martes, 1 de noviembre de 2016

Turín y lo que la ciencia no ha podido explicar...

Esperando aplausos, vítores y felicitaciones por mi anterior artículo sobre Milán, me he llevado uno de los mayores chascos de mi vida. Me han dado por todas partes ¡Qué mal! ¡Pufg! Yo que pensaba que era una obra maestra, una pequeña parte de mí que había sido compartida con mis escasos seguidores y resulta que no, que es algo inconcluso, deslavazado y que te deja como en un precipicio, el final de una carretera que no te lleva a ninguna parte. Esto es el resumen – por abreviar todo lo que he tenido que soportar – de las críticas lacerantes recibidas.
Como me niego a caer en la pesadumbre y el desánimo, voy a intentar arreglar lo que he denominado ya como ‘el desaguisado milanés’. Por ello, empezaré diciendo que el precipicio en el que dejé a mis exiguos lectores es explicable. Resulta que el viaje al noroeste de Italia no acabó en Milán, continuó hacia Turín, y me pareció que alargar el texto para hablar de esta ciudad tendría dos efectos perniciosos. Primero, extender el artículo más de la cuenta. Segundo, desvirtuar y desenfocar lo mejor del viaje, la visita a la Catedral de San Juan Bautista de Turín, donde se custodia una de las reliquias más enigmáticas de la cristiandad, la Sábana Santa.



Para que no haya dudas, soy creyente. Siento que la fe es un privilegio, y que tenerla, lejos de convertirme en una fanática encerrada en dogmas, me hace más libre. No mejor persona, eso es absurdo, pero sí más libre.
Sin pretensión alguna, dedico tiempo a saber más sobre un hecho histórico, la Pasión de Jesús en Judea un siete de abril en torno al año 30 y todo lo que tal hecho acarreo después para la cultura e historia occidentales. Aventurarse en tales saberes es, creedme, apasionante. Y ahí, en medio de esta vorágine de hechos y de sentimientos, entre los avatares de mi vida y la de todos aquellos que, por una razón u otra, se han interesado por ella desde que aparece en la Historia, está la Síndone de Turín.

"Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). 

Una parte de esa libertad es, para mí, conocer los cimientos de la inconmensurable aventura de la trascendencia hacia lo desconocido. Jesús, no lo olvidemos, era un tipo raro, que fue contracorriente, un vulgar charlatán, un judío de poca cultura, agitador del que se sabe poco o nada. A pesar de todo lo escrito, a pesar de todo lo andado, cada uno de nosotros, creyentes o no, albergamos una imagen de Él que se basa en una amalgama de sentimientos, lecturas, perjuicios culturales, mentiras, verdades, errores históricos, conocimientos, desconocimientos, irreverencia y respeto.
Pero ahí está la Síndone, y ¡atentos! Me importa un bledo si envolvió el cuerpo de Jesús o no - Esto sí que es una sorpresa, reconocedlo-. ¿Para qué fui entonces a Turín? Porque, sencillamente, creo que hay algo increíblemente perturbador e inexplicable en la tela y tengo la ABSOLUTA CERTEZA (con mayúsculas) de que ahí hay algo. No sé que es, la ciencia tampoco lo sabe, pero sea lo que sea, ese lienzo encierra algo relacionado con la figura de Cristo. Cuando entré en la Catedral y mi instinto me guió a la Capilla Real donde está custodiada, ya no tuve ninguna duda.
Creer es todo un reto, un camino lleno de escollos. Llegamos a Turín a las doce de la mañana en pleno mes de agosto, con un calor de justicia y con el propósito de andar hasta la Catedral. Bajón y desazón cuando nos comunicaron en el puesto de información para turistas incautos, que estaba cerrada hasta las tres. El calor no era calor, era fuego. Pero la fe mueve montañas, así que tras ingerir unas cervecitas – que también mueven lo suyo- y reponer fuerzas, pusimos rumbo al objetivo de la misión. Y… ¡atención! Eran las dos de la tarde y la Catedral estaba abierta y vacía.
Esa fue la primera sorpresa, la segunda es que la Catedral es sencilla y acogedora. La tercera y más importante, es que, para llegar a la Capilla Real, sólo debe guiarte el instinto y la fe, porque no hay nada que indique que está ahí. Pero cuando te acercas a la urna y tienes el privilegio de disfrutar del momento en soledad, la sensación es sublime y desconcertante. El hombre ha hecho avances increíbles en todos los campos, pero no sabe qué misterio esconde un simple trozo de tela -Extenderme aquí haciendo un resumen de lo que se sabe o no se sabe, de lo esotérico o lo científico, me parece un sinsentido. Internet nos ilustra con todo tipo de perspectivas, y libros hay mil-.



Sí me gustaría acabar con un alegato a la búsqueda de lo absurdo, otra sorpresa inesperada, calificar la Sábana de absurda. A ver si logro explicarme. Desde que nacemos encauzan nuestras acciones hacia lo útil, lo cotidiano, lo que hace que tengamos una vida normal. En esa vida sin altibajos el hombre se cree Dios, porque sus logros prácticos no tienen límite. Pero lo que subyace en cada uno de nosotros es todo lo contrario, es la búsqueda de las cosas simples, de los conocimientos inútiles y absurdos que no van a ninguna parte. Y en ese saber está la esencia de lo infinito, de lo inexplicable. Desde ese lugar somos enanos, pero nuestro campo de acción no tiene fin y por ello la sensación de libertad da vértigo.
M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario