sábado, 9 de diciembre de 2017

La Navidad, la caridad y otros relatos...

Estoy - ahora que llega la Navidad - preguntándome constantemente, qué harán los pobres, las personas solas, los enfermos y toda una serie de grupos que atraen nuestra atención en estas fechas, durante el resto del año. ¿Seguirán viviendo en la miseria? Sí, claro.

Siguiente pregunta recurrente, ¿por qué apelamos a los valores cristianos de la solidaridad para sustentar la enorme farsa de la Navidad, si en realidad la mayoría de la población hace gala de su ateísmo, desprecian la religión y construyen un estandarte con su ignorancia evolutiva?

¿Por qué se vende más y más si se despierta la sensibilidad, si se convence al cliente potencial del compromiso de la Empresa vendedora con los grupos sociales más desfavorecidos? ¿Por qué nos obligan a aparentar solidaridad en nuestros trabajos, se alían con ONGs para que nos sintamos obligados a donar los juguetes que nos sobran y a dar migajas de dinero que palía nuestra ansiedad consumista?

Y ahora la pregunta clave: ¿Dónde está la verdadera caridad? 



George Michael decía que 'la caridad es un abrigo que te pones dos veces al año' y que quizás por ello, deberíamos rezar por lo que se nos avecina. Con lo del abrigo, estoy de acuerdo, la segunda parte es muy alarmista. Frases como esa, las hemos escuchado a lo largo de toda la historia de la humanidad, y aquí seguimos, dando guerra. 

Pero algunas veces, el hombre se cree Dios, y eso sí entraña un peligro. Proyecta una imagen de glamour, de poder, de belleza, de lujo, de dominio de la naturaleza y de los acontecimientos, que no se corresponde con la rutina de casi el 99% de la población de la Tierra. Y entonces, tenemos que volver al comienzo, para tocar y sentir el enorme poder que tienen los humanos. Un poder que no está escondido en los cuerpos esculturales de la modelos de Victoria's Secret, ni en gestos grandilocuentes que tapan las más terribles atrocidades que nos rodean y de las que no somos conscientes, pero que rellenan páginas y páginas de revistas. Nos muestran niños viviendo entre cartones, ancianos solos y desmemoriados, grupos de humanos que vagan por el mundo sin un hogar, sin nada, sólo con el saco de sus esperanzas perdidas como compañero de viaje. Y nosotros, los ricos, los que tenemos el poder infinito, somos incapaces de hacer nada. Incapaces de arrodillarnos y preguntarnos ¿por qué? ¿por qué la caridad la practicamos tan poco y tan mal?

Y entonces, llega la solución de una forma simple. ¿Cuál es el verdadero poder del ser humano del que hablo en el párrafo anterior? Lo ilustraré con un ejemplo. 

Donde yo trabajo, cada año, ponen una caja gigante para que donemos juguetes a niños necesitados. La mayoría opta por subir al desván de su casa, revisar todo aquello que ya no quieren sus hijos, pero que no se deciden a tirar, lo envuelven en papel de regalo, y lo depositan con aire solemne en la caja. Con ello matan dos pájaros de un tiro, por una parte dejan espacio libre en casa, y por otra le endosan a un niño de sabe dios donde un puzle al que - casi con seguridad - le faltan piezas. Pero total, tiene un regalo en Navidad, que de eso se trata. Eso sí, el día que entregan las cestas de Navidad, nadie piensa ni por un momento regalar ni una lata. Eso, como decía el otro día un compañero, que lo gestione Cáritas.

Esa es la caridad que nos enseñan, nos inculcan y nos graban a fuego cada día. LA GRANDILOCUENCIA SIN ESENCIA ALGUNA. No dudo de su utilidad, pero no es la que cambia el mundo. La prueba está en que llevamos practicándola siglos, y cada vez hay más desigualdad.

Justo ayer, en el andén del metro, me topé un grupo adorable. Un muchacho joven, FELIZ, se acompañaba de unas diez personas con diversos grados de minusvalía. Todos le miraban y sonreían, algunos le abrazaban. Les contaba tonterías, se reían con ganas, participando de un cariño rendido, desinteresado, que les aceleraba la percepción de aquello que les rodeaba. Ahí -me repetí conmovida - está el poder del hombre. En dedicar el tiempo que tiene a los demás, en sacar lo mejor de sí mismo para despertar algún resorte escondido que brinde instantes de pura felicidad. La felicidad de ser normal, de no tener un cuerpo escultural, la felicidad de equivocarse, de sentarse a mirar el mundo con sencillez, la capacidad de arrancar sonrisas o lágrimas o deseos o emoción. La capacidad de ser simplemente lo que somos, hombres con millones de fallos increíbles, pero con la el poder de tener una mano vacía a los demás. Una mano cargada de tiempo y de humildad.

Feliz Navidad.
Leed mucho. En los libros, también se habla de esto.
M.












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