domingo, 7 de mayo de 2023

Reflexiones sobre el fin de los tiempos.

Casi todos los catastrofistas que abogan por el fin de la humanidad usan siempre los mismos tópicos, yo me los sé de memoria, son como el martillo que te taladra los sesos en versión '.html'. Hace dos mil años, en la época de las prédicas de Jesús de Nazaret, eran los sacerdotes del templo, los predicadores de toda índole o los mesías más o menos rotundos, quienes anunciaban la venida del Reino de Dios. Para ello, para contemplar el rostro de Dios en toda su magnificencia, era necesario un cataclismo previo, los cielos se abrirían, la tierra también y - para no desperdiciar este despliegue de energía universal - los malos serían arrastrados al fuego del infierno, para arder vivos, aunque lo más deseable para ellos sería convertirse en lugartenientes de Lucifer. Los criterios para acabar chamuscado o no, no están claros a día de hoy.

San Miguel triunfante sobre el demonio (1468) The National Gallery. Londres.

En el siglo XXI, ya nadie cree que tal cataclismo vaya a suceder de esta forma apocalíptica, y que el fin será ver el rostro de Dios. Algunos sí, pero los menos. Nuestra visión del fin de la Tierra está ligada a guerras nucleares, a desastres climáticos, o a meteoritos que se acercan velozmente, impactando contra el planeta y enviándonos a todos hacia la eternidad, pero sin ver el rostro de Dios, porque nos hemos vuelto unos descreídos. Mala cosa. Porque el fin de nuestro mundo llegará, y pensar que no nos estarán esperando otros paraísos mejores, nos deja un poso de amargura casi imperceptible, porque - como ya he dicho alguna vez - la ciencia no es capaz de dar respuesta a todo, aunque íntimamente (incluida yo cuando me conviene) pensemos que sí.

Esto me lleva a meditar sobre la idea que tenemos de la divinidad, sobre cómo hemos llegado a interiorizar las enseñanzas de un predicador judío del siglo I, o las de un visionario del siglo VII (Mahoma), o - para comenzar desde el principio -  las idas y venidas del pueblo elegido en Canaán a lo largo de tres milenios antes de Cristo. Ese Yahvé vengativo y cruel, que tan pronto ayudaba abriendo las aguas del Mar Rojo, como lanzaba terribles plagas y escarnios al sufrido pueblo elegido cuando se despistaban con otros dioses menos virulentos y más a mano. Aun partiendo de la base que la existencia de Dios es algo inherente a la propia experiencia humana, y siendo - como soy - creyente, me resulta inquietante que llevemos 5000 años bebiendo de las mismas fuentes de la divinidad. Judíos, cristianos y musulmanes compartimos las raíces que han dado forma a nuestro concepto de Divinidad y es - si no me equivoco, tendría que mirarlo - el concepto de divinidad más longevo en la historia del homo sapiens, desde que comenzó a tener una vida más o menos civilizada.

Uno de los motivos de este apabullante éxito, es que nuestros dioses están cargados de misericordia y no exigen sacrificios humanos para ellos mismos. Toda revelación tiene un origen sangriento, gracias a Dios (nunca mejor dicho) Jesús ya sangró por toda la humanidad y no es necesario tenderse en una piedra para que algún sacerdote desaprensivo nos arranque el corazón. Otra virtud es que no se convierten en humanos para hacer trapacerías, como Zeus, que se enamoraba de hombres y mujeres indistintamente, y les hacía sufrir de lo lindo por medio de embarazos no deseados o conjuros transformadores en criaturas espantosas que sólo daban susto. Léase 'Las Metamorfosis' de Ovidio.

¿Hemos de pensar por ello que nuestros antepasados eran beodos funcionales medio lerdos? Me inclino a pensar que no, es más, afirmo que nosotros somos peor. Sabían perfectamente que había fenómenos inexplicables y se inventaron formas para estar tranquilos e intentar llevar una vida sin sobresaltos, había escenarios peores que ser embaucado por Zeus, sin ir más lejos acabar siendo un esclavo en sabe dónde y haciendo qué, algo muy frecuente en la antigüedad. Lo de los corazones arrancados tenía otro objetivo, amedrentar al pueblo. Ahora en el 2023 tenemos otros sistemas mucho más sofisticados, por lo que no se hace necesaria esta carnicería. 

