sábado, 23 de mayo de 2020

'Clarissa' y las secuelas de lo insólito.

Esta semana he comenzado a trabajar presencialmente. Tengo la impresión que - por muchos vaivenes que haya, muchas crisis, muchos ajustes... Tiramos del carro siempre los mismos. 

Estoy completamente segura. Hay algo pérfido en todo el montaje social que lleva a exprimir siempre a las mismas víctimas. Las víctimas de esta pandemia son los fallecidos, y a un nivel menos dramático, los que se han dejado la piel trabajando en cientos de tareas imprescindibles para que la Tierra siguiese dando vueltas sin parar. Estos últimos nunca serán reconocidos, se da por hecho que su misión es esta, son una especie de esclavos silenciosos. 

A mi este papel de esclava silenciosa no me disgusta, prefiero ser útil y mantener la mente activa. Esto no significa que mi trabajo me guste, pero soy una firme defensora de la vida activa y no-parasitaria, es una forma de sentirme parte de la historia y de la realidad tangible de los acontecimientos. Cuando voy a trabajar, hablo con todo tipo de gente, cada uno con su ideología y circunstancia vital. Escuchar se convierte en una especie de ejercicio de indulgencia, intento comprender y justificar lo que piensan y viven los que me rodean (no siempre lo consigo), y todos sin excepción adolecemos del mismo defecto, de la misma tara congénita, pensamos que los terremotos que sacuden irremediablemente la historia de la humanidad son y serán ajenos a nosotros. De ahí que  - cuando se interrumpe el curso normal de la rutina - no sepamos como reaccionar y nos dejemos dominar como corderitos. Estamos indefensos ante la adversidad.

Y esa adversidad, esa catástrofe, una vez pasa, nos deja más secuelas de las que advertimos a simple vista. Este hecho incontestable fue escudriñado y descrito con maestría en casi todas las novelas de uno de mis escritores favoritos, Stefan Zweig (1881-1942). Tanto le preocupó el hecho de lo absurdo de la existencia humana y las catástrofes que provoca, que acabó suicidándose en Brasil junto a su mujer. No veía esperanza alguna en el futuro de Europa y, con los ojos puestos en los acontecimientos de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, seguro de que el nazismo se expandiría por todo el viejo continente, consideró que era mejor bajar el telón.

Antes de este desgraciado final, dejó escritas obras maestras, os las recomiendo todas sin excepción, en esta ocasión sólo hablaré de Clarissa. Escrita al final de la vida de Zweig, desprende una madurez psicológica envidiable. El marco histórico - reconozco que este tema me chifla - es la caída del Imperio Austrohúngaro y la Primera Guerra Mundial. No hay nada en la historia contemporánea más importante que este conflicto, barrió un mundo legendario y dio paso a otro mucho menos novelesco y prosaico. 



Explico primero por qué me gusta sobre el Imperio Austrohúngaro. No hay que reírse, pero cuando era pequeña me encantaban las películas de 'Sissi Emperatriz', en mi imaginario infantil, y no tan infantil, sólo existía una guapísima Romy Schneider interpretando a Isabel de Baviera como una naif e inocente jovencita, ciega de amor por el emperador Francisco José, que la adoraba y miraba arrobado mientras paseaban por las montañas alpinas de Baviera. El inicio de su historia de amor, tan romántica, con esos vestidos largos tan vistosos, de baile en baile, con ese pelo largo y abundante, peinado con esmero. Una vida regalada y apacible, prototipo de los cuentos de princesitas que ven su reflejo en la vida real. 

Nada más lejos de la realidad, el matrimonio fue muy desgraciado. Él no era ni similar al personaje retratado en las películas. Atrapado por las redes del poder absoluto desde muy joven, abrumado por los problemas de un imperio extenso, con decenas de nacionalidades discordantes y una estrecha mentalidad castrense atrapada en el pasado, chocó desde el principio con una mujer (Sissi) llena de vitalidad, con las ideas de una joven criada en libertad en las montañas de los Alpes. Sissi se casó con el emperador a los dieciséis años, si conocer más realidad que la vida alocada de la libertad infantil.

A estas personalidades discordantes que provocaban tensiones sin fin en su vida en común, hay que unir la muerte de dos de los hijos que tuvo el matrimonio. Una niña, Sofía, víctima de unas fiebres a los dos años de edad, y un varón, Rodolfo, el heredero al trono, que se suicidó con su amante en un pabellón de caza. Un tarado e inestable muchacho, víctima de la educación militar estricta y anacrónica a la que se vio sometido. 

Este cuento de hadas hecho trizas, pero maquillado con habilidad en las ya mencionadas películas, debería haberse quedado en eso, en otra historia más de príncipes y princesas con miles de trapos sucios bajo la alfombra, pero con una imagen de armonía de cara a sus súbditos. Pero tuvo nefastas consecuencias para todos lo que hoy, más de cien años después, habitamos Europa. Su ambición y su cortedad de miras, unida a los planes esquizoides de su colega el Kaiser del Imperio Alemán y último rey de Prusia, Guillermo II, nos embarcaron en una guerra que dejó millones de muertos y nos puso en la senda de un mundo ausente de vestidos largos y princesas con la cabeza llena de sueños.

