y hadas que se esconden en los lagos, pero que no pueden evitar sentir atracción por lo humano, por lo bueno y por lo terriblemente cruel que encerramos, nosotros, los hombres de este planeta. Dentro de un Reino - Olar - ficticio pero tangible, lejano en el tiempo pero que, a cada segundo de la lectura, deja traslucir todo aquello que ya sabemos, pero contado en forma de hechizo...

Gudú, el ¿protagonista? de esta novela, aparece ya muy mediado el libro. Es necesario ubicarlo en el tiempo y en el espacio para así comprender que suma mil encantamientos, junto con la malicia y frustración de aventuras fracasadas y sagas familiares quebradas por la ambición de luchas ajenas. No, no es como todos, porque su madre, Ardid, la verdadera protagonista del libro (necesariamente tenía que ser así, una mujer fuerte e inteligente en la sombra, como lo fue toda la vida la propia escritora, Ana María Matute) ha decidido la vida del futuro rey de Olar, incluso antes de haberlo engendrado. Ha dispuesto privarle del sentimiento del amor, carece de corazón. No puede sentir pero si ambicionar tierras y reinos lejanos sin límite, legendarios y no tanto. Sólo por ser el más grande rey de un mundo en esencia restringido por el tiempo y el espacio, un reino raquítico y anclado en los sueños. La ambición le provoca vértigo constante, pero también desencanto:

''Es extraño que la realización de un deseo provoque un vacío tan grande'''
Olvidado Rey Gudú.


Gudú es cruel, pero no más de lo que cualquier rey medieval pudo haber sido. La vida no valía nada, porque nada podían aspirar a tener ni a sentir la inmensa mayoría de los habitantes de la Tierra (la Media, la Imaginaria o cualquier otra), la subsistencia y la crueldad descarnada son el fresco que contemplas leyendo el libro. Nadie siente ni padece, sólo arrastra miseria. Porque a pesar de existir la religión, ésta no vale para dar respuesta a tan descorazonador mundo... Hasta que aparecen los sueños, arrastrados por niños que juegan bajo árboles mágicos y viajan en el tiempo.

Tolkien arrasa con su imaginación, pero es incapaz de reflexionar sobre algo tan simple como el corazón, el arrancaron a Gudú, para que no pudiera amar, como si sólo en amar - o no - estuviera la raíz de todos los desastres de la humanidad.

''La inteligencia tiene un límite, la tontería y malicia no tienen fondo visible o alcanzable''
Olvidado Rey Gudú.


Gudú no siente lo que los demás parecen sentir. No siente amor hacia su madre, Ardid, que dirige y pone rumbo a un reino en medio de los vientos. Su única misión es conquistar, someter y convertir su reino y su estirpe en legendarios. Pero la ambición extrema y sin corazón mata, aniquila y convierte en infelices a los que rodean a una mente trastornada por la grandeza. Tiene daños colaterales y suele ser consecuencia de una educación escrita por alguien aplastado por ella y consciente de que los sentimientos dulces y la empatía con el mundo son castigados severamente. Por eso Ardid, víctima de crueldades ajenas, arranca a cuajo el corazón de Gudú, que se convierte literalmente en una piedra. Pero olvida, al establecer el conjuro, una matiz básico, que en un determinado momento, amándonos a nosotros mismos, reflexionamos sobre lo absurdo de todo lo que hemos acometido en nuestra vida. Sí, Gudú es capaz de amarse y contemplarse a sí mismo, y luego dejarse dominar por sentimientos humanos profundos y contradictorios...

Lo comprende antes de enfrentarse, ya sin dudas, a su verdadero lugar en el mundo, cuando escucha estupefacto las palabras de un traidor a su causa:

''Sólo conozco dos sentimientos tan fuertes que obliguen a un hombre a traicionar su palabra: el ansia de libertad o el odio. Existe un tercer sentimiento, pero tan ambiguo, tan dividido y tan misterioso, que desde luego tú, Gudú, ni siquiera puedes sospechar: el amor.''






Nos encontramos ante uno de los libros más sobresalientes del siglo XX, suerte que podemos leerlo en su versión original, porque, si nos detenemos justo al final de cada capítulo, y con algo de perspicacia, podremos sacar conclusiones universales y sabias, pero constantemente ignoradas:

- Anhelamos lo grandilocuente, pero nos permitimos el lujo de despreciar la sencillez trascendental que nos rodea.
- Nuestros objetivos están en una isla (en el libro la de Leonia) que contiene la voluptuosidad del lujo y el deseo, concretada en un juego de sombras que - al desaparecer su influjo - nos sume en la más terrible de las certezas, la de no amar a quien nos aman, sin pedirnos nada.
- Cuando dejamos de ser niños, y ya no vemos la vida a través de los ojos de la inocencia, morimos y nos extinguimos envueltos en amargura.
- Preferimos buscar y cuidar potenciales enemigos, a mimar a nuestros verdaderos amigos.
- Siempre hay alguien que vela por nosotros, de forma silenciosa y eficaz, pero no nos damos cuenta. Y - cuando lo hacemos - es demasiado tarde.

Y lo más importante de todo, nuestro momento de máxima lucidez acontece cuando todo está ya perdido.

''¿Por qué es tan ciego y tan indescifrable el mundo al que nos trajeron? ¿Quién nos dejó caer en este mundo, tan mudo, impío y desolador? (...) Ardid se dijo que toda su ciencia era un vano intento de rasgar el velo del mundo.'

Leed muchísimo,
M.

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