domingo, 22 de noviembre de 2015

A sus pies, señor Mendoza.

Nooo, no penséis que voy a hablar del difunto Ramón Mendoza, ex-presidente del Real Madrid. Odio el fútbol, como bien sabéis, y dedicar más líneas al 'deporte rey' (expresión absurda donde las haya) sería una tortura para vosotros y para mí. En esta ocasión hablaré de alguien que está a años luz del tufillo cutre del mundo del fútbol y que, estoy segura, sería capaz de dinamitar con humor y donaire tanta patraña, el mismísimo Eduardo Mendoza.

Hablaba ayer con un amigo, lector de este blog, y me reprochaba que al único libro al que había puesto un 'pero' era a 'El héroe discreto' de Vargas Llosa. Mi escritor vivo favorito y probablemente el más merecido Premio Nóbel de los últimos años, junto a Le Clézio. Al poeta sueco y a la crítica bielorusa deben conocerlos en su casa, eso sin contar sus escasos méritos literarios. Los suecos deben dedicarse a componer canciones de Eurovisión y dejar la literatura a otros con una sensibilidad menos fría.


¡Jesús! Dos párrafos y ya he perdido el norte. La conclusión a la que quería llegar al describir el diálogo con esta víctima que me lee, es que precisamente con lo que más nos gusta y disfrutamos, somos más críticos. El basto conocimiento de las cosas nos hace penetrar en dobles sentidos y juegos de palabras. El apego nos genera confianza y al final somos injustos en nuestros juicios, sin ni siquiera darnos cuenta.


Esto mismo explica mi imperdonable olvido de Eduardo Mendoza en este modesto blog. No me cabe en la cabeza cómo no le he dedicado un espacio antes. No porque lo que yo pueda opinar sea relevante, ¡dios, no!, más bien porque es una forma anónima de rendirme a sus pies. Donde en realidad he estado siempre, desde que conocí al extraterrestre que buscaba sin descanso a Gurb, disfrazándose de Conde-Duque de Olivares y comiendo chocolate con churros en Barcelona. 


He esperado tres años para leer la nueva entrega del detective anónimo, que resuelve crímenes de manera estrafalaria y desternillante, y la espera ha merecido la pena.




En 1978 Mendoza sacó por primera vez del manicomio al protagonista de sus novelas de misterio. Un personaje agudo y perspicaz, sometido a una reclusión (no sabemos si merecida o no) en un centro psiquiátrico, del que no acaba de salir a causa de escollos burocráticos y merced de la mezquindad de aquellos que le solicitan ayuda y que ponen de manifiesto lo estrafalario y absurdo de la sociedad catalana y, por extensión, de la española.

Para desentrañar los asesinatos y misterios, no le proporcionan ninguna ayuda económica, valiéndose siempre para sobrevivir de su ingenio y de la ayuda casual de personajes a cual más esperpéntico. Ellos son los únicos que ven su bondad innata y su innegable inteligencia. 

Finalmente en la tercera entrega, este locuelo sin nombre, abandona el manicomio de forma permanente. No porque la burocracia se haya apiadado de él, sino porque el centro en el que lleva recluido décadas es objeto de especulación inmobiliaria. A falta de una ocupación mejor, acaba regentando un negocio de peluquería. El cuarto libro concluye con nuestro héroe empleado en un restaurante chino, que ocupa el local de su fallida actividad como peluquero. Aquí, en esta quinta y -hasta la fecha - última entrega, es donde lo encontramos de nuevo. 

'El secreto de la modelo extraviada' da pena que se acabe. Ya al leer el primer capítulo, y sin poder parar de reír, sabía que al concluir sentiría un rencor incontrolable hacia Eduardo Mendoza por no escribir un libro así todos los años. La fina crítica a todo lo que nos rodea, a los males endémicos de nuestro mundo enfermo, a nuestros hobbies, a nuestras rutinas y a nuestra hipocresía, es soberbia. No hay ni un sólo aspecto de todo lo que ha aparecido en los periódicos en los últimos tres años que no esté astutamente camuflado en la trama. 

Cataluña y sus mentiras, España y su ceguera. La moda del footing, la comida basura, los funcionarios que se multiplican para arruinar al país y no solucionar ni uno solo de sus problemas, los dueños de perros que no recogen sus excrementos, la política, la víctimas del poder chusquero y mediocre... Y para acabar el libro, una reflexión, "las grandes ideas son destructivas, las modestas acaban cansando y se olvidan". Es decir, ¿hacia donde vamos? ¿qué ideas debemos seguir?

Quizás un loco reinsertado a la sociedad por pura casualidad pueda enseñarnos más de lo que jamás acertamos a imaginar.

Gracias a Eduardo Mendoza por escribir libros así.
M.









No hay comentarios:

Publicar un comentario