sábado, 13 de enero de 2018

La hipocresía... Y Emma.

Al paso que llevo, no me hago rica. Es más, cada vez soy más pobre. Repasando mis actividades diarias puedo resaltar:

1.- Ir a trabajar. Por si algún compañero, coleguilla de trabajo me lee, omitiré mi opinión sobre este particular. Aunque parezca increíble (a mí lo parece al menos) hay personas a las que les gusta ir a un polígono y encerrarse durante ocho horas en un edificio sin luz natural, oyendo sandeces y constatando que la pesadez humana no conoce límites. He hecho terapias varias, meditación budista (en serio) y otros remedios como cambiar el diálogo interno, sin que nada haya dado resultado. Es más, al engañar al cerebro con frases como "¡Qué bonito es todo esto!", he sufrido terriblemente, teniendo que añadir a mi propia hipocresía, el sopor infinito de lo inexcusable. Conclusión, una auténtica ruina intelectual y pérdida de tiempo.

2.- Estudio idiomas varios, esto sí me produce un deleite jugosón. Y se me da bien, pero claro, no me da dinero, más bien me lo gasto yo en clases.

3.- Varias veces a la semana doy paseos focalizados por los Museos del Prado y Thyssen-Bornemisza de Madrid. Focalizado quiere decir, que - como pago una cantidad anual por entrar a los Museos siempre que quiera -  puedo ver una o dos pinturas, tirarme un rato largo mirando en plan interesantón, ladeando la cabeza como una gran entendida, y largarme tranquilamente. Otra actividad ruinosa. Sólo pago por ver y saber, luego tengo que poner en orden mis notas, notas que no servirán para nada, y que, cuando choquemos con un meteorito, se volatilizarán en el Universo. 
4.- Lectura sin freno con su correspondiente reflejo en este blog. Otro fiasco. Este es ya mayúsculo. Últimamente mis exiguos seguidores me atacan duramente. Que si soy demasiado crítica, que me creo más lista que nadie, que es difícil seguir mis razonamientos, que los libros que leo son un tostón y que nadie se va a comprar y menos leer semejantes mamotretos. Hasta uno de mis más fieles seguidores, ni ha leído mis últimos trabajos. Lo sé. Lo cual ya me confirma sin duda alguna que soy un auténtico desastre y que nunca lograré hacerme rica con las actividades aquí descritas.
Ante semejante panorama, escogí como lectura navideña algo inspirador, algo que me hiciera levantar el ánimo, que me confirmase que soy rompedora, que tengo talento y que puedo aspirar a tener un lugar como asesora literaria, viajando y opinando sobre libros, o sobre cuadros... Viendo como todo el mundo me mira con sorpresa y sana envidia. Nada mejor que 'Emma' de Jane Austen. Una novela que - tras perder los nervios y la vida en un trabajo nada inspirador año tras año - me ha confirmado sin duda alguna que la mejor situación de la mujer es ser rica por si misma y, para complementarlo, debe casarse con un hombre más rico que ella, alcanzando así el Nirvana. ¡Qué gran momento en el que una mujer se da cuenta de esto! ¡Lástima que siempre sea tarde y esté hecha un despojo!
La novela es una delicia, describe sin tapujos la sociedad rural inglesa de comienzos del siglo XIX, las clases sociales, los perjuicios, el puritanismo anglicano, la falsedad que siempre entrañan las relaciones entre vecinos y el amor conveniente entre personas del mismo estrato social. Es completamente transparente, no puedes dudar jamás que - de haber existido - una persona como Emma hubiese pensado y actuado tal y como la describe Austen en este libro.




Emma es atolondrada y soñadora, vive con su padre, que es adorable pero hipocondriaco, está rodeada de vecinos que la admiran por su dinero y posición, y se ve envuelta en intrigas amorosas sin importancia, pero que son el corazón de la trama. Urde relaciones como una celestina ociosa, y todas acaban en chasco (más o menos como mi vida de crítica literaria). No se da cuenta de que al final las cosas han de quedar como deben, y que sortear el clasismo reinante es algo que sólo ocurría muy de cuando en cuando, por no decir nunca.
La hipocresía de nuestro mundo dominado por la moral en lengua inglesa, tiene su reflejo, aunque parezca anacrónico y exagerado, en estas novelas costumbristas de Jane Austen. Al término de cualquier trama las cosas caen por su propio peso y alcanzan un equilibrio adecuado para todos. Pero los anglosajones tienen la habilidad de hacernos verlo justo al contrario. Pensemos en una situación actual que refleja con nitidez con todo lo anterior, el "Caso Weinstein". Que era un depredador sexual era sabido y aceptado desde hacía años. Muchas mujeres seguro que – al obtener sus papeles en películas de relumbrón - miraban con desprecio y superioridad a sus competidoras, conscientes de haber hecho lo que se esperaba de ellas en el momento adecuado, trabajo en una multinacional, sé de lo que hablo. Pero han contado todo de una forma que parecía librarse una lucha sin cuartel contra él, que eran seres angelicales que se enfrentaban al mal con decisión pero poca fortuna.
Al hablar de Emma, o de las novelas de Jane Austen en general, se insiste en que criticaba de forma sutil y encantadora a la sociedad de su tiempo, y en especial a la situación de la mujer. Mentira. No critica nada, lo describe magistralmente y lo defiende diría yo. Pero, como casi siempre hacen, le dan la vuelta y aceptamos resignadamente la doble moral de nuestro universo dominado por los angloparlantes.
Aunque ahora que lo pienso, Jane Austen tenía razón, Emma es el modelo a seguir. Viendo mi propia situación y la de muchas mujeres que se quejan de la opresión de un modelo social basado en la dominación masculina, en el que somos una comparsa ridícula de un teatrillo donde la fuerza domina a la inteligencia, donde la sutileza y la hipocresía – amparada por la ciencia que todo lo explica y sabe – sostiene a bufones, idiotas y mediocres, lo mejor es adherirse a un modelo donde una mujer espera a enamorarse y vivir en una casa maravillosa, con un marido entregado, tocando el piano y yendo al Museo del Prado sin dolor de espalda… Y fueron felices y comieron perdices…

Leed mucho y creedme, lo mejor es ser una Princesa.
M.

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