domingo, 9 de junio de 2024

Murakami y la mediocridad.

Cuando comencé a dar forma a este blog hablé sobre la novela 'Tokio Blues' de Haruki Murakami, afirmé, en mi ignorancia, que no merecía el Premio Nobel. ¡Vaya imbécil soy! Lo merece más que nadie.

Desde esa introducción al mundo murakamiano, he ido profundizando más y más en su universo de la mano de otros títulos como 'La muerte del comendador' (de la que hablé aquí), '1Q84', 'Kafka en la orilla', 'Los años de peregrinación del chico sin color' y 'Crónica del pájaro que da vuelta al mundo', que acabo de concluir. 

'Crónica del pájaro que da vuelta al mundo', según los críticos, es su mejor obra. No puedo valorarlo porque - al ser el japonés un idioma tan diferente al nuestro - gran parte del mérito de su versión en castellano es la del propio traductor, y en eso sí que noto diferencias de bulto. Puedo afirmar que este libro es mejor que otros, pero tengo el convencimiento de que lo que subyace en mi percepción es la labor de traducción. Esta novela está magníficamente traducida por Lourdes Porta.

'Crónica del pájaro que da vuelta al mundo'
Edición Japonesa 1994.

Es complicado despertar nuestro interés en una sociedad que - dejando de lado los mundos ilusorios paralelos que describe - está tan alejada de la nuestra en todos y cada uno de los aspectos que podamos llegar a valorar. Por eso, el uso adecuado de palabras en español es fundamental para acercarnos mínimamente a las vidas de unos personajes que aparecen perdidos en Japón, en este conjunto de islas aisladas por voluntad propia a lo largo de la historia que, cuando han buscado lazos con el continente, sólo han esparcido muerte y - sobre todo - incomprensión.

Durante siglos Japón compuso una sociedad tan inexpugnable para el resto del planeta que - incluso hoy - no estamos en condiciones de valorar su impacto para poder - ya el el siglo XXI - juzgar con ecuanimidad sus razones para invadir una parte de China, y crear Manchuria unos años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial (IIGM). 

Asumiendo que la historia la escriben los vencedores y que - como he comentado - no entendemos a los japoneses, la creación de Manchuria se nos ha enseñado como un acto de imperialismo sin sentido, en el que unos locos fanáticos se empeñaron en dar forma a un concepto de estado que hacía aguas por todas partes. Sin dejar de ser cierto, no me parece que este enfoque sea del todo acertado. La razón es de lo más simple, todos los países se han formado así, en unos la invasión cuajó y en otros, no. 

Hay muchos otros episodios de la historia que se justifican y se matizan, siendo mucho más terribles que los que pudieron suceder en Manchuria, esa es la primera reflexión que se desliza de la lectura de 'Crónica del pájaro que da vuelta al mundo', las vidas de jóvenes que se vieron envueltos en una guerra absurda y que - cuando acabó - nadie se molestó en hacer distingos entre ideólogos y hombres arrastrados contra su voluntad. Murakami grita de desesperación ante la barbarie rusa, incomprensible, aplastante, irracional, cuya invasión de Manchuria nadie denunció tras la IIGM. Los japoneses no podían invadir esa parte de China, los rusos, sí.

En un intento de crear un ideario que nos permita avanzar en el progreso de nuestras ideas (frase esta última hueca donde las haya) valoramos el conjunto de los actos de las naciones y sus ejércitos, nos los individuos que los componen. Algo tan arcaico que resulta ser un contrasentido de lo que perseguimos. La modernidad es el camino que busca otorgar protagonismo al hombre, sea como sea, sin meterlo en ningún saco. Por eso, cuando alguien se siente diferente y tiene la fortaleza de avanzar contracorriente, debe - en un determinado momento - meterse en un pozo en busca de respuestas, porque sólo en el silencio, lejos de la maldad y la mediocridad encontrará su propia razón de ser, la solución a muchos de los desafíos a los que se ve expuesto en su día a día.

He aquí la idea que subyace en cada una de las novelas de Murakami, la huida firme y consciente de la mediocridad y la maldad que hay en el mundo. Hay que escapar de las trampas a las que nos llevan las decisiones de hombres y mujeres que son absolutamente idiotas o más malos que el demonio. Cuanto más se acercan los malos a los personajes de estas novelas, más se complican los mundos paralelos, más necesario se hace esconderse en un pozo, ahondar en las vidas de personas que vivieron años atrás, esas que acabaron en un campo de concentración siberiano, jóvenes cuyo único pecado fue tener edad para ir a la guerra, que obedecieron las órdenes de otros mediocres ambiciosos que sólo perseguían su propia gloria, en una espiral que se hacía cada vez más extraña y que no tenía fin. Seguimos igual, por cierto.

Murakami habla de Japón con vergüenza y orgullo al mismo tiempo, y lo hace dejando de lado la idea del progreso lineal y la teoría del bulto. ¿Cómo avanzamos? ¿En qué consiste ese camino recto y ascendente? ¿Podemos desarrollar de verdad nuestra individualidad? ¿Tenemos que subir a un tren conducido por aquellos declaran guerras, provocan hambrunas y ahogan las emociones y los sentimientos? 

La rendición de Japón en 1945 fue tan traumática que el autor no puede evitar mostrar una mezcla de pudor y honor, una añoranza hacia una historia barrida por el viento, porque no quedó nada, todo se perdió para siempre. Nuestro error está - otro mensaje a leer entre líneas - en pensar que todo aquello era malísimo y lo que hay ahora es la pera, que cuando - por ejemplo - Stalin ganó la guerra y los Aliados hicieron la vista gorda a sus trapacerías, era por el bien de la humanidad. 

No puedo dejar de reconocer que los japoneses encerraban una semilla de fanatismo muy peligrosa. Desde principios del siglo XX iniciaron una serie de campañas que condujeron a la muerte a millones de personas en Asia, hicieron la guerra (cruel) por su cuenta. Pero detrás de todos estos actos había personas, seres humanos arrastrados por la crueldad y la cerrazón, que sufrieron - al acabar la guerra - las consecuencias de las decisiones de otros. Porque entonces - igual que ahora - ser un verso suelto tenía terribles consecuencias personales, la decisión más fácil era -  y sigue siendo - obedecer. 

Os animo a leer los libros de Haruki Murakami, os animo a huir a vuestros mundos, a pensar y a buscar la luz de la individualidad entre los sacos de oscuridad en los que quieren convertirnos.

Leed mucho.
M.

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