sábado, 17 de agosto de 2019

Koba, el héroe georgiano y otros horrores del siglo XX

Al imaginar mis sentimientos venideros ante la visita al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, intenté - con el objetivo de racionalizar lo más posible lo que sucedió, anticipando una avalancha de incomprensión - autoconvencerme de que el ser humano es monstruoso, y que - al ser tal hecho innegable - debía ocultar mis emociones con indiferencia. 

Mi sorpresa, una vez allí, es que no hizo falta ocultar nada, porque sólo experimenté indiferencia. Debo estar siendo víctima de la inmunidad que producen las frases grandilocuentes que no conducen a nada, de la ceguera impasible ante la maldad cotidiana. Cientos de miles de personas fueron exterminadas allí de una forma vil, y 74 años después,  miles de turistas veraniegos - yo entre ellos - esperan una cola de más de media hora, para ser conducidos, en contingentes controlados, a los barracones donde agonizaron durante días, para finalmente ser fusilados en un paredón o gaseados en Birkenau, criaturas inocentes, hombres y mujeres que no tuvieron tiempo para huir, ni tan siquiera para comprender qué era semejante despropósito.

La visita incluye dos campos dentro del mismo complejo, Auschwitz I, centro administrativo y prisión de intelectuales polacos y otro tipo de tipos peligrosos para los nazis,  como homosexuales y Testigos de Jehová, y Auschwitz II (Birkenau), el campo de exterminio judío propiamente dicho. Este último es el que conocemos de las películas, un tren que llega, lleno de seres humanos hacinados, es desalojado por oficiales nazis, perfectamente adiestrados, con sus uniformes de Hugo Boss, y con una frialdad sorprendente clasifican a los que llegan como si fuesen papeles de oficina que hay que destruir en una trituradora. Los que sirven para trabajar, son conducidos a unos barracones infames, y los que no - mujeres, niños y ancianos, básicamente - son llevados, sin mayor preámbulo ni demora, a las cámaras de gas, donde se les dice que van a darse una ducha previa a su alojamiento (en el tren han sudado mucho), cuando en realidad serán gaseados con frialdad y eficacia alemanas. Porque para los alemanes, todo lo que no sea dominar ellos, no existe, no se concibe y no tiene cabida en este mundo. Así ha sido históricamente, sólo que, durante la Segunda Guerra Mundial, se les fue un poco la mano. Y las consecuencias, aun las estamos pagando.




Las estamos pagando aun porque su contribución a la destrucción, la desolación y la muerte fue tal, que ya sólo nos provoca indiferencia y hasta risa. Una hilaridad tronchante es ver a turistas de medio mundo fingiendo ser fusilados en el paredón, mientras sus amigos les fotografían. Aunque esta diversión no es nada si la comparamos a torcer la cabeza debajo de una travesera de madera, haciendo ver que eres igual que el pobre diablo al que sufrió esa suerte, la horca, por intentar huir del campo. Entonces, hace siete décadas, los que asistían al espectáculo vislumbraban su terrible destino, los que ahora paseamos por entre los barracones, nos reímos, mientras comentamos lo genial de nuestras fotos. Tenemos mucho, pero mucho que meditar. 


"Quien olvida su historia está condenado a repetirla"
Jorge Agustín Nicolás Ruíz de Santayana.


En un momento determinado de la visita, abrumada al escuchar las frases enlatadas del guía, me quité los auriculares que te proporcionan - junto con un aparatito que llevas colgado al cuello - para que puedas seguir la explicación. Una señora que iba a mi lado me preguntó por qué hacía tal cosa. Sólo pude responderle: "hay muchas cosas que quizás sea mejor no escuchar". Muy, pero que muy enfadada, me dijo: "No, no, no haga eso, hay que escuchar para que esto no vuelva a suceder". ¿Soy la única que se daba cuenta en ese momento que nunca jamás ha dejado de suceder? Hay una lista infinita de campos de exterminio anónimos que nadie se ha molestado en sacar a la luz, porque una vez que se empieza, el resto ya no importa, sólo provoca risa.

Los campos de exterminio nazis en Polonia fueron liberados - a principios de 1945 - por el ejército ruso que avanzaba hacia Berlín. Aunque no muchas personas se lo plantean, al estar muy ocupadas haciendo fotos ridículas, existen muy pocos testimonios de semejante hazaña. ¿Por qué?

La razón la he encontrado releyendo el libro de Martin Amis: "Koba el temible: La risa y los veinte millones", me parecía adecuado para el viaje. Aunque no trata del Holocausto judío, sólo lo menciona, el autor se apoya en él para dar a conocer, de manera incisiva y elocuente, otra realidad mucho más terrible que los campos de exterminio nazis, las terribles purgas y los asesinatos en masa llevados a cabo por Stalin con toda impunidad y con la aquiescencia implícita de intelectuales y gobernantes europeos, porque - de Amis me he servido precisamente para ilustrar mi visita a Birkenau - todo ello provoca risa. Stalin se reía, durante sus cenas con otros asesinos en su dacha a las afueras de Moscú, de las caras y el miedo que provocaba su locura y su demencia. 



