Nadie en su sano juicio, y en pleno uso de sus facultades mentales, podía llegar a imaginar que los británicos iban a votar 'NO' a la Unión Europea en el Referéndum sobre el Brexit el 23 de junio de 2016. Los políticos y los periodistas - culpables casi de la totalidad de los males del siglo XXI - experimentaron con un caldo de cultivo de terroríficas consecuencias para la gente normal. No porque vaya a pasar nada, ni nuestra zona de confort se vaya a ver afectada... ¡No por dios, tranquilos! Más bien porque la falta de rigor y sentido de la realidad nos arrastra a unos vaivenes extraños que, ante la falta de estrategias realistas de los gurús pensantes, nos condena a gastar energías subiendo peldaños ya escalados y desperdiciando neuronas que podrían ser usadas para logros infinitamente más útiles.
Esto es lo que sucede por tener economías subvencionadas que destinan ingentes cantidades de dinero a discutir lo discutido y a crear polémicas sobre lo ya de por si polémico, polemizando sobre lo que debe o no debe ser, sobre el bien común, sobre el ciudadano y su 'no se sabe qué bienestar', marcado siempre por lo que el Estado - tras robarnos sin piedad - decide que es bueno para nosotros. Sobre gente a la que se le promete que, sin hacer ni producir nada, tiene derecho a recibir todo sin dar nada a cambio. Europa sobrevivió a dos guerras terroríficas, y no ha aprendido nada. Nada de nada. Ha 'desaprendido', si se me permite la expresión. Pero lo más terrorífico de todo es que el bastión del pragmatismo, el Reino Unido, se ha convertido en uno más de los predicadores de lo absurdo. Ya no nos queda nada, no sé si quemar mis novelas de Sherlock Holmes.
No quería hablar de política, quería hacer un mini-resumen de Londres en otoño, tras el Brexit. Hablar de arte, de Expresionismo Abstracto, de una ciudad que bulle, de un cuadro de Maximiliano de México pegado a trozos en un lienzo que se exhibe en la National Gallery, no lejos de donde Murillo, Zurbarán y Velázquez se enfrentan por conseguir lo sublime. De los humanos que paseamos por el Soho disfrutando de la diversidad y de la paz, dando por hecho que esos ratos de ocio son producto del azar y no de miles de desagradables episodios históricos. Desayunando y leyendo periódicos como 'The Times' o 'Daily Mirrorr', en los que critican a Trump por sus hirientes palabras contra los inmigrantes mexicanos, cuando nosotros europeos tenemos a miles de personas hacinadas en nuestras fronteras y miramos hacia otro lado.
La globalización, los contrasentidos y la ceguera. Me gustaría poder resumir todo lo que se me ha pasado por la cabeza estos días londinenses, y no sé bien cómo hacerlo.
Para focalizar mi sentimiento general, recomiendo la lectura del artículo de Mario Vargas Llosa sobre 'la Decadencia de Occidente', publicado en El País el 20 de Noviembre. Como él escribe y se expresa muchísimo mejor que yo, no voy a perder el tiempo haciendo lo que que acabo de criticar en otros, es decir polemizar sobre lo polémico.
Con una idea general sobre la hecatombe y ya entrados en materia, nos ponemos al volante de un coche británico, así al llegar a la primera rotonda y tirarnos por costumbre hacia la derecha, acabamos incrustados de frente con otro vehículo. Estoy desvariando, sólo quiero decir que los británicos siempre van al revés, o tal vez seamos nosotros los que no pillamos una. Ahora ya tengo dudas y no sé que hacer con los libros de Sherlock, mi héroe, por dios que tío tan listo. No se le pasaba una. Del detalle más estúpido llegaba a una solución de lo más sólida.
Desgraciadamente no hay muchos Sherlock, más bien son los menos, porque - como decía Bertrand Rusell - gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros, y los inteligentes llenos de dudas.
¿Qué pensaría Sherlock del Brexit? ¿De la globalización? ¿Del Premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan? ¿Qué tipo de razonamiento deductivo hubiera generado su cerebro para explicar tan sorprendente hecho?
Creo que los ingleses, tienen algo que nadie ha logrado comprender, pero que ha estado ahí, hasta - tal vez - ahora. Por ello encandilan con sus usos y costumbres. Lo pensaba el otro día cuando visitaba la exposición sobre Expresionismo Abstracto en la Royal Academy of Arts, un lugar en el que no hay nada, ninguna colección propia, pero que atrae a millones de visitantes usurpando las ideas y obras de arte de los demás. De una forma tan sutil y encantadora que flotas entre susurros en inglés y gentlemans de manual que te hacen sentir protagonista de una aventura victoriana en toda regla. Y eso sin que nos demos cuenta, ocultando en el folleto de la exposición que gran parte del bagaje de Rothko, De Kooning o Gorky, había tomado forma lejos del mundo anglosajón. Resaltando como indiscutible para su éxito el dinero y el apoyo de mecenas estadounidenses. No es lo que arrastra el ser humano lo que importa, es lo que el dinero puede aportarle. La clave de la hipocresía protestante.