Nadie en su sano juicio se planteaba constantemente todo sobre todas las cosas. Tampoco hacía análisis sesudos de cada hecho milagroso que le contaban. Cito aquí el milagro de San Miniato, al que cortaron la cabeza y tranquilamente la cogió del suelo y se puso a andar tan pancho, como si nada. Muchísimo más cómodo tener la cabeza separada del tronco. ¿Quién fue testigo de tan impactante milagro? Por falta de fuentes creíbles, parece que sólo fue presenciado por la persona que lo inventó y escribió con posterioridad. 

La base de la civilización occidental es la Grecia de de los siglos IV y III aC., época en la que Platón y Aristóteles, este último uno de los tutores de Alejandro Magno, crearon un esquema de ideas que rigen - aun hoy - nuestras reflexiones y sentimientos, hasta nuestra idea de Dios. Estos dos individuos, eran misóginos y defendían la esclavitud hacia otros, claro. Uno nunca quiere que lo esclavicen. La civilización griega, que no era un todo compacto, era la suma de poderosas ciudades estado que se llevaban a matar y siempre estaban en guerra, se expandió notablemente con el ya mentado Alejandro. Cuando murió prematuramente, sus generales se repartieron las tierras conquistadas, esto hizo que la cultura griega pasara a ser el referente único en las sociedades mediterráneas de los siguientes siglos. Hasta las clases altas romanas hablaban griego, como signo de distinción social. Los dioses griegos y romanos eran los mismos, pero con diferentes nombres, las agendas y negociados de cada uno eran idénticos. ¿Para qué cambiar si así explicaban todos los fenómenos habido y por haber? 

El propio Jesús de Nazaret hablaba griego, Galilea y Judea eran un lugares de clara influencia helenística, los Evangelios están escritos en griego y fundamentados en la propia filosofía de Platón. Pablo de Tarso y, siglos después, Agustín de Hipona, se limitaron a traducir el mensaje de Jesús sobre una base platónica comprensible para el occidente mediterráneo.

Esto es de sobra conocido.

Después, cuando Roma se partió en dos, y Bizancio comenzó a florecer mientras Europa Occidental comenzaba su época oscura (esto último falso de todo punto, pero no es el momento de aclararlo), por envidia y costumbre decidieron hacer del latín la lengua franca. Gran invento este, daba igual donde fueras o en qué universidad estudiases, todo el mundo (culto y con dinero) hablaba latín. La Biblia se tradujo al latín y la misa se escuchaba en latín. La mayoría de la población era completamente analfabeta, y le importaba un bledo todas estas disquisiciones filosóficas, pero fueron dejando un poso imperceptible que alimentó cada gesto humano que nos ha llevado a lo que somos hoy.

Por avatares de la historia, sobre kilos de trapacerías y embustes, sobre montañas de muertos y el replanteamiento de los sistemas teológicos escritos en latín, el mundo anglosajón se convirtió en el siglo XIX en la luz cultural del universo. Y es ahora cuando hay que temblar, porque vamos a acabar quemados en el infierno. Como no sabemos  - en caso de hacer el mal - quien será lugarteniente de Lucifer o se chamuscará sin remedio, tenemos muchas papeletas para acabar en la hoguera, mientras algunos listos se lo pasarán bomba. Ya lo hacen. Pensemos por un momento en nuestro mundo latino, su forma de expandir la cultura, universal - dentro de lo que era el orbe conocido hace mil años -, y aglutinadora. Nada que ver con lo que nos ofrecen los anglosajones, nada existe, absolutamente nada que no esté escrito y pensado en inglés. Basta leer la prensa de Estados Unidos, todas las listas de libros, de pensadores, de actores, de filósofos, de artistas..., son culturalmente afines a su órbita. Si ven algún peligro de intromisión o alguna luz que eclipsa su universo de luz y color, lo machacan. Ya lo hicieron en su conquista de los América, cuando sobre el papel y incitaron a no dejar un indio vivo. Y no dejaron ni uno. 

