jueves, 15 de noviembre de 2018

Auschwitz-Birkenau y Eduardo Mendoza

Hace un par de tardes decidí visitar la exposición sobre Auschwitz-Birkenau, la máquina más perfecta de masacrar seres humanos sin piedad a pleno funcionamiento y con eficacia e ingeniería alemana. Precisión, xenofobia y fanatismo al servicio del mal. Un cocktail molotov que se llevó por delante a millones de seres humanos sin ningún tipo de compasión. Pero recordemos, la Inquisición Española fue letal, pero sobre el Holocausto es mejor no hablar, si lo sacas a relucir delante de un alemán o en Alemania, se produce un silencio incómodo. Vivir para ver.




La exposición, que se puede ver hasta febrero de 2019 en las salas de exposiciones del Canal de Isabel II en Madrid, no es escatológica ni indaga de forma sensacionalista sobre los despojos humanos que - privados de su dignidad - caminaban como espectros entre barracones a la espera de ser gaseados y quemados en grandes crematorios construidos a tal fin. Antes de entrar en el crematorio, les arrancaban los dientes de oro a cuajo…. Mmmmm. Según los germanos, los pueblos del sur somos unos bárbaros. Deben hacerse ver esos traumas con toques de delirio tan tan preocupantes.


Como decía, no hay fotos espantosas, tampoco te invitan a meterte en un barracón mal ventilado junto con otros visitantes. Te ayudan a “entender” lo que paso con un recorrido visual y gráfico de los hechos más relevantes que inspiraron a los jerarcas nazis, y por extensión a todo el pueblo alemán. Si al comienzo de los delirios de Hitler, sus coetáneos se hubiesen reído de él, la cosa no hubiera llegado a más, pero ¡qué va! estaban más allá de encantados, tan fantástico les parecía el plan, que los austriacos no dudaron en unirse y así esparcir tan maravillosos principios por todo el mundo. Aunque en realidad no eran principios, era EL PRINCIPIO y el final de todo, a saber, que el pueblo germánico siempre tiene que estar por encima y dominar el cotarro. Otro orden social es imposible.


Pobres, iban de chasco en chasco. Otros países inferiores, como España, habían tenido un IMPERIO, ese soñado nirvana al que todo alemán aspira. El suyo había existido, sí, pero se autoliquidó en la Primera Guerra Mundial, pero – lejos de culparse a sí mismos – pensaron que lo mejor era distraer la atención y focalizar las iras de la gente de a pie hacia otros grupos "inferiores". En eso acertaron, porque si nos comparamos con cualquier otro individuo que nos rodea, y decidimos que lo nuestro es lo mejor, los grupos de seres inferiores nacen como setas cuando llueve y hace calor. El tema es que a Hitler, nadie le caía tan mal como los judíos, los gitanos, los homosexuales y los Testigos de Jehova, con eso ya tenía para empezar, como iba a ganar la guerra (eso pensaba él, claro) podía inventar nuevos sub-hombres más tarde, hasta crear una raza ideal, divina de la muerte. Sorprendente, porque Adolf era más feo que picio y además – según dicen – le faltaba un testículo. No se sometió a los tratamientos de sus médicos sanguinarios, como el doctor Mengele, para implantarse uno nuevo. Debió darle miedo, no me extraña, Mengele asustaba nada más verlo, tenía hasta unos dientes feos y era como orondo/deforme, pero como se unió a los que arrancaban ojos a cuajo, pues no le fue mal.


IMPORTANTÍSIMO, si veis que la cosa se pone fea en un conflicto global, uniros a los malos enseguida. A los que arrancan dientes y ojos, lo sé, es desagradable, pero la otra opción es acabar en el crematorio, y no sé yo si apetece mucho. Si cambian las tornas, huis rápidamente a la selva de Brasil, y a lo mejor no os encuentran y perecéis de muerte natural y/o vejez.


Muchos de los nazis más malos acabaron ejecutados tras los Juicios de Núremberg, otros escaparon, pero los daños estaban hechos, Europa no ha sido nunca más lo que fue y todavía hoy sentimos los efectos de tanto iluminado al timón.


Pero da igual, nada hemos aprendido, básicamente porque no queremos. Ya nos avisan nada más comenzar el recorrido: 

Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla.

George Santayana.