Digo que tal vez esté cambiando, porque ahora ya no quieren usurpar ideas, ni extender su influencia por el mundo, ahora sólo quieren mirarse el ombligo, de ahí el Brexit. Y eso es grave, porque el mundo que conocemos se basa en el dominio de la influencia inglesa, por si alguien no se había dado cuenta. Que no es malo, ni bueno, ni nada. Ni merece análisis alguno. Simplemente es así. En el que no importa que no haya sustrato alguno, o que el sustrato importante provenga de otros mundos, ya se encargarán ellos de transformarlo, o quizás ya no.
Id a Londres en otoño, o en invierno, o siempre.
M.
Esto es lo que sucede por tener economías subvencionadas que destinan ingentes cantidades de dinero a discutir lo discutido y a crear polémicas sobre lo ya de por si polémico, polemizando sobre lo que debe o no debe ser, sobre el bien común, sobre el ciudadano y su 'no se sabe qué bienestar', marcado siempre por lo que el Estado - tras robarnos sin piedad - decide que es bueno para nosotros. Sobre gente a la que se le promete que, sin hacer ni producir nada, tiene derecho a recibir todo sin dar nada a cambio. Europa sobrevivió a dos guerras terroríficas, y no ha aprendido nada. Nada de nada. Ha 'desaprendido', si se me permite la expresión. Pero lo más terrorífico de todo es que el bastión del pragmatismo, el Reino Unido, se ha convertido en uno más de los predicadores de lo absurdo. Ya no nos queda nada, no sé si quemar mis novelas de Sherlock Holmes.
No quería hablar de política, quería hacer un mini-resumen de Londres en otoño, tras el Brexit. Hablar de arte, de Expresionismo Abstracto, de una ciudad que bulle, de un cuadro de Maximiliano de México pegado a trozos en un lienzo que se exhibe en la National Gallery, no lejos de donde Murillo, Zurbarán y Velázquez se enfrentan por conseguir lo sublime. De los humanos que paseamos por el Soho disfrutando de la diversidad y de la paz, dando por hecho que esos ratos de ocio son producto del azar y no de miles de desagradables episodios históricos. Desayunando y leyendo periódicos como 'The Times' o 'Daily Mirrorr', en los que critican a Trump por sus hirientes palabras contra los inmigrantes mexicanos, cuando nosotros europeos tenemos a miles de personas hacinadas en nuestras fronteras y miramos hacia otro lado.
La globalización, los contrasentidos y la ceguera. Me gustaría poder resumir todo lo que se me ha pasado por la cabeza estos días londinenses, y no sé bien cómo hacerlo.
Para focalizar mi sentimiento general, recomiendo la lectura del artículo de Mario Vargas Llosa sobre 'la Decadencia de Occidente', publicado en El País el 20 de Noviembre. Como él escribe y se expresa muchísimo mejor que yo, no voy a perder el tiempo haciendo lo que que acabo de criticar en otros, es decir polemizar sobre lo polémico.
Con una idea general sobre la hecatombe y ya entrados en materia, nos ponemos al volante de un coche británico, así al llegar a la primera rotonda y tirarnos por costumbre hacia la derecha, acabamos incrustados de frente con otro vehículo. Estoy desvariando, sólo quiero decir que los británicos siempre van al revés, o tal vez seamos nosotros los que no pillamos una. Ahora ya tengo dudas y no sé que hacer con los libros de Sherlock, mi héroe, por dios que tío tan listo. No se le pasaba una. Del detalle más estúpido llegaba a una solución de lo más sólida.
Desgraciadamente no hay muchos Sherlock, más bien son los menos, porque - como decía Bertrand Rusell - gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros, y los inteligentes llenos de dudas.
¿Qué pensaría Sherlock del Brexit? ¿De la globalización? ¿Del Premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan? ¿Qué tipo de razonamiento deductivo hubiera generado su cerebro para explicar tan sorprendente hecho?
Creo que los ingleses, tienen algo que nadie ha logrado comprender, pero que ha estado ahí, hasta - tal vez - ahora. Por ello encandilan con sus usos y costumbres. Lo pensaba el otro día cuando visitaba la exposición sobre Expresionismo Abstracto en la Royal Academy of Arts, un lugar en el que no hay nada, ninguna colección propia, pero que atrae a millones de visitantes usurpando las ideas y obras de arte de los demás. De una forma tan sutil y encantadora que flotas entre susurros en inglés y gentlemans de manual que te hacen sentir protagonista de una aventura victoriana en toda regla. Y eso sin que nos demos cuenta, ocultando en el folleto de la exposición que gran parte del bagaje de Rothko, De Kooning o Gorky, había tomado forma lejos del mundo anglosajón. Resaltando como indiscutible para su éxito el dinero y el apoyo de mecenas estadounidenses. No es lo que arrastra el ser humano lo que importa, es lo que el dinero puede aportarle. La clave de la hipocresía protestante.
Digo que tal vez esté cambiando, porque ahora ya no quieren usurpar ideas, ni extender su influencia por el mundo, ahora sólo quieren mirarse el ombligo, de ahí el Brexit. Y eso es grave, porque el mundo que conocemos se basa en el dominio de la influencia inglesa, por si alguien no se había dado cuenta. Que no es malo, ni bueno, ni nada. Ni merece análisis alguno. Simplemente es así. En el que no importa que no haya sustrato alguno, o que el sustrato importante provenga de otros mundos, ya se encargarán ellos de transformarlo, o quizás ya no.
Id a Londres en otoño, o en invierno, o siempre.
M.
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