sábado, 2 de julio de 2016

Felipe, Jerónimo y el racionalismo devorador...

Publicado en 'Guay del Paraguay'. 6/Julio.2016

Días intensos y colas inmensas para ver las pinturas de El Bosco en el Museo del Prado. He visto la exposición seis veces y he tomado cientos de notas, cogiendo ideas de aquí y de allá. Las releo y no me dicen mucho. La universalización del arte es lo que tiene, lugares comunes y pocas sorpresas. Además no me abandona la sensación de que el pintor escribió cientos cuadernos que se han perdido y que por ese motivo, gran parte de las claves de su extraordinaria imaginación, hay que descubrirlas por uno mismo.

Sobre el imaginario bosquiano existen cientos de estudios en español. Buenísimos y sesudos a más no poder. Es recomendable echar un vistazo a alguno de ellos para entender, no sólo al pintor, también la mentalidad de unos hombres que, lejos ya de la Edad Media, estaban inmersos en una Edad Moderna llena de claves para entender nuestro mundo. Una burguesía emergente como motor de los futuros modelos sociales, germen de la Reforma religiosa que configuraría el mapa y el poder de Europa y - por extensión - del Nuevo Mundo, ya encontrado, pero todavía por descubrir. Debemos mucho a esos hombres, lástima que jamás nos molestemos en estudiarlos con detenimiento y cariño.

Sorteo a las decenas de personas que se agolpan frente al 'Jardín de las Delicias', cuadro que he visto mil veces en el Museo, pero que imagino el resto de los seres humanos que se agolpan sin ver, no. Lo hago por una simple razón, quiero - si el bullicio me lo permite - intuir la razón por la cual Felipe II, el hombre más poderoso de la Tierra quiso morir mirando el cuadro. ¿Qué veía? ¿Qué sentía? ¿Qué pensaría si hubiese llegado a saber que 418 años después de su muerte, cientos de cabezas se agolparían buscando claves de forma desordenada e incompleta? Supongo que nada, porque es complicado imaginar como será el mundo siglos después de la época que a uno le toca vivir, más siendo alguien que concentraba un poder ilimitado prácticamente sobre todo el globo. Pues bien, esa persona todopoderosa, sólo encontraba sosiego mirando los cuadros de este pintor holandés.

Sé que esta idea puede parecer una anécdota para contar en una charla con amigos, pero el inconmensurable mundo del Jardín, lleno de monstruos fuera de escala y  de sexo explícito, atrae a personas de todo el mundo a Madrid, siendo - al menos para mí, que incluso me confieso admiradora incondicional de Velázquez - el cuadro más representativo del Prado. 




Para explicar tan inquietante hecho, Felipe muriendo y buscando claves ocultas en los paneles del tríptico, el Prado ha usado la ciencia. Justo enfrente del cuadro aparecen colgadas la radiografía y la reflectografía infrarroja hecha a la obra. Se trata de descubrir que está pintado sobre roble del Báltico, de 30 cms de grosor, que las tablas se ensamblan en espiga y se juntan a arista viva. Que el marco se construye desde el principio y es parte de la estructura de la obra, en el caso del Jardín, el marco original está perdido, de hecho se observan zonas donde estaba el marco que ahora carecen de pigmento pictórico. Que gracias a la dendrocronología, es decir el estudio de los anillos de crecimiento de la madera, podemos afirmar que el cuadro se pintó alrededor de 1474. Que previo a la ejecución final, en la que le ayudarían aprendices de su taller, el maestro pintaba con pincel gordo y en grisalla el boceto de sus ideas. Boceto que modificó varias veces.

Muy interesante, pero ¿qué veía Felipe II? Seguro que los trazos escondidos y descubiertos con rayos-X, no. Lamentablemente la ciencia nunca nos dará la clave, por más que intente buscarla. La ciencia nos aleja de la espiritualidad y del misterio en su soberbia por creer que puede explicarlo todo. Acabará con nuestros propios cimientos, poco a poco. Porque mientras nos rodeamos de progreso, nos alejamos de los hechos mágicos y conmovedores que ha cambiado para siempre nuestro universo.

M.



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