Afortunadamente la iluminación de los dirigentes mundiales ha cambiado. Ahora se dedican a inventar mundos ideales, de pitiminí. Paraísos llenos de flores que guardaremos en cestitas, donde reposarán mariposas de colores. Andaremos descalzos sobre el césped. No habrá dinero, ni mujeres maltratadas, ni jefes déspotas, ni políticos corruptos, ni niños con moscas en la tripa, ni enfermedad, ni crueldad, la felicidad será plena… En realidad esto no lo veremos NUNCA JAMÁS, ni en sueños, ni con realidad virtual, bueno, así tal vez sí.

Nos cuesta reconocer que la realidad es esta, la del opresor y el oprimido de Auschwitz. No creáis otra cosa, sería dejaros timar con argumentos de sargento chusquero.

La visita a la exposición me ha pillado leyendo el último libro de Eduardo Mendoza, "El Rey recibe’’, y no me ha quedado más remedio que unir ambas cosas, todo acaba teniendo relación, o yo se la veo al ser especialista en el Arte de la Dispersión Mental. Lo que vulgarmente se conoce como ir dando tumbos por el mundo sin criterio alguno.


Rufo Batalla - el protagonista de ''El rey recibe'' - sigue la misma línea de humor y esperpento ya habitual en Mendoza, no hay otra para soportar la realidad, la que crean los seres vivos que pueblan la Tierra aquí y ahora. Ya empezáis a ver que guarda mucha relación la Exposición de Auschwitz con este libro. El protagonista no es de los que se engaña, tampoco lo hace el autor, para masticar el pastel de lo absurdo hay que hacer hueco a carcajadas de ironía.

Me preguntaba como describiría Mendoza semejantes situaciones extremas. Decir que "con humor y sorna" me parece algo simple, falto de rigor y sensibilidad, pero sí que creo que conseguiría algo portentoso, ridiculizar al tonto, siguiendo la máxima de que no hay nada más peligroso que un tonto motivado. ¿Por qué creo esto? Bueno, ver a Eduardo Mendoza en entrevistas llama poderosamente la atención, es un tipo tímido, con casi ninguna chispa y convencido que todos los ciclos de su vida tocan a su fin. Su hablar es pausado y algo ambiguo, y nunca tienes la sensación de conectar con él, ni tan siquiera acariciar sus fantasías. Si acabases de llegar a la tierra, como el compañero de Gurb, y lo escuchases en televisión, jamás comprarías una novela suya, porque ya de antemano la considerarías soporífera. 

Pero es una trampa, hay que escucharle bien. Cuando la conversación alcanza su punto más bajo, lo eleva al cielo de una forma imperceptible, simplemente contando una historia real, esperpéntica, pero cierta. Como la vida misma. ''Me llamaban sin cesar para que fuese a un acto, al haberme sido concedido el Cervantes, y yo no entendía la razón. Hasta que la señorita que tan insistentemente me llamaba, me explicó amablemente que era el único de los premiados que no estaba en silla de ruedas o en un estado lamentable, lo cual me dio que pensar...''


Mendoza en estado puro, hasta de los espectáculos más descarnados y reales que presenta la realidad, hay que saber reírse. Pero la risa de Mendoza no es simplona, es el arte de llevar al extremo la descripción del imbécil, del tonto de haba que cree desempeñar un papel clave en la trama del Universo del que sólo es una nada minúscula. Y cuando lo lees sientes una mezcla de lástima y de risa tremendamente estimulante. No es fácil conseguirlo.


¿Debemos sentir lástima de nosotros mismos? Tal vez sí. Aunque lo más probable es que sólo nos quede el recurso de la risa y los cuentos. Me viene a la cabeza la película 'La vida es bella' de Roberto Benigni, esa capacidad que tienen algunos seres humanos de pintar hadas entre los despojos corporales y la más terrible de las constataciones, que no hay más remedio que aceptar lo terribles que somos. Por favor, no hagáis caso de quien diga lo contrario, la magia y el disfrute de la vida se construye sobre los cimientos de la crudeza.

Por eso Mendoza es un genio, debemos comenzar a reconstruirnos escuchando y asimilando nuestra realidad.

Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta.
Primo Levi "Si esto es un hombre" (1947)

Leed mucho.
M.







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