martes, 22 de agosto de 2017

Los vikingos, el turismo de masas y otras reflexiones (I)

Puedo presumir de ser una persona con cierto magnetismo. Por razones que se me escapan, la gente tiende a contarme su vida, más bien sus miserias. Con todo lo que llevo escuchado de todo tipo de personajes, podría escribir miles de páginas, pero ya veis, dos meses sin escribir ni una mísera entrada en este modesto blog ¡Cómo para ponerme a pensar en llenar hojas y hojas de la vida ajena! 

Últimamente, debe ser este calor que ablanda el cerebro, leo con una atención dispersa, esto significa que cuando estoy en lugares públicos con mi libro abierto, mis ojos están leyendo, pero mi cabeza no está al cien por ciento en la trama escuchado lo que hablan a mi alrededor. Como no tengo tiempo de codificar todo lo que me cuentan voluntariamente, en un acto de cuasi-masoquismo, inundo mis neuronas de más cosas en las que pensar. Y así me va. 

Cualquier comentario, por tonto que sea, me hace pensar y comienzo a enlazar cosas - aparentemente inconexas - creando una amalgama de aparente armonía. Un ejemplo, El otro día yendo en el autobús escuchaba a varias personas quejarse de las dolencias que les causaba el aire acondicionado, inflamación de oídos, dolor en las articulaciones, enfriamientos, conjuntivitis...Y entonces la reflexión fue obvia, cuando llegamos a temperaturas de cuarenta grados, nos ponemos enfermos PORQUE PASAMOS FRÍO ARTIFICIALMENTE. Escribo esto en mayúsculas, porque hay que pararse a pensar lo rematadamente mal que está el hombre. En mi caso, puesto que acababa de regresar de Oslo, no pude por menos que tender un puente hace los fiordos y lo que allí había anotado y pensado. Así mataba dos o mil pájaros de un tiro. 

Fui a Noruega a visitar la casa de Sigrid Undset, y de paso recorrer el valle donde se desarrolla su novela "Cristina hija de Lavrans", de la publiqué una entrada en este mismo blog. Para ello, tras un extenuante viaje en avión y varias horas en coche, llegamos a la ciudad de Lillehammer. No hace falta decir, pero lo haré, que no había nadie llevando a cabo semejante menester. La ciudad estaba tranquila, sin turistas y con ese toque tan puritano y tranquilo que tienen los países donde el luteranismo prendió sin remedio. Así que, en total y absoluta entrega, paseé felizmente por los jardines de la casa de Sigrid con la gozosa sensación de haber cumplido con un objetivo vital. Luego, más tarde, cuando volví a leer con atención la vida de esta mujer, Premio Nobel de Literatura, retomé mi idea de que con sus actos vitales demostró, a lo largo de la época complicada en la que le correspondió vivir, que las grandes gestas no sirven, sólo los pequeños detalles silenciosos. 

Una vez ya en Noruega, lo suyo era acercarse a los fiordos y ver la naturaleza en calma, los lagos, el agua y la nieve. Pararse en medio de una carretera poco transitada y tomar un café viendo como se juntan medios líquidos y gaseosos y como el hombre - si quiere - puede vivir en total comunión con lo que le rodea.



Noruega es un país poco poblado, es demasiado montañoso, hace mal tiempo prácticamente todo el año y durante el invierno, para colmo.... No hay luz. Eso propicia la creencia general de que son gente rara, oyéndolos hablar ese idioma gutural y con constantes golpes de efecto, la verdad es que llegas a creer que algo de eso hay. Tampoco son especialmente amables y tienen ese toque escandinavo que no acaba de congeniar con el alma latina, desastrosa, desordenada y caótica, pero sumamente flexible.

Leía, la noche anterior a poner rumbo hacia fiordo de Geiranger, que durante siglos la población no se adentró hacia las montañas, vivían mirando al mar, esperando el buen tiempo. Tanto los vikingos (volveré a hablar de ellos), como posteriormente los 'noruegos', buscaban afanósamente otros mundos simplemente dejándose llevar por las corrientes marinas, sin más guía que la propia supervivencia. De ese mundo entre mágico y despiadado surgieron personajes como Sunniva e iglesias de madera que buscaban fusionar lo divino y lo natural sin más basamento que su sencillez. De ese mundo de brumas y guerreros recubiertos de pieles, de diosas que aparecen en cuevas y de bestiarios mágicos, no queda prácticamente nada. El luteranismo y el tiempo se han encargado de aniquilarlos. 