Esos dioses que les regalamos hace dos mil años, los han manipulado y los han convertido en unos Zeus que organizan la vida de los humanos a su antojo. Esto es - entre otras cosas - porque nunca han entendido bien en qué consiste la cultura grecolatina, ni les importa.

El cataclismo ya se vislumbra, hay miles de señales, sin ir más lejos la coronación de Carlos III del Reino Unido. No hay que tomarse a broma lo que digo y leer entre líneas. 

Lo primero que se me viene a la cabeza al ver todo este fasto, es lo absurdo que resulta. Una especie de canto de cisne lleno de glamour anacrónico e inclasificable, hacia el que toda la humanidad se gira sin saber bien la razón. Un rey con corona que no tiene poder efectivo en el gobierno, y una monarquía que se ha reforzado históricamente a costa de debilitar a sus enemigos y reinterpretar mitos y dioses de otros, sin ser capaz de dar forma a los suyos propios. Una cultura cuya seña de identidad es dar la espalda a lo sublime, porque ¡señoras y señores!, la música escogida para el concierto de tan magno evento, no es la de Bach, Vivaldi o Händel..., no, porque - en lo que a música se refiere - no han brillado mucho. Delante del del rey cantan, entre otros, ¡Lionel Richie! y ¡Kate Perry!, esta última ha protagonizado un anuncio de comida a domicilio, con un trozo de queso en la cabeza. ¡Por todos los dioses del Olimpo!, da que pensar. Pero tiene una explicación, los temas - explican los organizadores - son una oda al amor, al respeto y al optimismo. Estoy haciendo ejercicios de respiración y autocontrol ante tan abismal estupidez. 

El respeto y signo obvio del abismo luciferiano al que nos encaminamos, es la inclusión del coro góspel. Los ingleses no son racistas, inventaron el racismo. Pero - haciendo de tripas corazón y para no escuchar a Mozart, que nació en Austria y era católico - obsequian al monarca con canciones que los negritos escribieron cuando recogían algodón a latigazo limpio. 

Pensemos en la coronación de Felipe VI, rey de España, no hubo ni una sola ceremonia religiosa, ningún obispo, apoderándose de las escrituras a su antojo, legitimó su reinado con la pátina de la palabra sagrada. Recordemos que los obispos anglicanos, únicos con voz y voto en tan esperpéntico espectáculo, son asalariados del rey de Inglaterra. Huelga decir que su interpretación sobre Dios (cuyo hijo era judío y hablaba griego y arameo) es la correcta, la que se expande por el universo y la que no admite discusión. Como nunca comprendieron nada de la cultura grecolatina, de la que el cristianismo forma parte, han inventado un ceremonial apolillado y sonrojante que se ha retransmitido vía satélite a toda la humanidad. No puedo dejar de preguntarme qué pensará Dios/Jesús de todo esto.

Acabo ya, para ello, aprovechando que los cuadros de pintura española de la Frick Collection cuelgan de las salas del Museo del Prado, medito sobre el maravilloso retrato de Felipe IV pintado por Velázquez. Un cuadro por el que se daría media vida sólo para contemplarlo una vez.

Diego Velázquez
Felipe IV en Fraga (1644). Frick Collection (Nueva York)

La nobleza de los rasgos hace que sientas una simpatía instantánea hacia este rey que soportó sobre sus espaldas el peso de una monarquía inmensa, pero que no dejó de ser un personaje tangible y sin imposturas. Y me pregunto si, tras ceder el cetro del poder al mundo anglosajón, tras siglos de hablar latín y griego, comenzamos un viaje que nos llevará a ver el rostro de un dios aterrador.

Leed mucho,
M.

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