En una de las ocasiones en las que Guillermo II comentó el avance de la Primera Guerra Mundial, y su alianza con Austria-Hungría, dijo: 'tengo la sensación de que nos hemos desposado con un cadáver'. Esa era la realidad del imperio que gobernaba Francisco José, un cadáver con el que nos casamos - sin saberlo - todos nosotros. El emperador murió en 1916, dos años antes de afrontar las consecuencias de su ceguera.


Cementerio de Verdún (Francia)

Yo me aferré a la fantasía de las películas de Sissi, y creo que Zweig también lo hizo a su manera. Porque al hilo de la cohesión que suponía el Imperio en el corazón de Europa, y las ventajas que de ésta obtenían las personas que ocupaban profesiones liberales y viajaban por el continente (algo parecido sucede ahora con la Unión Europea), creó un imaginario propio que describe perfectamente la desesperación que atenaza a los hombres y mujeres que solamente quieren mirar hacia el frente y construir unos sólidos cimientos basados en la cultura, que - como siempre digo - suma, no resta. Para minar esos cimientos hay enemigos internos (los más peligrosos) y externos (los que pintan una imagen que prevalece en el tiempo, porque sus ataques sólo pueden provenir de la prensa y la propaganda). Al perder al guerra, Austria comenzó a ser víctima de una leyenda negra escrita sobre todo por Francia. 

No dudo, es más, estoy segura, que Francisco José era idiota y actuó con una ceguera ridícula y anacrónica ante las demandas nacionalistas de su basto imperio, que comprendía territorios tan dispares como lo que ahora es Ucrania, Rumanía, Eslovenia, la República Checa, Italia..., pero mantenía una unidad lingüística y cultural muy prometedora. Da igual lo que pudo haber sido, porque de todo aquello no queda nada.

Lejos de las grandes decisiones que nos acaban afectando a todos, hay vidas de seres humanos normales y corrientes, a los que hay que escuchar, porque sus actos son la consecuencia del poso de su educación, de sus desgracias y de sus alegrías. Este es el denominador común de los libros de Stefan Zweig, el estudio y análisis de unos personajes que se ven arrastrados sin remedio por el peso de los acontecimientos.

Clarissa es huérfana de madre, su padre, un militar celoso del cumplimiento de su deber hasta límites asfisiantes, marca su niñez por su desapego y su disciplina. A su hermano no le afecta tanto, pero ella pasa los mejores años de su vida en un internado para señoritas, con visitas periódicas de su progenitor para pasar revista de sus progresos académicos, en estas visitas no hay ni un atisbo de ternura. 

Con el tiempo Clarissa se convierte en una muchacha reflexiva y cumplidora de su deber, algo que capta la atención de uno de sus profesores universitarios, un psiquiatra enemigo de Freud, usado como gancho para expresar el desacuerdo del propio Zweig con las teorías Freudianas y su obsesión por conocer el origen de todo comportamiento humano en su subconsciente. Para el profesor, lo mejor es huir de la realidad y el origen del desorden mental, y distraer nuestra mente con actividades que nada tengan que ver con aquello que nos oprime. Yo estoy de acuerdo.

Justo en junio de 1914, Clarissa viaja a Suiza para asistir a un congreso de psiquiatría, sustituyendo a su querido mentor. Allí traba amistad con un profesor francés, de ideas comunistas, con el que acabará manteniendo una intensa relación, mientras el mundo se precipita, tras el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, hacia la Gran Guerra.

Ellos creen que pueden vivir haciendo oídos sordos a los odios y las amenazas de los que buscan desesperadamente entrar en conflicto desde hace años, pero finalmente deben separarse, no sólo ha comenzado la guerra, además ésta les ha separado de forma cruel, Francia y Austria-Hungría son enemigos en el campo de batalla.

Ella está embarazada y su hermano muere nada más comenzar la contienda. Presa de la incertidumbre, acude a su amigo el profesor, que le aconseja seguir adelante. Y sigue... Pero la guerra, la que iba a durar como mucho hasta navidad de 1914-15, se prolonga, y la persona que saldrá de ella, será el producto de un pragmatismo desolador, hasta el punto de obligarse a olvidar lo que le es más querido. Esa es la consecuencia de la sinrazón, el olvido y la renuncia a la lucha. Los ignorantes siguen enarbolando la bandera de la verdad, Clarissa renuncia y calla. 

Aunque no lo parezca, existen muchas similitudes con nuestra situación actual. Un encierro incompresible ya, que mueve a situaciones ridículas, los líderes llaman a sus adeptos, que se movilizan sin pensar por ellos mismos, arrastrando a los que renuncian a la lucha al ver lo inútil de la misma.

Envidio la forma de escribir de Stefan Zweig, envidio su forma de describir su realidad perdida, y envidio a esas personas que denuncian de forma sutil todo el simbolismo de lo absurdo.

Leed mucho.
M.

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