Y ahora viene el momento clave... La asociación de ideas inconexas que guardan sorprendentes paralelismos. Se trata de juntar la inconsistencia de lo cotidiano (enfermedades debidas al frío en una época de intenso calor), con Noruega y con el devenir de un viaje. Pues nada, la respuesta la encontré en la ciudad de Lom, que alberga una imponente iglesia de madera. Ahí en ese instante, tras disfrutar de la paz de las montañas, descubrí así de sopetón, la conexión. La mayor manifestación de la estupidez humana se refleja en el TURISMO DE MASAS. Todo lo demás son anécdotas que confirman esta verdad incontestable.




Cientos de personas descendiendo de autobuses, haciendo fotos sin saber ni a qué ni por qué. Es desolador. A partir de ese momento escapar del ruido de fondo fue sin duda el mayor de los retos que un ser humano puede marcarse.

Tiendo a exagerar, pero en este caso creo que me quedo corta. 

Pasear alrededor de la iglesia de Lom, imaginar la vida cotidiana de las personas que levantaron tan sorprendente iglesia, asombrarte del milagro de su existencia después de tantos siglos, hay que dejarlo para después, cuando montas en tu coche alquilado y sales huyendo de allí hasta el siguiente punto fijado en tu ruta.

El colosal y deslumbrante fiordo de Geiranger es, en los escasos días al año que hay sol, un espectáculo de luz y color. De aguas puras que reflejan la vida sencilla y en la que crees ver reflejados en las aguas a aguerridos vikingos adentrándose al continente en busca de pieles de osos o lana de oveja. Donde podrías sentarte y no mover ni un sólo músculo durante horas. Hay muchos tipos de aproximación a la naturaleza, este es suave, agradable, tranquilo, reposado, como una hoja que cae, despacio, imperceptiblemente movida por el viento. Y que, al tocar el agua, produce una minúscula honda expansiva que, sin saber la razón, te inunda de bienestar, de paz inexplicable. 

Avanzar con el coche en las carreteras noruegas es algo a lo que no estamos acostumbrados nosotros, víctimas de las autovías de tres carriles. No puedes pasar de 50 kms/hora y de repente, llegas a la boca de un fiordo y se ha acabado la carretera. Esperas, y un barco te traslada a la otra orilla. Así, entre turistas y carreteras de montaña llegamos a la ciudad de Ålesund ("Sund" en noruego significa "estrecho"). Aquí dejaré anotadas para la posteridad dos reflexiones. La primera tiene que ver con las guías turísticas y sus comentarios llenos de topicazos. A la hora de describir una ciudad, siempre señalan que tiene una vida increíble, que es alucinante, deslumbrante... Es mentira. Ålesund está literalmente muerta. Aun siendo un día de verano cálido y agradable, sólo había turistas caminando y - quitando el centro de la ciudad - las calles están tan calmadas que en todo momento tienes la sensación de que semejante quietud esconde algo sórdido. 

La segunda de las reflexiones es el trato denigrante que siempre se da al turista. ¡Hasta en países que presumen de ultracivilizados! Ser turista = ser tonto. Impermeable al trato vejatorio. Si sumamos que el turista suele andar despistado, que es una mosca cojonera y que los nativos se creen superiores intelectualmente simplemente por estar en su pueblo, la incomunicación es total. Eso se nota en los restaurantes, hasta en los que ponen música de Julio Iglesias en el hilo musical y el menú está abarrotado de términos españoles (ningún misterio, "bacalao" se dice igual en noruego) te hacen sentir estúpido. 

Ahora que lo pienso ¿Cómo sería un Quijote noruego? ¿En qué pensaría? ¿Cómo idealizaría el mundo? En vez de una cota de malla, debería llevar un casco vikingo, vivir en una casa de madera y montar en una barquita con la quilla en forma de dragón mitológico. Iría tapado con pieles y su Dulcinea sería alguien como Sunniva. Piadosa, dulce y tranquila. Una hija de reyes, de alguna isla fría y llena de tinieblas. Nuestro caballero andante noruego se deslizaría por los fiordos, en busca de aventuras. Con la señora de sus pensamientos siempre presente. ¿Sabéis por qué me hago esta pregunta? Porque nunca he visto un lugar en mundo donde haya una mayor presencia del Quijote en las librerías, y en lugares donde hay libros. 
Aquí lo dejo, pero sigo enseguida...
(Tenía que hablar de El Quijote)

Leed y viajad mucho.
Continuará "Norge".
M.

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