Quiero hacer un inciso antes de hablar de Stalin. Cada vez que reflexiono y leo sobre el Holocausto, me surgen dos preguntas, la primera de ellas es ¿por qué sólo se habla del exterminio judío llevado a cabo por los nazis y se oculta deliberadamente el de Stalin? La segunda es muy simple, ¿por qué los judíos ricos que vivían fuera de Europa no hicieron nada por ayudar, absolutamente nada, a los judíos en su mayoría pobres, que eran exterminados en los campos? A la primera de las preguntas, Amis intenta dar respuesta, a la segunda - dado que el objetivo de su libro no es hablar del nazismo - no. 

El carácter excepcional del genocidio nazi tiene mucho que ver con su "modernidad", su escala y su ritmo industriales. Este detalle nos ofende con viveza, pero el asco no es rigurosamente moral; en parte es estético. (…) En los círculos nazis, a principios de los años cuarenta, hubo conversaciones serias sobre la necesidad de estilizar las matanzas, de hacerlas más "elegantes"; lo que en teoría preocupaba era la salud mental de los verdugos. (…) Parece que en la URSS ha habido poca preocupación por los problemas morales y psicológicos de los chequistas. Lo único que Lenin decía al respecto era: "Buscad personal más insensible". (…) Stalin sabía que los seres humanos, en determinadas condiciones, pueden pasarse el día matando, y todo un año.


Martin Amis: "Koba el temible: La risa y los veinte millones"
Editorial Anagrama. Ebook. Págs. 67 y ss.

Amis nos da respuesta a por qué ningún ruso escribió un libro contando cómo liberaron los campos de exterminio, Stalin lo prohibió porque estaba fascinado con la maquinaria de matar nazi, tanto que se le quedó pequeña. Admiraba el tinglado que Hitler había montado para liquidar a seres humanos. Pero con un matiz, los nazis buscaban exterminar un grupo étnico concreto (que suponía - en 1939 - el 1% de la población total de Europa Central), el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último; todos menos Stalin. Esto suponía el 99,9999% de la población de la URSS. Los nazis 'inventaron' el exterminio industrial pero no disponían de tiempo ni de espacio. Stalin tenía todo el tiempo del mundo y a su disposición superficies heladas dentro de un país de dimensiones inabarcables. 

Me resulta complicado determinar qué parte de toda la historia del siglo XX ha sido verdaderamente comprendida por el ciudadano de a pie del siglo XXI, yo - sin ir más lejos - no la entiendo, hasta ha llegado a resultarme indiferente. Durante décadas se ha compactado tal sedimento de mentiras y de sombras con el objetivo de 'seguir adelante', que hemos llegado a creer que Stalin era de verdad Koba, un héroe de novela a lo Robin Hood georgiano, al que dio vida Alexander Qazbeghi en el siglo XIX. Un tipo justo que daba de comer a los pobres, quitando el dinero a los ricos. Esa utopía chusquera que no ha existido jamás. Cuando era sabido que millones de rusos se habían convertido en medio animales en gulags como el de Kolymá, existían intelectuales que defendían a Stalin, sobre todo en Francia, y aplaudían hasta dolerles las manos los desmanes de Mao y Pol Pot, recordándonos cada día que en España, en el sur, éramos unos bárbaros iletrados. 

Martin Amis, en su libro, brillante y ágil, no es rotundo en este 'pequeño' detalle. Que muchos escritores y filósofos de Europa siguen reescribiendo el siglo XX a su manera. Para que así podamos reírnos de los millones de muertos y nunca lleguemos a saber la verdad. La verdad de cómo la sociedad alemana y posteriormente la austriaca, encumbraron a Hitler y estuvieron encantadas oyéndolo dar discursos mientras agitaba su cuerpo como si fuese una peonza ridícula; la verdad de cómo Stalin fue ayudado generosamente por los aliados en la Segunda Guerra Mundial, sabiendo que había sido socio de Hitler (Pacto Ribbentrop-Molotov) y que tenía a millones de seres humanos en gulags de Siberia, muertos de frío y - por encima de todo - de horror. 

Cuenta Amis que Stalin protestaba enérgicamente en medios internacionales cuando salía a la luz el maltrato en los campos de concentración que iban quedando residualmente tras el fin de la guerra (no los suyos, esos estaban bien tapados). Una vez, en uno de los suyos, los de Siberia, llegaron a enterarse de tan monumental hipocresía, y no podían parar de reír. No era para menos. Llega un momento que no puedes hacer otra cosa, sólo reír y reír. La verdadera hipocresía no es quitarnos los cascos cuando nos explican como ahorcaban a los prisioneros que intentaban escapar de Auschwitz, la hipocresía está en no ser capaz de reírnos sin parar de lo perdidos que estamos en nuestro campo de concentración, construido a base de mentiras y de humanos que creen que oyendo a un guía declamar el discurso mil veces repetido, mientras enseña pelos de muertos y zapatos desparejados, realmente vamos a aprender, comprender y - por encima de todo - evitar que la historia vuelva a repetirse. 


Birkenau - Polonia - Julio 2019

Creo que debemos alejarnos lo más posible de las ruinas, corremos el riesgo de despeñarnos y hacernos daño caminando.

Leed mucho.
M.

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